HURGANDO NUEVOS MODOS DE “ENCENDERNOS”

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

La posible vuelta a la vida “normal” cada vez va tomando forma, en medio de otros contextos planetarios complejos que ponen de nuevo la incertidumbre como centro y paradigma.

No está demás en decir que aquello que conocíamos como “normal” formaba parte de una realidad compleja, organizada a imagen y semejanza de un sistema social y económico donde prevalecía y prevalece la competencia, el individualismo, el éxito de quienes poseen vía la acumulación y el extractivismo a todo nivel.

En medio de estas lógicas perversas de concebir la vida y organizar el mundo cotidiano, el sujeto ha quedado anclado a nuevas demandas de “estar”, en las que la exigencia por el rendimiento se ha trasladado de la dimensión económica a los mecanismos subjetivos de funcionamiento. Una suerte de nueva era en el campo emocional llegada con la pandemia, coloca el acento en la persona, a la que se le solicita casi con devoción de mercado, que debe transigir con lo que le asusta y le incomoda para construir casi que en el acto una sensación de bienestar solo comparada con la que dan las compras de pasillo en cualquier tienda de conveniencias.

Se olvidan estos enfoques que para construir nuevas experiencias emocionales se debe pensar en una colectividad que trascienda esa necesidad individualizante que coloca la noción de bienestar, sentirse bien, en un no lugar, como si se tratara de un activo a tranzar en cualquier bolsa de valores.

Hay otras posibilidades de reactivación que trascienden los números. No negamos que sean importantes los números, pero se debe equilibrar las estrategias colectivas para que todos seamos integrados.

En una conversación sostenida recientemente con la psicóloga costarricense Ana León, de la Escuela de Psicología de la Universidad Nacional, repasábamos el concepto de “respiraderos”, esas posibilidades de creación de espacios colectivos para conectar nuestras emociones en un plano amplio y solidario.

Es algo así a lo que Oliva López Sánchez llama discutir los paradigmas “psi” y hegemónicos del bienestar, basados en la premisa de que la salud mental y emocional solo tiene relación con mecanismos fisiológicos y neurológicos, sin considerar otras variables donde lo biológico no sea sobredimensionado.

En su trabajo reciente, publicado en CLACSO y que invito a consultar (“Bienestar emocional: La simplificación de la vida afectiva en el paradigma hegemónico de la salud mental en tiempos pandémicos”, en Políticas, afectos e identidades en América Latina, 2022) sugiere “pulverizar” ese enfoque dominante que coloca la obligatoriedad de sentirse bien como un bien transable por las personas en el “mercado afectivo”. A la letra señala:

La tiranía de la actitud positiva y el optimismo cruel se superpone a las miradas reflexivas que puedan dar lugar a la interpretación del sufrimiento emocional como una muestra de solidaridad y sensibilidad y no solo como una cuestión patológica que habría que erradicar. Las explicaciones simplistas y taxativas que organizan el cuidado de la salud mental tienen que ser interpeladas. La solución a los problemas derivados no radica exclusivamente en el aumento del presupuesto y la promoción de la salud mental y emocional como un atributo de las personas que tienen que reforzarse. Se requieren trabajos genealógicos para destramar las concepciones actuales en cuanto a la vida mental y emocional y, a partir de ahí, construir estrategias comunitarias de atención desde perspectivas relacionales” (López, 2022:287).

Me quedo con esa idea de las estrategias comunitarias y relacionales, ambas acosadas por el impacto de un discurso hegemónico economicista que le ha hecho demasiado daño a la capacidad de mirarnos y sentirnos parte de un nosotros horizontal.

Me apego a la idea que el afecto es un bien público, colectivo y que debemos buscar su reactivación, su luz, como formas posibles y nuevas de encendernos.