Otto no es culpable, otros lo son

Daniel Lara

 

No han terminado de bajar las aguas, ni se ha terminado de hacer un recuento de los daños, ni se han enterrado los muertos y el diario La Nación – el de los 70 años de hiel – titula que las ventas bajas de ayer esperan recuperarse hoy con un viernes doblemente negro. Triste es el día nacional para pensar en el negocio pero algunos sacan a flote el agua sucia que corre por sus venas. En el fondo lo que impera y sale a flote es una lógica perversa que premia el consumo a costa de la naturaleza, de vidas humanas y no humanas. No sería de extrañar que hoy ciudadanos con asueto y sin asueto atiborren Malles y carguen sus tarjetas con cuanto chunche seductor se les ponga en vitrina. El consumo y el individualismo están en liza con la solidaridad imprescindible en este momento de duelo nacional. Esa otra Costa Rica, la meseteña, la inmersa en esa enorme taza de la GAM poco reconoce la otra Costa Rica, la de siempre olvidada, la diezmada por crecidas, Nemagón, pobreza, droga y exclusión.

En los mapas de crisis la colorean de rojito intenso, es la periferia de la taza del bienestar. Pero con o sin huracán siempre está en rojo por una perversa distribución de la renta nacional, en rojo intenso es su atraso socio-económico y casi siempre sirve de pasto electoral a los politiquillos corruptos de siempre. Cada cuatro años los llenan de promesas y en el ínterin drenan sus recursos. Suben los votos, suben las aguas y su vida toca el lodo. Ni Limón ni Upala son pobres, a sus gentes los han empobrecido los ejercicios reiterados de la demagogia y la rapiña político-empresarial. Hay dos Ottos y dos Costa Ricas, de un lado hay responsabilidad y del otro priva el sufrimiento reiterado ante huracanes y rufianes de saco y corbata. Empresarios bananeros metidos a política obligaron a sus obreros a no dejar tierras de amenaza. Otros hacen el billete con una TV chinamera de frivolidad morbosa a costa del dolor de otros. Periodismo de barro y alcantarilla. Precandidatos luciéndose hipócritamente consternados pero defendiendo incapaces lacayos municipales. Bueno lo ha hecho el Gobierno –enmendó la página -, ya era hora, lástima que la contundencia y firmeza no alcanzo desde el arranque y sucumbió a la misma prensa que ventila viernes negros.

Otto (no el de Cuesta de Moras) no es culpable pese al dolor que deja; la naturaleza – y no dejamos ser parte de ella – no es culpable. Si el volcán arroja fuego de las entrañas de la tierra no es venganza de dioses. Tampoco es culpable el invierno y el verano no es suerte mejor, ni los alisios o el Monzón cargan responsabilidad moral por su libre expresión material. Las llamaradas solares no son terribles y otras expresiones como los huracanes, explosiones de estrellas, o riadas no deben merecer nuestro enojo o incomprensión. Hay del religioso que saque provecho y enrede la cosa llevando agua a su molino. La materia se mueve, cambia, se transforma: gracias a ella estamos usted y yo aquí viendo el televisor cargado de morbo y mucho rating huracanado. La racionalidad de la cual nos enorgullecemos es una deriva propia de esa misma naturaleza evolucionada y coronada no pocas veces también de ceguera y despropósito. La inteligencia es materia ascendida luego de millones de años de cambios grandes y pequeños. Pero esa inteligencia no siempre rinde frutos a favor de la vida misma. Si no le queda claro, construir una bomba atómica y enviársela a un enemigo a miles de kilómetros es una concreción material de esa racionalidad humana en continuo ascenso. Pero matar de esa manera no es cosa sabia por más matemáticas involucradas. Tampoco calentar el Planeta es cosa de sabios. Es estupidez crasa, egoísmo elevado a trofeo.

Los partes de la prensa científica internacional han dado cuenta este año del enorme despropósito de ese cacareado desarrollo de la economía. Un paradigma de dominio irracional que tumba esperanzas de algún porvenir para nuestros hijos. Se registran las mayores temperaturas atmosféricas y oceánicas que logran alcanzar cifras demenciales. Se derrite el Ártico, los glaciares eternos del Himalaya, los Alpes y los Andes. Se derrite el permafrost de las estepas y sube el metano raudo y veloz, peor gas que el CO2. Suben los niveles de los mares y el aire se nos ensucia de inmundicia fabril. Los acuerdos de París COP 21 son saludo a la bandera mientras gringos y chinos y otros más corren por todo el mundo tras más materias primas y energía. La fábrica no para de darnos placebos, de quitarnos la plata y la vida buena.

Tendremos muchos más Ottos – los de Cuesta de Moras cunden por doquier y tienen responsabilidad de la tragedia universal por su cantaleta de mercados y menos estados -, violentos y salvajes, su aparición será más frecuente. Al perro flaco se le pegan las pulgas de otros y ottos. Los países pobres pagan la factura ambiental de los desvaríos de las transnacionales afincadas en tierras de Obama, Merkel, Xi Ping y demás. Los indios, mil trescientos millones envidian los éxitos de Nueva York y quieren consumir como ellos. Los ticos corren a Miami o a Golfito por más chunches aunque luego el agua de barro llene los dormitorios de otros. Muchos quieren ser Nueva York pero no hay Tierra saludable para tanta locura irracional. Las chimeneas del mundo industrializado que nos proveen de celulares, carros, aviones y cuanto chunche da la imaginación calientan el único nido que todos compartimos. Caldo de cultivo para aguas calientes que engendran Katrinas y Ottones. Maravillados con la Internet no reparamos en su carga energética cuando cientos de miles de servidores, cables y antenas demandan electricidad. Pareciera mágico las imágenes en las pantallitas pero tiene un costo el encantamiento. Igual el consumo de turismo pone en el cielo todos los días miles de aviones cuyos motores no funcionan con miel de abeja precisamente. Más energía, más químicos, más plásticos, más cosas. Menos paz.

La flecha envenenada de los Viernes Negros se ha clavado en Upala y otros lugares de nuestra geografía olvidada. El huracán de infame nombre es tan solo la expresión brutal del Antropoceno – el tiempo que la humanidad renegó del Jardín del Edén y lo convirtió en un basurero – y solo la compresión cabal de todos los elementos involucrados servirá para torcer la suerte que hemos cosechado. Más solidaridad personal y estatal. Menos barro en nuestras casas y cabeza. El mundo puede ser mejor, no le echemos la culpa a la Naturaleza. Solo tenemos este mundo.

 

Imagen con fines ilustrativos tomada de www.lagranepoca.com

Compartido con SURCOS por Juan Carlos Cruz Barrientos.

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