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Etiqueta: golpe militar en Chile

Una pedrada por Víctor Jara

Orlando Barrantes Cartín

Siempre he llevado en mi militancia de izquierda dos recuerdos o anécdotas relacionadas con el gran Víctor Jara.

La primera es de cuando con un grupo de estudiantes del Colegio de Golfito lo fuimos a ver tocar y cantar en aquel viejo cine de Neily. Inenarrable esa experiencia, rodeados de los curtidos obreros bananeros. Yo era presidente del gobierno estudiantil y coordinamos con la UTG nuestra presencia.

La otra fue cuando poco después protestamos contra el golpe de estado de Pinochet, frente a la embajada de Chile, que recuerdo estaba ubicada por el sector de San Pedro, pero no preciso exactamente el lugar. Víctor ya estaba preso en el Estadio Nacional de ese país.

En la marcha en San José éramos un grupo grande de muchachos de la UCR y algunos de nosotros militantes del FEP/MRP.

Vanesa Monge (QEPD) se colocó junto a mi cuando nos acercábamos caminando a la embajada. Tome, me dijo, y sacó dos buenas piedras del bolso que andaba. Acaté inmediatamente, no necesitaba instrucciones y me adelanté y me acerqué más a la embajada, que era de dos pisos con grandes ventanales.

Toda mi vida he venido recordando, como en cámara lenta, cuando tiré con mucha furia la primera de las dos piedras. La veo cuando alza vuelo y va de camino rauda y cuando quiebra los vidrios. Está muy nítido en mi memoria. Inmediatamente tiré la segunda piedra.

Durante dos o tres segundos los manifestantes no reaccionaron, pero muy rápido uno a uno todos los demás ventanales iban cayendo. Fue una protesta justa, y recuerdo que sentíamos que era lo mínimo que podíamos hacer contra un golpe de estado asesino, que tanto conmocionó al mundo, hasta hoy.

Cincuenta años después sigo lamentando que la solidaridad internacional no lograra rescatar a Víctor. Es un dolor profundo que nos sigue oprimiendo.

Es difícil ahora comprender por qué y cómo un grupito de muchachos de un colegio rural como el de Golfito nos identificamos tanto con Víctor. Teníamos una idea precisa de quién era, sin el menor atisbo de Internet y redes sociales, sin teléfonos celulares. La UTG y los compañeros del PVP y la Jota nos mantenían bien informados.

Cantábamos sus canciones con nuestras guitarras y así las transmitíamos de boca en boca. Te recuerdo Amanda luego fue como un himno, y no nos cansábamos pocos años después, ya en San José, de pedirle a José Acedo que la interpretara. Junto a Desalambrar y muchas otras se nos metió tanto dentro de nuestro ser que hoy en día se nos hace difícil terminar de cantarlas, porque nos gana la nostalgia y el dolor.

Con cada lucha que dimos cantábamos las canciones de Víctor, en las calles de Golfito en las tres huelgas pidiendo recursos para el colegio, en las montañas en solidaridad con los dirigentes campesinos hermanos Barroso, en lo profundo de los bananales del sur, la práctica de la lucha estudiantil, obrera y campesina con las canciones se convirtió en una escuela inolvidable. Práctica y teoría.

Los 44 balazos de alto calibre con que la turba milica chilena cobarde asesinó en el estadio a Víctor Jara, jamás será redimida con la condena reciente a 25 años de cárcel de esos siete cobardes soldados. Uno de ellos se suicidó.

Pero nos conforta un poco saber que 50 años después de la tragedia a Víctor Jara se le recuerda. Y así será a través de cada lucha que demos, pequeña o grande. Por eso seguimos diciendo:

¡A DESALAMBRAR!

¡VÍCTOR PRESENTE!

¡NI UN PASO ATRÁS!!

¡Nunca más! Ni en Chile, ni en ninguna otra parte

Alberto Salom Echeverría

En la alborada de la década de los setenta del siglo XX, se inició un experimento inédito en Chile. No tendría significación solo en América Latina, sino en el mundo entero, puesto que nunca se había concretado nacionalmente una lucha social pacífica, por la vía electoral, que se hubiese planteado un rumbo socialista.

Se puede estar de acuerdo o no con el propósito definido por aquel conglomerado social que apoyó políticamente a la Unidad Popular chilena, pero no cabe duda de que estaba dentro de las directrices y reglas de la democracia occidental, tal como la conocemos desde hace más de 200 años. En otros términos, lo que estaba en boga en Chile, no era otra cosa que la “voluntad popular” que se concretó en favor de la “Unidad Popular “, encabezado el proyecto por la figura de un hombre, el Dr. Salvador Allende Gossens revestido de una férrea voluntad por cumplir con su pueblo el compromiso estratégico de instaurar el socialismo por la vía democrática; pero, al mismo tiempo era dueño de un carácter conciliador, un proceder flexible y maneras educadas en el trato con los demás. Una simbiosis rara, que configuró una personalidad única e inigualable, lo que le permitió obtener un gran prestigio y calado en los diferentes sectores de la sociedad.

Por esa personalidad tan peculiar, Salvador Allende, proveniente del partido socialista chileno que contribuyó a fundar en 1933, se constituyó en el arquitecto del proyecto unitario denominado Unidad Popular (UP), por encima inclusive del gran poeta universal Pablo Neruda, quien representaba al partido comunista de Chile y con quien compitió para ganar la candidatura dentro de ese conglomerado político que fue la UP. Allende había sido candidato a la presidencia de la República en tres oportunidades anteriores (en las elecciones de 1952 frente a Ibáñez, en las de 1958 frente a Jorge Alessandri, y finalmente en las de 1964 contendiendo a Frei Montalva); Allende hizo todo ese duro recorrido político antes de alcanzar el triunfo electoral en las elecciones de 1970, para ser investido como presidente Constitucional el 4 de setiembre de este año.

Adicionalmente, para poder alcanzar el solio presidencial, fue necesario establecer antes un acuerdo con la Democracia Cristiana chilena, que gozaba de la mayoría parlamentaria. Con ella se acordó la elección de Allende por el Congreso de la República, ya que había obtenido la primera mayoría, el 36% del total de los votos emitidos, pero este porcentaje resultó insuficiente para alcanzar de manera directa la nominación presidencial. Fue necesario que los partidos de la UP y el propio Allende firmaran un “Estatuto de Garantías Democráticas”, incorporado a la Constitución Política por medio de una reforma. Tras este acuerdo vital, el Congreso Pleno lo proclamó presidente de Chile, el 24 de octubre de 1970; entonces sí, fue nominado mediante una lujosa mayoría de 153 sufragios, contra únicamente 35 del expresidente Jorge Alessandri y 7 votos en blanco. (Cfr. Reseña biográfica Salvador Allende Gossens. “Salvador Allende Gossens, presidente de la República de Chile.” Bcn.cl).

Fue de esta manera que se consagró como lo acabamos de expresar, por vez primera en la historia del mundo occidental, la elección de un presidente marxista a la presidencia de La República, por medio del voto popular en unas elecciones libres. Allende y la Unidad Popular, comenzaron a cumplir meticulosamente con el programa con el que se habían comprometido, sin alterar ni en un ápice, el “Estatuto de Garantías Democráticas” acordado en el Congreso. Primero vino la aprobación de la Nacionalización de la Gran Minería del Cobre, que contó con el apoyo de la UP, de la Democracia Cristiana y hasta de algunos sectores de la derecha, ubicados en el partido de Alessandri. En segundo lugar, se acentuó la redistribución del ingreso y la reactivación económica; enseguida se acometió la tarea de avanzar rápidamente en la expropiación de grandes latifundios con la legitimidad que daba la Ley de la Reforma Agraria, aprobada durante el gobierno anterior de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), pero que en ese gobierno no caminó por falta de voluntad política y temor a las amenazas de los terratenientes. Fue así como se constituyó el área de propiedad social de la economía, todo dentro del orden democrático y de la Constitución Política.

En el campo de las relaciones internacionales, el gobierno encabezado por el presidente Salvador Allende G. forjó un nuevo sistema de alianzas, comenzando con el restablecimiento de relaciones con Cuba y enseguida continuó forjando amplias relaciones con los países del entonces llamado “campo socialista”.

Todo lo anterior se dio en medio de las más brutales acechanzas por parte del gobierno de los Estados Unidos, bajo la presidencia de Richard Nixon y teniendo como su asesor para temas de seguridad nacional a Henry Kissinger, quien fuera el principal responsable de orquestar una gran conspiración fraguada por la CIA, para debilitar e intentar aislar internacionalmente al gobierno chileno. Advierto que soy muy escéptico con respecto a las teorías de las conspiraciones; sin embargo, la anterior afirmación está sustentada en la desclasificación de los archivos de la CIA, lo que se produjo por primera vez en 1975. En la siguiente cita el periodista Peter Kornbluh, reconstruye paso a paso cómo se urdió el complot. En la parte introductoria el periodista escribió: “El 15 de septiembre de 1970, hace exactamente 50 años, Richard Nixon, entonces presidente de Estados Unidos, ordenó una intervención directa y soterrada para evitar que Salvador Allende llegara a La Moneda o, de no ser posible, derrocarlo. Para esto se planearon diversas fórmulas –incluyendo presiones sobre el presidente Frei Montalva–­ que quedaron registradas en documentos secretos.” A continuación, comienza el documento con esta notable cita: El 15 de septiembre de 1970, durante una reunión de veinte minutos en la Oficina Oval (en la Casa Blanca, EE. UU.) entre las 3:25 pm y las 3:45 pm, el presidente Richard Nixon ordenó a la CIA fomentar un golpe de Estado en Chile. Según notas escritas a mano por el director de la CIA, Richard Helms, Nixon entregó instrucciones explícitas para prevenir que el recién elegido presidente de Chile, Salvador Allende, asumiera su mandato en noviembre. O para crear condiciones para derrocarlo si lo hacía. “Una oportunidad en 10, tal vez, pero salvar a Chile”, “No le preocupan los riesgos que involucre”, anotó Helms, tal como aparece en sus manuscritos hoy desclasificados, mientras el presidente (R. Nixon) exigía un cambio de régimen en la nación sudamericana que se había convertido en la primera en el mundo en elegir libremente a un candidato socialista. «Trabajo de tiempo completo: los mejores hombres que tenemos «. «Hacer que la economía chille «. (Cfr. Este artículo corresponde a una traducción de ‘Extreme Option: Overthrow Allende’, publicado originalmente en la página del Archivo de Seguridad Nacional (NSA) de The George Washington University, Estados Unidos. https://www.ciperchile.cl/2020/09/15/documentos-desclasificados-de-eeuu-registraron-la-genesis-de-la-instruccion-de-nixon-para-derrocar-a-allende/).

Como en un inicio no pudieron ejecutar la maniobra acordada del derrocamiento del gobierno Constitucionalmente electo, a pesar de haber perpetrado también como parte de la estrategia, urdida con el apoyo irrestricto del gobierno de Nixon, el crimen llevado a cabo por un grupo de ultra derecha del jefe de las Fuerzas Armadas, general René Schneider Chereau, leal al gobierno Constitucional recientemente elegido, aprovecharon por fin una coyuntura de severa crisis económica entre 1972 y 1973, para alimentar el sabotaje de la economía, desabastecer los supermercados, y finalmente apoyar el paro de los transportistas que se produjo desde el día 9 de octubre de 1972, y se prolongó hasta el 5 de noviembre del mismo año. Este paro, que sorprendió a Chile, fue apoyado inclusive económicamente por los gremios empresariales de Chile (no en vano se le denominó “el paro de los patronos”), contó además con el auspicio directo de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos y fue un factor clave para desestabilizar al gobierno y crear las condiciones propicias para el “Golpe de Estado”, que se produjo finalmente el 11 de setiembre de 1973 y culminó con el derrocamiento de Salvador Allende. (Cfr. Rojas, Susana (8 de junio de 2003). “El Paro que Coronó el Fin o la Rebelión de los Patronos”. El Periodista. web.archive.org).

Lo que siguió, fue un baño de sangre que enlutó a la nación suramericana, asesinatos en masa, desapariciones, cadáveres lanzados al mar y vejaciones contra toda aquella persona que le pareciera a la “cruel dictadura de Pinochet”, que era un enemigo. La palabra “enemigo” vino a sustituir a la de “Ciudadano o Ciudadana”. Muchos patriotas debieron abandonar Chile huyendo al exilio, para evitar su encarcelamiento o desaparición. Costa Rica fue un testigo de excepción, porque aquí acogimos a cientos de chilenos inmigrantes, que por cierto contribuyeron decisivamente a desarrollar la Universidad Nacional (UNA), acogidos por el propio rector Benjamín Núñez y por toda la comunidad de académicos, estudiantes y personal administrativo. También hicieron un enorme aporte la cultura, al teatro, las artes y la música en general, y descollaron en muchos otros ámbitos de la vida nacional. Grandes amigos para toda la vida forjamos algunos de nosotros como consecuencia de aquella inmigración.

La brutalidad, el latrocinio, la ilegalidad de aquella dictadura inmisericorde encabezada por Pinochet, es deseable que nunca más pueda reaparecer en ninguna parte, que nunca se puedan volver a pisotear los derechos humanos de la manera tan desabrida como se dio a partir del 11 de setiembre de 1973 y por 17 años, ni de ninguna otra forma; que no se vuelvan a pisotear ni en Chile, ni en ninguna otra parte. ¡Que vivan la democracia y los derechos humanos! ¡Qué se honre por siempre la memoria del presidente Allende! ¡Qué viva el pueblo de Chile!

Impacto político-económico del golpe militar en Chile, Costa Rica y América Latina

Walter Antillón

  1. Antecedentes: los años de la Presidencia de Salvador Allende
  2. La represión policial y militar
  3. Instauración del neoliberalismo en Chile como “espejo” de América Latina. La brecha económica
  4. El sistema dictatorial del Cono Sur. El Plan Cóndor: instrumento de exterminio de la izquierda latinoamericana.
  1. Antecedentes: los años de la Presidencia de Salvador Allende

Hoy nadie duda de que la Guerra Fría, además de un conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética, fue también una cruenta guerra no declarada que Estados Unidos desató por más de cuarenta años contra los pueblos de América Latina; y también sabemos que una de sus más trágicas víctimas fue el pueblo chileno.

Los documentos recién desclasificados en Washington acerca del gobierno del presidente Allende y el golpe de Estado de Pinochet han terminado por dejar en la más completa claridad la ilegítima, constante y funesta intervención del gobierno estadunidense en los asuntos de Chile; una intervención que se operó desde que los datos apuntaron hacia la posibilidad de que Allende ganara las elecciones en setiembre de 1970: el asesinato del general René Schneider, jefe del Ejército, en octubre de 1970; el boicot de los comerciantes para provocar escasez de los productos básicos desde 1971, hasta el paro de los camioneros en 1972: todas estas actividades fueron planeadas y financiadas por la CIA.

A comienzos de setiembre de 1970 Henry Kissinger escribía a Richard Nixon:

 “El ejemplo de un gobierno marxista electo y exitoso en Chile, ciertamente tendría un impacto -y serviría como precedente- en otras partes del mundo, especialmente Italia. La propagación de un fenómeno semejante en otro lugar afectaría significativamente el equilibrio del mundo y nuestra propia posición en él”

Acusándola de totalitaria, abrumaron a Cuba con bloqueos y embargos, pero en el caso de Allende vemos que, en realidad, lo que preocupaba a Nixon no era la democracia, sino que se demostrara al Mundo la viabilidad del socialismo democrático.

Por eso, una vez electo Allende, Nixon declaró que ‘haría crujir la economía chilena’. Y efectivamente en los años siguientes sus bancos congelaron los créditos y su gobierno congeló la ayuda económica. El Banco Mundial y otras instituciones financieras internacionales dominadas por Estados Unidos cancelaron unilateralmente los préstamos ya otorgados; y la ITT formó un comité de representantes de corporaciones estadounidenses para coordinar con el gobierno Nixon una estrategia contra Chile.

Sin embargo, aún con la severa crisis inflacionaria desatada en Chile por la alevosía nixoniana, como bien dice el compañero Ramón Vargas, de la Asociación Americana de Juristas, Rama Chilena:

“…A pesar de estos afanes reaccionarios, el gobierno de Salvador Allende pudo llevar adelante parte importante de su programa: la nacionalización del cobre, la Reforma Agraria, el control de la banca, un programa de construcción de viviendas que no ha sido igualado. Con la Reforma Agraria se puso término para siempre al dominio del latifundio en el campo chileno y se crearon las bases para un importante desarrollo de la AgroIndustria…”

Ello se confirma indirectamente en la comparamos dos períodos dentro de los últimos sesenta años: el de los gobiernos de Frei Montalva y Allende (1964-1973), que muestran un coeficiente de Gini enteramente favorable, y el que arranca en 1974, con la política neoliberal de la Dictadura y años siguientes: la brecha económica entre ricos y pobres se dispara, haciendo de Chile uno de los países más desiguales del Mundo.

En todo caso, dado el conjunto de dificultades y obstáculos políticos, económicos y financieros creados e implementados por Estados Unidos contra Allende desde el comienzo de su gobierno, la oligarquía chilena apostaba a provocar su impopularidad y su descrédito; pero, por el contrario, en las elecciones de diputados y senadores de marzo de 1973, la Unidad Popular subió espectacularmente en comparación con las elecciones presidenciales de 1970: del 36.2% que obtuvo Allende en el 70, al 44.2% que alcanzaron sus diputados y senadores en marzo del 73. Es decir, despues de dos años y 4 meses de ejercer un gobierno boicoteado y acosado por todos lados, el partido liderado por Allende había aumentado más de un 20 % su caudal de votos.

Así las cosas, para detener aquel ejemplo ‘funesto’ de socialismo democrático, a Nixon, a Kissinger y a Pinochet y compañía, sólo les quedaba el golpe de Estado. Y el golpe de Estado fue cuidadosamente planeado y ejecutado el 11 de setiembre de 1973: hoy hace cincuenta años.

  1. La represión policial y militar

El golpe de septiembre del 73 fue una acción militar ejecutada por el Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada Naval y el Cuerpo de Carabineros de Chile, para derrocar al presidente Allende y su gobierno. Así, mientras un aparatoso despliegue por mar y tierra se extendía a lo largo del país, tropas del ejército y aviones de la Fuerza Aérea sitiaron y atacaron el Palacio de La Moneda, sede del gobierno constitucional. Tal como lo prometió en su último discurso, Salvador Allende murió durante el asalto de los militares al Palacio.

Este golpe despedazó el orden constitucional de la Repúblilca, y dio origen al establecimiento de la usurpadora junta militar liderada por Augusto Pinochet. El país fue sometido a una dictadura que se extendió hasta 1990 y se caracterizó por practicar una salvaje represión. Durante este periodo, fueron cometidas sistemáticas violaciones a los derechos humanos, se suspendieron los derechos civiles y políticos; miles de ciudadanos son detenidos, se producen allanamientos masivos y se cometen torturas, asesinatos y desaparición de personas; se establece la censura; se proscribe los partidos políticos y los sindicatos; los soldados queman miles de libros apilados en las calles de ciudades y pueblos; se disuelve el Congreso Nacional y el Poder Judicial se convierte en un instrumento dócil al gobierno. Una ‘Caravana de la Muerte’ recorre los pueblos deteniendo, torturando y asesinando ciudadanos, culpables del delito de ‘izquierdismo’. En suma, en ese período el régimen asesinó a más de 3 mil personas; un número considerable de chilenos se refugia en embajadas extranjeras y se calcula que cerca de doscientos mil fueron al exilio.

  1. Instauración y fomento del neoliberalismo en Chile, como “espejo” para América Latina. La brecha económica

Pinochet fue un peón servil del Imperio, verdugo de su propio pueblo. Para cumplir su triste papel, Pinochet necesitaba reconocimiento internacional, sustento financiero e inversión, y los obtuvo gracias al masivo apoyo del gobierno Nixon y del sector financiero estadunidense. Desde 1974 puso la economía en las manos de los Chicago Boys, quienes al año siguiente iniciaron la implementación del shock neoliberal, que implicó una drástica reestructuración de la economía, de la sociedad y del sistema político, con el pleno apoyo y bajo el control monolítico del propio Pinochet, a través de un programa que contemplaba:

a) La drástica reducción del sector público y el rediseño del aparato estatal, a fin de que cumpliera exclusivamente su papel de gendarme;

b) La reorientación de los excedentes hacia el mercado de capitales;

c) La apertura de la economía al libre mercado con rebaja arancelaria;

d) La liberalización paulatina de los bancos;

e) La devolución al sector privado de gran cantidad de empresas del Estado: metalúrgicas, bancarias, aceiteras, textiles, electrónicas, pesqueras, etc., por medio de ventas a conglomerados económicos tradicionales, o constituidos a propósito.

La ayuda financiera masiva para el despliegue de dicha política neoliberal produjo, entre 1977 y 1981 una notable mejora en la economía; lo que Milton Friedman se apresuró a calificar como el “Milagro Chileno”: el cual fue promocionado internacionalmente con bombos y platillos como el triunfo del neoliberalismo y la justificación del golpe de Estado y del régimen de Pinochet. Porque, efectivamente, durante ese tiempo se redujeron considerablemente la inflación y el déficit fiscal; la producción industrial y la construcción se recuperaron y el Pib tuvo un aumento notorio; nació una multitud de empresas por la privatización del sector empresarial público, y como consecuencia proliferaron los nuevos super ricos amigos del régimen, junto a las grandes fortunas tradicionales.

En cuanto al agro, un tercio de las tierras de la reforma de Allende fue devuelto a sus antiguos dueños; y en lo que concierne a los campesinos que habían sido favorecidos, la mayoría terminó vendiendo su parcela por falta de crédito y de asistencia técnica.

En todo caso, el gasto social (educación, salud, vivienda) cayó drásticamente, al igual que los salarios, mientras que aumentaba el desempleo.

En resumen, si a comienzos de 1973, el acosado Chile de Allende atravesaba ciertamente una severa crisis económica, con una inflación del 606%,​ pero con un índice de desempleo de tan solo un 4,3 %; en 1982, tras una década de reformas de libre-mercado, la época milagrosa de los Chicago Boys dio paso a una nueva crisis económica que llevó a un desempleo del 23,7 % y a una disminución del producto interno bruto en un 14,3 %; y al término de la Dictadura militar en 1990, el índice de pobreza había alcanzado al 40 % de la población.

 Todavía en la actualidad, la sombra de la brecha desigual persiste: los datos halagüeños registrados en los últimos años sólo han llevado a la conclusión de que Chile constituye un caso de crecimiento sin bienestar. Lo cual no impidió que, a través de los poderosos megáfonos del neoliberalismo se siga propagando por América Latina y el Mundo los ecos de un ‘milagro chileno’.

  1. El sistema dictatorial del Cono Sur. El Plan Cóndor: instrumento de exterminio de la izquierda latinoamericana.

En sus inicios de 1973, la dictadura chilena no estaba sola: una vez consolidada, pasó a formar parte de un sistema interregional constituido por Paraguay, Brasil, Bolivia, Uruguay y, poco después, Argentina, bajo la influencia y con el respaldo económico y militar de los Estados Unidos; sobre todo a través de la CIA y la Escuela de las Américas, que entonces ofrecía un postgrado en terrorismo de Estado, con énfasis en tortura y desaparición de personas.

La existencia y la disponibilidad de esos 6 regímenes militares pusieron las condiciones para el diseño de la gran operación estratégica del Plan Cóndor, fruto de la perspicacia de una de las grandes mentes criminales de hoy: el Premio Nobel de la Paz Henry Kissinger.

En efecto, en 1975 las dictaduras mencionadas, inspiradas por Kissinger, entonces Secretario de Estado, y bajo la tutela de Brasil, la hermana mayor, suscribieron la Operación Cóndor, también llamada ‘Plan Cóndor’: un pacto secreto de cooperación clandestina entre los aparatos de inteligencia y represión de las mencionadas dictaduras, cuyo objetivo era exterminar a todas las personas militantes en grupos u organizaciones de izquierda de la región, ya fueran partidos políticos, sindicatos, universidades, periódicos, revistas u otras agrupaciones. Se fundó secretamente en el Chile de Pinochet y duró catorce años, hasta 1989. Contagiados de filantropía, Perú y Ecuador ingresaron al ominoso cónclave en 1978.

En ejecución del Plan, las fraternales dictaduras practicaron más de 400.000 detenciones de personas, en las que se practicó sistemáticamente la tortura. Según la estimación de nuestro compañero de la AAJ profesor Martín Almada, descubridor en 1992 de los Archivos del Plan Cóndor en Paraguay (Archivos del Terror), más de 100.000 personas fueron asesinadas durante la vigencia del funesto Plan.

Pasado medio siglo desde el Golpe, sus secuelas son visibles en sectores del pueblo chileno que lo padecieron, y han transmitido a sus descendientes un mensaje de conformismo y pasividad, de temor y renuncia al pleno ejercicio de los derechos que, como seres humanos, les corresponde ejercer. Y esa es la realidad también en otros países de nuestro Subcontinente a consecuencia del Cóndor y de operaciones similares implementadas durante muchos años.

Los intereses de los Estados Unidos no constituyen la pauta que determine el destino del Planeta. Los pueblos de América Latina no merecían la suerte que les ha tocado vivir. Es preciso que lo sepamos, que no nos resignemos, que reaccionemos vigorosamente. Otro mundo es posible.

Taller en Valparaíso por la memoria para que no se repita en ninguna parte

Oscar Jara Holliday comparte con SURCOS y sus lectoras y lectores:

“Aquí en Valparaíso antes del 11 de setiembre en talleres de recuperación de memoria y actividades conmemorativas del sangriento golpe al gobierno de Allende… ¡para que nunca más se repita en ninguna parte!

Velas por las personas lanzadas al mar por la dictadura

Fiesta en el infierno el 10 de diciembre del 2006

Isabel Ducca D.

El 28 de julio de 1999 fue una fecha extraordinaria en la vida del diablo. Ese día Juan Pablo II afirmó que el infierno no existía. El demonio, como había estado tan ocupado, desde hacía tantos siglos, en repartir latigazos, avivar calderas o mantener helados ciertos círculos, no supo qué hacer. La orden le llegó tan de improviso que no le quedó más que sentarse a cavilar sobre aquella nada en que se le había convertido el infierno. Sus subalternos pedían explicaciones y él no sabía qué responder. Les dio a todos vacaciones mientras se despejaban los nublados de su mente y los citó para algún día incierto.

Decidió irse a dar una vuelta por Roma para ver qué explicaciones obtenía. Tenía tanto tiempo de no andar por estos rumbos que hasta le pareció buena idea esa clausura del infierno y ese descanso. No se lo tomó a mal. Con el mejor de los ánimos, se lanzó a su nueva aventura.

No había terminado de llegar a la plaza de San Pedro cuando se llevó su primera gran sorpresa. Se abrió paso entre una multitud de mujeres para observar qué sucedía. Había una gran hoguera en media plaza y aquellas mujeres gritaban: “¡Nunca más una torturada!”, al momento del grito lanzaban al fuego una sotana con el nombre de algún inquisidor. Ahí figuraron: el papa Adriano VI, Alonso de Salazar, Bernardo Gui, el papa Alejandro II, el papa Paulo IV, Konrad von Marburg, Pedro de Arbués, Roberto Belarmino, Tomás de Torquemada; hasta sotanas con el nombre de Calvino y Lutero desfilaron ante sus ojos. Cuando vio que lanzaban al fuego un ejemplar de El martillo de las brujas, se interesó `por el asunto; como pudo le robó a una mujer un ejemplar cuando estaba a punto de lanzarlo a la hoguera.

Se fue a un rincón y empezó a leerlo. Esa edición contaba con un prólogo en el cual explicaban lo sucedido y cómo la cacería de brujas había servido a los grandes intereses económicos para empobrecer el campesinado, arrebatar tierras comunales y engrandecer las riquezas del Vaticano y de otros reinos.

No sabía qué hacer ni qué decir. Suspendió la visita a Juan Pablo II y siguió a las mujeres. Por casualidad, se fue detrás de unas mujeres latinoamericanas que se dirigían a un foro donde las Madres de la Plaza de Mayo iban a exponer sus veinte años de lucha. Ahí escuchó hablar del Plan Cóndor, Richard Nixon, Henry Kissinger, Rafael Videla, Augusto Pinochet, dictadura de los militares y un gran etc. Por su parte, las centroamericanas dieron su versión de la guerra de baja intensidad emprendida por Ronald Reagan y demás desastres como empobrecimiento, persecución, desapariciones, matanzas, aldeas quemadas y otro gran etc.

El diablo no sabía por dónde empezar a ordenar aquel rompecabezas. Sin embargo, llegó a una primera conclusión. Desde que el imperio romano se había cristianizado, él había estado a las órdenes de los señores de la dominación, de los Señores de la Muerte. Él debía estudiar y aprender mucho de lo que sucedía en este mundo, pues se había limitado a ejecutar castigos y recibir órdenes; había sido su burócrata. Por lo que estaba escuchando y observando, se había dedicado a castigar a las víctimas. Encima de que habían sido explotadas, castigadas, torturadas, violadas en este mundo, llegaban al infierno a recibir castigos por pensar y sentir diferentes o simplemente por ser humanos con dignidad.

En América Latina, se enteró de todo lo que había sucedido desde 1492, cuando desembarcó Colón y los misioneros empezaron a repartir torturas y castigos en su nombre. Después de eso, ya no tuvo dudas: “Estos desalmados, mis hijos más auténticos, han renegado hasta de mí. Han venido creando infiernos aquí en la tierra y me lo han ocultado. Llevan mi sello. ¡Ahora sabrán quién soy!”.

Cuando en abril del 2007, Benedicto XVI afirmó que el infierno sí existía el diablo no dijo nada. No se reunió con nadie. Ya él había su quehacer desde mucho antes. Había enviado a todos sus diablos a recabar información con nombres, fechas, datos, crímenes de todos los que crean verdaderos infiernos en este mundo. Se había encontrado un viejo archivo guardado con mucho esmero en el Hades, donde se enteró que el verdadero rol de Satanás había sido el de acusador frente al juicio divino. Pero no le dio importancia. Las fiestas seguirían como siempre que recibían a un gran criminal. Pero esta vez, se había asegurado de que ninguno se le escaparía. En plena agonía del que lleva la marca diablo, están del más allá asegurándose que se lo llevan derechito.

Por esa razón, cuando Augusto Pinochet murió en diciembre del 2006 el demonio ya lo reconocía con su marca. Él no podía dejar escapar a un perverso de esa estatura. Cuando estuvo frente al demonio y este lo empezó a condecorar, los diablillos a aplaudir y a decirle una y mil lisonjas, se puso furioso, gritó que él no se merecía estar ahí, que él era un verdadero salvador y padre de los chilenos, que los había salvado del demonio del comunismo.

El demonio se esperaba esa respuesta. Ya sabía, porque lo había escuchado andando por aquí, que los victimarios se sienten como dioses; no son, según ellos, culpables de nada y no quieren saber nada de los efectos depredadores de sus acciones. Por esa razón, a quienes no se reconocen como creadores de infiernos terrenales, les da su propio veneno.

Ahí está Pinochet sentado en una sala vacía, en medio la nada, escuchando los testimonios de todas las personas que fueron torturadas, de quienes tuvieron que salir huyendo de Chile para salvar su vida, de todas las madres que perdieron a sus hijos e hijas, de toda la niñez que creció con hambre y con miedo, de todas las personas que mandó matar, sufrir o explotar de alguna forma. Para no multiplicar los padecimientos de las víctimas, solo se escuchan sus voces. Ellas fueron liberadas de cualquier infierno, pues al demonio no le interesan las víctimas, se sintió rebajado. Él quiere victimarios tan auténticos como él.

Cada genocida, escuchará por toda la eternidad las voces de sus víctimas hasta que se reconozca con la marca de la perversidad.

A los cincuenta años del golpe militar contra el pueblo chileno, no debemos olvidar nunca lo que genocidas como Augusto Pinochet o Henry Kissinger hicieron.

¡En nombre de sus víctimas, prohibido olvidar!

Imagen: https://nuso.org

Golpe militar en Chile: cincuenta años después

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

La avalancha de lugares comunes, de frases acartonadas repetidas hasta el cansancio, la repetición de verdades a medias, o de mentiras a lo sumo piadosas, el encierro dentro de las percepciones colectivas de nuestro entorno, propias de algunos grupos o clases sociales o de los “patriotismos” adscritos a los estados nacionales, las que nos impiden –por así decirlo- ver más allá de nuestra propia nariz, conforman un conglomerado de equívocos y sinrazones inconmensurables, las que han terminado por petrificar e imposibilitarnos la asunción del “recuerdo” de un acontecimiento histórico determinado, como algo que vaya más allá de los mitos o de las profecías autocumplidas o no, acerca de la imposibilidad de escapar a la fatalidad de un cierto destino “histórico” que nos acecha, sin importar lo que hagamos o dejemos de hacer, llevándonos en muchos casos a sumirnos en las más inútiles y esterilizantes lamentaciones. Sucede así que el hecho histórico, en su especificidad, es por lo general asumido de manera fragmentaria, dentro de la óptica de un cierto presentismo y de una ubicuidad espacial a ultranza que nos impiden captar el sentido y la presencia de poderosas corrientes sociales, las que van mucho más allá del hecho en sí mismo, y que actúan como poderosos ríos subterráneos que amenazan con arrasar cualquier esperanza para una acción, de verdad revolucionaria en términos de la praxis y  de la forja del conocimiento, a partir del cual aprendamos de verdad de las enseñanzas implícitas en los acontecimientos históricos, conduciéndonos a retomar los caminos de la acción y la rectificación de lo actuado en cierta coyuntura, recuperando la memoria de nuestros muertos y de nuestros combatientes, aún en medio de la desesperanza, destacando el sentido de esas luchas para que no terminen siendo cooptadas para los intereses de unas clases dominantes que no han cesado de vencer (Walter Benjamin, dixit, sexta tesis sobre la historia).

La conmemoración de los cincuenta años del triunfo electoral de la Unidad Popular Chilena (el 4 de septiembre de 1970) y de los trágicos acontecimientos, acaecidos tres años después, exteriorizados en un primer momento por la brutal naturaleza del golpe militar del 11 septiembre de 1973, con el  que se puso fin al gobierno del presidente Salvador Allende (los mil días de la Unidad Popular Chilena) y se dio inicio a una era, no sólo de terror y de muerte masivas,  sino también de una reingeniería social retrógrada con pérdida de las conquistas sociales y económicas, alcanzadas tras décadas de duras luchas de la clase trabajadora, no sólo en Chile, sino en el resto de los países de la región( Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Paraguay, Perú y Ecuador), debe ir acompañada de un cuidadoso análisis de lo que en efecto ocurrió. Sin dejar de destacar la importancia de los hechos del 11 de septiembre de 1973, ubicándolos en su contexto nacional y dentro de la especificidad de la historia chilena, no podemos dejar de insistir en que se trató apenas de una parte de un evento histórico de más larga duración, y con alcances geopolíticos que trascienden con mucho los hechos luctuosos, tanto de aquel día como de los terribles años que siguieron. El golpe militar en Chile, considerado desde una perspectiva más amplia, fue apenas una parte de una contrarrevolución global y regional que se tradujo en el Plan Cóndor y cuyos orígenes pueden llegar hasta los tiempos del golpe militar contra el general Juan Domingo Perón, en el mes de septiembre de 1955 o bien, al derrocamiento del presidente brasileño Joao Goulart, en abril de 1964, con los que se puso fin a la era de los odiados “populismos” peronista y varguista en los dos países más extensos de la América del Sur.

La falta de reflexión crítica y la ausencia de una construcción de conocimiento que permitan superar (dialécticamente) esos “agujeros negros” de nuestra historia contemporánea, en todos los países de la región, siguen siendo los factores que impiden a muchas gentes de la “izquierda” mirar en retrospectiva, e intentar acercarse a lo que efectivamente ocurrió hace medio siglo, mientras otra encrucijada histórica tan temible como aquella nos envuelve ahora, sin que hayamos sido capaces aún de sacar las lecciones de lo ocurrido entonces y la importancia de dimensionarlo en sus alcances. El pico más alto de la represión en aquellos tiempos del Plan Cóndor no fue el que tuvo lugar en Chile, a pesar de lo dura que fue allí la represión, más bien fue la dictadura militar argentina, de más corta duración es cierto (1976-1983), precedida por la criminal traición de la derecha peronista, la que marcó el exterminio de toda una generación de jóvenes revolucionarios e importantes líderes y militantes de las organizaciones de la clase trabajadora, con más de treinta mil detenidos desaparecidos, además de que la Argentina fue desindustrializada en beneficio del capital financiero y de los intereses imperialistas durante esos años, tal era el odio hacia la clase obrera que tenía la vieja oligarquía rural en el país situado al otro lado de la Cordillera de los Andes. Empecemos por la verdad y un dimensionamiento más aproximado de lo ocurrido para empezar a marchar de nuevo, tal vez a la manera de Sísifo pero esperanzados y poniéndole cara a la realidad.