Mujer medusa: Diálogos con Yolanda Oreamuno
Oriana Ortiz. Educadora social y artista
Es terrible ser mujer ¨medusa¨ de esas que no han logrado complacencia en los dos grandes escenarios de significación que nos han brindado, por un lado, el foco de iluminación que aporta el saber disfrazarse como una muñeca perfectamente ataviada y maquillada, que se mueve adivinando el movimiento de los ojos que la hacen cobrar vida, como la protagonista absoluta y efímera de los reprimidos deseos masculinos, que no pueden depositar en sus ¨damas¨. A esas que se les ha regalado el perverso lado de la beata bondad, infinito canasto de beneficencias, donde cualquiera podría encontrar alimento, abrigo y sobre todo ¨perdón¨ irrestricto, todos y todo, menos la disaciosada portadora, que a como sabe de cuidados y serenidad también es una artífice de la autonegación y de las mayores tipos de violencia que podríamos perpetrar: la consumación de un camino, donde cada ocasión es una oportunidad para marcarnos en la piel, como las necesidades y planes de los otros, están por encima de los propios, porque sí, porque así lo dijo ese ¨dios¨ que no se bastó con violarnos desde el inicio de la historia, sino que además se regocija en profanar el camino al cielo, el único camino conocido para alcanzar desde estos pies terrenales la eternidad.
Y así la vida se encarga de repetirnos tales condenas desde que nuestros ojos tratan de despuntar destellos con la luz, es como si una sombra de desaprobación no acompañará permanentemente, en ocasiones para atragantarnos ilusiones y convertirlas en dolores de panza o simplemente para despejarnos posibles migrañas, lo más grave aún, y que supongo será considerado de menor relevancia para los perpetradores, pues que hayan unas cuantas mujeres con la frente de cara al sol, no significa que podrá ser derribada la dicotomía, me refiero a las que se aprendieron a destejer, pero los miedos y los lugares estrechos donde sus ambiciones y palpitaciones renunciaron a amoldarse, éstas mujeres son simplemente una rareza…
Así las mujeres ¨medusa¨ cobran vida, y quizás con cierta nostalgia debo escribir las palabras a continuación, pues descubrir la verdad inevitablemente nos condena a ese impostergable cementerio que cargamos a cuestas, allí donde constantemente dejaremos descansar personas, lugares y memorias que en un tiempo de cercanía emotiva nos proveyeron vida en nuestras esperanzadas venas.
Con ese pasaje a la muerte a nuestra disposición, ya no es imposible doblegarnos ante la voz masculina que trata de retratarnos en su contexto de cacería, ahora podemos oler las feromonas, las proyecciones ajenas, los sentimientos a medio germinar o una auténtica intención que son escasas, pero las hay. No pretendo ser mezquina con este planteamiento, pero es hiriente el rebajo vulgar en el que ha caído la apreciación de la belleza estética, y más aún la femenina, donde salir a la calle es protagonizar una persecución por calificar si se está ̈cumpliendo ̈ con el desfile de carne que esperan los perros hambrientos, desde insultos, insinuación de agresión, invasión del espacio personal, hasta comentarios correctivos de cómo tu panza, tus piernas, tu boca, podrían ̈verse mejor ̈ o en el último escalón del irrespeto a la intimidad deberían cambiarse…
Describiendo las anteriores situaciones, como una clara vejación de la interacción humana y que el único castigo social que se concreta es su naturalización, y me abstengo de entrar en detalle sobre las innumerables abusos físicos y sexuales que se materializan en nuestras sociedades, anclados a los castigos ontológicos citados unos párrafos atrás.
Pero además de este panorama que innegablemente sitúa a las mujeres en un estado de alerta, no solo de su bienestar físico, sino de su claro condicionamiento donde ¨la expresión de su sexualidad¨ en vez de constituirse como una posibilidad de recreación del ser al igual que el intelecto o la creación, se posiciona como un doloroso reconocimiento de la culpa con la que nacemos, en medio de las piernas, y donde evidentemente no existe espacio para su exploración o disfrute.
Disfrute que ha sido relegado al plano privado, como una transacción comercial más, donde la garantía que indemniza la firma de un contrato puede aportarnos la posibilidad de caminar en esas calles, con el velo de aceptación social que nos cubre desde que aceptamos ofrendar la catedral de nuestras vaginas a un solo pene sacerdotal, mismo que nos esgrimá de instintos carnales o pasiones desenfrenadas, que habitan en nuestro misterio, tan censurado y venerado al mismo tiempo.
Así pues, las que prefieran las jornadas eclesiásticas, concurridas y festivas, a pesar de no temer a la condena y ayudar a tantas almas, incluida la propia, a transitar la trascendencia y seguir habitando esta tierra, serán apedreadas inclusive por las personas que duermen a su lado, o por aquellos que hacen alardes de claridad ante la pureza, tremenda tarea, ¿no?…
Y en este tremendo juego de ajedrez perverso en el que configuramos los vínculos sexo-afectivos son pocas las personas capaces de renunciar a su lugar de privilegio, sería como cercenarse una parte del cuerpo que los sostiene en las relaciones de poder, en las que nos configuramos y movemos, por lo que brindar un espacio real para que una mujer esté en igualdad de condiciones, podría leerse por las almas adoloridas como posible peligro, por las mentes débiles como una inclinación de la balanza hacia el lugar de la pérdida, y para las batallas sociales, como alguien que está ¨jugando desde el lado de los perdedores¨.
Aquel que logre sobrepasar tales trampas, estará en posibilidad de embriagarse en la energía sexual de las mujeres y volver fortalecido y agradecido de la experiencia y no confundido e iluso en la búsqueda de estrategias para su opresión.
¿Será acaso que nuestros hombres podrán ostentar orgullo al salir victoriosos de conquistar mujeres que han crecido asumiendo su sexualidad como un motivo de agresión y abuso, y después de ¨resistir¨ y ¨defenderse¨ de múltiples circunstancias violentas, quizás entre cansancio y resignación entregan las llaves de su misterio al primero que sea medianamente cortés y atento? En lo personal, considero humillante ser partícipe de tal transacción, presumiendo el trofeo de una guerra silenciosa, donde se mercadean los cuerpos de las mujeres. Tengo que hacer hincapié en este punto, si el cuerpo de las mujeres, pues si no existe autonomía en este plano tan básico, no lo podrá haber en otras áreas del desarrollo humano, a las que cualquier persona podría aspirar.
Volviendo al tema de la condena, aquellas que bravas como lobas en cacería, decidan no renunciar a sí mismas, y desplegar las alas de sus vulvas musicalizadas como la corriente de una cascada y su sonido nos traslada a la frescura y la fuerza de la vida, pagaran con su íntegra y plena presencia, las facturas de soledad, desacreditación y castigo que vengan del exterior, como un secreto a voces, que nos tragamos entre deseos, argumentos y la vomitada inducida.
Así convivimos entre cadáveres de mujeres que adolecen agresiones plurales naturalizadas, pequeñas o grandes, todo con tal que desahogar la pena del agravio cometido, de ser dueñas de su poder creativo, niñas madres del camino de perdición que ¨les tocó¨ por las sendas de placer que nos palpitan en medio de las piernas, por los pechos rebosantes de leche, que son capaces de aliviar las hambres del alma, pero de los cuales no podemos maravillarnos ante la permanencia de estos misterios aquí en la tierra, nuestra desidia nos obliga a querer ¨poseer¨ lo divino…
Y ahora que llego a este punto, me merecen unas cuantas ideas, incitar a que el lector palpe el segundo escenario, el de la madre abnegada, carente de criterio, de proyecciones personales, pero sobre todo, carente de vitalidad, esa mujer que alcanza la ¨cumbre¨ de la aceptación social, es la capaz de imponerse una flagelación tal que satura sus actividades de cuido, donde no existe tiempo para escucharse, así convencida de que alejarse de la manifestación de su energía más instintiva, innegablemente sexual y creativa, le permitirá perpetuar su lugar de ¨tranquilidad social¨, y ella misma no se auto estropeará sus posibles engranajes de estabilidad, que la alejarán de la culpa, con la que ha tenido que lidiar toda su vida.
Y no podemos dejar de colocar en el trono, la mayor muestra de dotarla del lugar de importancia indiscutible, el reproducirse y que esos niños sean frutos de la legítima victoria de su esposo en las contiendas de conquista, preferiblemente niño, para no cargar con una niña que cuidar o ¨corregir´ por su naturaleza defectuosa, y el motivo perfecto para no abandonar jamás el encadenamiento definitivo a la sombra de un hombre, y resignarme al cuidado de ¨otros¨.
Donde el desgaste le jugará malas y aliviadoras pasadas a mi mente, y así por fin recordar mis propias aspiraciones no me consumirá más detenimiento que la de un recuerdo vago, de una persona ajena, que en algún momento existió y la colonización completa y una vez más tranquilizadora de que la mayor realización que puede asumir mi vida, es la del hacerme cargo de alguien más, me arrojaran a la amnesia segura de mi destino único, donde no hace falta tomarse la molestia por cuestionarse, además que habría de cuestionarse? si el cuento de hadas que conozco desde antes de hablar me lo ha anunciado, y la estructura social se encargó de que no lo olvidara, facilitándome con voces atentamente amenazantes, desaprobadoras y adoctrinantes, donde muchas veces pude reconocer el lugar más seguro, el del olvido de mí misma.
Como en el primer escenario, vemos en este último la personificación de la ¨mujer decente¨ como un cuerpo carente de su expresión sexual, aceptada únicamente en términos reproductivos, y con un tiempo de sacralización, donde depositamos la pesada tarea de representar las bondades que nos han quedado debiendo nuestros dioses judeo cristianos, y donde ni siquiera existe una representación clara de las deidades femeninas, en resumen le pedimos que sea dios, pero un dios en función de necesidades terrenales, imposibilitado de acceder a su fuente de poder, su sexualidad sana y activa, y le arrebatamos la característica de renovación, la de concebir también la muerte, esa se la hemos pedido para nuestra diversión, y con esa misma protagonizamos el episodio más oscuro de la historia de la humanidad, desconectarnos de nuestra dualidad.
Retomando mis palabras del inicio, es terrible nacer ¨mujer medusa¨, y aprender a convivir con la soledad, no solo la que te arrastra en el entorno, sino la que te corroe los huesitos, esa que atenta contra los pasos temiblemente presentes que sabés dar, a la que invocamos cuando nos quedamos sin fuerzas y tenemos la pérdida de significado, pero es la misma que si aprendemos a rumiar, puede contenernos en la auténtica paz, desahogar los llantos propios y los comprados, destrabar las dudas que nos ponen la soga al cuello y la que nos habla de quienes somos, la que no ha desconfiado ni un solo segundo de nuestra valía y capacidad, la que no nos permite abandonar y la que quiere llevarnos a navegar el mar, ese lugar donde nuestra alma nunca más sentirá hambre de profundidad.
Y repito, es terrible nacer mujer medusa, porque no te quedará más remedio que escucharte y volver a empezar, no tendrás más opción que insistir y pelear por lo que te pertenece, necesitarás olfatear con cautela y esmero para reconocer lo que te importa.
Y habrán muchas noches de frío y angustia, un cuerpo que te pida tregua, pero sin titubear te aseguro que el mejor lugar desde donde podrás ver el amanecer y tus caídas son distorsiones ficcionales es tu propia y completa ACEPTACIÓN.
Y para mis siempre honrados y estimados amigos, desde lo más claro de mi corazón, les deseo interminables oportunidades para aprender a relacionarse con las mujeres, no desde la posesión, el auxilio o el desenfreno doliente de la pasión, no, definitivamente desde otro lugar, desde el estado inalterable de la presencia y la escucha, donde los nudos de nuestra emoción o mente pueden encontrar sendas bastas y en permanente mejora para el encuentro genuino, eso de andar por la vida con la tarjeta lista para cobrar créditos de poder a las mujeres con las que se relacionan, primeramente los hacen estar terriblemente engañados, pues al final creerse victorioso en medio de mujeres moribundas, es desleal y avergonzante y además les acarreará un sin número de vínculos condicionados, donde no podrán acceder a la esencia de sus compañeras, y finalmente, pero no menos importante, perpetúan así el feminicidio simbólico de miles de mujeres, hasta de las que con contradicción y pasión se agencien respetos o amores, en sus manos consumadoras, en sus ojos cómplices, en sus palabras descalificadoras y en sus acciones tardías, caerá el peso de ésta masacre, en el que las mujeres se mueven cada día intentando sobrevivir y donde los hombres definitivamente vagan en el camino, donde los hombres no saben quiénes son…