Somos el periodista Assange y somos o ¿seremos espías? si lo decide Londres
Por Laura Martínez Quesada, Periodista
En esas tardes de lluvia intensa de setiembre de 2007, mi vientre embarazado amenazaba con disparar el botón de la blusa contra cualquier persona que se me pusiera al frente en la oficina de la dirección del Semanario Universidad. Allí llegó Vicky Luna, excompañera de canal cuando hacíamos noticias fuertes. Ella escuchó la rápida conversación con el estimado Vinicio Chacón. Hablaba sobre las amenazas para que no publicáramos el Memorando del Miedo por parte de uno de los autores de ese documento, que en síntesis era un chantaje para que promovieran el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en la campaña para el decisivo referendo del 7 octubre de 2007.
Comentamos frente a Luna que lo publicaríamos porque era un documento de interés público. La amenaza de inminente demanda también llegó en forma de carta a la entonces rectora, Yamileth González, a quien le agradecí su respeto por nuestra labor. Vicky solo llegó a regalarme algo muy práctico para los recién nacidos, unas camisetas y calzones de la Red Point (la tiendita queda cerca de la U), que le agradecería toda la vida. Y no se equivocó. Claro, como buena periodista, Luna captó la tensión sobre lo que conversábamos y después ella lo escribiría en las redes sociales de entonces porque el artículo del Memorando salió y fue la bomba, como era de esperar. También salió disparado como una bomba bebé, que de previo me daba cada vez más patadas alborotadas, supongo, por mis obstinadas luchas por tirar la publicación del documento. Un famoso columnista de Llorente, amigo de uno de los autores, según me contaron, consideraba la publicación de la delineada estrategia como el jodido robo de un hacker de una conversación privada entre pares, Sánchez y Casas del gobierno de Óscar Arias. Le respondí al reconocido periodista en un artículo y, posteriormente, el Tribunal Supremo de Elecciones nos dio la razón; se trataba de un documento de interés público. Y ni les cuento que el autor que dimitió un año después se fue a la Fiscalía para activar una investigación contra el periódico que permitiera dar con la persona malévola que me hizo llegar el Memorando. Por dicha, no llegó a más porque alegué los intentos de violar el sagrado derecho de reservarnos nuestras fuentes cuando haya riesgos.
Ese argumento usado en el caso del Memorando sobre el hacker perverso y los “documentos privados”, casi como un secreto de Estado, son a los que se siempre se recurre para que la verdad no salga a luz pública, la luz que necesita el pueblo para tomar decisiones, como en aquella oportunidad durante el referendo.
Ahora que salen las noticias sobre el futuro de Julian Assange, sorprende cómo pasó de ser el periodista australiano a un peligroso megalómano hacker, a quien el Gobierno estadounidense acusa de espionaje basado en una ley de 1917, que usaría por primera vez contra un comunicador.
Un periodista, cuyo crimen fue facilitar con información a través de los WikiLeaks, las verdades sobre los crímenes de guerra en Irak y Afganistán: la cantidad mayor de personas civiles asesinadas, ¡upps!, por algún error (horror), la corrupción y los encubrimientos que se habrían hecho en el manejo de la política exterior estadounidense.
Esa información fue publicada por renombrados medios de comunicación como el alemán Der Spiegel, el estadounidense New York Times o el británico The Guardian. Periodistas de esos medios hicieron revelaciones como las conexiones entre los servicios secretos de estadounidenses y los talibanes, matanzas de civiles o que a los prisioneros les vendaban los ojos, los electrocutaban, maniataban y golpeaban, que se produjeron asesinatos extrajudiciales y que 63% de las personas muertas en Irak eran civiles.
Y para que no olvidemos los periodistas, el video que WikiLeaks tituló “Asesinato colateral”, el cual mostraba como dos helicópteros estadounidenses mataban como en el juego de “Call of duty” a 12 civiles en Bagdad, entre ellos a dos corresponsales de la agencia inglesa Reuters. La reconocida agencia internacional solicitó en diversas ocasiones que le dieran el video y siempre se les negó. ¡Gracias WikiLeaks por esas imágenes, gracias Assange por dejarnos conocer esta historia y gracias por garantizar el derecho a la información de las personas!
Esas revelaciones les dieron galardones a los periodistas de estos medios, que hoy olvidan que Assange se pudre en una cárcel en Londres, cuando ni siquiera ha sido condenado porque se encuentra en prisión preventiva, en aislamiento total en una celda a la que solo llevan a personas de alta peligrosidad, donde no lo dejan hablar con nadie y solo sale a un patio por menos de una hora diaria.
Assange, con un historial de depresión suicida, ha sido perseguido por más de diez años y está a las puertas de ser juzgado por lo que debe hacer un periodista: denunciar los abusos del poder y difundir información de interés público. La escritora italiana, Oriana Fallaci, lo dijo en uno de sus libros que en mi época devorábamos: el periodista debe estar siempre contra el poder.
A las puertas de una extradición que busca silenciar su voz y condenarlo por 173 años, los periodistas estamos en riesgo de ser acusados de espionaje por revelar la verdad a la que tiene derecho la ciudadanía. Por eso, estimadas Yanancy Noguera y Giselle Boza, la voz jurídica de apoyo a la publicación del Memorando, pronunciémonos y digamos: Somos Assange, el periodista y no somos espías.