Skip to main content

Etiqueta: filibusteros

Realicemos el Funeral de Estado que le debemos al Presidente y Benemérito de la Patria, Juan Rafael Mora Porras y las Honras fúnebre de Honor a los Generales Ignacio Arancibia y José María Cañas

Vladimir de la Cruz
Secretario de la Academia Morista Costarricense

Un día como hoy, 30 de setiembre, hace 164 años se escribió “la página más triste y sangriente de la historia de Costa Rica”, como lo expresara el gran historiador Rafael Obregón Loría, quien tuvo a su cargo, con motivo de la celebración del centenario de la derrota de los filibusteros norteamericanos en Costa Rica y en Centroamérica, el escribir el mejor libro y relato de aquella epopeya nacional y centroamericana, “La Campaña del Tránsito, 1856-1857” y ”Costa Rica y la guerra contra los filibusteros”, títulos con que se ha publicado su investigación histórica.

“La página más triste y sangriente de la historia de Costa Rica”, haciendo relación al crimen de Estado que se cometió aquel 30 de setiembre, de 1860, cuando se acabó con la vida del Prócer, del Benemérito de la Patria, del gran Capitán General, del Libertador de Costa Rica y Nicaragua, ante las amenazas de extender e imponer la esclavitud en nuestros países, como parte de las intenciones de William Walker, de apropiarse de los territorios centroamericanos, incorporarlos a la Unión Americana, acabar con la Independencia y Soberanía de nuestros países, y acabar con la Libertad convirtiéndonos en pueblos esclavos, de conformidad a los intereses sureños de los Estados Unidos.

Dos días después del fusilamiento de Juan Rafael Mora, el 2 de octubre, también acabaron con la vida del General José María Cañas Escamilla, por una orden del Consejo de Gobierno, habida cuenta que un Tribunal Militar, como falsamente se montó contra el Presidente Mora, no hubiera tomado una decisión de ese tipo, además de que se había tomado un acuerdo, con el Presidente Mora, de acabar con su vida, respetando la de sus compañeros, que habían venido con él desde El Salvador con el propósito de retomar el poder, que le había sido arrebato el 14 de agosto de 1859, por un golpe de Estado.

El tres veces Presidente de Costa Rica fue derrocado, de su tercer gobierno, por quien le sucedió a la presidencia, José María Montealegre, quien había estado casado con una hermana del Presidente Mora, por los militares, que se habían distinguido en la Campaña contra los filibusteros, el Mayor Máximo Blanco y el Coronel Lorenzo Salazar, a quienes Montealegre había ascendido a Generales, y quienes formaron parte del Tribunal Militar que acordó su ejecución.

El Presidente Mora había tomado la decisión de regresar al país de su exilio en El Salvador a retomar el poder arrebatado. El 17 de setiembre de 1860 llegó a Puntarenas. Traicionado, que fue, y por una falsa información que había recibido, fue derrotado en la llamada Batalla de la Angostura por fuerzas leales al gobierno de José María Montealegre Fernández. Terminó siendo capturado y sometido a un juicio militar sumario, condenándosele a la muerte. Su muerte, informó el Ministro de Relaciones Exteriores, Francisco María Iglesias Llorente, al Presidente José María Montealegre, “fue con dignidad y valor”.

En la negociación de su fusilamiento se había eximido de igual desenlace al General José María Cañas.

Junto al Presidente Mora fue fusilado el General Ignacio Arancibia, de origen chileno, distinguido militar que también había participado en la Guerra Nacional contra los filibusteros y acompañaba al Presidente Mora.

El acto traidor e infame del fusilamiento se llevó a cabo el 30 de setiembre de 1860, a las 3 de la tarde, en el sitio conocido como Los Jobos, en Puntarenas. Allí mismo, luego fusilaron el General Cañas.

El Consejo Militar, que actuó como Consejo de Guerra, y Consejo de Asesinos uniformados, que lo fusilaron tres horas después de su entrega, estuvo integrado por el General Máximo Blanco, el General Florentino Alfaro, el Coronel Pedro García, Francisco Montealegre Fernández, que era el Primer Designado a la Presidencia de la República y el Ministro de Relaciones Exteriores, Francisco María Iglesias.

El trato que le dieron a los cuerpos fusilados del Presidente y del General Arancibia fue de desprecio total. Los dejaron expuestos, a la intemperie, con el ánimo de que las aguas del estero se los llevaran, y los animales hicieran de las suyas.

Gracias a un grupo de entrañables amigos, y parientes, del Presidente, entre ellos los Cónsules de Gran Bretaña y de Francia, los señores Richard Farrer y Jean Jacques Bonnefil, junto con los yernos de Bonnefil, Santiago Constantine y Julio Rosat, y el Capitán Francisco Roger, se impidió que los cuerpos acabaran en el estero.

Una vez que recuperaron los cuerpos procedieron a enterrarlos en el cementerio del estero, en una fosa cavada por ellos mismos, donde depositaron también el cuerpo de General José María Cañas, y resguardada por los siguientes seis años.

El 20 de mayo de 1866 el Cónsul francés Jean Jacques Bonnefil, con cuatro personas, marineros, Carlos Leonara, Enrique Ligoneff, Francisco Hervé y Guillermo Noubée, exhumaron los cadáveres, los recogieron y mantuvieron durante un breve período de tiempo en la residencia del Cónsul, en Puntarenas, de donde los trasladaron después a San José, a la residencia del Cónsul, que estaba frente al Hospital San Juan de Dios.

En su casa se guardaron los restos de los Héroes hasta que el 13 de mayo de 1885 fueron depositados en el Cementerio General de la ciudad de San José, sin que se hubiera hecho nunca, a partir de esta fecha, ningún ceremonial oficial de Entierro de Estado, de Funeral de Estado, al Presidente de la República, Benemérito y Héroe de la Campaña Nacional de 1856 y 1857

La sociedad costarricense, el mundo político nacional, tiene una gran deuda histórica con el Benemérito de la Patria, con el Héroe y Libertador Nacional, con el gran conductor, gran estratega y táctico, de la Guerra Nacional contra los filibusteros norteamericanos, en 1856 -1857, el tres veces Presidente de la República, el Capitán General Juan Rafael Mora Porras. Es hora de saldar esa deuda.

Está pendiente desde aquel Asesinato de Estado es un gran acto nacional, que debe realizarse con un Gran Funeral de Estado, donde se cumpla, con el reconocimiento oficial, a la figura del Presidente Juan Rafael Mora Porras, y que se realice con toda la pompa, ceremonia y desfile que merezca, y donde resultado de este Funeral de Estado, se celebren las Honras Fúnebres Oficiales, y se reivindique, de esa manera, su memoria depositándolo oficialmente en su sepultura, en el Cementerio General, o en el Mausoleo, que con ese motivo se podría erigir de manera distinguida en el mismo Cementerio.

El Funeral de Estado comprende el acto, en este caso, el acto de exhumación, de exequias o del cortejo fúnebre que debe realizarse acompañando los restos, los actos oficiales que se realicen en su Memoria en la Asamblea Legislativa, bajo capilla ardiente, u otros sitios que se dispongan a este efecto, incluyendo un acto ceremonial religioso, católico, que también se le podría tributar, por razones de su credo y de la tradición de mediados del siglo XIX, y el de nuevo depósito de sus restos en el Cementerio General.

La exhumación de los restos del Presidente Juan Rafael Mora, a los efectos del Funeral de Estado, deben sacarse del Cementerio General en un acto absolutamente privado, y llevado al sitio donde se le rendirá el Funeral de Estado.

El Funeral de Estado es la ceremonia pública que en Honor de la figura política del Presidente Juan Rafael Mora Porras debe realizarse.

Un Funeral de Estado no es un funeral religioso. Con el Funeral de Estado se decretan por lo menos tres días de Duelo Nacional, con el Pabellón Nacional y la Bandera Nacional a media asta, en todos los edificios e instituciones de la administración pública, de las Escuelas y Colegios, en que se exhiban banderas en el exterior. A esas banderas no se les deben poner crespones o lazos negros

Las fuerzas de escolta que acompañen el féretro deben ir a pie, no a caballo, de manera que nadie esté por encima del féretro.

En el Funeral de Estado que se organice para el Presidente Juan Rafael Mora Porras se puede contemplar la realización de una Vela Pública, de uno a tres días, con Guardia de Honor, de la Fuerza Pública y de civiles que quieran participar de ella, donde los costarricenses, escolares, estudiantes, ciudadanos, sean invitados, a acompañar los restos del Héroe, antes del ceremonial oficial y de su entierro definitivo, resultado de este Funeral de Estado.

La Guardia de Honor, debe estar en absoluto silencio, durante unos minutos alrededor del féretro. Su silencio es para manifestar el respeto y el afecto hacia la persona a la que se le está rindiendo el Homenaje. La Guardia de Honor se hace por turnos de varias personas, dos, cuatro o seis.

La Vela Pública es para que el Pueblo de manera directa pueda despedirse del Presidente Juan Rafael Mora Porras, el Presidente más amado, más querido, más admirado de la Historia Patria.

Un Funeral de Estado, para el Presidente Juan Rafael Mora Porras, servirá no solo para reivindicar el acto de su muerte, sino para fortalecer su Memoria, el culto y el respeto al Héroe, para fortalecer la identidad nacional en lo que el Presidente Mora evoca y significa, para enriquecer la conciencia histórica, pero sobre todo para hacer Justicia Histórica con el Héroe Nacional, que no tuvo su Funeral de Estado, su Funeral Oficial, con el que estamos en deuda nacional, quien le aseguró la Soberanía y la Independencia nacional al País, a la Patria, al Pueblo costarricense y centroamericano.

Este Funeral de Estado no será de despedida, es de bienvenida y de inserción oficial a la Memoria Histórica nacional.

El féretro del Presidente debe cubrirse con el Pabellón Nacional, para indicar en este caso, además, que el Estado se hace responsable de lo que ocasionó su muerte.

El Funeral de Estado es el máximo respeto a su memoria, el que no se le tuvo en el acto vil de su fusilamiento.

De igual modo, para esta ocasión del Funeral de Estado, debe tenerse presente la obra musical el “Duelo de la Patria”, un Himno que evoca la tristeza, la pena y el dolor nacional, de todo el pueblo, del Maestro Rafael Chávez Torres, discípulo de Manuel María Gutiérrez, y sucesor de él en la Dirección de Bandas Militares, Himno que por primera vez se entonó en el Funeral del Presidente Tomás Guardia Gutiérrez, quien también se había distinguido en la Campaña Nacional, bajo las órdenes del General José María Cañas Escamilla.

El fusilamiento de los Héroes de 1856 y 1857, especialmente el del General Cañas, fue el acto que impulsó al Presidente Tomás Guardia Gutiérrez a abolir la pena de muerte en el país.

El botánico que atestiguó la rendición de William Walker

Parque Central de Heredia, en 1909. Foto: Fernando Zamora Salinas

Publicado originalmente en la revista digital europea MEER

Luko Hilje (luko@ice.co.cr)

Con el advenimiento del siglo XX, las necesidades inherentes del desarrollo de la sociedad en todos sus planos, indujeron altos niveles de especialización en las disciplinas propiamente científicas, así como en las tecnologías derivadas de ellas. En el campo de la biología, por ejemplo, surgieron dos grandes ramas, la botánica y la zoología, las cuales a su vez tienen subdivisiones, tales como la anatomía o morfología, la taxonomía y la sistemática, la fisiología, la etología o comportamiento, la genética y la ecología, además del portentoso auge de la biología celular y molecular. Es decir, algo nunca antes atestiguado, y ni siquiera imaginado por los pioneros de la biología, a los que se les denominaba “naturalistas”, y que hoy son una estirpe casi extinta, debido justamente a las crecientes y complejas necesidades de la sociedad actual.

Al respecto, para la escritura del libro Trópico agreste debí investigar acerca de decenas de naturalistas asociados con el muy rico y diverso trópico americano. Y, sin lugar a dudas, la figura cimera fue el alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), quien realizó incontables y originales aportes en los campos de la botánica, la zoología, la geología, la vulcanología y la meteorología, al punto de que el célebre naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) lo calificó como el mayor explorador científico de todos los tiempos. Inspirados casi todos por su magna e irrepetible labor, varios naturalistas europeos arribaron a Costa Rica en la segunda mitad del siglo XIX, entre los que sobresalieron el danés Anders S. Oersted, los alemanes Karl Hoffmann y Alexander von Frantzius, y los suizos Henri Pittier, Paul Biolley y Adolphe Tonduz; de hecho, algunos de ellos incluso lo trataron de cerca.

Hago este recuento para patentizar que no era cualquiera el que tenía los rasgos de un naturalista. Ignoro si existe algún libro referido a la caracterología del naturalista. No obstante, de manera general, en él se conjugan la acuciosidad, la obsesión, la dedicación, la compulsión y la perseverancia, así como la disposición al sacrificio, a veces arriesgando su propia vida.

Al respecto, para contextualizar las azarosas y extenuantes faenas de campo de un naturalista, en mi libro acoto lo siguiente: «Cuando uno evoca a los descubridores, exploradores y aventureros, de inmediato acude a la mente la imagen de hombres atrevidos, valientes, corajudos e intrépidos que, respondiendo a algún recóndito impulso interno, no temen enfrentarse a lo desconocido y, más bien, hasta sienten desenfado y placer en adentrarse en mundos colmados de riesgos y peligros, tanto por su agreste naturaleza como por los insólitos hábitos y costumbres de sus pobladores. En el fondo, los envidiamos, pues expresan con sus actos un gesto de independencia pura, quizás atávico, de cuando, como cazador o recolector, el hombre primitivo incursionaba en sitios desconocidos e inseguros con tal de conseguir los alimentos para quienes lo rodeaban». Claro que, en este caso, en vez del sustento para sobrevivir, el impulso corresponde a la sed por el conocimiento, el tenaz y hasta obstinado interés por desentrañar los misterios del mundo natural.

El curioso periplo de Hermann Wendland

Ahora bien, si en la naturaleza los riesgos y los peligros ya de por sí están omnipresentes, ¿para qué exponerse a situaciones conflictivas provocadas por humanos, como las guerras?

Esta fue una pregunta que me hice cuando me enteré de que el botánico alemán Hermann Wendland (1825-1903) hizo herborizaciones entre fines de 1856 e inicios de 1857 en Centroamérica, cuando la guerra contra el poderoso ejército filibustero liderado por William Walker estaba en su apogeo. En efecto, como encargado de los aspectos botánicos de los Jardines Reales de Herrenhausen, el rey Jorge V de Hannover financió una expedición de casi ocho meses para que recolectara plantas en Guatemala, El Salvador y Costa Rica.

Cabe acotar que, por fortuna, él escribió un diario de su periplo, el cual, por iniciativa del botánico australiano John Leslie Dowe, y junto con sus colegas alemanes Marc Appelhans, Christian Bräuchler y Boris Schlumpberger, publicamos en 2022, con el título The botanical expedition of Hermann Wendland in Central America: a nomenclatural study and travel report (revista Boissiera, 73). Posteriormente, por sugerencia de John, lo traduje al español, y juntos publicamos los aspectos de carácter propiamente históricos, en dos entregas, con el título común de Las exploraciones botánicas de Hermann Wendland en Centroamérica (1856-1857); el subtítulo de la primera fue De Guatemala al Valle Central de Costa Rica, y En la región de Sarapiquí, Costa Rica el de la segunda (Revista Comunicación, 32 y 33).

Aunque él no lo dice de manera explícita, es de suponer que efectuó su viaje —iniciado a mediados de noviembre de 1856—, porque en esa época se estaba en invierno en Alemania, cuando la nieve impide el desarrollo de la vegetación, por lo que no había mucho trabajo al aire libre en los Jardines Reales. Además, como uno de sus objetivos era recolectar plantas vivas para dichos predios, retornaría justamente en el verano, en la estación ideal para trasplantarlas o para sembrar sus semillas o partes vegetativas, reproducirlas, etc. Es decir, dar prioridad a las épocas adecuadas para sus planes obvió sus preocupaciones por una guerra sobre la cual posiblemente no se sabía mucho en Alemania. Asimismo, aunque antes pudo haber recabado información con algún alemán residente en Centroamérica, tal vez no le dio importancia o, si lo hizo, ignoró lo que le dijeron y se vino a herborizar.

En realidad, como en los territorios de Guatemala y El Salvador no hubo conflictos bélicos, aunque esos países enviaron tropas a Nicaragua para combatir a Walker, eso no afectó sus labores de recolección allá. De hecho, la única mención al respecto —mientras estaba en El Salvador—, es que «actualmente, debido a la guerra en Nicaragua, cada extraño es confundido con un estadounidense y es honrado con la designación de “yanqui”; este término también es proferido hacia algunos extranjeros de vez en cuando». Algo similar relataría una vez llegado a Costa Rica, al expresar que «por supuesto, los lugareños de inmediato detectan que eres un extraño. Y, como el país está indirectamente en guerra con la civilización y en lucha directa contra las hordas de filibusteros de Walker, en cada extraño ven a un filibustero o a un yanqui —filibustero y yanqui son sinónimos ante los ojos de la multitud—, por lo que nos consideran como tales, y hasta expresan ese término cada vez que nos aproximamos a ellos».

Conviene indicar que él arribó a Costa Rica por Puntarenas el 9 de marzo de 1857. Para entonces se libraban importantes batallas contra el ejército filibustero en el río San Juan, de parte del ejército costarricense, mientras que en tierra los ejércitos centroamericanos aliados combatían a los filibusteros en ciudades como San Jorge, Granada y Rivas. Por tanto, emprender herborizaciones en la región norteña de Costa Rica era muy riesgoso, y sobre todo en Sarapiquí, pues el río homónimo era el que permitía llegar hasta el San Juan.

Una vez en San José, hizo los contactos pertinentes con varios alemanes, incluido el naturalista Hoffmann, y después visitó a von Frantzius, quien residía en Alajuela. Asimismo, aunque efectuó herborizaciones en los alrededores de San José, al igual que en Cartago, el volcán Irazú y Turrialba, anhelaba hacerlo en Sarapiquí, pues tenía muy buenas referencias de la insólita riqueza de orquídeas, palmeras y aroideas —parientes de la muy conocida “mano de tigre”—, que eran los grupos de su mayor interés. Pero, además, tenía una obsesión. En efecto, el botánico polaco Josef von Warszewicz, quien estuvo de paso por Costa Rica en 1848, le había recomendado que buscara en San Miguel —en la ruta de Sarapiquí— la muy hermosa planta que el reputado taxónomo Johan Friedrich Klotzch había bautizado como Warszewiczia pulcherrima, en honor suyo. Así que, ¡cómo no ir a Sarapiquí!

En la región de Sarapiquí

Cuando Wendland empezó a indagar acerca de Sarapiquí con varias personas, todo cuanto recibió fueron comentarios negativos. Se le percibía como una especie de tierra inhóspita, por la absoluta soledad de esos parajes silvestres, las incesantes y torrenciales lluvias, los lodazales, lo intransitable de la única tocha de montaña que había —incluso para las recuas de mulas—, los profundos precipicios en numerosas porciones de la ruta, la abundancia de víboras, jaguares y pumas, así como de furiosos chanchos de monte, que atacan en manada.

Además, ya para sus fines, algún interlocutor mejor informado le advirtió que «encontrarás hermosa vegetación allí. Pero primero debes saber cuán difícil es secar una planta ahí. Tan solo espera, y le darás gracias a Dios de regresar. ¡Esa lluvia! ¡No tienes idea, pues ahí llueve 366 días al año, y los caminos son verdaderos hoyos de barro!». Es decir, resultaba absurdo recolectar abundante y novedoso material vegetal, para que, al fin de cuentas, los especímenes recolectados resultaran imposibles de secar y preservar de manera correcta.

Pero…, ¿y el riesgo de la guerra que ocurría en el río San Juan? Al parecer, nadie le habló de eso, pero no por ignorancia, sino porque los días de Walker estaban contados. En efecto, para entonces —en la segunda mitad de abril—, el ejército costarricense tenía en su poder los cuatro puntos estratégicos del río (San Juan del Norte, La Trinidad, Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos), en tanto que los ejércitos centroamericanos aliados con el de Costa Rica habían logrado importantes batallas en tierra firme y pronto cercarían a Walker en Rivas.

Fue así como, al mediodía del 7 de mayo, con muy buenas condiciones climáticas, Wendland partió de la capital a lomo de mula y con dos bestias de carga, con sus enseres personales, así como su equipo y materiales para recolectar plantas. A él se sumaron Gerhard Jäger Balle —un joven alemán que lo había acompañado en varias giras—, y un baquiano, quienes viajaban a pie, lo cual obviamente reducía los costos de la expedición, pero era una verdadera crueldad.

En realidad, contra todos los pronósticos adversos de sus pesimistas informantes, las labores de herborización fueron muy fructíferas, al punto de que tuvo la fortuna de hallar la planta que von Warszewicz le había recomendado buscar. En sus propias palabras: «Poco antes de La Virgen, cuando salí del bosque hacia un prado, en el costado opuesto al bosque pude observar una de las plantas más bellas que he visto, y en espléndida floración. Tan pronto como recolecté suficiente material, caí en cuenta de que se trataba de Warszewiczia pulcherrima, descubierta por el infatigable recolector von Warszewicz, pero yo nunca la había observado en vivo, sino que tan solo había leído su descripción». ¡Qué más pedir!

La vida de Wendland en riesgo

Ahora bien, aunque los episodios peligrosos durante las tres semanas que duró la expedición fueron de menor cuantía, hubo uno en el que la vida de Wendland estuvo en riesgo. Sin embargo, irónicamente, no fue en una temida selva, sino en el puro centro de la ciudad de Heredia, como se relata en detalle en el primero de los artículos que publicamos en español.

De manera resumida, ese jueves 7 de mayo de 1857 fue memorable en la historia patria. En efecto, el jefe filibustero Walker se rindió el viernes 1° de mayo, y el anuncio oficial se hizo al día siguiente, pero la noticia no llegó a la capital sino hasta el jueves por la mañana. ¡Cómo no difundirla! Por tanto, para comunicar la buena nueva a la población, a partir del mediodía hubo abundantes cañonazos, que Wendland y Jäger pudieron escuchar desde Heredia; esto fue así porque la distancia entre ambas ciudades es de apenas 8,4 km en línea recta, además de que en aquella época no había ruidos que pudieran interferir con el sonido de tan estridentes detonaciones.

Como, por disposición del dueño de las mulas, era menester pernoctar en Heredia antes de penetrar en los densos boscajes de Sarapiquí, debieron estacionarse en dicha ciudad por esa noche. Sin embargo, como les fastidiaba estar recluidos en un rancho tosco y maloliente, se fueron a dar un paseo por la ciudad. Empero, pronto ese recreo se convirtió en una tortura.

Efectivamente, para entonces, en medio de una gran algarabía, habían empezado las celebraciones por la rendición de Walker, con el tañido de campanas en las iglesias, una misa solemne en la parroquia, música, juegos pirotécnicos y un desfile por la ciudad. Éste se inició poco después de que una banda musical tocó frente a la casa del alcalde”, que posiblemente estaba al lado del ayuntamiento, localizado en la esquina donde hoy está el fortín —según lo consigna el historiador Carlos Meléndez Chaverri en su libro Añoranzas de Heredia —, es decir, diagonal a la parroquia de la Inmaculada Concepción. ¡Quién le hubiera dicho a Wendland, al salir de Alemania, que sería testigo presencial del día en que el pueblo costarricense se enteró de la muy ansiada rendición de William Walker, que tanta muerte y dolor provocó, en su intento de implantar la esclavitud en nuestra región! Pero no solo fue testigo, sino que a la vez nos legó una descripción bastante minuciosa de esa festiva noche en Heredia, y que no se conocía hasta hace poco tiempo, cuando tradujimos su diario.

No obstante, como sucede a menudo en la vida, todo lo positivo tiene un precio y, en este caso, su providencial presencia esa noche lo tuvo para él.

En efecto, en cierto momento, cuando con Jäger avanzó entre la multitud congregada en el actual Parque Central, al percatarse de su aspecto, algunos lugareños los miraban de manera sospechosa. Para entonces, tras recorrer algunos cuadrantes, el desfile ya retornaba al parque, por su costado sur. Poco después, narra él que «junto con mi compañero, recostados en una columna que había debajo de la terraza de una casa esquinera, diagonal a la iglesia, nos paramos a contemplar el desfile, colmado de los rostros más honorables del mundo. Nos detectaron allí. Un tipo llamó la atención a otro susurrando quedamente la palabra “yanqui”, y poco a poco nos vimos rodeados por un grupo que nos miraba con extrañeza. Tras pensarlo mucho, un joven bien vestido se armó de valor y me abordó, en inglés».

Cabe indicar que el lugar corresponde a la esquina diagonal a la parroquia, por ese sector, donde por muchos años estuvo el restaurante La Floresta, de gratos recuerdos. En realidad, por momentos el interrogatorio se convirtió en acoso, pero al final el grupo de muchachos se alejó en buenos términos, no sin antes cerciorarse su cabecilla del motivo que los había traído hasta Heredia.

Perturbados por lo acontecido, Wendland y Jäger decidieron que era mejor retornar a la covacha que los esperaba —sucia pero segura—, y ya estaban a punto de partir, cuando apareció de nuevo el líder del grupo. Esta vez se comportó de manera gentil, pues les regaló unos pequeños puros —quizás los muy aromáticos chircagres, elaborados con tabaco de San Rafael de Oreamuno, en Cartago—, y los invitó a dar un paseo por el Parque Central.

Sin embargo, lo lamentable estaba por venir, pues mientras ellos departían de manera amistosa, de súbito apareció el profesor de inglés del citado joven, que era un viejo irlandés que había trabajado para la Compañía Accesoria del Tránsito en los tiempos en que esta empresa pertenecía al magnate neoyorquino Cornelius Vanderbilt. Como Walker le había incautado la compañía, para disponer así de sus vapores durante la guerra, el irlandés aborrecía a Walker y a todo lo que se asociara con éste. Al percibir a Wendland y Jäger como filibusteros, narra Wendland que «me hizo las mismas preguntas que su alumno, y pareció tomar mis respuestas de manera tan incrédula como él. Sin embargo, al final me fastidié tanto con su ir y venir de preguntas, que le respondí que no me importaba si creía o no mis respuestas, pero que por favor no insistiera más». Ante esta actitud, el irlandés le espetó: «Si supiera que perteneces a los de Walker, te apuñalaría».

Wendland relata que «fingí no haber escuchado o entendido sus palabras», y le solicitó al joven tico que le abriera espacio entre los curiosos que se habían congregado alrededor, tras lo cual el joven le aclaró a la multitud que ellos no eran filibusteros. Logrado esto, Wendland y Jäger pasearon un rato por la plaza y después se marcharon, tal vez respirando profundo una y otra vez, por haberse librado de morir en manos del airado irlándés.

Después de tan infausto episodio, de seguro que esperaban dormir a placer, ilusionados por empezar a explorar al día siguiente la región de Sarapiquí —ahora quizás menos temible que el enardecido irlandés—, pues esa era la más preciada meta de Wendland desde que partió de Alemania. ¡Y lo lograría con creces, para beneficio de la ciencia!

¿Qué origina el feriado del día Primero de Mayo?

Vladimir de la Cruz

El Primero de mayo, como día feriado en Costa Rica, está justificado, y así declarado, desde 1857, cuando el Presidente y Benemérito de la Patria, Juan Rafael Mora, gran conductor político y estratega militar de la Campaña Nacional, en la Guerra Nacional, y centroamericana, contra los filibusteros norteamericanos, estableció que debía celebrarse a perpetuidad, para recordar la derrota y, especialmente, la rendición de William Walker, el jefe filibustero, y su expulsión por ese motivo de Centroamérica.

La Guerra Nacional centroamericana contra los filibusteros tuvo dos fases, o dos etapas. La primera, que se conoce como la Primera Campaña, es la que se produce con la iniciativa de Costa Rica, desde finales de 1855, con la convocatoria del presidente Mora a la población costarricense, para prepararse y estar listos para ir a combatir, en defensa del territorio nacional, e ir a Nicaragua para sacar a los filibusteros de ese país, hasta el triunfo de la Batalla de Rivas, el 11 de abril de 1856, pasando por los combates de Santa Rosa, el 20 de marzo y de Sardinal, el 10 de abril.

La peste cólera, desatada después de la Batalla de Rivas, obligó a partir del 25 de abril, que el Ejército Nacional se desmovilizara de la persecución que se tenía contra Walker, se replegara a Costa Rica, con el impacto negativo que eso tuvo, de afectar alrededor de 10.000 costarricenses que fallecieron por esa peste.

Recuperados de esta situación, volvimos al escenario de guerra en Nicaragua, donde en ese segundo semestre de 1856, se habían incorporado los ejércitos de Honduras, El Salvador y Guatemala en esta lucha. También se había logrado una unión de los grupos políticos de liberales y conservadores en Nicaragua, que los involucró en esta lucha contra Walker, que se había declarado, por un breve período presidente de Nicaragua y había establecido la esclavitud.

El retorno a la guerra, contra los filibusteros, da origen a lo que se ha denominado la Segunda Campaña, con amplia participación de los ejércitos centroamericanos. El Estado Mayor Militar fue conjunto en ese segundo semestre de 1856. A partir de enero de 1857, el General José Joaquín Mora Porras, pasó a ser el jefe principal de todas las fuerzas militares centroamericanas.

Importantes batallas y enfrentamientos militares se dan contra los filibusteros en esta Segunda Campaña. Desde la estrategia militar de Costa Rica, el objetivo se centraba en ejercer el dominio de la llamada ruta del Tránsito, que era el control del río San Juan, para que los filibusteros no recibieran ningún tipo de ayuda por esa vía, la que se llegó a controlar.

Walker se había atrincherado en la ciudad de Rivas. Desde marzo hasta el 1 de mayo de 1857 las luchas se habían intensificado. Los ejércitos centroamericanos intensificaron sus ataques. Filibusteros desertaban huyendo. Walker se debilitaba. Cuarenta días de intensos combates llevaron a Walker a aceptar la rendición, que negoció el comandante Davis, de la corbeta de guerra norteamericana “Santa María” con el General José Joaquín Mora Porras, motivo por el cual su rendición le dio amparo para salir de Nicaragua, bajo la protección del Capital Davis, y no haber sido capturado por las tropas centroamericanas, que inevitablemente le hubieran llevado al fusilamiento.

El documento de rendición, del primero de mayo, contenía las siguientes cláusulas:

«Por medio del presente documento se celebra un convenio entre el general William Walker, por una parte, y el comandante H. Davis de la Marina de los Estados Unidos, por la otra, cuyas estipulaciones son las siguientes:

«Primero: El general William Walker y dieciséis oficiales de su Estado Mayor saldrán de Rivas con sus armas al cinto, pistolas, cabalgaduras y efectos personales, bajo la garantía de dicho capitán Davis de la Marina de los Estados Unidos, de que no serán molestados por el enemigo y se les permitirá embarcarse a bordo del barco de guerra norteamericano St. Mary en el puerto de San Juan del Sur, comprometiéndose dicho capitán Davis a transportarlos a salvo, en el St. Mary, hasta Panamá.

«Segundo: Los oficiales del ejército del general Walker saldrán de Rivas con sus armas al cinto, bajo la garantía y protección del capitán Davis, quien se compromete a vigilar que sean transportados a salvo hasta Panamá, a cargo de un oficial de los Estados Unidos.

«Tercero: Todos, las clases y soldados rasos, los civiles y empleados de diversas dependencias, heridos o sanos, se entregarán con sus armas al capitán Davis o a uno de sus oficiales, poniéndose bajo su protección y control. El capitán Davis se compromete a hacer que los transporten a salvo hasta Panamá, a cargo de un oficial de los Estados Unidos, en embarcaciones diferentes a las utilizadas por los desertores y sin entrar en contacto con ellos.

«Cuarto: El capitán Davis se compromete a obtener garantías, y por este medio garantiza, que a todos los naturales de Nicaragua o de Centroamérica, actualmente en Rivas, que se rindan a la protección del capitán Davis, se les permitirá residir en Nicaragua y se protegerán sus bienes y sus vidas.

«Quinto: Queda convenido, que a los oficiales que tengan sus esposas y familias en San Juan del Sur, se les permitirá permanecer allí bajo la protección del cónsul de los Estados Unidos, mientras se les presenta la oportunidad de embarcarse para San Francisco o Panamá.

«El general Walker y el capitán Davis se comprometen mutuamente a que este convenio se cumpla de buena fe».

El parte de guerra redactado por el General José Joaquín Mora Porras, como comandante en jefe de los Ejércitos Aliados de Centro América, dirigido al Ministro de la Guerra del Supremo Gobierno provisorio de la Republica de Nicaragua y al Cuartel General, instalado en Rivas, de fecha 1 de mayo de 1857, dice:

“Después de cuarenta días de asedio puesto a Walker y a los suyos, cuando a consecuencia de la mucha deserción había quedado este malvado caudillo con una pequeña fuerza, y cuando más sufría las penalidades del hambre y de la miseria, el muy honorable capitán don Charles Henry Davis, comandante de la corbeta de guerra norteamericana «Santa María», se presentó a mi campo lleno de los más humanos sentimientos, ofreciendo interponer sus oficios a fin de que Walker entregase por capitulación la plaza de esta ciudad con los elementos de guerra que existen en su poder, y demandando de mí garantías para aquel desgraciado, y para todos los que han tenido la deshonra de acompañarle. Fui deferente y acepté con agrado tal mediación, y desde entonces los trabajos del Honorable señor capitán Davis, fueron incesantes hasta obtener la rendición del enemigo.

He dado, pues, término a la guerra que los gobiernos de Centro América me hicieron la honra de encomendarme, y tengo la satisfacción de manifestar a U. S., señor ministro, que en este fausto suceso han tenido una parte muy activa la ilustración, el noble carácter y el empeño decidido del señor Capitán Davis.

Centro América, que hace algún tiempo que se ve agitada, y con arma en mano, por la injusta e inaudita usurpación que Walker intentaba hacer de su independencia y libertades públicas, deberá apreciar, tanto como merecen, los trabajos del honorable señor capitán Davis, y escribir en las páginas de su historia el nombre ilustre de este ciudadano noble de la Unión Americana, por haber hecho cesar el ruido de las armas y por el humano sentimiento de que no se derrame más sangre en nuevos y más encarnizados combates.

Haciendo, pues, la más alta recomendación a S. E., el señor presidente provisorio de la República, de la conducta política, humana e ilustrada del honorable señor capitán Davis, por el Honroso ministerio de U. S., y reservándome para después dar un parte circunstanciado de la capitulación referida, tengo la complacencia de firmarme con las consideraciones de aprecio y respeto que me merece, muy atento servidor.”

El Capitán Davis había logrado, desde el 24 de abril, que las mujeres y niños, abandonaran la ciudad de Rivas, frente a un inminente ataque final, que pondría en peligro sus vidas.

La negociación que desarrolló Davis con Walker en nada mencionó a los Ejércitos centroamericanos, ni al General José Joaquín Mora Porras, quien deseaba terminar la guerra, por lo que aceptó la mediación del Capitán Davis. Incluso, Walker no fue obligado a deponer sus armas personales, como tampoco se obligó a sus oficiales a dejar las armas.

Para mí, su rendición, ante Davis, fue una manifestación tácita de los intereses norteamericanos que se movían a favor de Walker, que trataban de salvarle la vida, como sucedió en ese momento. Incluso, porque, en el documento de su rendición, se presenta a las tropas centroamericanas como el “enemigo” de Walker, de quienes se le protegía. De igual manera, por el trato de militar que se le da a Walker, casi de militar “triunfante”, todos saliendo con “sus armas al cinto”, es decir, dispuestas para el combate.

La noticia de la rendición, y su salida de Centroamérica, fue recibida con júbilo, con gran alegría.

El 26 de octubre de 1857, por el Decreto XXXV, el presidente Juan Rafael Mora Porras, declaró en su Artículo VIII, lo siguiente:

“En recuerdo del triunfo completo de las armas de Centro América y de la rendición y expulsión de las fuerzas filibusteras, el día primero de mayo será feriado, y se celebrará en toda la República con la solemnidad posible, saludándose el pabellón en la aurora de dicho día con veintiún cañonazos”.

No sé si hoy, Primero de mayo, en los cuarteles o establecimientos policiales, y en el edificio del Ministerio de Seguridad Pública, se hace alguna ceremonia de esta naturaleza, al amanecer de este día, con los veintiún cañonazos, o con una salva de disparos, en ceremonia especial, como debe hacerse. O, en Alajuela, con el concurso del Museo Juan Santamaría, se hace una ceremonia similar.

Es obvio, porque así se da también, que en los discursos oficiales que se hacen en esta fecha, por motivos políticos, no se hace referencia a esta gloriosa fecha del Primero de Mayo, como la rendición de William Walker, ni alrededor de ello se levantan ánimos nacionales ni patrióticos.

Así desde 1858, el primero de mayo, es un día feriado, en todo el territorio nacional, que nos recuerda la rendición de William Walker.

Walker fue recibido como un héroe en Estados Unidos. Walker no desistió de sus intenciones de volver a Centroamérica con el mismo propósito de dominio territorial y de sometimiento de su población a la esclavitud.

A fines de 1857, en noviembre y diciembre, lo intentó fracasando en su llegada que le fue obstaculizada. En agosto de 1860 volvió a Centroamérica, ingresando por Honduras, por el puerto de Trujillo. En Honduras estaban afincados los intereses británicos, que tenían bajo control la costa caribeña de Honduras y Nicaragua, bajo la forma de protectorados, motivo por el cual Walker fue detenido por el Capitán Salmón, de la marina británica, quien lo entregó a las autoridades hondureñas, que tomaron la decisión de fusilarlo el 12 de setiembre de 1860, donde sigue enterrado, en el Puerto de Trujillo.

Al lema colonialista e imperialista de Walker, de someter a las cinco repúblicas centroamericanas, o ninguna, como él mismo decía, el resultado de la guerra centroamericana fue el grito unísono de las repúblicas de “¡Ninguna!”

La gloriosa fecha de la rendición de Walker produjo que en 1888, se hiciera el Himno al Primero de Mayo, con letra de don Juan Fernández Ferraz y con música de don José Campabadal, que tristemente ya no se enseña ni se canta en las escuelas, ni se fomenta como parte de la cultura nacional.

La Letra del Himno al Primero de Mayo dice:

Celebremos las épicas memorias
que brillo insigne a nuestra Patria dan;
cantemos sí, las ínclitas victorias
de Santa Rosa, Rivas y San Juan.

Nuestras playas audaces en son de guerra
bucanero traidor hollar osó,
más en los nobles hijos de esta tierra
invencibles guerreros encontró.

Nuestros padres vencieron al infame
que invadió nuestro hogar, torpe y cruel;
sus claros nombres la nación proclame
dignos de gloria y de inmortal laurel.

En su ejemplo nosotros aprendemos
del amor a la patria la virtud,
jamás, jamás, jamás consentiremos
el yugo odioso de la esclavitud.

Gloria eterna a los héroes legendarios
de Santa Rosa, Rivas y San Juan;
de su memoria eterna, relicarios
nuestros pechos indómitos serán.

Compartido con SURCOS por el autor.

1° DE MAYO, un feriado doblemente especial

Freddy Pacheco León

Freddy Pacheco León

El 1° de mayo de 1857 se acabó la pesadilla que desvelaba, con razón, a los centroamericanos. Ese memorable día, William Walker, el ambicioso racista, esclavista y arrogante estadounidense, nacido en Tennessee, ya había perdido su batalla final en Rivas, ante los valientes soldados centroamericanos, comandados por el general José Joaquín Mora. Walker, el que se creía invencible, no resistía más; el que, aspiraba esclavizar las cinco naciones centroamericanas, no tuvo más remedio, que aceptar, vergonzosamente, que había perdido la guerra… y firmar su rendición.

Por su gigantesca trascendencia, ese día habrá de perdurar en la memoria histórica de los costarricenses, y demás países hermanos del istmo. Y para los ticos, principalmente, desde que nuestro héroe de la Campaña Nacional, Juan Rafael Mora, emitiera un decreto el 29 de octubre de 1857, que resalta ese hecho, precisamente porque don Juanito tenía muy claro, el significado y trascendencia que había tenido el fin de la gloriosa Campaña Nacional contra los sangrientos invasores.

Dice el decreto, que poco conocemos, en su artículo VIII: «EN RECUERDO DEL TRIUNFO COMPLETO DE LAS ARMAS DE CENTROAMÉRICA Y DE LA RENDICIÓN Y EXPULSIÓN DE LAS FUERZAS FILIBUSTERAS, EL DÍA PRIMERO DE MAYO SERÁ FERIADO, Y SE CELEBRARÁ EN TODA LA REPÚBLICA CON LA SOLEMNIDAD POSIBLE, SALUDÁNDOSE EL PABELLÓN EN LA AURORA DE DICHO DÍA CON VEINTIÚN CAÑONAZOS». Desdichadamente, quizá hasta con la aviesa intención de borrar la memoria del Presidente Mora Porras, por parte de sus asesinos encabezados por José María Montealegre, se «olvidó» ese Decreto XXXV y con el tiempo, a partir de 1913, se sustituyó, con la especialísima celebración internacional del Día del Trabajador.

PERO el espíritu del decreto sigue vigente y lo hemos de rescatar del olvido. Ambas celebraciones, van de la mano, desde el punto de vista histórico y para los trabajadores y sus familias; no son excluyentes entre sí, por lo cual, sobran razones para que nuestra celebración del 1° de mayo, tenga ambas motivaciones.

La encrucijada centroamericana 1856-1857

Vladimir de la Cruz

A mediados del siglo XIX, con los recientes hallazgos de yacimientos de minerales, en California, se desató la fiebre del oro de la costa oeste a la del este, del Atlántico al Pacífico, en los Estados Unidos. No se había terminado de construir el ferrocarril que vinculara esos puntos. Hasta 1865 se concluyó esa obra.

En el Valle de Sacramento, en California, en 1848, se habían descubierto esos yacimientos de oro, desatando la fiebre del oro y las movilizaciones hacia California, por vía marítima, bajando hasta el Cabo de Hornos y luego cruzando por Nicaragua. Antes habían pensado usar el Istmo de Tehuantepec, en el sur de México, donde el presidente Pierce había logrado una concesión para construir un ferrocarril y, del mismo modo, usar la vía marítima fluvial que se prestaba a través de Nicaragua.

Los franceses por su parte habían intentado construir el canal transístmico en Panamá, luego de haber terminado el de Suez. No lo lograron. Hicieron un ferrocarril transístmico sin éxito internacional.

A finales de la década de 1840 se había fundado la Compañía del Tránsito, que en Estados Unidos realizaba el viaje marítimo, desde la costa oeste hasta California, recorriendo todo el litoral Atlántico hasta el puerto de San Juan del Norte, o Greytown, como lo llamaban los ingleses, en Nicaragua, cerca de la desembocadura del río San Juan, limítrofe de Costa Rica y Nicaragua. Movilizaban hasta 1000 personas por mes, navegando por el río hasta el Lago de Nicaragua, cruzando el Estrecho de Rivas, con caravanas, hasta el puerto de San Juan del Sur, desde donde continuaban a California.

Cornelius Vandervilt era el visionario de esta ruta y el dueño de la empresa naviera para desarrollarla.

Los ingleses, por su parte, se habían establecido en la costa atlántica de Nicaragua y Honduras, en la llamada Mosquitia, con protectorados que llegaron hasta finales del siglo XIX.

En 1850 los Estados Unidos e Inglaterra firman el Tratado Clayton-Bulwer, para asegurar esta ruta estratégica.

Centroamérica se había convertido en un escenario de proyección internacional de los intereses necoloniales o imperialistas de esa época. La Doctrina Monroe estaba vigente desde la perspectiva geopolítica de entonces.

En Estados Unidos había un proceso brutal de expansión de las colonias inglesas, ya independientes, en el este, hacia el oeste de ese territorio, avasallando y acabando con la comunidades indígenas y pueblos autóctonos de Norteamérica y, de paso, con los búfalos o bisontes. Ese proceso condujo a la rapiña sobre territorios que eran de México, a la compra de territorios a España, Francia y Rusia, que poco a poco fueron configurando el territorio actual de los Estados Unidos. Hacia el sur, hacia México, fue parte de esa expansión que desde 1823 fue perfilando el actual territorio del Estado de Texas, que en 1837 fue reconocido por el presidente Jackson como la llamada República de la Estrella Solitaria, como un estado de relaciones laborales y sociales esclavistas, admitido por unanimidad, por el Congreso de los Estados Unidos, en 1845, provocando, en ese momento, una ruptura de las relaciones diplomáticas con México.

Los Estados sureños de los Estados Unidos habían impulsado una economía esclavista, de carácter agrícola, en tanto los que se impulsaban hacia el norte avanzaban con un proceso industrialista, que requería mano de obra libre, contexto, en cierta forma, de la guerra civil que poco tiempo después azotó a los Estados Unidos.

En el conflicto militar con México las tropas norteamericanas llegaron hasta la capital de México en 1846. El 2 de febrero de 1848 se impuso el Tratado Guadalupe Hidalgo que le dio formalmente a los Estados Unidos los territorios de Texas, los que estaban al oeste de la Lousiana, incluyendo California, bajo un pago simbólico de 15 millones de dólares.

Así se materializaba parte de su Destino Manifiesto, que en la mira veía a México, América Central, Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Las Filipinas, los viejos territorios del Virreinato de México.

En este proceso de guerras, y anexiones de territorios, estuvo William Walker, con su grupo de filibusteros, que servían a esos propósitos expansionistas y esclavistas.

En Nicaragua, el proceso de la Independencia, logrado en 1821, había permitido impulsar grupos políticos conservadores y liberales. Su lucha por el poder era intensa.

A mediados del siglo XIX el aventurero norteamericano Byron Cole le propuso al jefe liberal nicaragüense, Fruto Chamorro Pérez, que trajera a Nicaragua a William Walker, a prestarle sus servicios, con sus filibusteros, que llegó en 1855 con 300 hombres, que eran soldados curtidos, a modo de mercenarios en otras empresas anexionistas y filibusteras, que servían de esa manera a los intereses gubernativos de los Estados Unidos, y sus afanes expansionistas.

En Estados Unidos se comerciaba con territorios de Centroamérica, se vendían, como se venden hoy terrenos en La Luna.

Walker, así, llegó en 1855 “invitado” a Nicaragua. A finales de este año ya se había convertido en Jefe Militar e incluso firma, con el Presidente Patricio Rivas, un mapa de Nicaragua que ampliaba sus fronteras sobre los territorios de Costa Rica, comprendiendo la Península de Nicoya, que había sido parte del antiguo Partido de Nicoya, que se había anexado, incorporado, por su propia voluntad a Costa Rica, en 1824, territorio que Nicaragua seguía disputando a Costa Rica, y desde la desembocadura del río Tempisque hasta la desembocadura del río San Juan, que era la puerta de entrada, en Nicaragua, de la Compañía del Tránsito.

En Costa Rica, gracias a los representantes diplomáticos en Estados Unidos, Luis y Felipe Molina Bedoya, se recibían noticias, de los peligros que significaba William Walker y su presencia en Nicaragua, para Costa Rica y para Centroamérica.

William Walker, empoderado en Nicaragua, a principios de 1856 comisionó a uno de sus principales lugartenientes, Louis Schlessinger, para actuar con el gobierno costarricense proponiéndole prácticamente su sometimiento a los intereses y dominación política de Walker, lo que fue rechazado.

Así, el presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora Porras, desde el 20 de noviembre de 1855, había advertido y llamado a la población costarricense a prepararse frente a esta posible agresión y amenaza.

El rechazo de Schlessinger, que ni siquiera se le permitió ingresar al territorio costarricense, provocó la ira de Walker quien le dio la orden de avanzar sobre Costa Rica, lo que hizo a mediados de marzo de 1856, llegando hasta la Hacienda Santa Rosa, a pocos kilómetros de la frontera con Nicaragua, y a 35 kilómetros de la ciudad de Liberia.

Por su parte el presidente Mora continuaba preparando la defensa nacional. Nicaragua declara la guerra a Costa Rica, y es cada vez más claro para el presidente Mora, que la seguridad del país, y de Centroamérica, está en ir a sacar a los filibusteros de Nicaragua, el liberar al pueblo nicaragüense de su oprobiosa presencia, y asegurar de esa manera la Independencia de Centroamérica.

Costa Rica se mueve diplomáticamente con los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador, y otros, para actuar militarmente, y políticamente, de manera conjunta contra Walker en Nicaragua.

A principios de marzo de 1856, la tropa costarricense avanza hacia la frontera. Cerca de 10.000 soldados o combatientes, un 80% de voluntarios, se ponen en marcha, el 10% de la población nacional, el 20% de la población masculina, salida de sus campos agrícolas de trabajo, el café y la caña de azúcar, labores que tuvieron que asumir las mujeres para mantener la economía de guerra y el abastecimiento de los soldados.

El 16 de marzo se había llegado a la ciudad de Liberia. El 18 de marzo, en marcha hacia la frontera, se supo de la presencia filibustera en el territorio costarricense, en la Hacienda Santa Rosa. El 20 de marzo se realizó el combate, que de manera sorpresiva enfrentó a la tropa de 300 filibusteros, que había invadido el territorio nacional, comandados por Louis Schlessinger, quien fue derrotado en lo que se conoce como la Batalla de Santa Rosa, que duró menos de 10 minutos. A los 14 minutos se estaba redactando el parte de guerra anunciando la victoria de la tropa costarricense, la captura de unos filibusteros y la persecución que se hacía sobre el resto de esa tropa. Fue la primera derrota infligida a los filibusteros, derrota militar y moral, que Walker no aceptó.

A finales de marzo la tropa costarricense estaba a punto de entrar al territorio nicaragüense. El presidente Mora se dirigió al pueblo nicaragüense y sus municipalidades señalando que se iba a ingresar para liberarlos, sin ningún afán posesorio de Costa Rica.

El territorio costarricense era escudriñado, en toda la parte fronteriza para evitar la presencia filibustera y otra entrada sorpresiva, de ellos, que amenazara la integridad, la Soberanía, la Independencia y la Libertad de los costarricenses.

Los filibusteros, por su parte quisieron entrar, aprovechando afluentes y ríos que desembocaban en el río San Juan, para sorpresivamente de esa manera llegar casi hasta el centro del país. Por su parte, la directriz del gobierno costarricense fue de proteger ese flanco. Por ello, el 10 de abril, se produjo de nuevo un enfrentamiento en Sardinal, en la confluencia de ríos Sardinal con el Sarapiquí, donde de nuevo se impuso el ejército costarricense, derrotando por segunda vez a los filibusteros. Otra derrota para todos los efectos militar y moral.

El 10 de abril, por otra parte, el Ejército costarricense ya se encontraba en la ciudad de Rivas, Nicaragua, cerca de la ciudad de Granada, donde estaba Walker, quien también se había movilizado hacia Rivas.

El 11 de abril, de manera sorpresiva Walker atacó a la tropa costarricense, desarrollándose una batalla, la de Rivas, cruenta, sangrienta y larga, por casi 24 horas, con casi 1000 muertos y heridos de ambos bandos. Los combatientes de Sardinal, de unas horas antes, se tuvieron que sumar a los de Rivas, donde se concentraron los dos ejércitos, sin descansar y casi sin comer.

Ese 11 de abril, de 1856, de nuevo fueron derrotados los filibusteros. Walker huyendo hacia Granada fue depositando cadáveres en pozos de agua, lo que provocó el desarrollo de la peste del cólera.

El 25 de abril por este motivo el ejército costarricense fue desmovilizado del escenario de guerra, traído al territorio nacional, donde impactó con la peste a la población costarricense, motivo por el cual fallecieron 10.000 personas.

Finalizó así, lo que se ha llamado la Primera Campaña de lucha contra los filibusteros, campaña y batallas, que estuvieron a cargo del Ejército costarricense, y de sus principales jefes y conductores políticos y militares, el Presidente Juan Rafael Mora Porras, y los Generales José Joaquín Mora Porras y José María Cañas Escamilla.

Superada la peste del cólera se volvió al escenario de guerra. Ya estaban en esa segunda mitad de año 1856 las presencias de los ejércitos de Guatemala, Honduras y el Salvador. También se integró Nicaragua, que ya había roto con Walker quien se había declarado presidente de Nicaragua y había establecido la esclavitud.

Esta nueva etapa de la confrontación contra Walker se le ha llamado la Segunda Campaña, que se produce desde agosto de 1856, con una serie de combates, hasta que nuevamente, en Rivas, el 1 de mayo de 1857, William Walker es derrotado y se rinde, siendo sacado de Centroamérica.

Recibido como un héroe en Estados Unidos, intenta de nuevo invadir Centroamérica, entre 1857 y 1860, varias veces. Capturado en Honduras en 1860 por ingleses, es entregado a las autoridades hondureñas, quienes le fusilan en setiembre de 1860, acabando de esa manera con ese proyecto anexionista y esclavista en Centroamérica.

Se dice que, ante su fusilamiento, Walker advirtió que lo que no habían podido hacer sus fusiles, lo harían los dólares… parte de la Historia de Centroamérica que no ha acabado…

 

Artículo publicado en la revista internacional MEER y compartido con SURCOS por el autor. 

La fecha gloriosa que nos reúne es la derrota de los filibusteros en Rivas

(Intervención de la Diputada María Marta Padilla de Jiménez, en la sesión parlamentaria, solemne, conmemorativa de la Batalla del 11 de abril de 1856 en la ciudad de Rivas, en Nicaragua, contra los filibusteros norteamericanos comandados por William Walker.)

Celebramos y recordamos una de las fechas más gloriosas de nuestra Historia Patria, el 11 de abril. Fue la batalla más cruenta que se dio contra la tropa filibustera norteamericana, comandada por William Walker, quien se había establecido en Nicaragua, amenazando gravemente la Soberanía y la Independencia de nuestras jóvenes repúblicas centroamericanas y la Libertad de nuestros pueblos.

El 11 de abril fue la tercera Batalla en importancia, luego de las Batallas de Santa Rosa, del 20 de marzo y de Sardinal, del 10 de abril, unas horas antes de la Batalla de Rivas.

En estas batallas, Santa Rosa, Sardinal y Rivas, nuestras tropas y heroicos combatientes infligieron a los filibusteros tres derrotas, demostrando la entereza de un pueblo movilizado para afianzar sus valores e identidad nacionales, su Libertad, su Soberanía y su Independencia.

La lucha prevista, estratégicamente diseñada, por el presidente, Juan Rafael Mora Porras, jefe y estratega militar, era muy clara. La amenaza a Costa Rica estaba en Nicaragua. Allí estaba Walker. Había que enfrentarlo y sacarlo de Nicaragua.

El presidente Mora en la frontera se dirigió a los nicaragüenses indicándoles que iba a luchar por su libertad, contra la opresión que tenían; que no buscábamos dejarnos ni un milímetro de sus tierras; que íbamos a luchar para asegurar la Libertad de los pueblos centroamericanos. Y así fue.

Walker inició los combates el 11 de abril, al despuntar la mañana, provocando un enfrentamiento que se prolongó por 20 horas, con casi 1000 muertos. Escenas heroicas y sacrificios extremos se vivieron.

Importante fue la decisión de quemar el sitio donde se había afincado Walker, el Mesón de Guerra. Tres intentos se hicieron para quemarlo. El Capitán cartaginés, Luis Pacheco Bertora, el soldado Joaquín Rosales, de origen nicaragüense que peleaba con nuestra tropa y, finalmente, Juan Santamaría, alajuelense, quien lo logra, a quien honramos especialmente en este día.

La fecha gloriosa que festejamos es la derrota de los filibusteros en Rivas. La conducción majestuosa del Ejército y de los combates por el presidente Mora, los generales José Joaquín Mora y José María Cañas, el resto de los oficiales y soldados que combatieron y dieron sus vidas en esas batallas.

De Rivas siguió la peste del cólera, el regreso de nuestros combatientes, la superación de la peste; el regreso de nuevo al combate, lo que se conoce como la Segunda Campaña, que culmina el 1 de mayo de 1857 con la rendición de Walker y su expulsión de Nicaragua y de Centroamérica.

Información compartida con SURCOS por Vladimir de la Cruz.

Salve, oh tierra gentil

Vladimir de la Cruz

El título de este artículo corresponde al primer verso de la tercera estrofa, de la hermosa letra de nuestro Himno Nacional. Mi buen amigo, miembro de la Academia Morista Costarricense, Fraser Pirie, un estudioso de nuestra Historia Nacional, lo ha puesto de título para su último libro recién editado.

Suma este libro uno más a su ya importante colección de publicaciones que abordan temas nacionales. Sus trabajos son serios, hechos con un amor sin discusión, con pasión desbordada, con esmero y cuidado.

Sus libros son, en cierta forma, pequeñas obras de arte, por la diagramación, el uso extenso de fotografías y rescate de ellas, como de elementos gráficos que logra aglutinar alrededor del tema central de sus escritos; por su diagramación, que él mismo propone, y hace, para los capítulos de sus obras, por los colores y detalles que busca para exaltar, provocar y mantener la lectura; por la calidad que le pone en su edición; por la sencillez de la narración, al alcance de todo público, docto y profano.

El diseño primero provoca verlo página por página, deteniéndose uno, como lector, en los detalles de lo que va descubriendo. Si de la lectura se trata es corrida, sin cansancio, buena letra, buen interlineado, combinando con muy buen uso espacios blancos, con textos originales reproducidos, fotos antiguas y recientes, viñetas, descripciones sencillas pero precisas en estos apoyos editoriales.

Este libro, que me hizo llegar generosamente a la casa, unos días antes de Semana Mayor, a las 7 p.m., bien empaquetado, lo puse a la par de la computadora mientras terminaba de escribir un artículo. A las 9 de la noche lo abrí y quedé atrapado en revisarlo, verlo, leerlo, en ese momento a medias y por fragmentos. A las 12 de la noche había terminado de “pasar”, de esa forma, sus 462 páginas. Todo lo que estaba haciendo se interrumpió. Estaba totalmente emocionado y embebido, fascinado del libro que en los siguientes días fui saboreando poco a poco.

Este libro recoge sus inquietudes intelectuales, provocadas, entre otras cosas, por su vínculo con el trabajo de la Academia Morista Costarricense, de sus actividades divulgativas sobre la Obra de Juan Rafael Mora Porras, de los Héroes de la Campaña Nacional y del rescate que hacemos, desde esa trinchera patriótica, de la gran Gesta Nacional contra los filibusteros norteamericanos en Costa Rica y en Centroamérica.

El verso “Salve, oh tierra gentil” le da la base y la unidad a todo el libro, le da el ritmo y la medida, como si todo fuera un gran poema, donde cada capítulo se presenta como si fueran estrofas de ese poema, que con gran libertad literaria ordenó para guiar la lectura desde los días anteriores a la llegada de los filibusteros, desde la visión que se empezaba a tener de Centroamérica hasta la rendición de William Walker.

En cinco capítulos nos presenta esa situación. El primero de ellos, sin proponérselo, nos ubica el escenario geográfico político y su valor estratégico, geopolítico, en la época. ¿Cómo llegar desde la costa este de los Estados Unidos a la costa oeste de ese país, cuando todavía no estaba construido el ferrocarril de costa a costa, ni se había acabado la expansión hacia el oeste, por el llamado de las explotaciones mineras en California?

El segundo capítulo nos lleva de la mano con las andanzas de William Walker desde California hasta Nicaragua, donde llega a convertirse en un activo agente político en el interior de la política nicaragüense, y en un grave peligro para la Soberanía, la Independencia y la Libertad de las de los pueblos y las nacientes repúblicas centroamericanas, amenazadas por la anexión de estos territorios a los Estados sureños, de los Estados Unidos, y por la imposición de la esclavitud en Centroamérica. En este capítulo nos presenta a William Walker y su gavilla de filibusteros.

El capítulo tercero se lo dedica a nuestro Gran Prócer, Benemérito de la Patria, Héroe máximo de toda la Campaña Nacional. Describe brevemente los gobiernos del Presidente Mora Porras, la situación económica ante la guerra que se avecina y la preparación del Ejército Nacional, con elementos culturales de la época.

El cuarto capítulo nos introduce y nos lleva, palmo a palmo, por el camino transitado de la Guerra Nacional, donde brillan distintos héroes, desde la Primera Proclama el 20 de noviembre de 1855 hasta los principales combates de 1857.

Aquí exalta el triunfo contra los filibusteros haciendo un repaso desde la derrota en Rivas, el 11 de abril de 1856, pasando por el impacto de la peste del cólera hasta la rendición de Walker, el 1 de mayo de 1857.

El último capítulo nos recuerda el regreso de la tropa a Costa Rica, ya vencidos los filibusteros, con la narración del viaje del gran escritor norteamericano Mark Twain, en 1867, por del río San Juan, con datos biográficos, al final, de la Familia del Presidente Juan Rafael Mora, con su esposa Inés Antonia de Jesús Aguilar, y de sus hijos Mora Aguilar.

Una deliciosa lectura, un gran paseo por uno de los capítulos más importantes de la Historia Patria, nos ha regalado con esta publicación Fraser Pirie. Los invito a adquirirlo y disfrutarlo. Estoy seguro que la lectura nos llevará a hacer honor del verso, de nuestro Himno Nacional, “Salve, oh tierra gentil”.

Enviado a SURCOS por el autor.

Ceremonia honra la memoria de Karl Hoffmann, médico en la primera etapa de la Campaña Nacional contra los filibusteros

Momento de la develación de la lápida conmemorativa. Foto: Verónica Solórzano.

El jueves 7 de diciembre por la mañana, un grupo de ciudadanos se reunió en el cementerio de Esparza, para honrar la memoria del médico alemán Karl Hoffmann, quien en la primera etapa de la Campaña Nacional contra los filibusteros fungió como Cirujano Mayor del Ejército Expedicionario. Su cuerpo fue enterrado en Esparza en mayo de 1859, pero en 1929 fue exhumado y trasladado al Cementerio General, en San José, junto con el de su esposa Emilia, fallecida tres meses antes en Puntarenas.

Efectuado el homenaje en la conmemoración del bicentenario de su nacimiento, esta fue una iniciativa del grupo cívico La Tertulia del 56, respaldada por la Municipalidad de Esparza y la Universidad Técnica Nacional (UTN).

En un ambiente de gran colorido y festividad patriótica, después del ingreso de las banderas de Costa Rica y Alemania al camposanto, enarboladas por una delegación de estudiantes del Liceo de Esparza, se entonaron los himnos de ambos países. Hecho esto, hubo discursos de los representantes de las tres entidades organizadoras: Julio Leitón Badilla, Asdrúbal Calvo Chaves y Fernando Villalobos Chacón, directivo de La Tertulia del 56, alcalde de Esparza, y decano de la Sede del Pacífico de la UTN, respectivamente. La alocución de fondo correspondió al biólogo Luko Hilje Quirós, gestor de este homenaje, así como miembro fundador de La Tertulia del 56.

Concluidas estas intervenciones, y mientras se escuchaban los acordes iniciales del himno A la bandera de Costa Rica, en un momento de gran emotividad seis niños del Kínder Central de Esparza develaron una hermosa lápida, grabada con la siguiente inscripción: Aquí estuvo por 70 años / (1859-1929) / Karl Hoffmann Brehmer / Cirujano Mayor del Ejército en la Campaña Nacional, / junto con su esposa Emilia / La patria agradecida / En el Bicentenario de su natalicio / 7 de diciembre de 2023.

Ese mismo día por la noche, en el campus Juan Rafael Mora Porras, de la UTN, y ubicado en El Roble, Puntarenas, se presentó el libro Karl Hoffmann, médico y héroe en la Campaña Nacional, escrito por Hilje y publicado por la Editorial Tecnológica. En casi 500 páginas, en dicha obra se recopilan la vida y la obra de Hoffmann como médico, botánico y zoólogo. Los interesados en comprar el libro pueden llamar al teléfono 8622-7011, del Instituto Tecnológico de Costa Rica.

Carátula del libro

Vigencia patriótica del 11 de Abril de 1856

Jiddu Rojas Jiménez

El 11 de Abril, se conmemora la Batalla de Rivas (Nicaragua) de 1856, contra la Invasión Filibustera a Centroamérica, liderada por William Walker, victoria heroica costarricense contra el Expansionismo Norteamericano, y contra su Doctrina del «Destino Manifiesto». Ésta fue gran victoria táctica y también estratégica, pues comienza así la expulsión definitiva, –ya no del suelo costarricense–, sino del suelo centroamericano.

Ciertamente, fue la Primera Batalla en Rivas, para el Ejército Costarricense de Juan Rafael Mora Porras. Pero fue la Segunda Batalla, contra la Ocupación Filibustera Norteamericana de Rivas, pues en 1855, hubo otra gran Batalla de Patriotas Nicaragüenses (Bando Legitimista) contra los Filibusteros Norteamericanos y sus Aliados locales.

Al final podemos decir con certeza, que existieron tres grandes Batallas de Rivas, 1855, 1856 y 1857.

En la anterior Batalla del 29 de junio de 1855, peleada sólo por nicaragüenses, destaca el heroísmo del maestro nicaragüense Enmanuel Mongalo y Rubio, y del obrero nicaragüense Felipe Nero Fajardo, quienes queman el Mesón de don Máximo Espinoza (otro Mesón), refugio de Filibusteros atrincherados. El primero de estos héroes, no acepta la paga y pasa a la Historia, el segundo sí la acepta y no es reconocido.

La Tercera Batalla de Rivas (Segunda para las tropas costarricenses), es de 1857, ya cuando la terrible Peste del Cólera está desatada. Fue la Batalla decisiva y final de la Guerra, si le sumamos la de la Vía del Tránsito. Además, fue muchísimo más extensa.

Y en esta última, gran Tercera Batalla de Rivas, que duró 40 días (desde el 23 de marzo al 1 de mayo), el hermano del Presidente Don Juanito Mora, el General don José Joaquín Mora Porras, junto a su Cuñado el José María General Cañas Escamilla (salvadoreño), toma el mando de las tropas combinadas de toda Centroamérica, –antes divididas–, y que vienen en solidaridad contra la Invasión Norteamericana. Alrededor de 3600 tropas.

Pero destaquemos esto: Toda esta Gesta Nacional y Centroamericana de 1856- 1857, girará en torno a la visión inclusiva y patriótica de Patria, del Presidente Don Juan Rafael Mora Porras. Y esto es lo fundamental. Ahí se consolidan las bases de nuestro Estado Nacional.

Por eso hablamos de gesta histórica patriótica fundamental. Pero sustentada en un proyecto de una Patria incluyente, y no excluyente. No la del «Chauvinismo» y la de la xenofobia, la de la demagogia de turno, y la del «esencialismo» y su manipulación ideológica; por el contrario, la de una Patria que es «Matria», con vocación de Dignidad, de Libertad, de Igualdad, de Fraternidad y de Solidaridad.

Una Patria entonces por construir, plural, abierta, republicana; que es potencia y «Multitud», Poder Constituyente superador del Poder Constituido (Negri), y que, sobre todo, nos sigue inspirando como «Horizonte Regulador» (Kant) y como «Utopía-Concreta» (Ernst Bloch).

Destaca en la conmemorada Segunda Batalla de Rivas, –del 11 de Abril y que hoy se conmemora–, la heroica figura del soldado Juan Santamaría de Alajuela (tercero en intentar quemar el «Mesón de Guerra»), junto a la del nicaragüense Joaquín Rosales (fallecido y segundo en intentar quemar el Mesón), juntos a la del Teniente Luis Pacheco Bertora (primero en intentar quemar el «Mesón de Guerra» y quien cae con cuatro balazos pero, quien sobrevive, bajo los cuidados de «Pancha» Carrasco, y quien narra con detalles los hechos posteriormente); en esta Segunda Batalla se quema del otro «Mesón de Guerra».

Así como destaca acá, la heroica y aguerrida militar dirección del General Cañas, cuñado de Don Juanito Mora; acciones heroicas además sobran en esta Batalla de 1856. Muchas, –como señalaba ya el historiador costarricense Rafael Obregón Loría –, acosta del error militar táctico del pretendido rescate de un pequeño cañón tomado por el enemigo, y el «rescate del honor».

Destacan, para no hablar sólo de Juan Santamaría, las acciones del Teniente José María Rojas, quien detiene el avance de las tropas de León aliadas a Walker, tras disparar y abatir al jinete y líder aliado de los Filibusteros, Coronel Machado.

Deberemos hablar también de la llegada a Rivas, de la avanzada al mando del joven Coronel Salvador Mora, o de la decisiva llegada en la tarde a Rivas de tropas al mando del Coronel Juan Alfaro Ruiz (muerto por el Cólera en ese mismo 1856) y de Daniel Escalante (refuerzos de tropas desde La Virgen). O previamente de las acciones de contraofensiva del Coronel Manuel Argüello Arce o de Víctor Guardia Gutiérrez hermano mayor de Don Tomás Guardia Gutiérrez.

Así, el planificado ataque sorpresa de los Filibusteros, dio pie a un inmediato contraataque costarricense, dividiendo la ciudad en dos partes prácticamente.

Destacan también el papel los refuerzos dirigidos por el entonces, Mayor Máximo Blanco (tropas de refuerzo de San Juan del Sur), pues el joven Coronel Salvador Mora, ya se había adelantado; o las acciones decisivas del entonces Coronel Lorenzo Salazar (al comienzo del ataque sorpresa Filibustero); luego desgraciadamente traidores ambos, Salazar y Blanco –y hechos Generales por el Golpe de Estado precisamente contra Don Juanito–, líderes militares posteriores del derrocamiento y fusilamiento del Presidente Juan Rafael Mora Porras. Su dominio duró hasta que una Coalición de Militares y Civiles Liberales los derivará del poder militar junto a la Oligarquía.

Por supuesto, destacará el papel del Presbítero Francisco Calvo, Capellán General de Don Juanito y del Ejército Costarricense, una figura política e histórica extraordinaria, y un leal partidario del proyecto nacional del Morismo. Y quien, curiosamente trajo a la Masonería regular a Costa Rica y Centroamérica en 1865, así como quien fundó décadas después, junto a Félix Arcadio Montero, las primeras asociaciones de obreros y artesanos.

Sin embargo, volviendo a esta victoria heroica de la llamada, Segunda Batalla de Rivas, así en como de toda la Campaña de 1856-1857, el verdadero Héroe Nacional, el «Héroe Olvidado», el Héroe entre todos y todas los héroes y heroínas, el que encarna esa vocación popular colectiva, el personaje no reconocido con suficiencia, es sin duda, el mismo Presidente Juan Rafael Mora Porras; él mismo arriesgó su vida en combate arengando a las tropas, pero no sólo en Rivas.

Él y sus colaboradores, son los grandes estrategas de esta victoria política y militar del Pueblo Costarricense y de los Pueblos Centroamericanos sobre el Invasor.

Recordemos trágicamente, que el Presidente Mora Porras, fue derrocado en 1859, para ser exiliado junto a su familia y partidarios, para luego ser traicionado de nuevo, y fusilado en 1860, por una facción de la Oligarquía Golpista y de Militares traidores.

Su ejemplo histórico ha tratado de ser borrado sistemáticamente, de la nuestra memoria colectiva. Su ejemplo estorba y molesta a las Oligarquías de turno.

Recordemos finalmente, que esta heroica Campaña de 1856-1857, fue la primera derrota estratégica del Expansionismo Norteamericano en el Continente.

El ejemplo inclusivo y patriótico del Prócer Nacional, Don Juanito Mora y su protecto nacional, está más que vigente, y debe entenderse como parte de la lucha histórica por la Soberanía y la Dignidad de Costa Rica y Centroamérica.

Más de 10000 víctimas sólo costarricenses civiles, –de una población total de poco más de 100000 costarricenses–, como resultado de la «Peste del Cólera» causada directamente por el envenenamiento de los pozos de agua potable, por la Invasión Filibustera Norteamericana a Centroamérica, no pueden dejarnos olvidar este ejemplo colectivo heroico.

Así fue como se consolidó realmente, el Estado Nacional y la República de Costa Rica, y además, la Independencia de toda Centroamérica; región codiciada hasta la fecha, por sus recursos, posición geoestratégica, y por la famosa «Vía del Tránsito» del multimillonario norteamericano Cornelius Vanderbilt, en disputa para las potencias del momento.

¡Gloria Eterna al Presidente Juan Rafael Mora Porras, Libertador de la Patria!

Que este no sea un 20 de marzo más

Manuel Delgado

Conmemoramos otro aniversario de la Batalla de Santa Rosa, la primera batalla de la primera derrota de los norteamericanos en toda su historia, la primera batalla de la consolidación de nuestra independencia. Lo digo así porque esa primera derrota norteamericana en el continente se consolidó poco después en la batalla de Rivas del 11 de abril, y en la segunda parte de la guerra en 1857, peleada en el río San Juan y en esta zona sur de Nicaragua, con Rivas como centro más importante. Pero Santa Rosa preparó ese camino de victoria.

Costa Rica era entonces una nación muy pequeña. Teníamos apenas 110.000 habitantes, más o menos la mitad del cantón de San José, más o menos lo mismo que tiene el Cantón de la Unión, que conocemos como Tres Ríos.

Y empezaba su vida nacional. Teníamos 35 años de ser independientes de España y apenas ocho años de ser una república.

Aun así, este pequeño país pudo enfrentarse de manera victoriosa a una invasión extranjera proveniente de la joven potencia del norte, desde aquel entonces era el país más rico y poderoso del continente.

¿Cómo fue posible esa victoria?

Esta proeza de este pequeño pueblo estuvo siempre indisolublemente ligada a una persona, la de Juan Rafael Mora Porras, hoy con el título de Libertador de la Patria, Benemérito y Héroe Nacional. Fue su visión y don de liderazgo lo que pudo unir al país y conducirlo, en medio de sacrificios, a la victoria.

La guerra del 56-57 y sus resultados están ligados a los siguientes factores:

1.— El presidente Mora, primeramente, supo descifrar quién era el enemigo. Él se dio cuenta de que el país se enfrentaba a una situación de vida o muerte, de existir o perecer. Estados Unidos, apenas ocho años antes, había invadido México, había tomado su capital y en presencia de sus tropas había obligado a los mexicanos a entregar la mitad, ¡la mitad!, de su territorio. De ese despojo hecho por la fuerza surgieron los estados de Texas, Colorado, Nuevo México, Arizona, Nevada y California y territorios que están en otros estados. Mora entendió que Walker no venía a una aventura personal y menos pacificadora. Supo que el filibustero estaba ligado a círculos de poder del sur de Estados Unidos, al gobierno de Franklin Pierce, un alcohólico proesclavista que pretendía continuar con la expansión de Estados Unidos, otra vez a costa de México y el Caribe, y que preparó las condiciones para la guerra civil contra Abraham Lincoln, la cual empezó apenas media década después.

El interés de Walker era unir Centroamérica (Five o None, la cinco o ninguna, decía) en un estado esclavista que pudiera inclinar la balanza política en EEUU hacia la perpetuación del esclavismo, una balanza que se perdió con el triunfo de Lincoln en 1860, cuando las fuerzas antiesclavistas lograron poner a la mayoría a su favor y en contra del esclavismo. Eso era lo que Walker quería impedir con su invasión y su anexión de Centroamérica.

Walker ya había invadido Baja California y había creado una llamada República de Sonora.

Una de las grandes ambiciones del filibustero y su gente era el río San Juan, la Vía del Tránsito, es decir, el canal interoceánico. Por aquellos años ni se pensaba en Panamá. Entonces esta ruta tenía un valor continental y hasta universal. Mora y su gobierno tuvieron ayuda, más moral y menos material, de Inglaterra y Francia, y era por eso. Esos países estaban interesados en impedir que esa vía cayera en manos norteamericanas al menos con exclusividad, pues ya para entonces estaba concesionada a una compañía estadounidense.

Pero, además, Mora comprendía que esa falange impía, como él la llamaba, solo podía ser derrotada por las armas, que no había otro camino. Walker le envió a Mora un emisario que fue devuelto desde Puntarenas sin siquiera ser recibido. El Libertador sabía que eso era un engaño. Y que solo la sumisión, una sumisión perruna, podía impedir la guerra. Es decir, que el honor y la soberanía solo se podían defender con las armas. Es una enseñanza fabulosa para nuestros políticos de hoy, acostumbrados a bajar las orejas frente a las nuevas invasiones norteamericanas, a las que me voy a referir más adelante.

Con esa definición del enemigo en su cabeza, se dio a la tarea de preparar a su pueblo ideológica y anímicamente. Ningún pueblo puede triunfar si no tiene claros los objetivos de su lucha, los peligros y el carácter definitorio de su enemigo.

2.— Teniendo esto claro, Mora se dio a la tarea de preparar la guerra. Siempre nos han metido la idea de que nuestro ejército estaba formado por agricultores ignorantes y sin conocimientos militares. Nada más falso. Nuestros soldados eran efectivamente campesinos, pero recibieron un esmerado entrenamiento militar, disciplina y espíritu de combate. Para ello Mora se valió de muy buenos militares. Menciono solamente al general José María Cañas, pero no era el único. Había también un exiliado alemán, Otto van Bülov, que era ingeniero militar y excombatiente de la revolución alemana de aquellos años, la revolución de 1848, quien dio un enorme aporte. Un polaco, posiblemente polaco-alemán, llamado Ferdinand von Salich también colaboró en esta tarea.

Tampoco era un ejército pequeño. Aunque muchos lo cifran en 4.000 hombres, hay documentos que señalan que sumaban 7.200 soldados y que en un momento llegó a tener 11.000. Eso equivaldría hoy en día entre 200.000 y medio millón de soldados.

También se nos confunde con el tipo de armamento. Se habla mucho del fusil de chispa, un arma con que la corría más riesgo el que la usaba y la disparaba. Claro que había muchos fusiles de chispa. Pero Mora se las ingenió para dotar a nuestro ejército de un armamento más avanzado, un parque de fusiles Minié y sus municiones, que había utilizado Inglaterra en la recién concluida guerra de Crimea y que Mora compró a ese país. Ese fusil marcaba una diferencia del cielo a la tierra. Para mencionar solo una diferencia, diré que el fusil de chispa podía dar en un blanco, con suerte, a cien metros; el Minié, casi de seguro, a 500 metros.

Cuando los filibusteros se enfrentaron con nuestro ejército en un día como hoy, quedaron sorprendidos por el poder de fuego costarricense, tanto así que dijeron a sus jefes que aquí en Santa Rosa se habían enfrentado no con costarricenses, sino son soldados franceses.

3.— Había que preparar no solo soldados y armas, sino todo lo demás: medicina, avituallamiento, transporte. No voy a entrar en detalle, pero diré solo que él puso a trabajar a un gran equipo en esas tareas.

Algunos de ellos eran Santiago Hogan Grey, Cruz Alvarado Velasco, Fermín Meza Orellana, Andrés Sáenz Llorente y otros.

He mencionado que había en el país un grupo de alemanes, como Nanne, Rohrmoser, Fisher, Gólcher, Alexander Von Franzius y Carlos Hoffman que se pusieron a las órdenes del presidente Mora. Estos dos últimos fueron fundamentales en la formación de la ciencia natural en el país. Carlos Hoffman fue nombrado por el presidente como el médico jefe del ejército nacional. Por cierto, que el puesto era pretendido por otro médico, José María Montealegre, quien se disgustó tanto con la decisión de Mora que decidió no ir a la guerra y quedarse en casita cuidando sus millones. Años más tarde va a ser el principal culpable del derrocamiento del presidente Mora. Carlos Hoffman es otro de nuestros héroes olvidados. Él estuvo en toda la guerra, se quedó en Rivas durante la epidemia del cólera y luego, llamado por don Juanito, se vino a San José para ponerse al frente en la lucha contra la enfermedad.

Quiero enviar un saludo muy afectuoso a los alemanes de nuestro país, y a los descendientes, hay algunos, de esos alemanes que lucharon con nosotros en 1856. Van Bülov y Hoffman no dejaron descendencia. Hay descendientes de un sobrino de van Bülov, que también peleó en la guerra del 56, pero ellos viven en Estados Unidos.

4.— La otra decisión clave de don Juanito fue decidir que él no iba a esperar al enemigo en la capital. San José en esa época llegaba hasta el Hospital San Juan de Dios, y don Juanito dijo: Yo no voy a pelear esta guerra en La Sabana. La guerra la vamos a pelear en las barbas de William Walker. Esto suponía un esfuerzo inmenso, que era transportar todo un ejército hasta Nicaragua. Hoy eso equivaldría transportar 200.000 hombres. Y se tenía que hacer sin vehículos, a pie, con la sola ayuda de algunos bueyes que se utilizaban para transportar dos pequeños cañones.

Para ello había que trazar una ruta, construir puentes y caminos y asegurar medios de supervivencia, sobre todo alimentos, para los soldados en viaje.

Juanito Mora contaba, como dije, con la ayuda de Otto van Bülov, conocido como el Barón, pues lucía ese título nobiliario. Este ingeniero alemán a quien Juanito Mora había nombrado jefe de caminos, brindó un enorme aporte en este sentido. Todavía quedan algunas de esas construcciones. Él tuvo a su cargo la construcción del puente de La Garita, que estaba unos metros aguas arriba del actual, y de la carretera que sube a Los Ángeles. También fue responsable del primer puente de Damas, en San Mateo. Un pueblito de por allí se llama El Barón, pero nadie sabe por qué. En una ocasión propuse que al menos la escuela, que se llama Escuela El Barón, fuera bautizada por el nombre completo del héroe alemán. Pero como siempre sucede, en este país del olvido nadie quiere hacer memoria. En el país del olvido, el desmemoriado es rey. Digo nada más que Van Bülov peleó en Rivas, cosa que él sabía hacer muy bien. Allí se contagió del cólera, enfermedad de la que murió días después en Liberia.

Entonces, ya listos, con un alto nivel de conciencia y una alta moral de combate, el ejército partió, a pie. Salió de donde hoy es el Mercado Central, caminó hasta San Rafael de Alajuela, llegó a la Garita y a los Ángeles y siguió hasta Barranca. Allí se dividió en dos: una parte se fue a Puntarenas y siguió en botes por el Golfo de Nicoya y el Río Tempisque hasta el pueblo de Bolsón. El resto siguió a pie por potreros y montes por la ruta de Bagaces y lo que hoy sería Cañas, hasta Liberia.

Allí los alcanzó el presidente Mora, que en vez de quedarse en su Palacio Presidencial se fue con la tropa a la primera línea de fuego.

El resto de la historia ya la sabemos. José Joaquín Mora, cuyo suegro había sido dueño de la Hacienda Santa Rosa, marchó hacia el norte y dirigió ese primer combate contra los filibusteros. Fue en aquel 20 de marzo. Allí murieron 20 patriotas y 25 filibusteros. Otros 20 fueron capturados durante su huida, fueron sometidos a juicio y fusilados inmediatamente.

Cabe preguntarse por las enseñanzas que nos dejaron los patriotas de 1856.

La primera es que la patria debe defenderse y no entregarse a los que vienen con falsas promesas. Eso no lo entienden muchos costarricenses y no lo comprenden o no lo quieren comprender nuestros gobernantes.

El país está enfrentado a una nueva ola de filibusteros. Son los que han sido dueños de nuestros principales productos, entre ellos el banano y la piña, y con ellos se llevan nuestra riqueza. Son los que hoy nos estafan con sus eurobonos, sus créditos y sus imposiciones, impuestos por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Son los que nos tienen atosigados con la deuda externa, y nos prestan cada vez más para que sigamos endeudados. Son los que nos roban a través del comercio internacional, vendiéndonos caro y comprándonos barato. Son los que se han apoderado de nuestras principales carreteras, puertos y aeropuertos. Son los que se llevan el dinero de nuestras pensiones y lo colocan en la ruleta rusa de las bolsas norteamericanas a costa de grandes pérdidas para nosotros y enormes ganancias para ellos. Son los que nos impulsan a destruir nuestro estado de bienestar social y presionan para que se vendan la Caja, el ICE, los bancos del estado y demás.

Quien no tiene claro que ese enemigo existe y quién es, no es un digno heredero de Juanito Mora y no podrá liderar al país para salir de la injusticia, la pobreza y el subdesarrollo.

La segunda enseñanza es que con ese enemigo no se negocia. Ya no puede hablarse con una guerra verdadera, pero la lucha es similar, y no hay peor pecado que intentar esquivarla con el timo de que debemos ser inteligentes y tolerantes, inteligentes y tolerantes contra un enemigo nada tonto y nada tolerante.

La tercera es que al pueblo hay que prepararlo para la lucha con la verdad, no con vericuetos de lenguaje, no ocultando los hechos para que no nos digan dogmáticos ni trasnochados. Los que eso hacen y así piensan no son legítimos herederos de los héroes del 56.

Ellos, los héroes del 56, consolidaron nuestra independencia y crearon una idiosincrasia, crearon la nación costarricense. Lo hicieron con su pensamiento claro y su sangre.

¡Bendito sea su pensamiento!

¡Bendita sea su sangre!