Ir al contenido principal

Etiqueta: sociedad del espectáculo

La sociedad del espectáculo, la caída de los dioses de su olimpo y el nihilismo

Daniel Lara

Esta semana fue triste para el alma nacional al conocer la infausta noticia sobre el proceder de su héroe Navas. Me atrevo a pensar que la recepción de la noticia por parte de las mayorías tuvo más relevancia que el intento de Chaves por terminar con la Contraloría General de la República gracias a su referéndum bonapartista. Intento a la vez de Zapote por distraer la atención ciudadana sobre algo más importante: “La Armonización eléctrica Nacional”, en otras palabras la privatización del modelo eléctrico. El ICE permitió a lo largo de su existencia la cobertura eléctrica a lo largo y ancho del territorio nacional no importando la lejanía o pobreza de los habitantes de esos lares remotos. Las hienas privadas del sector aplauden la iniciativa y el mismo Miguel Ángel Rodríguez nos recuerda su intento fallido en el Combo de principios de siglo. El expresidiario expresidente es tan chavista como Milei es sionista.

Se imaginan que se difundiera con el mismo encono mediático que las pompis de Maribel Guardia son de gel, o que Zelensky es un adicto a la cocaína, o bien que Mr. Biden está más chocho que mi abuela. De Milei ya sabemos que habla con su perro muerto y su hermana con un fenicio de hace 1800 años. O bien que las reglas que rigen el Mundo – como las reglas del portero al contratar mano de obra – no son más que las reglas de Washington y no las reglas consensuadas a lo interno del seno de la ONU. Una ONU ya desgastada, inocua y maniatada por el Consejo de Seguridad.

Cuando se supo que el galán del cine Rock Hudson murió de sida, en virtud de su desconocida homosexualidad, tropeles de admiradores quedaron estupefactos; de la misma manera como si hoy corriera la noticia de la pérdida de la voz de Bad Bunny.

En un célebre ensayo Varga Llosa desnuda la banalización de la vida social gracias al espectáculo promovido por los medios de comunicación -no por ingenuidad sino por un cálculo de gestar nuevos circos romanos para embelesar y embrutecer a las mayorías- creando figuras heroicas bonitas por fuera pero construidas con el mismo barro con que Dios parió a la humanidad. Circo, mucho circo y muchos payasos mediáticos en los cuales deben centrarse los ojos de millones de personas. Mejor circo que reflexión, mejor charada que protesta.

Patear una bola o proferir graznidos en un escenario valen más que el trabajo de un científico o el texto de un buen literato. La banalidad del mal de Arendt podría extenderse a la perfidia del embrutecimiento de todos los colectivos. El dios Mercado construye íconos públicos para acumular muchos millones a sus gestores, asimismo heroínas y héroes como Shakira o Messi también llenan de alguito sus bolsillos. Dinero, circo y control ideológico para perpetuar un mundo basado en las reglas de la ignominiosa desigualdad. Gracias a los medios de comunicación, estos nuevos dioses y diosas exponen su vida íntima para atrapar a millones de personas, generar dinero y distraer la atención sobre los graves problemas que afronta la humanidad. Son como el soylent verde de la vieja película «Cuando el destino nos alcance«; bálsamos de ilusiones de vidas envidiadas e inalcanzables para las grandes masas. Son los “santos” modernos reverenciados en los atriles de la TV, las redes sociales y los pasquines que aun circulan.

Hoy Keylor lo destruyen los mismos medios que lo crearon, tan descartable como el mundo de mercancías que llenan de inmundicia el triste pedazo de tierra que tenemos. También la desgracia del coterráneo eleva los ratings de la televisión y los periodiquillos. Suben, permanecen un rato y los defenestran con facilidad. Vendrán otros Keilor’s, otros Bad Bunny’s, Karol G’s y cuanto payaso a sueldo coadyuven al status quo.

No es tema baladí el caso de Keylor Navas cuya aureola alimenta a jóvenes y en el mar de las desgracias patrias corre la suerte de paliativo chovinista que nos pretende colocar en la cima de los mundos. Redonda la bola, redondo el mundo y perfecto el cálculo esférico con que se crean estos prometeos modernos.

Si en los políticos ya no se cree, sí las iglesias devinieron en negocio de charlatanes y a las figuras de la farándula deportiva les llueve feo. ¿Entonces en cuáles valores puede creer el pueblo? ¿Qué nos puede alimentar para seguir adelante a pesar de los pesares? Pero el nihilismo que provoca un mundo caído en desgracia no lo cura ni el Pepto Bismol, a la suerte sucedáneo mercantil de una Alka Seltzer en la cual nos decían que sí se podía creer.

Pastores y curas pedófilos, tesis plagiadas por ministros europeos, banqueros rateros, doctores Fauci engatusadores, redes sociales tomadas por las mentiras de troles y de una IA embrutecedora, guerras que generan gruesos dividendos a consorcios como Boeing -no importa si los muertos son ucranianos- y para colmos una farándula desmerecida por sus acciones. El portero de marras no es más que otra víctima del mundo de las apariencias, una mercancía que se transa en millones, un deporte prostituido en el mismo seno de la FIFA.

El nihilismo como efecto de un mundo de gofio nos roba la esperanza y sin esperanza no se puede construir futuro. Toca construir un mundo real, sin ídolos de barro, sin becerros de oro y pompa, solo un mundo de personas de carne y hueso con las neuronas necesarias para liberarse de tanto circo y proveer de más pan a los que no tienen fama. Personas más empáticas, más sensibles a las necesidades de los otros, que le den contenido real a la propuesta religiosa del “amor al prójimo”.

La Sociedad Alimentada del Espectáculo, del Consumo y la Alienación

MSc. Anais Patricia Quirós Fernández
Especialista en la Enseñanza del Idioma Inglés
Estudios en Género, Diversidad y Derechos Humanos
Diplomada en Cambio Climático y Gestión Integral del Riesgo de Desastres
Académica Universitaria

Anais Patricia Quirós Fernández.

La «sociedad del espectáculo» es un concepto desarrollado por el filósofo francés Guy Debord en su obra «La sociedad del espectáculo» («La société du spectacle» en francés), publicada por primera vez en 1967. Este concepto se ha convertido en una parte importante de la teoría crítica y la crítica cultural en este siglo.

La sociedad del espectáculo, un concepto donde la cultura se vuelve un objeto de la imagen, convirtiéndose en un espectáculo diseñado, en que la realidad se presenta principalmente a través de medios de comunicación, publicidad y espectáculos, dejando a las personas desconectadas de sus experiencias directas. Una sociedad que convierte todo en una mercancía. Las relaciones sociales, la cultura y la identidad se comercializan y se convierten en productos que se consumen. La vida cotidiana se convierte en un espectáculo, donde las personas son espectadores pasivos en lugar de participantes activos en sus propias vidas. Las experiencias se reducen a imágenes y representaciones. El consumo constante y desenfrenado como una forma de llenar el vacío creado por la alienación y la falta de significado en la vida creando así, una falsa conciencia de lo real, cada vez alejándose de una activa participación en la toma de decisiones y en la construcción de vidas propias. Alejándose de la autenticidad y quedando las personas atrapadas en la búsqueda constante de entretenimiento y consumo extremo. Colocando la realización de metas en un papel de arroz formado por figuras inexistentes que más tarde lleva a la colonización de la mente aislando la auténtica realización personal.

En cada sociedad la participación individual juega distintos papeles y forma parte necesaria para construirla, pero la negación de lo real permite que el espectáculo se envuelva en el camuflaje perfecto volviendo lo verdadero en falso, y así facilitar el logro de fines deseados para obtener lo que no sería posible sin este. Convirtiéndose en una fusión entre la realidad y lo no real, creando una correlación estrecha entre ambos elementos para sostén de la sociedad actual.

La sociedad del espectáculo es el acto mas antiguo de la humanidad, un acto que carece de identidad, acto que termina desnudo ante la verdad de las cosas y que deja en descubierto lo único visible y real; el cadáver de una realidad ocultada pero invadida por la contemplación.

Una sociedad que logra alimentarse del mejor espectáculo es aquella que la conforman las apariencias, relaciones nutridas por la mentira de lo que se ve. Aquella en que sus hijos son educados por la arrogancia de una comunidad consumista e imitadora. Donde los actos sociales utilizan el mejor de los maquillajes, ocultando la verdadera esencia detrás de los telones de cada “espectáculo.” Donde la percepción es casi perfeta desde el exterior, pero internamente no se ve el cáncer que devora el tejido. Grupos profesionales con perfiles envidiables en el ámbito social, pero con nebulosas internas que opacan su realidad diaria. Redes sociales que usan filtros oculares para promover su producto humano, ese producto que hoy se vende al mejor postor, por el físico, la imagen y las ideas.

La sociedad que se nutre del espectáculo fomenta las relaciones líquidas, construidas a base de falacia, engaño y falsedad, dando como resultado más tiempo al fracaso tardío. Es un espectáculo que termina cuando la línea aprendida se acaba. Aun así, al final de cada acto la verdad aflora, mostrando el vacío existencial en el que hoy vive gran parte de la humanidad. La sociedad del espectáculo es uno de los tantos tentáculos sociales que constituyen el modelo de las sociedades dominantes, que necesita de una mutación de conducta inducida sin aparentar el alejamiento de la realidad.

La sociedad que se alimenta del espectáculo… ¿funciona? -SI-

La actuación imita a la felicidad, a la coherencia, y trata de ser perfecta, cubriendo sus defectos y debilidades como aquel payaso que maquilla su rostro y viste con prendas coloridas para realizar su mejor acto, aun cuando su epidermis está deteriorada, herida y cicatrizada. Oh aquella bailarina de ballet; bella, perfecta, que hace su mejor presentación ante el público, y después se interna en el camerino con sus pies sangrando y su cuerpo adolorido.

El espectáculo tiene el objetivo común de llenar la carencia de sentido, de propósitos y de significado en la vida. Donde el espectador, cuanto mas contempla menos vive, cuanto mas se identifica con el espectáculo menos sentido encontrará y menos entenderá su origen de ser, arriesgando a volverse actor tarde o temprano. Por el contrario, el actor entre más actos realiza más entrara a un estado de enajenación, alejándose cada vez mas de su propia existencia.

Finalmente, cada individuo elige cuál será su espectáculo y su efecto social, siempre en busca de ese nutriente existencial a través de sus propias elecciones y acciones. Ese propósito ausente necesario para integrarse a la sociedad dominante que cada día exige mas para poder ser miembro de cada grupo que conforma “la sociedad alimentada del espectáculo, del consumo y la alienación”.