Aporte al laboratorio de teatro comunitario a realizarse en la ciudad de Ocaña, Colombia

En Ocaña se celebrará el Laboratorio de Teatro Comunitario Festejo de la Memoria. 

El proceso de formación será presencial en Ocaña del 9 al 17 de septiembre de 2023. Además, se compartirán las herramientas prácticas con enfoque diferencial en el desarrollo de procesos de investigación participativa y creación conjunta con las comunidades.

La idea de integración la venía liderando el anterior secretario de Educación, Cultura y Turismo del Municipio de Ocaña y hoy está bajo regencia de la doctora Karina Claro Sabbag, como secretaria encargada.

Entre los escritores ocañeros destaca como dramaturgo el profesor y ex director del Instituto de Bellas Artes de Ocaña, don Miguel Ángel Quintero, siempre recordado y de exigente presencia en el ámbito literario ocañero. Hoy se cuenta también con el dramaturgo Juan Carlos Manzano Carrascal, escritor residente en el corregimiento de Pueblo Nuevo, comprensión rural de Ocaña, desde donde prepara una pieza teatral titulada ‘Diatriba’ que recoge las memorias de nefastos episodios de la zona del Catatumbo y los expone en una temática universal para resarcir las penas del alma. Manifiesta el nuevo escritor que es la oportunidad para resaltar la capacidad de los habitantes de la región en superar el conflicto social.

En mi caso personal no he incursionado en el género del Drama. Como una contribución al evento cultural mencionado a realizarse en la ciudad de Ocaña, he redactado el Cuento-Drama “El Sueño de Rolando”, esperando sea acogido por alguno de los grupos teatrales participantes para su montaje y presentación, quedando altamente complacido y agradecido, de antemano, por tal escogencia.

Cordial saludo.
Carlos Meneses Reyes.
Bogotá. DC 18 de agosto de 2023

El sueño de Rolando – Cuento-Drama.

Por Carlos Meneses Reyes

Rolando no había pensado que a su edad pudiere volverse a enamorar. Había transcurrido demasiada agua debajo del puente de su vida, desde que había abandonado su país y cual trotamundos de aspirante a ser ciudadano del mundo, con un compendio de leyes recién editadas y un volumen de El Capital de C. Marx, más una muda de ropa en su maleta, había pasado las tortuosas requisas de la policía política, que intentaron no dejarlo salir del país, pues no les cuadraba que un afamado catedrático de la izquierda, de buenas a primeras abandonara la nación, siendo que en múltiples registros políticos aparecía como un “peligroso” libre-pensador, antifranquista, antiimperialista y enemigo de la armoniosa convivencia de un frente nacional que había traído “la paz y la concordia” entre dos partidos, que se escudaban en el pueblo trabajador y explotado, para aumentar sus ingresos oligo-plutocráticos, tal como la Historia lo fue comprobando. Temían que su labor en el extranjero fuera la de la denuncia política, contra un gobierno de hegemonía contra todo interés popular.

Pero Rolando no pensaba en cuanto hizo y cuanto dejó de hacer durante sus dos décadas de exilio político. Destacaba siempre que mediante sus análisis de lo coyuntural concreto, se daba la circunstancia precisa para regresar. Regresaría al país como uno más de los centenares de miles que les tocó salir. Con el mismo pasaporte y su nombre de pila que le identificaba. Solo, medio calvo, sin pensión asegurada, se había ilustrado de los sorprendentes cambios que había tenido la ciudad capital y le apareció alucinación cuando se detenía a observar las congestionadas vías, múltiples puentes, para vehículos y peatones, modificación del transporte urbano masivo, centros comerciales inmensos, las múltiples soluciones de vivienda en una atiborrada cultura del ladrillo y siempre prevenido, demasiado prevenido, para que no le asaltaran su maleta y carriel con documentos y discos duros que traía para instalarse, en todo un paisaje que le parecía nuevo, mas no extraño.

Rolando intentó trabajar en su profesión de abogado. Ya a ningún colega de su edad conocía: o eran cesantes o habían fallecido. Tocó en una prestigiosa firma de abogados que resultó ser dirigida por el hijo de un ex magistrado de la Corte, que había sido su compañero de estudios en la Universidad Pública. Mostrando sus atestados y haciendo gala de su experiencia profesional, logró dirigir un caso, consistente en sustentar un recurso de casación en cuya técnica era sobresaliente. Dos años después el caso resultó ganancioso; pero más que eso le permitió revivir la actividad del rebusque “de abogado de baranda”, hasta que sobrevino el colapso, no solo nacional sino mundial del contagio del Covid-19. Por ser de la tercera edad le tocó el suplicio de aplicarse todas las vacunas. No pudo regresar al Centro de la ciudad durante dos años y el reconocido bufete de abogados cerró sus puertas. Rolando continúa creyendo que fue un invento del neoliberalismo para acabar con la libertad laboral.

Rolando, haciendo caso omiso a recomendaciones de familiares y allegados decidió dejar la capital e irse a vivir a su villorrio o pueblo natal. Consideró que después de treinta años de no visitarlo, nadie iba a conocerlo. Trataría de pasar desapercibido, con una cachucha y el tapabocas preventivo y como dicen “aplicando un bajo perfil, ala”. Se instaló en un módico apartamento en un edificio central, recordando que en la huerta donde se erigió, jugaba “a los machazos” con niños y niñas de su edad. Recién llegado, su primera sorpresa fue cuando transitando por una de las estrechas y ruidosas calles centrales, un señor entrado en años le gritó agitando las manos: “Rolando de los Rolandos” (con nombre y apellidos completos). Reconocido organizador de huelgas contra el rector del Colegio Oficial, según me lo decía el profesor Pallares” (1). Se trataba de un reconocido personaje vendedor de lotería, siempre con un saco cruzado cerrado y quien hacía gala de formidable memoria. Ante eso, contradictores políticos gratuitos difundían el que Rolando había organizado un paro cívico porque se iba la Luz en el pueblo y que fue tan efectivo ese tal paro que la Luz siguió yéndose. También, luego de asistir a una ceremonia de presentación de un libro, alguien a voz en alto al ver a Rolando exclamó: “ese fue el que hace tantos años trajo a diez mil campesinos en protesta a que se orinaran en el Parque Central”. Pese a todos eso, Rolando continuó viviendo en el villorrio, hoy con características de desordenada ciudad. Se fue adaptando con mentiras piadosas como las de que permanecía muy pocos días en la ciudad, viajaba en carros particulares piratas o de servicios públicos, no se montaba en motos taxis y no asistía actividad social alguna; como tampoco frecuentaba a sus escasos amigos o conocidos que aún quedaba en el villorrio. En esa tierra que lo vio nacer se había multiplicado su capacidad de escribir y de análisis en cientos de artículos que no publicaba “por aquello, no?”. También se intensificó la lectura sobre todo de lo criollo y aunque en las librerías se encuentran libros caros para el lugar, optó por comprarlos, leerlos, consignar alguna opinión en el archivo de su computador y dejar el libro leído en cualquier cafetería para que ojalá fuera aprovechado por un lector ávido como él.

Pero llegó o tocó Cupido a Rolando. Un día, al caer la tarde, degustando un tinto en una cafetería del centro (desde la universidad lo conocían como “mister solo”, más no era el momento de explicar por qué) entró a comprar pan una espigada dama, con un vestido de seda que tallaba su figura desde los descubiertos hombros hasta cerca de los talones, ajustada su cintura con fajón de reata forrado de tela del mismo color del vestido. Zapatos negros mocasines de tacón corto. Colgaba sobre su cuello un collar scalpers de corte ingles, que aunque no costoso, de detallado y cuidadoso artificio al elaborarlo. Hacía juego con dos aretes colgantes, su pelo castaño rubio recogido, sin delineantes artificiales sus cejas, de labios rojos resaltados y su mirada proveniente de dos hermosos ojos, que Rolando, súpito por impresión repentina, no supo definir su color como preso de un infundado temor que al caer el día- por ser tan luminosos- la noche que avecinaba se los llevara. Él se levantó de la silla y ella al notarlo se quedó mirándolo y a voz en alto dijo: “Yo a vos te conozco. De vos hablan mucho y eras muy buen mozo”. Rolando asintió a responder sin ninguna timidez: “Yo también se quien sos y como te llamas”. Como intuitivamente, ambos se tomaron de la mano y la verdad sea dicha, nunca más volverían a soltarse sus manos.

Todo se dio de tal manera que desde ese momento en que se encontraron cambio la vida solitaria de Rolando y la vida aislada, parsimoniosa y de soledad de su amada, quien se había divorciado desde hacía unos treinta años, cuando ella aun frisaba por los 30 años de edad y desde entonces hombre alguno se había acostado al lado en su tálamo. Rolando y su agraciada dama acordaron que ni ella lo visitaría en su apartamento ni él frecuentaría su casa, para evitar las lenguas chismosas del vecindario.

Acordaron programar viajes a ciudades cercanas más grandes. Viajar a los innumerables y bellos pueblos que ofrece el mosaico nacional. Conocer playas desconocidas como su fueren los protagonistas en una bahía azul. Como resultado de una de esas salidas una amiga y vecina la abordó: – “oí, vos donde estabas que estas como bronceada”. Ella le contestó: – “Pues no so boba, me la paso arreglando el jardín y la huerta y con estas resolanas, ahí tenés”.

La relación amorosa iba viento en popa cuando tal armonía resultó alterada como resultado de un embargo judicial. Resulta que un hermano de Rolando, dedicado a la venta de bienes raíces y sede de sus negocios en la Capital y con quien Rolando no se trataba desde mucho antes de su salida del país, le había vendido una finca a uno de los hermanos de su amada, con tan resolutivo desenlace que debido al incumplimiento del consanguíneo de ella, optó por embargarle, por daños y perjuicios adicionales, los derechos y acciones que poseía en pro indiviso sobre cuatro propiedades en que ella aparecía como titular de bien herencial de esa familia. Agregado a eso sucedió que uno de los numerosos primos hermanos, que ostenta el mismo apellido de Rolando, se fue a vivir con la ex esposa de un hermano de su amada. Él nada sabia y mucho menos que en el villorrio corría el cuento “que se la había robado y se la había llevado a vivir con ella”. Cosa que jamás fue cierta, sino meras habladurías. Total, el ambiente de rivalidad entre la familia de Rolando y la familia de su amada se fue caldeando. El hermano de su amada, afectado por el supuesto rapto, obtuvo de la propietaria de la tienda de la esquina del barrio, la información clara y precisa que su hermana tenia amoríos con el tal Rolando del mismo apellido de su enemigo y de los frecuentes viajes de ella con su amado. También llegó a saberlo el hermano de la amada que había sido embargado. Una prima hermana de la amada de Rolando y que hasta el momento había sido su aliada y confidente, le aconsejó: – “Ve, so linda. Vos porqué mejor no te dejas de todo eso con Rolando. Ya vos a tu edad p´a qué vas a cazar problemas, si vos vivías muy bien como estabas”. Al final, a oídos de Rolando llegó la especie, que en la tienda-cantina del barrio, el hermano de su amada, sin superar aun su fantasiosa ofensa, había exclamado a voz alta: – “Ahora si nos compusimos en la casa. Con un revoltoso y enemigo de la familia adentro”.

SEGUNDA PARTE Y DESENLACE

Todo tomó de sorpresa a Rolando y máxime cuando su amada le manifestó: – “Yo no tengo nada contra tu primo hermano que nos embargó; pero te advierto que no iría a su casa si nos invitare”.

Tanta sinceridad fue creciendo, afectando el encanto entre ambos. Rolando no podía comprender que en pleno Siglo XXI fuera el protagonista de la inmortal obra en dramaturgia de la literatura universal “Romeo y Julieta”. Esta tragedia cuenta la historia de dos jóvenes, perdidamente enamorados, que debido a la oposición de sus familiares y fatales relaciones de rivalidad entre las dos familias, por asuntos económicos y de rangos, tengan que vivir juntos a escondidas con fatales agresiones que conlleva a la desventura de optar por el suicidio antes que vivir los dos amantes separados.

Rolando llegaba a plantearse como contribuir a la reconciliación de ambas familias, en tratándose de una pareja de la edad de oro, felizmente enamorada, que en sus esquelas de mensaje de texto le manifestaba a su amada: “Qué podré hacer pétalo sentimental aislado de flor naciente, ante el haz de admiradores que tendrá ella”. Le agregaba: “Dama de mis ilusiones. Primor de mi pensamiento. Bella estrella de la mañana. El rojo de tus labios te engalana la faz. Te viste cual flor en jardín de hadas. Y allí me encuentro atado, enamorado, agradecido por permitirme volver a explorar ese escenario alado”.

Ya Rolando no se hallaba en sí, él un defensor de la vida penando por su amada. Se le entrecortó la respiración, sus manos extendidas no podían asir nada y desde lo más recóndito de su mente escuchó un vozarrón de ultratumba: – “Rolando, estas condenado a ser un tinieblo!”. Es en ese momento cuando agitado y sudoroso despierta y comprendió que todo lo relatado había sido soñado.

Nota del autor. (1) La mención del apellido del profesor es ficción.

La expresión tinieblo corresponde a la picaresca popular que así llama al amante que a escondidas ve a su amada.