Humanismo y política
Arnoldo Mora
Dentro de una concepción democrático-liberal del Estado, la razón de ser del parlamento es, ciertamente, aprobar leyes para el buen funcionamiento de la República; pero el principal acto de legislar es aprobar, reformar o improbar anualmente el presupuesto enviado por el Poder Ejecutivo; de esta manera, el Poder Legislativo ejerce su función de primer poder de la nación, al ejercer un control efectivo sobre lo más importante de los otros poderes, cual es la dotación de recursos para que estos poderes ejerzan sus funciones constitucionales. En efecto, es en el presupuesto que se demuestra la voluntad política real del Estado en cuanto a sus prioridades; sin recursos económicos, ninguna declaración tiene valor real; si las cifras contenidas en el presupuesto dicen lo contrario, estamos ante un vulgar acto de demagogia o de doble moral. Eso mismo acaba de hacer la mayoría de los actuales diputados al cercenar drásticamente los recursos para los Ministerios de Cultura y Educación y a las universidades públicas. Al proceder así, esos diputados están erosionando las bases mismas de la democracia, al privar al Estado de los medios indispensables para ofrecer a los ciudadanos la posibilidad de cultivar los mejores valores del espíritu, sin los cuales el ser humano corre el riesgo de embrutecerse.
Al tomar estas nefastas decisiones, los diputados no hacen sino reforzar la imagen altamente deteriorada que una creciente porción de sus compatriotas tiene de ellos. Acaban de estrenar un espernible mamotreto como recinto parlamentario, que costó millones de millones del pueblo.
Hace miles de años, nuestros antepasados primitivos eran más cultos que el grupúsculo que ha perpetrado ese “culturicidio”, pues en las Cuevas de Altamira y Lascaux nuestros ancestros demostraron ser más dignos de llamarse humanos. ¿Qué estarían pensando los prohombres que forjaron nuestra República? No me cabe la menor duda que, desde sus tumbas, los maestros humanistas, como Joaquín García Monge, Roberto Brenes Mesén, Omar Dengo, Rodrigo Facio, Alberto Cañas, por no alargar la lista con los grandes escritores, artistas plásticos, actores y músicos, estarán reprobando tan grave golpe inferido al desarrollo de nuestra cultura, en un momento en que la decadencia moral y cívica se convierte en una epidemia peor que el Covid-19.
Las futuras generaciones señalarán con dedo acusador a quienes, abusando del poder que el pueblo les confirió, han llevado a cabo este atropello a nuestros mejores valores. Esto no obstante, abrigo la esperanza de que en el próximo presupuesto extraordinario, el Poder Ejecutivo dará oportunidad a quienes hoy han cometido este lamentable error de enmendarlo. Por su parte, los hombres y mujeres que honran con su esfuerzo y creatividad la ciencia y la cultura deben continuar la lucha y organizarse más sólidamente que nunca.
Es función prioritaria del Estado fomentar los valores humanísticos; sólo así ese animal bípedo que somos nosotros, mereceremos el calificativo de HUMANOS; el ser humano no nace, se hace en cada una de sus acciones, el humanismo no es un eslogan: es una norma de vida.