San Rafael, tan cerca de la vida y tal lejos del arte
Grandes culturas en la antigüedad se asentaron cerca de las fuentes de la vida, el agua.
Babilonia entre el Tigris y el Éufrates, Egipto en el Nilo, Tenochtitlan dentro del lago Texcoco. Diferentes zonas geológicas fueron plataforma, génesis y evolución de espectaculares culturas, agricultura, arquitectura, organización social y religión; conocemos los alcances de estas culturas a través del arte. Construyeron en el desierto, en montañas inhóspitas y hasta en el centro de lagos.
Si, la cultura es decantamiento de la visón de mundo formada a través del tiempo y del espacio, de lo que subyace debajo de nuestros pies, de los espacios lejanos, de lo que escuchamos al amanecer, del legado de nuestros ancestros, del suelo donde sentimos la vida, del aire que nos permite reflexionar y de los sueños de los hombres.
Nuestro entorno nos moldea, nos inspira, nos provee de una identidad, nos aporta, de manera sutil, una cultura de pertenencia y de disfrute de lo que somos capaces de sentir, de racionalizar y sobre todo de poetizar.
Nuestro pueblo, San Rafael, atalaya entre la montaña y el valle, entre la fuente de vida y el afán de los hombres, solo nos basta mirar en la dirección correcta para encontrar los colores poseedores de la energía de la vida, el oído atento sabrá encontrar la riqueza sonora de los vientos, de las aves y del pequeño riachuelo; sentir el olor a hierba fresca, tierra mojada y de la hoja que posa en los manantiales. Espacios abiertos donde transita la nube, reposa la niebla y vuela el gavilán.
Tanta vida y belleza escénica no encuentra eco en una cultura artística fecunda, promovida y orientada a los talentos locales, que los hay.
Si de la vida nace el arte, el arte es vida, el arte refleja el grado de evolución de los pueblos, pues la creación está en la base de toda evolución, se quiera reconocer o no.
Aquiles Jiménez, junio 2023
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