COLUMNA LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (2)

Tercera época

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

La proclamación del profesor Pedro Castillo Terrones, como el nuevo presidente del Perú, para el período 2021-2026, ha sido la culminación de tenso proceso que duró más de cinco semanas, durante las que el más que evidente triunfo electoral, obtenido por su partido Perú Libre y su candidato presidencial, en los comicios de la segunda vuelta electoral, efectuados el domingo 6 de junio, recién pasado, estuvo sometido a una tensión constante, y a un intento sostenido de deslegitimar esos comicios por parte de la derecha fujimorista. El próximo miércoles 28 de julio de 2021, cuando se cumplirán doscientos años transcurridos desde la proclamación, en la ciudad de Lima, de la independencia de esa nación sudamericana, el nuevo presidente deberá jurar su cargo, y dará inicio a una difícil gestión gubernamental para lo que cuenta, principalmente con el apoyo de los sectores populares del Perú: el campesinado y artesanado de la Sierra Central, Sur y la Amazonía peruana que votaron de manera abrumadora por un giro histórico en la renovación de las élites del poder, pero también con el valioso concurso de un grupo de profesionales de todo el país. Por primera vez, un presidente serrano, en este caso alguien procedente de Cajamarca, ocupará el sillón presidencial en la vieja capital virreinal, hay grandes expectativas y tensiones por este hecho histórico, que lo es sobre todo por su singularidad y complejidad. Pedro Castillo ha dicho que gobernará para “todas las sangres”, parafraseando el título de la más famosa novela de José María Arguedas (1911-1969), el escritor y antropólogo peruano, nacido en Andahuaylas que encarnó en sí mismo toda la complejidad cultural de ese país, dentro de lo que fue una especie de dualismo entre el mundo andino, quechua y aymarahablante y las gentes de la larga costa del Océano Pacífico.

El elemento central de la geopolítica regional, el desiderátum o vector más importante de ella en estos momentos, es el desesperado y agresivo intento (à quitte ou double, como se dice en francés) de la superpotencia estadounidense por recuperar el control total de los países de la región o subcontinente latinoamericano, cueste lo que cueste, sin importar principios y olvidando hasta el más elemental sentido de humanidad.

El agravado embargo, y las sanciones impuestas desde hace décadas por los EEUU contra Cuba, no sólo constituyen un hecho criminal sino una sofisticada versión de las políticas extorsivas del colonialismo francés en contra de otro pueblo caribeño: el de Haití. Sí, estimados lectores Francia le impuso un bloqueo, y después un embargo al pueblo de Haití, chantajeando a la nación haitiana, con una criminalidad e inhumanidad sin límites, en el lejano año de 1825, como castigo por haberse liberado de las garras del colonialismo y la esclavitud, obligando a uno de los pueblos más pobres del continente, por ese “delito”, por haberse sacudido de esos males entre 1791 y 1804, a pagarle a la potencia colonial europea el equivalente de unos veinte mil millones de dólares, indexados a valores actuales, durante el resto del siglo XIX y hasta el año de 1947, con la amenaza de reocupar la isla y reestablecer la esclavitud, ahora ya sabemos dónde está el origen de la tragedia haitiana del presente, un pueblo cuya suerte a nadie parece importar. ¿cuándo empezará a pagar Francia la inmensa deuda que tiene con el pueblo haitiano? Hélas! nous l`avions déjà oublié, parecen decirnos desde París.

Mientras tanto, el imperialismo estadounidense (o le ponemos un nombre más bonito, para que nadie se enoje) que nunca le perdonó a Cuba el haberse salido de su regazo colonial, a partir de 1959, (el que se había iniciado con la intervencionista Enmienda Platt, establecida al devolverle la “independencia” a Cuba en 1902, después de habérsela arrebatado a España) le impuso un terrible embargo que ha tenido atroces efectos sobre la población, aunque mucha gente del exilio lo niegue, con despiadado y de suyo evidente cinismo.

En medio de todo este panorama sociopolítico latinoamericano, nos encontramos con que un cierto sector de la llamada izquierda regional, a veces estalinista o incluso trotskistizante, ha terminado por adoptar un extraño discurso (en estos tiempos todos parecen serlo) en contra de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, al parecer culpables de todos los males universales, el que presenta distintos grados de intensidad, oportunidad e inoportunidad, en cada caso. Sin importar el grado de acuerdo/desacuerdo que tengamos con esos gobiernos y sus dirigencias políticas, no podemos dejar de reconocer que su sola presencia constituye un obstáculo para la hegemonía imperial en nuestra área continental, razón por la que no logro entender ¿de qué manera se pueden hacer o rehacer “revoluciones” en Nicaragua que recuperen el “sandinismo original” o alguna entelequia así con el “generoso” apoyo en dinero de la USAID, la CIA, la NED y la embajada estadounidense? Todavía no puedo olvidar que durante el golpe de estado, de noviembre de 2019, en Bolivia, contra el presidente Evo Morales, una serie de gentes de los sectores medios paceños, de esos “no me confundas con esos indios” de El Alto y el Altiplano circundante, de presunta filiación marxista, ora estalinista o trotskistizante, hablaban contra el Movimiento al Socialismo (MAS), y de su repudio a lo que llamaban el “castrochavismo” u otras entelequias indescifrables, similares voces se han oído en estas latitudes a raíz de las  recientes manifestaciones que tuvieron lugar en Cuba, de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso, sobre todo en el caso de las llamadas “izquierdas”, cuya brújula parece andar un poco extraviada.