Gerardo Morales García, historiador y escritor costarricense.
En la madrugada del 1 de mayo, Habib Succar me hizo llegar un mensaje de los que uno no quiere que le lleguen nunca. Me informaba de la muerte de Mario Oliva Medina, ocurrida a las diez y resto de la noche, del 30 de abril. Intenté desde ese momento comunicarme con Marta, su esposa o con Marito su hijo y fue, por razones obvias, imposible. No me he repuesto todavía de esa muerte tan cercana, del amigo y del compañero.
Con Mario Oliva no hablaba, curiosamente, desde hacía tiempo, a pesar de que siempre mantuvimos una profunda relación de amigos, casi de hermanos en algunos momentos. Caigo ahora en la cuenta de que tal vez, en mi caso, no acepté que Mario estuviera enfermo y nunca lo vi como tal. En realidad, quería recordarlo siempre como el Mario Oliva que conocí en 1976, justo cuando llegó al país y nos vinculamos desde entonces con muchas actividades de estudio y de promoción cultural, vínculo que se mantendría activo hasta poco antes de su muerte.
Los recuerdos de mi amistad con Mario Oliva se superponen, se entrelazan con otras muchas personas que durante varios años caminamos por los pasillos de la Universidad Nacional y en particular por los pasillos normalistas de la Escuela de Historia. Éramos un grupo grande y bullicioso de estudiantes y estudiosos que se juntaron en una especie de comunidad intelectual, donde cada uno aprendía de los otros.
En ese entonces queríamos revolucionar todo, tomar el cielo por asalto como se dice en estos casos, y para eso participábamos en la vida política universitaria y en particular en la vida de la Escuela.
Nos definíamos como estudiantes de izquierda, o progresistas y nuestros maestros eran los autores radicales de libros de historia que nos llegaban en inglés o traducidos al español, de la talla de Eric Hobsbawm, E.P.Thompson, Georges Rudé, Christopher Hill, Maurice Dobb, Joseph Fontana, Raphael Samuel y muchos más.
Estos libros circulaban entre nosotros y eran discutidos con los profesores, en las aulas, que se constituían a veces en asambleas de historia popular y en las sodas de la Universidad.
En esa Escuela de Historia, de finales de la década de los setenta y de la década de los ochenta fue donde se formó Mario Oliva y la que hizo posible que Mario fuera lo que fue, uno de los más importantes historiadores e investigadores de los movimientos sociales, de los campos intelectuales y culturales, no solo en términos nacionales sino latinoamericanos.
Habría mucho que decir y recordar de la Escuela donde se formó Mario Oliva y de la riqueza cultural de una Escuela y de una Universidad que apostaron como nunca antes al compromiso social y a su necesidad histórica.
Los profesores, los debates, las dinámicas internas, la vida social de la Escuela, los recorridos nocturnos por los bares cercanos de la ciudad de Heredia, donde se continuaban las discusiones iniciadas en las aulas hasta altas horas de la madrugada, en la Choza de Alfredo, y en otros sitios bastante conocidos de la época, todo eso fue parte de un tipo de formación que hoy en día no pareciera existir ya.
En estos recorridos andaba siempre Mario Oliva, generando polémica y afianzando amistades.
Los profesores de la Escuela de Historia, jóvenes algunos y menos jóvenes otros, motivaron siempre el debate, el encuentro, cada uno a su manera.
Campos temáticos como la historia agraria, la historia demográfica, la historia social, la historia de los movimientos sociales, presentes en la Escuela, generaban un ambiente de un aprendizaje extraordinario que todos aprovechamos de la mejor manera.
Profesores como Lowell Gudmundson, José Antonio Fernández, Carlos Araya Pochet, Héctor Pérez Brignoli, Franco Fernández, Carlos Luis Fallas; o Gerardo Mora, de una generación más joven, Gertrud Peters, Mayra Cartín, Edwin Salas, y nuestro querido Rodrigo Quesada, quien llegaría por entonces de Inglaterra con un montón de nuevas ideas y planteamientos, agitaban las mentes de los estudiantes de Historia y de Estudios Sociales que querían ser discípulos aventajados.
Entre estos estudiantes de la Escuela, aparte de Mario Oliva, estaba Carlos Naranjo, Mayela Solano, Jorge Arturo Montoya, Guido Sibaja, Ernesto Feoli, Maroto, quien escribe y otros, quienes, en algún momento y bajo la orientación de Mario Oliva, tuvieron el atrevimiento de fundar una revista con el nombre de Angela Baroni, en recuerdo de las mujeres anarquistas. El anarquismo, otro componente del humus fértil de una Escuela de Historia por entonces muy viva, de la cual no se ha escrito todavía su historia y su aporte a la historiografía costarricense.
Traigo esto al presente y en memoria de Mario Oliva, porque es parte de la historia de una Escuela de Historia que formó a muchos en nuevos campos de las Ciencias Sociales y en particular a nuestro recordado Mario Oliva Medina.
Ya a finales de los ochenta Mario Oliva tenía claramente definido su propio programa de investigación que se consolidaría en los años siguientes con una bibliografía activa de muchos títulos y de campos de interés amplios y fundamentales: la historia de los artesanos y obreros, el aporte de los intelectuales a la vida política y cultural del país, la presencia de José Martí en nuestra cultura, el papel de Joaquín García Monge y el Repertorio Americano, la Guerra Civil española, las ideas antiimperialistas y otros de no menor importancia.
Mario Oliva fue siempre el amigo solidario. Fue un hombre bueno en el mejor sentido de las palabras. El poder burocrático le fue muy circunstancial. Tenía claro que el era un latinoamericanista, un ciudadano de la Patria Grande. Y que su deber era enriquecer la historiografía social y cultural latinoamericana. Para eso trabajó, abriendo campos nuevos que muchos otros historiadores jóvenes retomaron y ampliaron.
Me gusta la idea de que sus cenizas, llevadas por las corrientes del Pacífico, toquen las costas de muchos países con los que se identificó y visitó. Desde México hasta su Chile natal, y en particular su Puerto Montt.
La presencia de Mario Oliva Medina seguirá viva, muy presente, en la historiografía latinoamericana y en el recuerdo de muchos de nosotros, sus amigos y hermanos. Eso al final es lo más importante.