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Etiqueta: Juan Huaylupo Alcázar

Un presente costarricense que niega y olvida su pasado

Juan Huaylupo Alcázar1

1 Catedrático pensionado. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

En apariencia los ciudadanos costarricenses estamos tranquilos, como siempre respetando el civilismo heredado de otros tiempos, del equilibrio entre la sociedad civil y el Estado, en una época que confiábamos de la estabilidad laboral, seguridad social, vivienda popular, participación ciudadana, con un Código de Trabajo digno y leyes justas. Nunca imaginamos el incremento de la pobreza, inseguridad ciudadana, precariedad en los servicios de salud públicos ni su atención privada solo para pudientes, además de ser una atención mercantilizada y corrupta. También se tenía un sistema judicial oportuno, consistente y pertinente, mientras que en la actualidad existe una negligente práctica administrativa que absurdamente regula el cumplimiento jurídico y como tal, sometida a las jerarquías y procesos inventados para eludir reglamentos, leyes e incluso la propia Constitución de la República. Así, la Sala Constitucional con cientos de resoluciones contradictorias e inapelables y con muchas otras demandas que esperan años sin resolver, a pesar de las evidencias que violentan el espíritu y letra de nuestra Carta Magna. Ello, viola la democracia, los derechos ciudadanos, al orden institucional, al estado social de derecho y de lo mucho que enorgullece moral y socialmente nuestro pasado.

Tampoco conocimos gobernantes que amenazaran a la ciudadanía y la sociedad con la creación de hordas fascistas entre las fuerzas policiales, ni inducir el descontento social contra la institucionalidad pública, que paradójicamente, el propio gobierno estrangula, agudizando su crisis y liquidación. Los fantoches del poder que transgreden permanentemente las históricas conquistas sociales se creen omnipotentes e inmunes por haberse debilitado y liquidado las diversas formas organizativas defensoras de los trabajadores, de la ciudadanía y de la democracia, efectuada por el poder estatal, los partidos políticos y por la traición y corrupción de quienes los representaban.

Los jóvenes de hoy que no conocieron ese Estado ni sociedad sobre nuestro inédito pasado, en parte, por la precariedad de la educación y porque la historia nacional no es la historia del pueblo costarricense que ha sido invisibilizado e ignorado por los individuos que se han impuesto como los hacedores de la historia nacional. La historia es una construcción por el pueblo, no de individuos de rancias familias ni partidos que se han apropiado del pasado costarricense y que aun gozan de privilegios y monopolizan la vida política. Reivindicar la actuación del pueblo es una necesidad en momentos que otros buscan usurpar y privatizar el futuro nacional.

El poder político y económico oculta y desconoce la voluntad capacidad de actuación del pueblo en la historia, para inventar e imponer que el pasado costarricense fue obra de individuos, nunca de pensamientos y actuaciones concientes y consecuentes de la colectividad popular, al que imaginan, aun en nuestros días, ser solo objetos del poder racista y segregacionista.

La relativa inercia y responsabilidad es de los jóvenes, no los culpabiliza, es el sistema, la educación y de los medios, que sistemática e intencionalmente, nos quieren ignorantes e intentan borrar la historia y cultura de los pueblos, para destacar exclusivamente el amarillismo, el fascismo y el poder geopolítico dominante, como expresión de la tiranía política y delincuencial existente.

Un pueblo que ignora su pasado está condenado a perder su identidad, su futuro y humanidad. Conocer nuestra historia trasciende el ámbito cognoscitivo, porque no se trata solo de conocimiento sobre la verdad de los procesos ocurridos, es la impronta que otorga significación, responsabilidad y compromiso al devenir colectivo del pueblo. Es el sello peculiar y característico que va más allá de los acontecimientos sociales que marcaron, no solo su pasado, también contribuyen a conocer el presente y que guían su futuro. Asimismo, analizar el pasado a partir del presente, nos permite interpretar y descubrir muchos de los dilemas y luchas del presente.

Historia y cultura se confunden en una unidad política identitaria, peculiar e inédita, quizás por ello, la dominación política actual aun lucha contra la legitimidad social del pasado, como un fantasma que amenaza su existencia, no solo como parte de la historia, sino porque los intereses, ambiciones, conflictos políticos y de clase, no han desaparecido, por el contrario, se han radicalizado contra los subalternos, la sociedad y la humanidad. La historia oficial ha formalizado, ideologizado y privatizado el poder del presente en un pasado inventado.

Desde luego, esta reflexión no será comprendida por el gobierno actual, por los liberales empiristas ni por los tecnócratas de la economía, que todo lo reducen a magnitudes sobre las finanzas del estado y de la riqueza privada, nunca sobre las repercusiones sociales que causa el mecanicismo economicista promovido y protegido por las tiranías políticas, tampoco han comprendido que la economía como ciencia es una relación social e histórica, que no son cantidades ni representan realidades complejas. Las tragedias sociales y ambientales ocasionadas por esas técnicas solo son vistas como daños colaterales inevitables, como si la sociedad y el mundo estuviera gobernado por una máquina que no puede ser modificada, reprogramada ni destruida. La estupidez de los tecnócratas económicos y de los funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, son máquinas robotizadas con algoritmos, pero no son esclavos del poder, son simplemente cosas sin vida ni conciencia, por ello se sustituyen y se olvidan, por inservibles.

Una economía sin sociedad, cultura ni historia, nunca podrá ser ciencia. Las mediciones económicas son vacías y superficiales, como el medir el valor de la producción con el Producto Bruto Interno (PIB), o el pseudo equilibrio fiscal, de ningún modo representan la complejidad de una sociedad, como tampoco la riqueza nacional, el bienestar social ni la suficiencia económica estatal. El enriquecimiento privado a través de los bienes y servicios finales en el mercado nacional, generados en un periodo temporal, de ningún modo es progreso nacional ni da cuenta de la situación económica de un país, como fue reconocido por su propio creador Simon Kuznets (1901-1985), a quien el Congreso de EE.UU le encomendó medir la crisis económica mundial de 1929-1932, «… el bienestar de una nación difícilmente puede inferirse de una medida del ingreso nacional» (Kuznets, 1934).

El repetir incesantemente, como verdades absolutas, la situación cuantitativa y las previsiones económicas nacionales de los organismos internacionales, no solo muestra el mecanicismo tecnocrático de la economía, también son evidencias del absurdo desconocimiento del impacto del dinámico devenir político internacional, que inciden en el ámbito económico nacional, a la vez pone de manifiesto el corrupto e interesado compromiso geopolítico, del gobierno y de los partidos del poder, con el cómplice silencio ante la debacle humana con el genocidio contra el pueblo palestino y la confrontación bélica mundial.

Los propietarios del capital ni la jerarquía burocrática estatal crean riqueza ni son autosuficientes, como expresan algunos candidatos, que se disputarán la Presidencia de la República. De este modo, manifiestan su transparente ignorancia e incapacidad previsible, si obtienen los votos de aparente validez.

Explotar a los trabajadores y apropiarse de los recursos del pueblo y de la nación, son auténticos atentados contra la vida y el futuro nacional. Costa Rica nos pertenece a todos, no es un espacio social con dueño, ni el poder estatal es privado. No somos esclavos, somos ciudadanos creadores de nuestro presente y futuro común.

¿Democracia e institucionalidad pública en Costa Rica?

Juan Huaylupo Alcázar

La historia política costarricense no solo es una retórica, un discurso o una narrativa que solo sirve para charlas de café, como afirman algunos de los personajes desde hace más de medio siglo de un caduco partido político que aspira la próxima presidencia de Costa Rica.

El orgullo de un pasado democrático no suele reconocer que esos momentos se han esfumado y convertido en un fantasma que teme el poder y sus partidos políticos que pueda renacer, por ello destruyen todo vestigio de esperanza, libertad y progreso social, con el apoyo de los mercantilizados medios para convertir a la ciudadanía en una complaciente cómplice, o sin suficiente oposición ni resistencia que lo impida.

La memoria histórica no lo confirma nuestro presente, a pesar de la incesantemente repetición sobre la importancia sobre democracia y la defensa de la institucionalidad pública, como una añoranza, que las palabras no describen ni construyen. Al parecer como afirma Watzlawick (1994) vivimos una realidad inventada, una ficción que nos imagina ser felices, igualitarios, solidarios, o tener un gobierno democrático, aun cuando, es evidente la existencia de una estructura social, económica y jurídica que regula e impone condiciones que reproducen y extienden la desigualdad, explotación, apropiación de los recursos de las poblaciones y de la nación. ¿Es que la miseria, la perdida de derechos y la generalizada explotación, no tienen vinculo alguno con la democracia y la libertad?

No es posible asumir democracia cuando no es posible modificar los medios y formas de explotación y la apropiación de los recursos sociales por los entes financieros nacionales ni internacionales que incrementan su rentabilidad parasitaria, ni con gobiernos que garantizan presupuestos para la privatizar del bienestar, con gobernantes que conviven con la corrupción y otras formas delincuenciales, porque ayudan a perpetuar el miedo y enlutan los hogares.

La educación formal, los medios y los discursos del poder falsifican la historia e invisibilizan al pueblo como gestor de la democracia, lo público y el progreso, lo cual no es nada nuevo, la historia en Costa Rica, como en otros espacios, también ha sido escrita por el poder, independientemente de los partidos políticos y de las caretas usadas por los gobernantes de turno. Esos partidos del pasado que acompañaron las conquistas populares y que aun, sin merecerlo, usufructúan las conquistas sociales del pasado, son los artífices que destruyen, desde hace más de cuatro décadas, todo resquicio del Estado Social costarricense, para continuar privatizando la historia, esta vez con el auxilio de nuevos partidos similares, que sin principios, mediocres, corruptos y privatizadores, buscan imponerse como dictaduras electorales.

La década del ochenta del siglo pasado, la hegemonía imperial de sus nefastos organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y de partidos políticos que se turnaban el poder, fueron radicales y feroces implementadores liberales, que iniciaron la privatización del Estado, en una continuidad sin pausa, hoy con el concurso del exfuncionario del BM en el poder, ejecuta acciones afectando a los trabajadores empobrecidos con salarios miserables, liquida las políticas sociales y de seguridad, para magnificar estadísticamente las cifras macroeconómicas y beneficiar a las corporaciones internacionales y propietarios del capital financiero, en sus salvajes apropiaciones de los recursos de los sectores pobres y medios de la sociedad y también a los amigos, imitando las prácticas autocráticas de Milei y de otros ignorantes dictadores.

En Costa Rica existe una implícita alianza electoral entre los partidos enemigos del bienestar social y nacional, unidos corruptamente, para ganar las elecciones y repartirse influencias y privilegios en la privatización de las instituciones del Estado. El gobernar sin resistencia ni oposición, con leyes indignas, la eliminación de la división de poderes del Estado y empobrecimiento generalizado a trabajadores, como se experimenta en otras naciones, muestran el asomo político totalitario en Latinoamérica, mientras que los consorcios empresariales crecen enriqueciéndose con extremo cinismo, lo cual no es ningún vaticinio fatalista, es una práctica recurrente en esta fase de las relaciones con el imperio y Costa Rica no es una excepción, como se evidencia en los rastreros juegos del poder.

La degradación de los partidos políticos en la actualidad es extraordinaria, no representan a la ciudadanía ni lo público, tampoco son entes democráticos que aspiren la libertad ni el progreso social nacional, son agrupaciones formales que tienen dueños, o son controlados por perennizadas camarillas que cínicamente expresan representar intereses privados, nunca la heterogeneidad social, la pluralidad del pensamiento ni las alternativas sobre el devenir nacional. Esos partidos no constituyen guías para la organicidad, participación y lucha por la conquista de derechos y el bienestar para todos. Hoy, esos partidos políticos, reproducen imponen la privatización de la economía, como interés de toda la sociedad. De modo similar lo efectúa el gobierno y el poder económico, al imponer que el interés privado es de todos y del Estado, así como repetir incansable e ignorantemente, que los empresarios son los creadores de riqueza. Así, no se requiere demostración alguna sobre el gobierno que impondrán, a quienes favorecerán y a las poblaciones que perjudicarán. El saber popular afirma que “ante la confesión de parte, relevo de pruebas”, así como, es posible complementar que las prácticas infames contra la salud, la educación, la libertad y democracia de quienes han saboreado las mieles del poder que, sin enmienda alguna, aspiran la presidencia de la república. Así, no es posible esperar algo distinto a lo que ya ocurre para las poblaciones necesitadas ni para los requerimientos nacionales. Las palabras pierden su sentido y significación en aquellos partidos y candidatos que aspiran el poder por cualquier medio.

Quienes imaginan que las creencias y las especulaciones cambian las realidades, repiten una afirmación de “creer es poder” de la antigua Grecia particularmente de los filósofos estoicos, una visión individualista que desde el siglo XIX aún tiene continuidad con el positivismo y la psicología entre otros seguidores. Así, se cree que los individuos poseen la capacidad de autodeterminación, la de definirse a sí mismo y el suponer que las realidades cambian según sus creencias, como una convicción idealista, que las realidades son, según las interpretamos, creemos o imaginamos. Estas posiciones no son del todo ajenas de las convicciones y relaciones cotidianas, dado que se han inventado intencionalmente leyes, decretos, reglamentos o disposiciones tiránicas a los pueblos y creado a través del tiempo un sistema con estructuras y relaciones, que han afectado y concretado condicionamientos, regulaciones y pautado las acciones y conciencias, así como hacer de la explotación y la esclavitud de las colectividades un proceso natural.

Nuestra historia pionera de un Estado democrático y moderno nos permite apreciar las profundas diferencias con el presente, como también nos muestra, que no ha sido una fantasía el haber construido temprana y peculiarmente un Estado de Bienestar en Costa Rica, como tampoco, es una utopía la concreción de un Estado obediente de las necesidades del pueblo y la realización de los anhelos y el bienestar de todos los ciudadanos, lo cual es imposible de los que recrean incesantemente los poderes privativos heredados. Pero, no ha sido solo el poder autoritario quien han destruido la democracia también comprometió nuestra responsabilidad política con el futuro. No defendimos lo conquistado.

La obediencia sustenta al sistema de papel de las dictaduras de todo tipo, mientras que la desobediencia civil es un proceso que construye democracia y justicia social, que no es un invento, pues la historia de los pueblos son hechuras colectivas y ciudadanas. Es inhumano y tiránico, en un mundo interdependiente, que unos pocos determinen el destino y vida de todos en las sociedades.

Mientras no exista un pensamiento que aglutine críticamente el devenir político de la sociedad civil, es difícil esperar un mandato presidencial progresista de cualquier partido. Sin organización ni acción colectiva solidaria, la ambición destructora, explotadora y privatizadora del sistema y del poder autoritario, nos asesina suicidándose.

La política de los poderes autocráticos

Juan Huaylupo Alcázar1

1 Catedrático pensionado de la Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

La política contemporáneamente ha sido concebida popular y mediáticamente como el quehacer de los gobernantes, o de las intencionalidades y actuaciones de los políticos, para transformar las realidades y obtener determinados resultados en la sociedad. Es una falsa concepción que ignora la historia, la epistemología y la ética, a pesar de ser una recurrentemente visión alimentada por el discurso del poder prevaleciente y por una cotidianidad que promueve la apatía, el conformismo y la ignorancia, que asume y divulga que la problemática social y el desarrollo nacional, son decisiones y acciones, que se resuelven con las políticas del poder estatal.

La política no es una facultad individual del autócrata, tampoco ha existido siempre. La política surge en la historia con la Revolución Americana y la Revolución Francesa, cuando se erradicaron, en sus tiempos y espacios, las formas autocráticas del poder estatal y emergieron decisiones y acciones que inauguraron nuevas sociedades con democracia, libertad e igualdad, así como se constituía la ciudadanía, la política, la nación y el Estado Social.

La articulación de la sociedad civil y la sociedad política fue una conquista continuada por los Estados de Bienestar, hoy liquidada en Costa Rica, inconclusa en EE.UU y en acelerada descomposición en Europa. La política o la facultad ciudadana de decidir y actuar sobre sus necesidades y anhelos, así como la acción estatal es dependiente de las decisiones sociales y del interés nacional.

En el pasado esclavista y feudal no existían las políticas, el poder adoptaba decisiones absolutas y arbitrarias que se imponían a las poblaciones subalternas. Los esclavistas, los señores feudales, ni en los actuales autócratas de la colonialidad del poder, subordinados al poder imperial, no han tenido o han perdido las facultades sociales otorgadas al Estado para ejecutar los mandatos ciudadanos.

La concepción epistemológica individualista de la política, en la actualidad, es la imposición del individuo, el autócrata, quien se ha arrogado la facultad de decidir, delimitar y ejecutar acciones para pretender lograr predeterminados propósitos, aun cuando sin mediación social ni conocimiento sobre la realidad intervenida. La mecanización y estandarización de la política es digna de orates, pues estiman tener la capacidad de alterar las realidades a su antojo y obtener cualquier resultado deseado. El conocimiento sobre los espacios sociales, inéditos, complejos y multideterminados, nunca son técnicos ni iguales a otras realidades, son aspectos ignorados por los políticos que prefieren la estandarización de las cosas y las simplificaciones del pasado y el presente.

Emular alguna política estatal por los resultados en un contexto y tiempo particular, es error como lo es, el asumir que las determinaciones de los fenómenos en contextos específicos obedecen a causas y efectos similares. La particularidad y dinamismo de cada realidad, impide la obtención de resultados similares. Las realidades sociales no son objetos mecánicos, ni los fenómenos son producto de determinaciones ni efectos estandarizadas.

La proyección el pasado y el presente hacia un futuro inventado, es una ilusa o intencionada práctica del aparato institucional estatal y de los políticos que engañan ofreciendo bienestar, justifican desaciertos, acusan a otros y no asumen responsabilidades, modos infantiles de pretender ganar legitimidad social y presentarse como inocentes víctimas. No obstante, es una regularidad de la política autocrática, el dilapidar los recursos públicos para propósitos ajenos a la ciudadanía y al progreso nacional, para ser fuente de compras de dudosa legalidad empresarial y de procesos poco transparentes en la administración estatal.

La visión de política es el mecanicismo aplicado en la actuación estatal en la sociedad. Así, la materialización de los fracasos de la política no son errores ni omisiones, son resultados obvios e intencionados que el discurso del poder distorsiona la realidad y divide social e ideológicamente a las poblaciones.

La política como se conceptúa y ejecuta es inconsistente, enuncia ofrecimientos imposibles de resolver, no solo por lo expresado previamente, sino porque se efectúa en un sistema y una estructura, sustentado en una legislación que reproduce la clase en el poder y el capitalismo imperial en el espacio nacional, así como, porque es la alternativa impuesta como forma de vida de las relaciones sociales. De este modo, las políticas de los Estados contemporáneos son contradictorias, demagógicas y segregacionistas socialmente, porque son manifestaciones como se reproduce y expande la clase global nacional y mundialmente.

La política de ningún modo es una actuación autoritaria de autócratas. La apropiación de la facultad ciudadana es una regresión histórica, democrática y cognoscitiva del Estado.

La defraudación social de la política en las poblaciones se agudiza incesantemente, en sus formas ideológicas y partidarias, posibilitando una eterna e insustancial competencia electoral. La política actual, no persuade y se revela como un juego de engaños y traiciones contra la ciudadanía que crea decepciones e indiferencias sobre el devenir político, así como miedos y visiones fatalistas de inevitabilidad de la situación ciudadana y nacional.

La política vive una profunda crisis causada por los autócratas que se han apropiado del derecho ciudadano de decidir su propio futuro privatizando el bienestar, por empobrecer y esclavizar a las poblaciones con salarios miserables, desempleo, así como, por la descomposición, corrupción y desfinanciamiento de los servicios públicos en Costa Rica y en los hermanos subalternos de nuestra América.

El reconocimiento de la crisis de la política es parte del camino para restablecer la democracia y la libertad por la política del pueblo para el pueblo.

La corrupción: delincuencia del sistema

Juan Huaylupo Alcázar1

1 Docente pensionado. Catedrático. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

La corrupción está asociada a distintas expresiones relacionadas a su significación del latín, alterar las cosas, que suele estar complementada con destruir, corromper, estragar, viciar, romper o pervertir. La corrupción es entendida como la acción que modifica las condiciones existentes, como un acto intencionado ajeno y contradictorio con la moralidad, legalidad, cultura o en general con las formas como son o deben ser efectuadas las relaciones en cada contexto social.

El delito de la corrupción es una interrelación desigual y engañosa, entre una alianza corruptos-corruptores contra alguna persona, organización o instituciones públicas, cuyo propósito es beneficiarse directa o indirectamente a costa de despojar el patrimonio de entidades o individuos, donde el protagonista corruptor-corruptores, asume la jerarquía o poder sobre la(s) víctima(s), legal o ilegalmente, para transferir fraudulentamente recursos, propiedades, realización pactos o contratos que perjudican los intereses de las personas e instituciones afectadas.

La diversidad de las concreciones disimiles sobre la índole y naturaleza de los actos calificados como corruptos (cohecho, malversación, abuso de autoridad, colusión, sobornos, tráfico de influencia, falsedad ideológica, fraude…), ha impedido tener un concepto que sea consensual, como por las diversas perspectivas analíticas y jurídicas sobre su concepción, prevención y de sanción a esta forma delincuencial.

Gran parte de los análisis sobre la corrupción inciden en aislar el fenómeno, según la naturaleza y las formas como se reviste, que incide en la atribución de responsabilidades a individuos aislados, a pesar de ser un proceso complejo que oculta e invisibiliza a los corruptos, así como omite la peculiaridad legal, moralidad, cultura y el impacto social de la corrupción e ignora las condiciones contextuales del delito.

El creer que la corrupción son actos simples e inherentes de las personas de cualquier condición social, sociedad y tiempo, es asumir que todos, o cualquier individuo, es susceptible de una actuación corrupta e inmoral, contra toda norma, las buenas costumbres, buena fe, etc., lo cual es una interpretación individualista que simplifica y supone que todos los individuos son, o tienen la potencialidad de ser corruptos e inmorales, que podría erradicarse con la vigilancia digital, la yatrogenia o el aislamiento carcelario. No obstante, esa concepción ni el control totalitario impiden las acciones corruptas y constituyendo un argumento que encubre las determinaciones contextuales para la inmunidad e impunidad de la delincuencia organizada.

La corrupción no es natural ni los inconmensurables casos son casuales en los espacios sociales. Es un fenómeno que trasciende a los individuos que comprometen las relaciones sociales y las instituciones públicas, en todos los espacios y tiempos, de modo particular en las sociedades dictatoriales y en las endebles democracias. Se podría afirmar que es una problemática política estructural entre clases segmentos sociales indistintos, sin otra consideración, que el beneficio, personal o grupal, contra los intereses y posesiones de otros. Sin embargo, la corrupción es una condición del devenir de la sociedad contemporánea, que no puede admitir ni reconocer que su constitución originaria que reproduce históricamente es un proceso corrupto que se apropia indebidamente de las riquezas y recursos de las sociedades, que se enriquece privadamente del trabajo social no pagado y que esclaviza a las poblaciones del mundo. Asimismo, tanto en el pasado como en el presente, se evidencia que el poder dictatorial, la explotación y las frecuentes defraudaciones y crisis financieras se sustentan en la corrupción, como fuentes para la expansión y crecimiento económico y político del sistema.

Concebir la corrupción como violación al orden constituido es contradictorio e inconsistente, pues ese orden, es el precisamente conservado y reproducido con las prácticas delincuenciales. La corrupción al profundizar la desigualdad y la privatización de los recursos de los subalternos y de la nación, evidencia ser la mediación funcional, útil y necesaria, del orden construido por el poder, como también lo son las leyes indignas y muchas prácticas cotidianas legalizadas, pero inmorales, ilegitimas y corruptas.

El individualismo metodológico, como determinación de la causalidad de los fenómenos complejos, es una simplificación, pero también es un prejuicio que ha servido y sirve para juzgar y condenar a subalternos que históricamente se les culpa y discrimina socialmente, mientras se pondera, justifica y legaliza la explotación, la desigualdad, inequidad y exclusión en las históricas prácticas estructurales y en las impuestas relaciones laborales, mercantiles y financieras, aun cuando determinan y perjudican la calidad y vida de millones de personas y naciones. El sistema imperante se nutre de la corrupción y desigualdad cotidiana.

La corrupción tiene determinaciones jurídicas, políticas, económicas y sociales que inciden en la valoración y calificación de los delitos. Los corruptos en el mundo de los negocios, la política nacional, la administración justicia, derechos iguales entre desiguales, etc., no poseen sanciones similares, porque no dependen de la naturaleza del delito, sino básicamente de la condición social e influencias del poder delincuencial. Así, muchos son eximidos de culpa por dispensas jurídicas, por influencias políticas y compromisos judiciales, intimidación o por la relativización y dilución del delito.

En una sociedad que valida y reproduce desigualdad, inequidad y explotación, la corrupción se convierte en un medio adicional de enriquecimiento privado en perjuicio de sectores mayoritarios. Es una mediación que también promueve la desigualdad y la inmoralidad del poder en la sociedad contemporánea.

Las ejemplificaciones de corrupción abundan en Costa Rica, como las pseudos crisis de las financieras en el año 1987, donde incontables personas “perdieron” sus ahorros de liquidaciones y pensiones laborales. La administración corrupta de ALDESA, con la fiscalización de la Superintendencia General de Valores (SUGEVAL), a fines de la década de 1990, donde se “esfumaron” cientos de millones de centenares inversionistas. La construcción de la carretera en la frontera con Nicaragua, conocida con “La Trocha Fronteriza”, en marzo de 2012, que fue calificada como una megacorrupción, donde autoridades políticas, constructoras y negociantes están implicados, pero no ha pasado nada y el sobreseimiento es la alternativa del poder para el poder. La crisis de Coopeservidores del 2024, es otra muestra de la negligencia de los entes fiscalizadores y reguladores de la situación y el manejo de los recursos financieros en dolosas administraciones que privatizaron los recursos y anhelos de los cooperativistas.

En ningún caso mencionado, entre otros, se ha culpado a los responsables, recuperado lo “perdido” ni se ha resarcido a las víctimas. Estos son solo algunos casos que no son objeto de indagación exhaustiva ni de condenas, como tampoco interesan los casos conocidos, pero no denunciados. La corrupción violenta los derechos ciudadanos, mientras que las autoridades se eximen de su responsabilidad, que bien deberían ser demandadas por el mismo delito que no dictaminan.

La corrupción es una problemática cada vez más acuciante en la cotidianidad de la heterogeneidad social, que con otras formas delincuenciales, como el tráfico de drogas, son parte inherentes del sistema global, cuya práctica sistemática contribuyen al crecimiento, acumulación y expansión del poder político y económico mundial.

La corrupción no es un proceso simple es complejo que compromete a subalternos, funcionarios, al Estado y al poder geoestratégico imperial, pero es afín al sistema, pues contribuye a polarizar más la desigualdad y el empobrecimiento social y la magnificación del enriquecimiento de la posesividad del poder.

Los impactos del mecanicismo tecnocrático

Juan Huaylupo Alcázar

El científico inglés Isaac Newton (1643-1727) es una de las personas que conserva una gran influencia en el presente, fue quien estableció las bases de la dinámica y mecánica clásica que iluminaron las creaciones técnicas, desde el siglo XVIII hasta el presente, a pesar del cuestionamiento a través de los siglos transcurridos, entre los cuales se señalan, el reconocimiento a la dinámica peculiar de los fenómenos y no el mecanicismo, la multicausalidad y no la unicidad causal, la relatividad cognoscitiva y no su dogmatización, o la particularidad inédita y no su estandarización, lo cual son consideraciones reconocidas, no obstante, el mecanicismo y la estandarización es lo característico de las técnicas.

El homo faber o como afirmaba Benjamin Franklin (1706-1790), “… el hombre es el animal que hace herramientas”, son expresiones sobre la capacidad e imaginación humana para crear los medios para su supervivencia en sus espacios de vida. Las exploraciones arqueológicas del pasado Neandertal y Homo Sapiens descubren incesantemente los vestigios instrumentales que posibilitaban la satisfacción de sus necesidades en los distintos ambientes, recursos existentes y peculiaridades en sus espacios de subsistencia colectiva. No obstante, la funcionalidad de la técnica del pasado ha cambiado drásticamente, el mundo capitalista nació, creció y se ha expandido con la técnica, desde la primera revolución técnica, en la segunda mitad del siglo XVIII, hasta la actual cuarta revolución.

En el presente las técnicas han dejado de ser creaciones para atender requerimientos específicos e inéditos de las personas y sociedades, por el contrario, los productores masivos de instrumentos las han creado para indistintas necesidades y trabajos y de este modo ampliar la demanda mercantil, supeditando de este modo, los trabajos y requerimientos a las técnicas, mientras que los usuarios deben de adaptarse a las características, diseños, usos y resultados de las aplicaciones.

Este proceso productivo y mercantil, a la vez despoja a las poblaciones la facultad de crear sus técnicas para atender sus peculiares necesidades. La producción de las técnicas dejo de ser una relación social para ser una decisión y acción de consorcios privados, sin consideración alguna sobre impacto en el ambiente, la naturaleza la salud y la vida. Asimismo, integró y subordinó a las poblaciones en los engranajes de la máquina global capitalista.

La mecanización y la estandarización de las técnicas también uniformizan a quienes emplean esas mercancías, como a los trabajadores que las producen. Mecanización que fue impuesta por los dueños de los talleres en la crisis del feudalismo. El trabajo humano se estandarizaba, liberando a los propietarios de los conocimientos, instrumentos y salarios de los artesanos, a la vez elevaba la productividad del trabajo y optimizaba rendimientos. En la actualidad dichos procesos se han intensificado y masificado en todo tipo de trabajo mecánico en proporciones extraordinarias, incluso en los quehaceres más emblemáticos, no mecánicos, como en la labor de la institucionalidad y organicidad social y en el quehacer científico e investigativo, ámbitos que no son mecánicos ni estandarizados, no obstante, la especulación y la ignorancia están logrando convertirlos en mecánicos.

La expansión e intensificación de las técnicas, que es también de la instauración ideológica del mecanicismo, recrea relaciones de dominación que se incrementan sin resistencias mercantiles, fronterizas ni estatales. De este modo, las técnicas arraigadas en la conciencia social, como prejuicio popular, son representaciones simbólicas del capitalismo. La fetichización de lo mecánico, niega y relega las relaciones sociales, las especificidades del trabajo y sus contextos.

La actual cuarta transformación técnica del mundo, denominada industria 4.0, que emplea extensamente la técnica digital en una época que magnifica la supeditación a los instrumentos en economía, identificación, comunicación, medicina, armamentismo y en la mal llamada inteligencia artificial, también es aplicada en la investigación y la ciencia, así como en las inconmensurables técnicas blandas (leyes, reglamentos, resoluciones, disposiciones administrativas, religiones, modas, entre otras), que han estandarizado la organicidad, administración y legalidad en el funcionamiento de las sociedades y del sistema imperante. Las técnicas inundan, subordinan y sustituyen a la racionalidad y la libertad.

Esta revolución técnica, no libera a los millones de trabajadores convertidos en robots humanos, solo los desplazan y pauperizan con algoritmos con la perdida de sus fuentes de subsistencia, expulsión de migrantes, genocidios étnicos y culturales, como también redefinen los mercados y los espacios sociales del mundo, con inmunidad e impunidad internacional.

Solo el desprecio e ignorancia sobre la importancia de los trabajadores, por parte de los tecnócratas en el imperio sistémico, se atreven denominar inteligencia y ciencia, a las técnicas que suponen ser más inteligentes y capaces que el humano. Sin embargo, la inteligencia es imposible sin moral, cultura, historia, dignidad, conciencia y compromiso. Las cosas no tienen inteligencia, solo son invenciones plasmadas en objetos, programas, software o códigos predeterminados. La insensatez y estupidez son muestras del desconocimiento sobre la complejidad, la neuroplasticidad cerebral, la evolución, imaginación y creatividad humana, lo cual evidencia la violencia y prepotencia del poder contra el conocimiento, los subalternos, el progreso, la democracia y la libertad social.

Asimismo, en la labor investigativa y científica se están aplicando procesos rígidos y estandarizados, a través de las regulaciones administrativas, reglamentos y procedimientos inspirados por un método que suponen científico, el cual se replica desde el siglo XVII con Francis Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650), que desplaza la ciencia por la técnica y que aún incide en la regresión cognoscitiva contemporánea.

Ningún progreso ni desarrollo podrá ser considerado como real o viable, a partir de la producción de medios e instrumentos para la ignorancia, destrucción y muerte de las personas y pueblos, ni contra la degradación de la naturaleza planetaria, en aras de la riqueza privada, gobiernos o poderes autocráticos.

La privatización y capitalización técnica en la vida y la naturaleza planetaria son radicales sentencias contra todos. La actual disputa bélica por la construcción de un imperio absoluto nos aproxima hacia la quinta extinción masiva que ha conocido el planeta, esta vez, sería el ser humano su protagonista y víctima por obra de las aplicaciones técnicas.

Cambios del poder en la sociedad

Juan Huaylupo Alcázar

La historia de los pueblos muestra su continuidad y ruptura en su devenir, sin perder sus raíces constitutivas, rasgos que permanecen como un sello indeleble. Desconocer los rasgos esenciales de los pueblos constituye una limitación para comprender, no solo su pasado, también su presente. Jorge Santayana afirmaba “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, que sin la pretensión del mecanicismo del corsi y recorsi de Giovanni Vico, nos permite reflexionar que no existe presente sin pasado, que la historia no es la narración de lo que no volverá, es el reconocimiento de los hechos y tendencias que marcan e inciden en nuestra cotidiana existencia social.

Estas líneas intentan sintéticamente comprender la significación del poder, a través de un breve recuento general de su historia en las sociedades.

El poder es una facultad de decidir y disponer de la actuación de otros, en sus propios o ajenos contextos, determinados o impuestos socialmente. No es una capacidad definida individualmente, tampoco es un proceso estandarizado en la organicidad de una comunidad estructurada, es una relación social, inherente de una vida compartida en ámbitos, circunstancias, necesidades y problemáticas dinámicas.

El poder primigeniamente no era ajeno a los individuos, fue creado socialmente por y para las colectividades, constituyendo una necesidad cotidiana en la organicidad del trabajo de la vida comunitaria.

El poder posee la impronta de la sociedad donde surge, de sus tradiciones, anhelos, creencias e ilusiones creadas de una vida en común, a través de los tiempos en sus medios espaciales. Luego, los poderes no eran ni pueden ser iguales entre sociedades, como tampoco inmutables ni necesariamente compartidos entre las distintas colectividades.

En el pasado las identidades de las personas estaban referidas a su pertenencia a pueblos y familias, no siendo relevante su particular identificación, lo cual era suficiente para establecer relaciones y confraternizar entre individuos, lazos que también se convertían en vínculos familiares y espaciales, unificando y enriqueciendo culturas y formas de vida de pueblos, a pesar de sus diferencias originarias. Esto es, el respeto a las diferencias culturales, constituían una relación igualitaria en la heterogeneidad social, constituyendo un poder encarnado colectivamente.

El surgimiento de formas superestructurales en la organicidad societal, marcaron drásticas rupturas entre las personas y sus pueblos que se separaban ante el imperio de Estados que delimitaron el espacio de sus dominios e impusieron identidades ideológicas privadas, así como sujetaban a las poblaciones a patrones de vida, producción, comercio, guerras y estratificaciones sociales que subordinaban a poblaciones, no propietarias, al trabajo esclavo o servil para quienes los habían dominado por la fuerza bruta e ideológica de bandas armadas y religiosas. Épocas donde se impusieron poderes a los dominados y creando las condiciones para la conservación del poder elitizado, en un universo de esclavitud, servidumbre o de proletarización, conformando formas y estructuras de clases distintas y antagónicas, pero conservando los propietarios, los privilegios del dominio, la explotación, la segregación y la privatización del bienestar a expensas del trabajo y vidas de las clases empobrecidas. Formas sociales que explícitamente enunciaban el poder clasista existente, esclavista, feudal y burgués para cada época.

La historia nos revela que la organicidad y el poder fue privatizado burguesamente desde el siglo XVIII hasta el presente globalizado, donde lo fundamental gira en torno de los intereses, voluntad y actuación de los propietarios del capital, comprometiendo el pensamiento y la acción de una sociedad modelada por las relaciones que se imponían con la directa intervención de un Estado, déspota contra sus subalternos, genocida contra las poblaciones originarias y depredador de los recursos y riquezas naturales y nacionales.

La revolución francesa y la americana conquistaron derechos igualitarios, libertad, democracia, fraternidad, soberanía popular, entre otros, que liquidaron las formas monárquicas y colonialistas en sus contextos, así como se creaban las nuevas relaciones económicas que se gestaban y se expandían, tras la crisis del mundo medioeval. Esas revoluciones inauguraron la ciudadanía y la política en sus espacios sociales de capitalismo incipiente. En tiempos posteriores algunas sociedades, los sectores subalternos, en su desigualdad e inequidad, lograron conquistar derechos y libertades, creando institucionalidad pública, democracia y libertades formales, morigerando la desigualdad y la inequidad desde la regulación estatal, conocidos como Estados de Bienestar, como ocurrió en Costa Rica en la década del cuarenta del siglo pasado.

No obstante, los logros sociales alcanzados por algunas sociedades no fueron modo generalizados ni estables, por el contrario, se truncaron y degradaron, tanto en Francia, en Estados Unidos de Norte América, como en los Estados europeos y otros que habían instaurado Estados de Bienestar. En cuatro décadas el liberalismo económico evidenció la dependencia estatal, ante las fluctuaciones y vaivenes críticos de la economía, así como de las ambiciones de los propietarios del capital que liquidaban y privatizaban las conquistas sociales.

El debilitamiento de las políticas institucionales, que aún continúan, así como el crecimiento de la exacción de excedentes y la apropiación de los recursos sociales y naturales, entre otras características, mostraron la imagen del poder estatal como una red integrada de la dominación del capital.

Estos procesos liberales de capitalismo salvaje conviven con formas económicas de reproducción simple, que sobreviven en relaciones solidarias y democráticas entre los subalternos en sus pequeñas organizaciones y comunidades pobres, no relevantes para la economía ni el poder capitalista.

El poder concentrado y centralizado está relativizando su vínculo clasista para ser la manifestación de los intereses y actuación de los mayores propietarios de la riqueza acumulada del mundo, proveniente de los sectores financieros y tecnológicos que ambicionan, sin mediación alguna, ser los amos del planeta.

De este modo, el poder actual se individualiza por la actuación e influencia de los multimillonarios y un gobierno que compiten, agreden y disputan el poder mundial absoluto, creando un escenario propicio para una tercera conflagración mundial, con la participación de pueblos y gobernantes en el binomio imperial-totalitario, del cual no está excluido Costa Rica como cómplice ni como víctima.

La violencia en la dominación política

Juan Huaylupo Alcázar

En el presente son diversas las expresiones conceptuales que tratan de caracterizar la violencia en la dominación política, en el espacio nacional y global, las cuales se usan indistintamente de las formas que adoptan e independientemente de sus contextos, historia y modos como se ejecuta social o clasistamente en las sociedades. Si bien, los diferentes modos violencia, tienen aspectos en común, más allá del enfrentamiento, también debe agregarse que las diferentes formas de violencia no están restringidas a determinadas modalidades, varían según las circunstancias y los contendientes. Así, quienes interpretan la violencia por sus formas, no comparten similares conceptualizaciones ni caracterizaciones.

Reflexionar inicialmente sobre la violencia habría que afirmar que la violencia forma parte constitutiva de la existencia de los seres vivos, es una reacción ante el peligro contra su existencia, o por las condiciones que ponen en riesgo la situación y condición de vida generada por eventuales contendientes. Esto es, la violencia no tiene su origen en sí misma, es propiciada por factores externos, es una acción o reacción agresiva entre actores, donde la razón no constituye argumento para dialogar, diferir, persuadir, conceder o resolver el antagonismo entre los actores en disputa.

La violencia es el lenguaje de salvajes, donde la liquidación física o formal del adversario, es el medio para arrebatar o lograr lo deseado, independientemente de las posibles consecuencias propias y ajenas.

La violencia y sus formas están directamente relacionadas con el contexto donde transcurre y evoluciona, como también en relación con las capacidades organizacionales de las clases o grupos de interés enfrentados violentamente. De este modo, sofocar o erradicar las formas de violencia en la sociedad no son asuntos que se autodefinen, trascienden la belicosidad de los grupos antagonizados. De este modo, creer que existen grupos son intrínsicamente violentos, que deben ser erradicados o exterminados, es un absurdo argumento, que se emplean en medios racistas y genocidas, que se auto justifican, para configurar una violencia infinita entre grupos y pueblos. El exterminio de grupos étnicos, o la violencia social contra los pueblos son creaciones intencionales que ocultan propósitos irracionales e ilegítimos contra la humanidad.

En las formas del ejercicio indiscriminado de la violencia contra los subalternos y grupos que consideran inferiores o contra aquellos que se consideran transgresores del orden constituido, son actuaciones vinculadas con la naturaleza social del Estado, quien tiene el monopolio legitimo de la violencia y que posee todos los medios para regular, controlar e incluso promover, inmune e impunemente, la represión selectiva o generalizada en los contextos sociales del poder, el cual en muchos casos, ha sido una facultad usada para derrocar Estados que representaban el interés general de la sociedad, así como es aún, el medio para que poderes externos transgredan las facultades, derechos y liquiden gobiernos, como hoy son amenazados por la potencia militar, política y económica norteamericana.

El control de la disponibilidad, posesión y del uso de instrumentos de represión y muerte, en la actualidad son vitales y el último recurso para garantizar la dominación y el sometimiento de los pueblos, por ello están exclusivamente concentrados y centralizados en entes y personajes confiables y privilegiados para el mantenimiento absoluto del statuo quo.

No obstante, el Estado no es el único ni exclusivo poseedor de los instrumentos de represión y muerte, en una sociedad contradictoria en permanente antagonismo en las clases y entre clases sociales, en un contexto que no está al margen de la posesión y mercantilización de las armas ni de la actuación beligerante en el medio nacional o internacional. La violencia individualizada o colectiva, es una latente e impredecible posibilidad, con una regularidad que no tiene pausa, que se recrea y es promovida como inherente de la sociedad, para ser configurada como un enfrentamiento de todos contra todos, para que el poder quede incólume y tiranizado, convirtiendo a la violencia y sus actores en medios ideológicos y fácticos del miedo para la dominación. La violencia delincuencial internacional de los carteles de las drogas y otros, no están excluidos de esas tendencias, por el contrario, son parte del proceso porque nutren el mercado de los capitales que controlan las finanzas mundiales y contribuyen con el miedo social, al sacrificar y asesinar a miles de compradores, vendedores y competidores.

Los poderes del Estado como expresiones del poder de intereses de la clase global, en ámbitos de democracias aparentes, tienden en la actualidad a ser unificados, liquidando autonomías en su quehacer institucional para establecer corruptas y cínicas tiranías totalitarias que controlan caótica y delincuencialmente las sociedades, como ocurre en el Perú, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, así como se intenta en Ecuador, Bolivia, Costa Rica, entre otros. En este escenario los funcionarios estatales se convierten en los ejércitos civiles del totalitarismo, con el resguardo militar y policial. Un relativo cambio en el protagonismo de las fuerzas del poder estatal que cumplen funciones similares de protección de la institucionalidad clasista, con creciente explotación, corrupción e inequidad en la desigualdad societal. De este modo el Estado se convierte en un ente administrativo privilegiado del poder y de los capitales mundiales, que con leyes, decretos y mayorías parlamentarias, gobiernan e enriquecen contra la ciudadanía, pueblos y naciones.

El Perú totalitario

Juan Huaylupo Alcázar[1]

En nuestra América vivimos una democracia aparente, se nos ha hecho creer que votar individualmente es democracia, no obstante, la democracia hace referencia a la colectividad, no al individuo, es social, que es diferente a la suma de individuos, como se asume en la estadística. Asimismo, emitir el voto es un acto mecánico, mientras que la democracia es un acto político que hace referencia a las decisiones y acciones sobre la gestión de una colectividad en relación con las problemáticas, necesidades y anhelos ciudadanos. Aspectos que no se relacionan ni se infieren de una cuantificación electoral.

Tampoco es democrática la actuación de un personaje, por el simple hecho de haber sido electo, la democracia trasciende el acto electoral, que de ninguna manera faculta al electo o electos, a la realización de acciones contrarias o ajenas de las necesidades, y demandas ciudadanas. La democracia no es una carta blanca a los electos, para quienes actúan a espaldas de la ciudadanía, esos son autócratas o tiranos, nunca demócratas. Así, hemos elegido a dictadores y ratificados electoralmente a asesinos en el poder, así como se ha aislado y difuminado la actuación articulada de la ciudadanía, ante la traición, corrupción, fraudes y electos delincuentes. Esta democracia de papel nunca cerró el camino al totalitarismo, por el contrario, ha sido el camino seguido por los tiranos Pinochet, Videla, Fujimori, Ortega, Bukele, Boluarte, entre otros, para asesinar las voces disidentes al poder.

Esto es, la democracia no es la expresión ideal de la igualdad política de los ciudadanos, pues reconoce explícitamente la desigualdad y la inequidad existente, que no es afectada, sino conservada y perpetuada en su nombre, sin alterar las bases constitutivas del sistema político. La democracia desde su origen ateniense, en el siglo VI a.c., ha sido un modo de segregación social, cuya significación etimológica “el poder del pueblo” expresaba la exclusión a los esclavos, además de ser paradójicamente concebida en un universo de esclavitud. Los propietarios en la actualidad no requieren representarse a sí mismos, como en el pasado, porque están representados por todo el poder estatal. Esto es, la democracia no supone consenso, libertad ni paz, por el contrario, implica un permanente enfrentamiento en contextos que otorgan facultades y libertades a unos contra otros. Se crea democracia en la lucha por el respeto y conquista de derechos, ella nunca ha sido una concesión ni regalo al pueblo.

Asimismo, no puede calificarse como democracia el cumplimiento de la normatividad jurídica, pues las leyes son aprobadas, según las negociaciones e intereses partidarios, clientelares o individuales por los legisladores en el Congreso peruano. Esto es, la creación de las leyes, no responden ni obedecen a las preocupaciones ni necesidades ciudadanas ni del interés nacional. Luego, no podrán ser democráticas, son leyes indignas, como quienes las aprueban. Solo la ignorancia sobre la creación de leyes, pueden creer o engañar que la normatividad jurídica es igualitaria, justa y necesaria. La democracia no se rige por patrones jurídicos creados para propósitos ajenos al interés general de la sociedad, la subordinación jurídica e instrumental, es la cosificación de la democracia por y para el poder. La democracia no es una mercancía enlatada, es siempre peculiar en las condiciones y situaciones que se conquista. La sociedad es la impronta social de toda democracia.

En el Perú no es posible, ni por asomo, denominarse democracia, es totalitario el régimen político peruano, o el poder absoluto del Estado o de algún poder estatal, sobre la ciudadanía o, dicho de otro modo, es el régimen que liquida todo derecho social alcanzado contra quienes deben depender y servir, al pueblo, el soberano.

El totalitarismo es el fin de la separación y autonomía de los poderes del Estado para ser monopolizado por una exclusiva instancia que controla y determina el funcionamiento del quehacer estatal. El totalitarismo es la despótica privatización del poder estatal y de la institucionalidad contra lo que es común a todos. Es la regresión salvaje del poder, que representa única y exclusivamente las ambiciones personales, de sus cómplices y asesinos, con capacidad de cometer atrocidades inimaginables contra la sociedad que creen ser dueños y amos. Ello, no solo muestra la calaña de gente, sin principios ni dignidad, también muestra cómo algunos sectores son arrastrados en las viles prácticas totalitarias y de otros que se han coludido delincuencialmente con el monopolio en el ejercicio de la represión y violencia, legal e ilegal, contra la sociedad. El totalitarismo compromete radicalmente nuestro presente y condena el futuro de los peruanos con la complicidad de sus propias víctimas. Así, la institucionalidad pública que habiendo sido una política estatal para garantizar la función pública básica y necesaria para la ciudadanía, está siendo liquidada por el totalitarismo estatal, para convertir a sus entes en incapaces de una actuación social y pública

El totalitarismo en el Perú, como toda tiranía, no ha requerido de la aceptación social, se ha liberado de toda supeditación para imponer el poder político absoluto sobre la ciudadanía y la nación. Tales facultades están dadas por la manipulación corrupta de los legisladores en el Congreso, por la red tejida por magistrados y fiscales comprometidos que ilegal, complaciente y tardíamente revelan los compromisos propios y ajenos contra la voluntad y derechos ciudadanos y nacionales, así como es evidente, el cómplice amparo de las fuerzas armadas que presurosas, al mandato de un poder que irrespeta todo derecho, asesina las justas demandas en defensa de los derechos ciudadanos y la soberanía nacional.

Creer que la gran mayoría de pobres y trabajadores con derecho a votar compensa la desigualdad social y política, es una ilusión, porque de manera sistemática y desde siempre y no precisamente por procesos electorales, se ha dividido a los subalternos con diversidad salarial, prebendas, despidos y corrupción a dirigentes y sindicalistas, así como con las opciones organizativas y alternativas partidarias divergentes, la promoción de la indiferencia, entre otras, han posibilitado la división política de los pobres y trabajadores. No obstante, la democracia latinoamericana posee un equilibrio catastrófico, porque la explotación e irrespeto a los derechos laborales y ciudadanos persisten, así como, por las ambiciones y disputas entre propietarios y grupos de interés por el poder y sus privilegios, como por aquellos que buscan ser los nuevos sátrapas.

[1] Catedrático pensionado. Universidad de Costa Rica.

La indiferencia social

Juan Huaylupo Alcázar

La indiferencia aparece como la incomunicación entre actores implicados socialmente, lo cual puede ser interpretado como una relativa ruptura creada artificialmente por actores que crean barreras que no son arbitrarias. El carecer del apego a alguien o situación particular, no es característico del ser social, que valora, actúa y es consecuente en sus relaciones cotidianas. Imaginar una indiferencia a todo, es la negación a la propia existencia humana, como individuo, ciudadano y ser social, sin duda sería una extrema patología, una muerte en vida, un sujeto convertido en objeto, sin capacidad de valorar ni reflexionar.

La indiferencia es originada externamente, creada por determinaciones culturales, grupales o ideológicas, que se encubre en una aparente indiferencia. Esto es, revela la separación, la diferenciación del pensamiento, condición social, etc., no es sobre lo desconocido o ignorado, sino sobre lo conocido y despreciado. Es la evidencia de la toma de posición sobre aspectos que se asumen no tener interés porque lo comprometen como sujeto social, sin ser desconocimiento de lo existente.

La abstención intencional al establecimiento de determinadas relaciones o estar inmersos en situaciones indeseadas, son valoraciones separatistas, excluyentes o antagónicas aprehendidas en contextos particulares que ubican a las personas con afinidades e identidades grupales, estamentales o clasistas en la heterogeneidad social.

La indiferencia posee una implícita relación de poder entre los actores, pues es excluyente la decisión de ignorar, desoír o despreciar el pensamiento y acciones de los otros, pero también expresa la imposibilidad de desaparecer lo que perturba o disgusta. Esto es, la indiferencia no es arbitraria, representa una posición e intencionalidad específica entre los sujetos en interacción no armoniosa que trasciende la actuación de los actores, para comprometer al contexto societal.

La sociedad capitalista ha configurado un espacio individualista de competitividad y explotación asociado con procesos de corrupción y violencia con formas jurídicas desiguales e inequitativas. Asimismo, ha conformado mafias asociadas con el sistema financiero y el poder estatal para los sistemáticos despojos de la riqueza social, así como las democracias se convierten en dictaduras de propietarios y delincuentes. Procesos que han creado medios insolidarios y de desconfianza que liquidan las formas culturales éticas de solidaridad y cooperación colectiva. La desigualdad inherente del sistema, es la impronta de las diferencias sociales, racistas y segregacionistas que promueven separaciones intolerantes e indiferentes en un sistema que lo incentiva, como función reproductora de poder y dominio. Esto es, el contexto contemporáneo es el ámbito propicio donde se inscribe la indiferencia, como una forma aparente de ignorancia y temor social ante la inseguridad delincuencial, legal, económica y estatal.

Alejarse o aparentar indiferencia ciudadana es una alternativa para no ser visto como adversario o enemigo por poderes o posiciones intolerantes y violentas que no aceptan discrepancias, visiones alternativas ni plurales.

La indiferencia y cinismo del poder clasista no ignora la condición de los subalternos, por el contrario, son causantes de su situación. La intolerancia política crea indiferencia y miedo ante la impotencia e imposibilidad de desafiar o liquidar a los otros.

En la unilateral y desigual violencia totalitaria, o del monopolio represivo del Estado, como del control y dominio privado del aparato estatal, no solo son transgresiones del Estado Social de derecho, también liquida todo vestigio de democracia y organicidad social y política. El miedo y el totalitarismo convierte a las víctimas en cómplices e incluso en victimarios contra su pueblo. Esas viejas prácticas terroristas son comunes en los delincuentes para anular, aislar y asesinar testigos, así como, en la represión privada contra trabajadores que temen el despido, la desaparición o ser víctimas del sicariato, o la represión estatal que intencionalmente aprisiona y asesina inocentes para amedrentar a opositores y poblaciones indefensas. Procesos que no están aislados, se relacionan y complementan en la crítica cotidianidad en más espacios latinoamericanos.

En ese contexto, tan peculiar en el presente, la indiferencia social es aparente, el no importar sobre lo que acontece, es una máscara que oculta lo que se conoce, no se cree o teme. La indiferencia está determinada por la desigualdad, la diferenciación y el distanciamiento social, como también por la acción de poderes autocráticos que inciden y promueven el aislamiento de las personas y grupos. El totalitarismo crea indiferencia de la cual se nutre, además de encubrir su despotismo, ante una aparente aceptación, sin oposición.

“La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica.
La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula.” (Gramsci, 2017: 19).[1]

La inacción de los indiferentes forma parte del contingente social que permite la continuidad del poder y del mantenimiento del statuo quo, pero en el sistema son otros muchos los actores subalternos que lo sostienen y alimentan. Un sistema totalizante como el capitalista ha creado una inmensa red de procesos de subordinación formal y real del trabajo que genera riqueza que es privatizada, así como en las desiguales relaciones mercantiles que contribuyen a la reproducción de la polaridad e iniquidad social, procesos en cual están insertas gran parte de las naciones occidentales.

De este modo, las afirmaciones expresadas mucho antes de David Ricardo, que son los trabajadores la fuente de la riqueza y poder, se confirman por doquier. Así, en las labores productivas, la riqueza empresarial es creada por quienes desprecian, odian y explotan; o de los trabajadores privados y del Estado que son compelidos a envilecer los servicios públicos y financieros que violentan derechos sociales; o de magistrados que interpretan leyes en beneficio propio y dictaminan resoluciones contra la letra y espíritu de la Constitución y validan leyes indignas; o los profesionales en salud pública que violentan el juramento hipocrático y se coluden corruptamente cuando atentan contra la salud y vida ciudadana; o los militares, como en el Perú, que ciegos y obedientes, violentan su propia constitución y existencia, asesinando a quienes defienden los intereses y derechos sociales y nacionales.

Las necesidades de subsistencia de los subalternos, son los medios para que los propietarios del capital y el Estado, manipulen el trabajo y los trabajadores para crear colaboradores y cómplices, así como indiferentes, aun cuando son los subalternos del mundo quienes sostienen el sistema imperante.

La indiferencia y cinismo del poder clasista no ignora la situación y condición de los explotados, por el contrario, son sus intencionados causantes. La pobreza es el medio para someter y dividir salarialmente a las poblaciones trabajadoras, así como la indiferencia estatal es protagonista de la creciente desigualdad social al liquidar las políticas públicas y privatizar los servicios públicos y recursos nacionales. La práctica estatal totalitaria obstruye y niega a los trabajadores el pensamiento y la actuación propia y original, para ser obligados a asumir como propia la del poder. La indiferencia creada por el poder despoja a las personas de lo propio, de su identidad social para subordinar totalmente del sujeto colectivo.

La indiferencia social del poder es un absurdo, imaginar que los gobernados son ajenos del gobierno, es una concepción totalitaria y de ignorancia extrema de un poder que se cree omnipotente, capaz de dominar y explotar eternamente. La ilusa e impotente autosuficiencia totalitaria, cree poseer las capacidades para sacrificar eternamente derechos sociales y nacionales para beneficio propio, clasista y de cómplices. En la historia de la humanidad ningún poder totalitario ha poseído tales capacidades ni han perdurado. Los anhelos democráticos de los pueblos liquidan los sistemas autoritarios.

[1] Palabras duras, pero están descontextualizadas, el breve escrito de Gramsci fue elaborado en febrero de 1917, hace más de un siglo, tiempo y situación muy distinta al presente, citado para la reflexión ante la creciente indiferencia en el presente globalizado. (Odio a los indiferentes. Editorial Planeta).

El eterno retorno

Juan Huaylupo Alcázar

La temática sobre el eterno retorno tiene su referencia histórica en la antigua Grecia con la creencia del tiempo circular, pero aún tiene muchos seguidores en el el presente, con sustentantes en distintas épocas, en el pensamiento filosófico (Vico, Nietzsche), científicas (Copérnico, Newton, Kepler, Laplace), en las religiones, así como en las visiones políticas y en las pretendidas predicciones cuantitativas contemporáneas, las cuales a partir de su generalidad difunden las ideas que imaginan que lo ocurrido, en determinadas circunstancias, se repite como un eterno presente, sin pasado ni futuro, como una máquina autónoma que reinicia su ciclo sin control, supeditando el universo y las relaciones humanas, como una eterna reedición del mito de Sísifo.

Independientemente de lo que se enuncia retornar, es una idea que contraviene la racionalidad científica actual, que admite que son inéditas las determinaciones y circunstancias de cada proceso natural, social o individual. No existiendo fenómeno alguno que sea igual a otro. La igualdad es una ilusoria abstracción que simplifica la complejidad y la heterogeneidad de las realidades. El encontrar algunas similitudes entre eventos y fenómenos distintos o similares, no implica igualdad, porque sus determinaciones, contextos o actores los particulariza y porque la autodeterminación es de dudosa pertinencia en la integración e interrelación de los procesos reales complejos, no técnicos ni inventados.

El corsi y recorsi de Giambatista Vico (1668-1744) están arraigados en la tradición de muchos pueblos, por la experiencia y la regularidad de procesos, que aparentemente parecen confirmar esta creencia. Pero, no es posible ratificarlo, dado que los actos y fenómenos ocurren en múltiples formas y circunstancias que no son posibles igualar. Sin embargo, tampoco es posible admitir que cada acto o fenómeno sea absolutamente diferente a otro de naturaleza similar, Vico no proponía la igualdad, pero suponía el retorno de ciclos semejantes autónomos a través de los tiempos. Se podría decir que un sismo es particular, porque las causas son distintas en cada espacio, por el tipo de sismo, profundidad, movimientos tectónicos etc., y porque su impacto está determinado por la estructura de los suelos, de los materiales y tipo de construcciones, así como por las creencias, culturas o por experiencias propias o ajenas, pero los sismos no son autónomos como tampoco lo son sus ciclos, pues los movimientos de estructuras y capas tectónicas perduran modificándose, pero tampoco los procesos revolucionarios son iguales, ni las políticas liberales, hoy imperantes.

Los fenómenos conocidos de naturaleza similar tienen una conceptualización común, de otro modo, la comunicación no sería posible por carecer de una expresión o patrón asociado con algún fenómeno al cual referirse. El lenguaje cotidiano y el científico dan cuenta de las realidades, como modos de aproximación para conocerlas y distinguirlas, cuya exploración permitirán nuevas denominaciones sobre sus composiciones particulares. El reconocimiento de la complejidad de las realidades, deben también enriquecer las expresiones lingüísticas.

Luego, el eterno retorno será relativo, porque no será el mismo del pasado ni absolutamente distinto, pues ninguna realidad natural, física, social o individual, constituyen modelos que puedan ser replicados idénticamente, las realidades complejas cambian, evolucionan y se transforman relativamente, como también lo debe distinguir el lenguaje en la comunicación cotidiana.

El dinamismo de las realidades complejas no es un proceso mecánico o técnico, porque no es una creación humana para satisfacer necesidades particulares. Las técnicas son creaciones producto de la inteligencia e imaginación que ha acompañado la existencia humana en todos los tiempos, facilitando sus quehaceres y necesidades, convirtiéndose en el presente en el símbolo del capitalismo contemporáneo. Los procedimientos y aplicaciones técnicas, en el actual sistema, son construcciones en serie con características y formas de funcionamiento estandarizado para consumo y usos masivos que inciden y modelan las relaciones laborales y sociales en el presente globalizado.

La aceptación de la concepción sobre el retorno sin fin, el eterno pasado o la predeterminación del futuro, constituyen el fin de la historia, de la ciencia y también de las particularidades de las sociedades y de los individuos, para imaginarlo recurrente, sin distinción temporal de los acontecimientos, hechos o fenómenos, como un mecanismo tecnocrático que supedita todas las relaciones. Es imposible suponer que las realidades, pensamientos y lenguajes sean inmutables, como lo postulan los dogmas de todo tipo, religiosos, políticos, lingüísticos o culturales.

En el ámbito político ideológico se habla de izquierda y derecha, de revolución y fascismo, de liberalismo y socialismo o de democracia y dictadura como pares dialecticos que se implican y contraponen, pero a pesar de su concepción generalmente aceptada por los medios, la jerga política y el pensamiento vulgar, no es posible validarlas porque los procesos a los que hacen referencia no están representados contemporáneamente por sus pretendidas denominaciones. Muchas de las acepciones lingüísticas y conceptuales no se corresponden con el estado del conocimiento ni el dinamismo de las realidades, afectando la significación de la comunicación y la comprensión social.

Esto es, los procesos políticos se han modificado, sin tener o no interesar otras conceptualizaciones ante los cambios políticos contemporáneos. Un lenguaje que no exprese la significación de la realidad, sin duda la distorsiona o impide la comunicación, al hacerla equivalente con un pasado inexistente. Así, el pensamiento liberal que encarnó las aspiraciones de libertad en pueblos oprimidos, en la actualidad es la representación de la libertad de quienes poseen el poder de esclavizar poblaciones y naciones en regímenes fascistas. El socialismo considerado clásicamente como la manifestación social y política contra el capitalismo en transición hacia un sistema que erradique la explotación social de la clase burguesa, en el presente los sistemas políticos socialistas, han dejado de ser alternativos al capitalismo, para constituirse en sus propulsores que cimentan el capitalismo en sus espacios sociales, así como Estados gobernados por partidos políticos socialistas, hoy administran el crecimiento y la expansión capitalistas en sus sociedades. Asimismo, el acto electoral considerado como expresión de democracia, se ha constituido en un procedimiento instrumental y técnico, donde la sumatoria de votos no representa, no garantiza ni es democracia. La designación electoral de alguien que regirá el destino de una nación y de individuos que aprueban leyes indignas en favor de los ricos y de magistrados que interpretan leyes en beneficio propio, de ningún modo es democracia, por el contrario, es el ejercicio totalitario, en nombre de la democracia contra el pueblo y la nación. La democracia no puede ser reducida a la individualización del voto, menos aún, representar la voluntad, decisión y actuación colectiva en la sociedad. La mal llamada democracia electoral ha conformado auténticas autocracias que subordinan los poderes del Estado, como en los casos del Perú, Argentina, Costa Rica, Nicaragua o Venezuela. Las elecciones hoy en día han consolidado poderes establecidos y las inventadas regulaciones jurídicas sustituyen, técnica y dictatorialmente, la voluntad ciudadana.

En nuestros días se recurre al eterno retorno para destacar la presencia de posiciones de las derechas fascistas del pasado en nuestra América, cuando en realidad nunca se alejaron del capitalismo ni del poder político, por el contrario, su demagógica y corrupta presencia incide en su influencia entre los subalternos y sus organizaciones.

La transformación de la realidad ha convertido en obsoletos los conocimientos del pasado o solo son expresiones simbólicas del pasado para falsificar y distorsionar los acontecimientos para fines extraños de las condiciones existentes, como ocurre en los medios y las expresiones politiqueras en el Perú, que deshonesta e indignamente insultan y calumnian a quienes protestan, demandan y defienden los intereses sociales y nacionales. Las falsedades, represiones y asesinatos contra el pueblo son crímenes de lesa humanidad que aplauden los tiranos y sus medios.

Sustentar visiones o concepciones caducas, inmorales o ignorantes, son prácticas comunes en los medios mercantilizados y controlados políticamente. La veracidad, salvo honrosas excepciones, no forma parte de la actuación periodística contemporánea, la vergüenza se dibuja en la mediocridad de su ejercicio profesional antagónico con lo público y lo político.