Los judíos del barrio

Óscar Madrigal

Óscar Madrigal

En mi Barrio -que es Barrio México- vivía allá por los años 60 una extensa colonia judía. Al cabo del tiempo me di cuenta de que eso obedecía a que buscaban vivir cerca de la Sinagoga que se encontraba frente a la Escuela Juan Rafael Mora por el Paseo Colón porque en su día de guardar, el Shabat, prefieren ir caminando. Eran familias que provenían de Europa del Este, muchas de Polonia, por lo que aquí los llamaron “polacos”, que habían huido de la miseria y la persecución principalmente por los cristianos. Ya en ese tiempo vivían en casas no ostentosas, más bien humildes, aunque no en pobreza, y se dedicaban al comercio; ya habían superado, aunque no totalmente, las visitas casa por casa cargando grandes valijas con artículos que los ticos especialmente de escasos recursos, le compraban; los abonos que apuntaban en unas tarjetas amarillas amarradas por una liga gruesa eran de un colón, dos colones o menos. Era la única forma que tenían las familias costarricenses de adquirir prendas de vestir y artículos domésticos. En ese tiempo habían pasado a consolidar ese comercio en tiendas de ropa, telas y prendas de vestir y algunos artículos de línea blanca, como Kossiol, alrededor del Mercado Central. Gente muy trabajadora, centrada en las cosas de su comunidad sin mayor influencia o beligerancia en los asuntos internos.

En la escuela pública me encontré con los hijos de esos judíos que habían emigrado, tanto en la Escuela República Argentina como en el Liceo San José; lo primero que los distinguía es que eran casi de los únicos que no recibían “religión”. Los nombres de José, Salomón, Isaac, Moisés abundaban, al igual que los apellidos Priffer, Kos, Herzog, Strike y otros que eran casi impronunciables para nosotros y muchos menos escribibles. Con Moisés, Moiso como lo llamábamos, nos ligó una amistad ya que estudiábamos juntos en su casa donde su mamá nos consentía con las ricas comidas judías; luego emigró a México donde se graduó de médico y ya no volví a saber de él.

Probablemente esa relación juvenil me ha producido siempre una gran inquietud por la historia del pueblo judío, sus tradiciones, su religión como la gran aglutinadora de un pueblo en la diáspora o su fuerza y debilidades demostradas como pueblo históricamente perseguido, discriminado y asesinado. El pueblo judío es un pueblo históricamente admirable.

Después de conocer de cerca a judíos y su historia, resulta inconcebible que sea ese mismo pueblo el que practique el genocidio, el apartheid, el exterminio o la ocupación contra otro pueblo igual de sufrido.

La historia del Estado de Israel no ha sido fácil, han tenido que defender su existencia a sangre y fuego. Pero hoy nadie discute sobre la existencia de ese Estado. Lo que Israel debería promover es la existencia ahora del Estado Palestino y detener la ocupación y la extensión de su territorio a costa de los palestinos.

El Estado de Israel es gobernado por la extrema derecha, por un primer ministro condenado por corrupción que debería estar en la cárcel y un gabinete compuesto por ministros que pregonan abiertamente el Supremacismo de los judíos y consideran a los palestinos poco menos que seres humanos. Es un gobierno corrupto que pretende acabar con la democracia como lo afirman miles de miles de manifestantes israelíes.

El gobierno de Netanyahu, corrupto, de extrema derecha y que pretende acabar con la democracia en Israel, ha aprovechado las acciones terroristas del grupo Hamás (creado por el propio Israel, según se dice) para fortalecerse y con esta guerra arrasar tanto con los gazaríes como con la democracia israelí.

Las acciones terroristas de Hamás son repudiables y condenables, pero la reacción desmedida, violatoria del derecho internacional de Israel es absolutamente repudiable y el mundo debe detenerla.

Los judíos del mundo no pueden seguir dándole un cheque en blanco a Netanyahu o mantener una posición acrítica con todo el proceder de los gobernantes israelíes, bajo la premisa absolutamente inmoral de que el horror se practica para defender una causa superior.

Israel debe devolverle la esperanza al pueblo palestino. Solo de esta manera podrá vivir en paz. Ese retorno a la esperanza tendrá que nacer como exigencia del mismo pueblo judío, cuando saque a la extrema derecha del gobierno, acabe con su política de ocupación y recupere los mejores valores de su historia.

En nuestra casa tenemos un pequeño vitral copia de un cuadro de Chagall. En cierta ocasión una periodista judía le preguntó a Gloria por qué tenía esa obra, ya que le parecía extraño que una persona de izquierda tuviera una obra de un judío. Gloria le dijo que su obra es de una gran belleza y que provenía de un artista que había conocido la barbarie y que por eso era un hálito de esperanza.

Añado, además, que Chagall fue socialista, incluso bolchevique. También recuerdo que Marx era judío.