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Plata nueva

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

Recién en estos días de descanso termino de leer la novela “Era más grande el muerto” (Editorial Seix Barral, 2017) del escritor colombiano Luis Miguel Rivas. Con una pluma magistral en la que intercala humor negro, lenguaje coloquial y análisis crítico acerca de la dureza que produce la guerra del narcotráfico en su país, Rivas logra recrear un escenario en el que ternura, pobreza, poder, violencia se intercalan en una narrativa frenética, casi asfixiante, pero de la que se sale bien librado gracias a esos momentos hilarantes en los que la risa logra salvarnos del dolor y la tristeza por lo leído.

Ambientado en la ciudad de Villalinda, quizá en la Medellín de los años ochenta y noventa, la ficción toma de la realidad aquellos elementos que la vuelven certera: la lucha por el control del territorio entre dos enconados rivales en los negocios y el narcotráfico (Don Efrem y Moncada), antes amigos, que no cesan en su objetivo de acabar con el otro hasta que lo logran.

En medio de este trazo de realidad que flanquea hoy varios de nuestros pueblos latinoamericanos, ese realismo mágico que aún persiste como signo narrativo de los tiempos actuales aparece en la pluma de Rivas para dejarnos una joya de trama: el negocio que produce la ropa de aquellos que son asesinados en el conflicto, el estatus que ganan, por unos cuantos billetes, muchachos jóvenes que acuden al “distribuidor” de la mercancía ( si, en este caso el cuerpo inerte se convierte en valor de cambio en una sociedad que ha perdido la razón) y las consecuencias que derivan de la puesta en escena de un negocio inimaginable, imposible. Eso que hoy llaman outfit encargado a un cadáver.

Uno de los capítulos que me atraparon relata la transformación sociocultural y material que presentan varios de los pobladores de Villalinda, que son incorporados en los negocios del narcotráfico y asuntos comerciales conexos.

Es posible identificar quienes están en “la actividad” porque sus casas, su entorno, ellos mismos, experimentan cambios inmediatos que solo se explican con su participación en el ilícito negocio. Rivas llama a este cambio el producto de la entrada de “plata nueva” a la ciudad.

En un rápido intercambio con el autor a quien tuve el gusto de conocer este 2025 que ya se acaba en un Festival poético en Buenos Aires, Argentina ( Va Poesía 2025) le comentaba que era inevitable para mí no hacer la extrapolación al contexto costarricense, que ha visto transformaciones inmediatas en sus regiones más deprimidas: la disminución de la pobreza, el aumento de ingresos familiares y el rápido cambio del desempleo a ocupaciones “no declaradas” que solo se explican desde el funcionamiento de esa “plata nueva” , tan finamente construida como concepto por Luis Miguel.

Mientras escribo esta columna, por cierto, aparecen más detalles de la masacre en una cena navideña ocurrida en la localidad de Parrita, en el pacífico costarricense, en la que tres hombres fueron asesinados sin contemplaciones mientras disfrutaban con su familia el convivio de la fecha. Dos de ellos fueron víctimas colaterales.

Está claro: en los últimos años todo el aparataje logístico en la lucha contra el narcotráfico ha sido casualmente desmontado y de alguna manera mucho del aumento sin freno de los homicidios en lo que va de la presente administración en Costa Rica, es consecuencia de ajustes de cuentas, una figura literaria con la que Rivas explica la naturalización de la barbarie en esa ciudad paradójicamente llamada “Villalinda”.

Hemos entrado en una era sin retorno en Costa Rica. Tenemos ya muchas Villalindas en funcionamiento. A la vuelta de la esquina tendremos también líderes políticos empleados por estos poderes fácticos (si es que eso no está sucediendo ya) y serán ellos los que designen las políticas sociales y tomen las decisiones más importantes en el país.

¿Qué hacer? Les tengo una noticia para cerrar este 2025. Por primera vez en cinco años que llevo de compartir esta columna, me quedo sin palabras ante esta realidad que parece ficción. No es derrota: es sentido de lo obvio.

Por lo pronto tenemos como sociedad una oportunidad clara para intentar cambiar el rumbo de las cosas a partir de febrero. Que esa “plata nueva” no se nos convierta en ese nuevo contrato social que tanto buscamos recomponer.

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