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Etiqueta: José León Sánchez Alvarado

El escritor riocuarteño Maynor Sánchez realiza entrevista a la esposa de José León Sánchez

Es fuerte llegar aquí.

Es difícil ahora, un soplo de aire pega derecho al lado del corazón, alguien falta. La ausencia tiene el poder de arrancar lágrimas, es casi imposible continuar, un gesto fraterno me saca de ahí, es la voz de Doña Ahiza Vega: pase adelante Maynor.

¿Quieres café?

No gracias, respondí, sin dejar de observar la silla donde siempre se sentaba él.

Doña Ahiza se sentó cómoda en un sillón de su sala y me indicó sentarme mientras comenzaba a hablar así, así como habla ella, sus palabras son como desgranar una enciclopedia, igual que José León.

Doña Ahiza Vega es una mujer de carácter, con mucha educación y conocimiento que habla sin dejar de mirarlo a uno a los ojos, y dice las cosas por su nombre, sin mucho rodeo.

«Ese señor que está ahí en Río Cuarto, no sabe quién es José León «

Ahora sentí pena ajena: Si Doña Ahiza me disculpo en nombre del pueblo, conozco la historia, la verdadera.

Se acomoda su poncho tejido, sobre su hombro izquierdo y continúa su hablar, ahora con una voz más pausada, como recordando muy bien: “Yo fui con mi amiga que es abogada hasta la Municipalidad de Río Cuarto, por nuestros propios medios, era la voluntad de José León. Ofrecimos todo: biblioteca, pertenencias de José León y demás, ese señor no sabe quién verdaderamente es José León Sánchez Alvarado”.

“Nunca nos respondieron Maynor, jamás recibimos una respuesta, por ningún medio”.

Que lástima que la decisión de una sola persona pueda privar a todo un pueblo del privilegio de tener un Museo de José León Sánchez en Río Cuarto, sería un gran auge turístico.

Doña Ahiza me narra el gran amor que José León guardaba por su pueblo Río Cuarto y en los diferentes países que le escuchó hablar con orgullo sobre Cucaracho.

Ahora los recuerdos le ahogan la voz con lágrimas y ella misma se pone de pie y trae agua, continúa:

“José León fue víctima hasta el último minuto de una indiferencia estúpida movida por un idealismo mayormente de índole religioso, es que muchos no pueden aceptar que un expresidiario sea la persona que representa hoy a Costa Rica en el campo de las letras”.

“Ni siquiera pudo gozar del reconocimiento del pueblo donde nació”.

“Se necesita cierto grado de preparación para comprender su vida, sus libros, la leyenda que constituye todo lo acaecido sobre su personalidad, no todos lo logran Maynor, y de ahí que sea ignorado por algunos, que no conocen de Arte ni de Cultura”.

Ni de Arte ni de Cultura ni nada, interrumpí, pero yo siento Doña Ahiza que un día José León recibirá su reconocimiento en su cuna natal Río Cuarto, ya sabes, cuando el conocimiento nos alumbre la mente.

Doña Ahiza, sonríe como recordando algo y me cuenta: “El mejor muralista de Costa Rica, que pintó todos los murales de la UCR (el muralista Don Eduardo Torijano) le hará un gran homenaje a José León, pintando un mural muy bonito en Nicoya, ya él tiene la idea, lo hará de forma gratuita”.

Yo le explico que en Río Cuarto en el área educativa, o sea a nivel del MEP, los educadores tanto de Escuela y Colegio tienen una gran admiración y respeto por José León Sánchez y su obra, a lo que me contesta: “… entonces escriba un artículo de todo lo que hemos hablado hoy acá para que el pueblo de mi viejito conozca la verdad”.

También con mucho orgullo me narra de diferentes reconocimientos que se le han hecho a José León en diferentes países y yo recuerdo que estando ella en Miami en donde vive su hija, me escribió muy emocionada para compartirme la noticia de que en México crearán un premio que se llamará Premio José León Sánchez, va a ser entregado a aquella persona que destaque en el área de la defensa a los derechos humanos y propiamente Doña Ahiza será la encargada de entregar dicho premio.

Muy contenta también me narra cómo los libros de José León Sánchez, uno a uno ha ido ingresando a la tienda virtual de libros más grande del mundo, Amazon, un proyecto que don José León apenas inició y que ella ha logrado darle seguimiento con gran éxito y con la ayuda del doctor Hammer Salazar experto en la materia.

Ahora le entrego mis libros: «La Universitaria que no quería vivir» con su nuevo diseño de portada y mi segundo libro: «Los demonios de la conciencia”, un honor grande que una filóloga de la talla de doña Ahiza Vega Montero reciba mis libros, y me dice: “Ya me hablaron de este último libro tuyo y alguien me llamó para decirme que eres un excelente narrador”.

Muchas gracias Doña Ahiza.

Los coloca sobre la mesa de vidrio de tres niveles que está en el centro de la sala y se puso de pie, camina dos metros toca un botón y el ascensor la lleva hasta la segunda planta.

Cada instante se me vienen a la mente muchos recuerdos.

Recordé, cuántas veces subí por ese ascensor acompañado de mi Maestro hasta su biblioteca, esa biblioteca de doce mil libros que pudo haber quedado en Río Cuarto para que los niños supieran que este gran Escritor nació en Río Cuarto.

Regresa y trae algo en su mano: “Toma, me dice, es tuya, con ella José León recorrió el mundo y recibía los premios y él te quería mucho, consérvala y úsala”.

Caramba pensé: de verdad que las lágrimas deben guardarse para momentos como estos, donde vale la pena dejarlas salir.

Me dispuse a marcharme y Doña Ahiza muy amablemente me acompaña hasta la puerta y desde ahí abre el portón principal, pude sentir en la despedida ese calor humano como al despedirme de José León, cuando le visitaba.

Me dice que nos reuniremos pronto para ver temas relacionados con mi proyecto sobre el libro «Laguna» que narra la historia de Río Cuarto.

Del cual tampoco recibí apoyo municipal para escribirlo.

Ya caminando sobre la calle, me dispongo a tomar un atajo para llegar más rápido al bus que me llevará a San José, pero un abogado que estaba cerca mirando mis movimientos me dice: caballero es prohibido cruzar por ahí.

¿Prohibido? Le pregunté

Y me dijo: Si señor, tan prohibido como izar banderas a media asta sin ser la muerte de un presidente de la República o un Obispo.

Me dispuse entonces a tomar el camino correcto con paso ligero pues en el horizonte se ve una nube negra como que va a llover torrencialmente.

José León Sánchez: un gran ser humano

Nunca estarás más lejos de mí de lo que está mi corazón.
José León Sánchez.

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo.

En un reciente homenaje póstumo al escritor José León Sánchez, que se le ofreció en la Universidad de Costa Rica, su esposa, Ahiza Vega, expresó con sentimientos nostálgicos que a José León el país sí lo había reconocido como escritor, particularmente al haberle otorgado Premios Nacionales por su obra literaria en cinco ocasiones, así como el máximo galardón cultural, el Premio Magón. Sin embargo, no alcanzó a ponderar y reconocer sus cualidades humanas. Una persona que, a pesar de haber recibido una dura, prolongada e injusta pena carcelaria, no guardó odio alguno para quienes lo juzgaron, maltrataron y estigmatizaron, provocándole, más allá del flagelo físico, un sufrimiento todavía más profundo, el que toca las fibras del alma humana y busca envilecer su espíritu. Aunque acostumbraba a decir: “mi oficio es amar a México”, también supo amar entrañablemente a su pueblo natal de Río Cuarto y con él a toda Costa Rica.  

Para el cantautor y poeta Julio Vindas, José León Sánchez, el poeta que escribía novelas, se vestía de ternura y tolerancia para no permitir que el odio y la venganza lo habitaran: “Alimenta con su pluma las ubres de la vida, camina intransigente, intransmutable, intransferible, inclaudicable, ¡trashumante!, con un fardo de tolerancia a cuestas, donde guarda el infinito dolor y la invaluable alegría de ser –sencillamente–, ¡él mismo! […] cuando le da la gana, se convierte en raíces podridas de silencio, se transforma en jaguar en celo, almizcle de colibrí, amamanta estrellas, enamora galaxias, y pregona su Amor por una Ahiza, tan infinita como bella, algo así como la presencia de todas las ausencias. José León no solo solloza nostalgia, ¡solloza ternura! […]”.

Tuve la feliz oportunidad de acompañar a José León y Ahiza en dos ocasiones a mi tierra natal, San Carlos, donde se le ofrecieron homenajes por parte de instituciones universitarias, tanto públicas como privadas. Personas como el doctor Álvaro Hidalgo, exdirector del Hospital San Carlos, y los profesores Rocío Murillo y Olivier Hernández de la Universidad Técnica Nacional (UTN), así como el profesor Gustavo Salas de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), fueron claves en los homenajes que se le brindaron en vida a José León. Asimismo, los escritores sancarleños Adriano Corrales y Francisco Rodríguez, quienes siempre supieron destacar, reconocer y difundir los méritos de su obra literaria. La academia y el pueblo sancarleño abundaron en gestos de aprecio y reconocimiento al escritor costarricense más laureado y traducido internacionalmente, como persona de cualidades humanas, afectivas e intelectuales excepcionales.

En ambas oportunidades, fui testigo de esas cualidades:  cercano, accesible y de una sensibilidad admirable para acoger con cariño a todas las personas. Esa era su manera más natural de actuar, y por consiguiente espiritual. Manuel Delgado destaca esa dimensión profundamente humana y afectiva: “M´ hijito nos decía a todos. Parecía mentira que un hombre que llevaba tras de sí tanto dolor y tanta injusticia pudiera guardar (y expresar) tanta dulzura, tanta humildad y, sobre todo, tanto amor por la vida. A mí siempre me intrigó por qué Chepeleón me mostraba tanto aprecio. Luego llegué a la convicción de que era la forma normal de ser y convivir, siempre y con todo ser humano”.  

No solo estamos ante un escritor que se forjó en el crisol del sufrimiento, sino frente a un ser humano que supo dignificarse con múltiples gestos de gratuidad y su incansable lucha por la defensa y promoción de los derechos humanos y la restitución de la rica herencia cultural de los pueblos originarios. En los últimos años, asumió con mística la defensa y dignificación de la mujer presidiaria, y junto a su esposa la recuperación de los aportes de los pueblos ancestrales de “La Gran Nicoya”, así como la traducción del “Quipu de Talamanca”.

¿Cómo explicar que ese gran escritor y ser humano no alcanzase a ser valorado, en su país de origen, como se lo merecía? Al respecto, cabe retomar lo que la insigne escritora Yolanda Oreamuno identificó como un rasgo cultural propio del costarricense: la actitud y el comportamiento de “bajar el piso” (“serruchapisos”), siempre procurando la medianía; esa predisposición para evitar que alguien trascienda la línea media, con lo bueno que podría tener para no endiosar o idolatrar, pero también con lo malo al no reconocer los méritos a quienes se destacan. En este último aspecto, la mezquindad y hasta la envidia nos delata en nuestra pobreza humana y espiritual. Para el filósofo y escritor Martín Buber “se puede calificar de humana a una sociedad en la medida en que sus miembros se confirman recíprocamente. La base de la convivencia humana es doble y sin embargo una sola: el deseo de todos los hombres de que los otros los confirmen como lo que son e incluso como lo que pueden llegar a ser y la capacidad innata de los hombres para confirmar de ese modo a sus semejantes. El hecho de que esta capacidad esté yerma en tan gran proporción constituye la verdadera debilidad y lo cuestionable de la raza humana. La verdadera humanidad solo se da allí donde esa capacidad se desarrolla”.  

Quizá, para poder aquilatar las cualidades humanas y afectivas del escritor José León Sánchez, ahora que no podremos contar con sus calurosos gestos afirmativos de cariño y reconocimiento –y también de irreverencia sagrada–, haya que volver a sus obras, con otra mirada, especialmente atendiendo al perfil de sus personajes protagonistas: los niños, las mujeres, los campesinos, los presos, los pueblos originarios… Asimismo, atender a su apasionada búsqueda por reivindicar la dignidad de esos sectores discriminados y olvidados, para construir un mundo más inclusivo, solidario y amoroso.

Gracias, José León, por darnos una lección de humanidad y afectividad en estos tiempos donde azota el frío de la indiferencia y la violencia, que nos tienen al borde del precipicio como humanidad planetaria.

 

Imagen ilustrativa.

Recuperando la memoria mesoamericana: José León

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

“Así como Sánchez (José León) reescribió la historia del México precolombino, lo espera hacer también para Costa Rica, a partir de una profusa investigación sobre La Gran Nicoya, la cual ha desarrollado por décadas. De acuerdo con los datos que ha recabado, la cultura que habitó la península de Nicoya y buena parte de Nicaragua 1 000 años a. C. tenía conocimientos científicos y tecnológicos mucho más avanzados que los imperios azteca, inca y maya. Sin embargo, casi toda la información se perdió en el momento en el que los conquistadores borraron la memoria del pueblo originario y destruyeron sus posesiones más valiosas, entre ellas la biblioteca. Ahora, Sánchez propone reconstruir la historia de La Gran Nicoya por medio de los mensajes que guardan las miles de piezas de cerámica de esta cultura que se encuentran en las bodegas del Museo Nacional de Costa Rica.» Fernando Montero Bolaños, Amanda Vargas Corrales, DIVULGACIÓN  UCR  2022.

Un hecho tan singular como el deceso de uno de los escritores costarricenses más importantes y conocidos, tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales, asume las dimensiones más diversas entre las gentes de los distintos sectores sociales o estratos culturales (si es que cabe el término para el caso), es como si su mera percepción diera lugar a que su sola mención, aún desapasionada, estuviera dando lugar a que se estuviera hablando de personas distintas, tanto como a las valoraciones más disímiles entre sí, incluso en términos de su significado más profundo y humano. Tal es el caso del novelista, poeta e investigador cultural José León Sánchez (1929-2022), cuyo sólo nacimiento estuvo revestido de las mayores adversidades, de la vida de un hombre que desde su infancia tuvo que luchar solo contra el mundo, siempre en un medio de suyo medio hostil para un niño que careció, casi por completo, de algo que pudiéramos llamar “el apoyo familiar”.

Sucede que para la gran mayoría de las gentes de este pequeño país veleidoso por el predominio de personas que suelen serlo, de muchas maneras, incluso entre las clases menos privilegiadas, las que se caracterizan por ser poco habituadas a la lectura, a la reflexión crítica acerca del medio social y a una valoración justa de la cultura y sus manifestaciones, razón por la que ante la muerte del gran escritor se quedaron sumidas en sus estrechas percepciones vallecentralinas, en sus visiones mezquinas que no les permitieron ver más allá de sus narices, acerca de un pasado donde muchos se ensañaron con el ser humano y escritor, quien pasó numerosos años en prisión, e incluso fue torturado para que aceptara delitos que jamás cometió.

A diferencia del mismo José León Sánchez, en su incesante evolucionar, las susodichas gentes se quedaron encerradas en el espacio-tiempo histórico de “La isla de los hombres solos”, reflejada en las páginas de una extraordinaria obra testimonial de resonancias poéticas, y que tuvo proyecciones universales que lo llevaron a convertirse en el escritor, nacido en este país, más conocido en el casi todo el globo terráqueo. Mientras tanto, sucedió  que  otras de sus obras tempranas, sumamente valiosas tales como  los cuentos “una guitarra para José de Jesús, “El poeta, el niño y el río” o novelas como «La niña que vino de la luna», “La colina del buey”, “La catleya negra” y «La luna de la hierba roja», una obra novelada de los años ochenta, pasaron desapercibidas para un gran sector de la población, a pesar del enorme interés suscitado por el conjunto de  su obra, entre algunos estudiosos y difusores literarios como el estadounidense Seymur Menton (con sus famosas antologías del cuento latinoamericano, publicadas durante décadas por el Fondo de Cultura Económica FCE de México), los académicos costarricenses José Ángel Vargas (Testimonio, discurso histórico y memoria de José León Sánchez), Benedicto Víquez Ramírez(de grata memoria) y más recientemente Óscar Alvarado Vega, quienes no pudieron sacar a ese sector de la población de su retraimiento y sus obsesiones por encasillarlo, dentro de las versiones más limitadas y estrechas de su duro pasado, cuando la sociedad lo satanizó hasta dimensiones insospechadas, oscurantistas y absurdas, vistas desde el presente en que ocurre su deceso, en este cambio de siglo.

Su gran producción novelística de su etapa madura, ya en los ochenta y durante las décadas siguientes con obras de tanta resonancia universal como fueron “Tenochtitlán la última batalla de los aztecas”, “Campanas para llamar al viento”, Mujer la noche es joven aún”, “Al florecer las rosas madrugaron…” traducidas a numerosas lenguas al igual que “La Isla de los hombre solos”, ese compendio narrativo de soledades y carencias de las primeras décadas de su vida e incluso de la violencia que de que fue objeto, convirtiéndolo en un chivo expiatorio,  ni siquiera fueron percibidas en la conversación cotidiana de muchas gentes aldeanas, mientras que la inmensa obra de José León, el extraordinario prosista y poeta mesoamericano, se tornó universal e inalcanzable para un medio tan estrecho, al menos en términos de un presente que estamos seguros irá cambiando con el paso de las décadas que vendrán.

No sin cierta nostalgia vuelvo a mirar una foto de hace casi cuatro años, a principios del 2019 cuando eso que llamaron «la pandemia» no había aparecido en el horizonte. Celebrábamos el cumpleaños de mi esposa Marielos Azofeifa Víquez en San Joaquín de Flores. La feliz circunstancia nos reunió por última vez. Hasta siempre José León Sánchez, el más universal de nuestros escritores, sin demérito de otros que tengo también en gran aprecio. Pasará mucho tiempo antes de que las gentes del común reconozcan la inmensidad de su obra, la del escritor maldito y universal en que se convirtió, para gran pesar de quienes lo denostaron a través de varios decenios con sus hipócritas, además de  envidiosas santurronerías, su racismo tenaz, su odioso clasismo frente a su inocultable e imperdonable éxito en el plano planetaria, en medio de esta no tan consensual “suiza centroamericana”, al decir franco y sincero su colega, el destacado novelista y periodista Carlos Cortés. Ese fue su duro e inmenso privilegio y el mío rendirle tributo a su preciada memoria que perdurará entre quienes tuvimos el privilegio de su cercanía, la que se hará extensiva a todo un pueblo, el que todavía tiene que despertar de su letargo cultural frente a la obra de quien fuera un gigante prometeico, digno de las grandes culturas mesoamericanas por las que tanto se apasionó.

Hasta siempre, Chepeleón

José León Sánchez.

Manuel Delgado

“M’hijito”, nos decía a todos. Parecía mentira que un hombre que llevaba tras de sí tanto dolor y tanta injusticia pudiera guardar (y expresar) tanta dulzura, tanta humildad y, sobre todo, tanto amor por la vida. A mí siempre me intrigó por qué Chepeleón me mostraba tanto aprecio. Luego llegué a la convicción de que era su forma normal de ser y de vivir, siempre y con todo el mundo.

Chepeleón es un símbolo, primero, de nosotros mismos, del fanatismo y falta de tolerancia que nos caracteriza, de nuestra poca solidaridad hacia el caído, hacia el más vulnerable. Fue sentenciado en un juicio dudosísimo siendo casi un niño, solo porque era pobre, huérfano, analfabeto, indígena. Cuando salió de la cárcel en 1980 tuvo que huir, porque aquí se moría de hambre. Esa inquina lo persiguió siempre. Una vez en México le ofrecieron trabajo, pero le demandaban un aval de una institución de enseñanza costarricense. Nadie acudió en su ayuda. Fue entonces que Alfonso Reyes, el gran intelectual mexicano, le tendió la mano y logró que el trabajo se le diera así no más, como se le da a un expatriado o a un huérfano.

Allí en México alcanzó la cúspide de su victoria. Ya era grande, pero allí empezó a peinar sus greñas con las nubes, como hacen los gigantes. Él se decía “un mexicano nacido en el país más bello del mundo”. En esa nación solidaria y acogedora produjo lo mejor de su obra. Allí publicó en 1986 “Tenochtitlan” (perdonen las comillas), en mi opinión una de las mejores novelas costarricenses, digna de compartir mesa con los grandes latinoamericanos.

Esa obra se convirtió un icono en México. Dice una anécdota que una vez Chepeleón andaba paseando por la Ciudad de México y oyó a una joven guía turística explicando a un grupo de visitantes cómo había sido la toma de la ciudad por parte de Hernán Cortés. El escritor se le acercó y le dijo:

— M’hijita, permítame decirle que eso no fue así.

Ella respondió:

— No, señor, así fue como lo digo. Yo lo leí en el libro de José León Sánchez.

Allí en México publicó otras obras célebres, como “Campanas para llamar al viento”, ambientada en Baja California, y “Mujer, aún la noche es joven”, acerca de la vida de Agustín Lara. Esta último, por cierto, se publicó llena de faltas de tipografía, tantas que la editorial recogió toda la edición y tuvo de hacerla de nuevo. Le pregunté qué había pasado a su correctora, una profesional maravillosa en todo sentido, y ella me dijo que lo que había pasado es que José León había mandado el casete equivocado. ¡Vaya error!

Lo visité varias veces en su casa de San Rafael de Heredia. Tenía allí, en el fondo de la finca un cuartito, su biblioteca y estudio, al que su hijo llamaba la Egoteca, y donde guardaba sus trofeos, entre ellos una botella de un tequila que llevaba su nombre. Lo más curioso es que en la pared del fondo él tenía sus libros fijados a la pared con un gran clavo cada uno. ¡Genio y figura…!

Tengo varios autógrafos de él que guardo como el tesoro que son. Uno de ellos se emocionó siempre mucho. Dice: “A Manuel, el amigo de mis tiempos malos”. Cuánto hubiera deseado haberle dado más. Él y yo sabemos que hice lo que pude, sobre todo que lo llevaré siempre en mi corazón.

Hasta siempre, Chepeleón. No olvides que te amamos.

Una provocación a la memoria: José León Sánchez y el indio Matilde

Álvaro Vega Sánchez. Sociólogo.

Fue en 1959 cuando la solidaridad y la curiosidad se juntaron para conducir a una delegación del pequeño pueblo de Santa Rita de Nicoya hasta la Isla San Lucas. La solidaridad con el indio Matilde, quien cumplía una pena de diez años por haberle quemado el comisariato al terrateniente del pueblo, en venganza por la quema de los ranchos a sus hermanos indígenas. Y la curiosidad por conocer a José León Sánchez, en ese momento una de las personas más odiadas del país por el presunto delito del asalto a la Basílica de la Virgen de los Ángeles; delito del cual la Corte Suprema de Justicia lo declaró inocente 48 años después y la Iglesia Católica le pidió perdón público.

El encuentro fue impactante, especialmente para aquellas tiernas infancias llenas de sueños. William Vargas tenía 10 años ¡Qué sorpresa cuando les informaron que el joven encargado de coordinar los eventos culturales y deportivos, en la Colonia San Lucas, era José León Sánchez!

Fueron recibidos al ritmo de guitarras, requintos, güiros, tamborcillos y maracas, en el momento en que atracaron en el muellecito de la isla. Todavía vibra en los oídos del niño nicoyano aquella canción infantil: «El búho y la yuca se quieren casar, e invitan a todo el mundo a la capital, que van a pasar su luna de miel, comiendo pan y tomando café, tomando café…».

Dirigidos también por el joven José León, hicieron un recorrido por la colonia y su historia; visitaron la iglesia, la biblioteca, las actividades artesanales de los prisioneros, la capitanía del puerto, los calabozos y el famoso disco de las torturas. Bajo un frondoso árbol de matapalo y acompañados con la marimba del penal, se llevó a cabo el acto cultural, donde niños y maestros danzaron y dramatizaron las luchas de los caciques Diriá, Nambí y Curime por conquistar el corazón de la princesa Nayuribe, que se disputaba su belleza con las princesas Samara y Nosara.

Después del partido de futbol, celebraron el empate a tres goles entre ambos bandos, el de Santa Rita y San Lucas, y disfrutaron de la playa. Finalmente, visitaron el cementerio, donde José León terminó de cautivar a aquellos niños con las historias trágicas de quienes ahora descansaban en paz. «Quedamos profundamente impactados, comenta William, con aquel preso convertido en un maestro y promotor de la cultura; nada tenía que ver con aquella imagen tenebrosa, que nos habían inculcado, de aquel presidiario».

Las amarras de la lancha Goya María del negro Benjamín Ferrer se empiezan a soltar para el retorno al Puerto Thiel en el Golfo de Nicoya. Algunos de los niños vertieron lágrimas al escuchar con nostalgia la canción de despedida: «Que sean feliz, feliz, feliz, es todo lo que les deseo en vuestra despedida; no puede ser que nosotros que los quisimos tanto… solo te deseamos que sean feliz, feliz en esta despedida…».

Relata William que la amistad con el indio Matilde, después de su liberación y hasta su muerte, fue su escuela de sabiduría, y la pasión por el arte y el folclor, que lo llevaron de aquella fortaleza medieval de San Lucas, en donde trabajó siendo joven por varios años, al Chateau de Vincennes en París, se la debe a José León Sánchez.

Sin imaginarlo, José León Sánchez, vilipendiado en su propia patria, y luego redimido por la gente noble de este país, que sabe reconocer su gran talento y su imperecedero aporte a la cultura y a la literatura costarricense y latinoamericana, se convirtió en la inspiración para que aquella tierna alma artística de William Vargas encontrara un sendero promisorio, en donde el drama y la lírica del folclor se fusionaban y se convertían en utopía, para construir un futuro de mundos cercanos: Santa Rita y San Lucas, Costa Rica y Francia…

La vida y la narrativa de José León Sánchez, que ha trascendido fronteras para orgullo de Costa Rica, continúa inspirando a jóvenes estudiantes y profesores de la Sede de San Carlos de la Universidad Técnica Nacional (UTN) y de la sede de la Universidad Estatal a Distancia (UNED). Recientemente, este insigne escritor fue invitado para conversar sobre sus trabajos de investigación, realizados junto con su esposa Ahíza Vega, relacionados con el legado cultural de la Gran Nicoya[1]; asimismo sobre sus ingentes esfuerzos por la defensa de los derechos humanos del preso, particularmente los derechos de la mujer presidiaria.

Y también hoy, como ayer, los jóvenes y niños de San Vicente, un bello y pintoresco pueblo de San Carlos, se acercaron a conversar y a tomarse fotos con José León. Ojalá que, nuevamente, haya sido inspiración para otro joven como William Vargas, que se convirtió en un generoso promotor del folclor y la cultura costarricense, y quien también ha trascendido nuestras fronteras.

[1]. Este trabajo de investigación obtuvo el Primer Lugar en un concurso de la Ford Fundation. Recientemente, los días 21 y 22 de julio de 2022, la Universidad Técnica Nacional (UTN), Sede de San Carlos, propiamente el Equipo de académicos de Formación Humanística, le hizo un reconocimiento al escritor José León Sánchez, en el nuevo Auditorio del Eco-campus en Ciudad Quesada, donde impartió la Conferencia “La Gran Nicoya” a estudiantes y profesores de esa casa de estudios. Asimismo, la sede de San Carlos de la Universidad Estatal (UNED) al celebrar su 45 Aniversario, le invitó a dar una conferencia y le ofreció otro reconocimiento.

La partida de José León

José León Sánchez.

Freddy Pacheco León

Premio de Cultura Magón 2017, honrado con la Presea Nelson Mandela de la CNDH en julio de 2018, un mes después recibió el Premio Interamericano al Mérito Jurídico, otorgado por la Barra Interamericana de Abogados. Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en 1967, Mención de Honor de los Juegos Florales Costarricenses-Centroamericanos, en 1969, con la novela «La Colina del Buey».

Se destacó en tierra mexicana con su gran novela histórica «Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas», que le hizo ganador de cuatro premios literarios y un doctorado honoris causa, además de haber sido traducida a diversos idiomas.

Su narración sobre el presidio en isla San Lucas, donde injustamente fue confinado cuando adolescente, «La isla de los hombres solos», que atrapa a sus lectores desde su primera página, también fue base para un guión cinematográfico y teatral.

Quien fuere un indígena huetar, condenado a cadena perpetua con tan solo 20 años, después de haber sido torturado, por un crimen que no cometió, se levantó del lodazal al que fue lanzado, para convertirse en uno de los mejores y más prolíficos escritores costarricenses, con novelas, ensayos e investigaciones científicas, algunas traducidas al inglés, italiano, ruso, alemán, holandés, francés y mandarín.

Para mitigar su pena (llevada sin rencor alguno), en 1988 la Sala Constitucional hace una observación sobre el caso José León Sánchez y ese mismo año, la Sala III de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica, declara a José León Sánchez, «inocente del crimen de la Basílica». Asimismo, la Iglesia católica, por primera vez en la historia de Costa Rica, pide perdón por haberle declarado autor de un sacrilegio cometido en la Basílica de Los Ángeles en el año de 1950.

Nos honró con su amistad, tanto, que en los muchos intercambios que tuvimos por email una vez nos llamó inmerecidamente «maestro» por lo que había aprendido sobre el valor del agua, como que un litro de agua en el supermercado vale más que un litro de leche o de gasolina. También se interesó mucho por el error que se mantiene en la delimitación con Nicaragua al sur del lago de Nicaragua, en que se incumple el mandato del Tratado Cañas Jerez (tenía que ver con su lugar de nacimiento…).

Hoy lamentamos su muerte a los 92 años. Q.d.D.g.

José León Sánchez Alvarado y su aporte a la grandeza del ser humano

José Luis Pacheco Murillo

Ayer falleció a los 93 años el señor José León Sánchez Alvarado. Esa muerte podría pasar inadvertida como la de cualquier otra persona, sin embargo, este hombre reflejó varias cosas que de alguna manera reflejaron también a nuestra sociedad.

La primera de ellas fue la injusticia del sistema judicial. Fue condenado por un crimen que no cometió y a raíz de de esa circunstancia su vida se transformó completamente. Un trato inhumano, una vida que no merecía a sus veinte años de edad.

Pese a ello, pese a la degradación física y moral, su mente y su espíritu combativo lo llevó en dos oportunidades a buscar la libertad. Pretensiones que fueron cortadas por la acción policial. Pero su mente y su espíritu seguían deseosos de libertad y la encontró en escribir y esa escritura fue la que poco a poco abrió sus alas a esa libertad añorada. Aprendió a leer y escribir en la cárcel y en la cárcel inició su fructífera carrera de escritor.

Ganó un concurso literario en 1963 y eso llamó la atención del sistema y de la injusticia cometida. En 1967 salió de la cárcel, ya con su libro “La isla de los hombres solos” que fue el que le abrió las puertas a un mundo de reconocimientos y de justicia tardía. La Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia lo absolvió del crimen que se le achacó e incluso la Iglesia Católica le pidió perdón por la injusticia cometida.

Su vida, desde su nacimiento fue una prueba constante de sobrevivencia. Fue a muy corta edad a un reformatorio y de ahí escapó a una vida de peligro constante y a sus 20 años detenido y acusado de un crimen por el que se le apodó “el monstruo de la basílica”. Condenado a cadena perpetua, gracias a su esfuerzo personal poco a poco fue logrando ubicarse en un camino de regreso.

Recibió el reconocimiento premio Nelson Mandela y además se le designó como miembro de la comisión de Derechos humanos en México y luchó incansablemente por los derechos de los prisioneros.

Su obra literaria de más de 30 libros, ha dado la vuelta al mundo e incluso su libro “La Isla de los Hombres Solos” se llevó al cine.

Amó profundamente la libertad y dejó plasmado ese amor a través del personaje de su obra, Jacinto, que dijo: “por la libertad yo diera una mano y un ojo, y quizá las dos manos, y quizá los dos ojos”.

Descanse en paz, José León Sánchez y gracias por tu aporte literario, pero especialmente, por tu aporte a la grandeza del ser humano.