“Verde por fuera, colonialista por dentro: crítica al ambientalismo corporativo en América Latina y el mundo”

Por Adrián Leitón Gutiérrez

Es importante en el mundo en el cual vivimos, definir las diferencias entre ambientalismo y ecologismo. Hoy por hoy, hablar de ambiente se ha vuelto una moda y el discurso por el cuido del planeta ha sido tomado por las grandes corporaciones y los políticos de centro y de derecha, para mercadearse como espacios “eco-friendly”, y continuar con su agenda neoliberal.

Según Róger Martínez Castillo (2015), catedrático de la UCR, sí existen diferencias teóricas entre el ambientalismo y el ecologismo. La primera supone que todos los problemas ambientales, económicos y sociales se resuelven desde el lucro. El mercado supuestamente es capaz de plantear por sí solo, soluciones con nuevas tecnologías cuyas patentes son monopolizadas por empresas pero eso sí, sin involucrar tanto a la política. De ahí surge el “desarrollo sostenible” en donde seguimos con los mismos patrones desenfrenados de consumo pero… verdes. Gracias al ambientalismo es que ahora cualquier grupo, cargo o persona puede considerarse un héroe ambiental: administraciones como la de Joe Biden o la de Carlos Alvarado, el Estado de Israel, empresas como Google, y un largo etcétera.

Particularmente en Costa Rica y otras partes de América Central o América Latina en general, procesos como la gentrificación en las playas y demás zonas turísticas se han vendido a la sociedad como “soluciones verdes”. Ese ambientalista de playa, que viene usualmente de la ciudad o de algún país del Norte Global vive como un colonizador más en lugares como La Fortuna de San Carlos, Playa Tamarindo en Santa Cruz o Santa Teresa de Cóbano. Practica y predica el veganismo, pero sin conciencia social; sin entender que muchas comunidades originarias de la nueva zona en la que vive muchas veces ni siquiera tienen la seguridad alimentaria para poder consumir las tres comidas mínimas por día, con todos los nutrientes y balances necesarios para vivir. 

Su trabajo directo por el ambiente se reduce si acaso a reciclar o a hacer únicamente limpiezas de playa. Estos eventos son financiados a través de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), en donde la misma industria que explota trabajadores, amenaza líderes sociales y contamina fuentes de agua, ahora es la que contribuye activamente en pro de la sociedad, para así mejorar su competitividad y su desempeño. Los grupos ambientalistas con sede en la playa consiguen apoyo para sus proyectos, y las empresas que los financiaron se van con una Bandera Azul Ecológica o cualquier otro certificado de “industria colaborativa con el ambiente”. Es un gane para ambas partes, pero una pérdida para la causa ecologista.

Mientras en otras zonas más marginales o más campesinas de esa misma comunidad se vive la represión policial por actividades, como ejemplo, la venta y el consumo de cannabis, el acceso al agua, o la caza y la tala ilegal; la gentrificación provee un escudo de defensa que excluye a estos colonos de la violencia policial o estatal. Lo vimos en 2020 y 2021 con la pandemia del coronavirus que, mientras habían órdenes de mantenerse en casa en otras zonas del Pacífico con personas de otra clase social, en Cóbano el aumento del turismo trajo una de las mayores olas de contagio aún sin ser un cantón necesariamente denso en población, según autoridades de la municipalidad del cantón y de la CCSS (Bolaños, 2001). Setenta por ciento de los contagios detectados por semana en ese distrito correspondían a población extranjera, concentrados en su mayoría en la playa de Santa Teresa, de acuerdo a Juan Gabriel Ledezma, ex jerarca de la región Pacífico en el Ministerio de Salud de ese momento.

A nivel internacional, es muy común también encontrar eventos masivos con panelistas de la ONU o de algún otro organismo de cooperación para hablar sobre derechos humanos o desarrollo sostenible, y usualmente destinados a jóvenes con una excusa para viajar. Es una manera muy sutil de hacerle marketing al país a nivel internacional y blanquear las problemáticas ambientales y sociales de la región. Socialmente se convierte en tabú hablar sobre los recientes asesinatos de líderes indígenas en Costa Rica, o la crisis que están generando las piñeras en Zona Norte, o el creciente megaturismo del cual comentábamos anteriormente.

La Conferencia de las Partes, el supuesto órgano rector de los convenios internacionales y el encuentro climático internacional más grande del mundo, le ha fallado muchísimo y traicionó completamente a la clase obrera de estos tiempos. Lo que pudo haber sido un panel científico, que caminara de la mano de la justicia social y vele por el bienestar de toda la humanidad y una manera más justa de la distribución de la riqueza y los recursos naturales, se volvió un espacio en donde las grandes empresas petroleras, los Estados genocidas e imperialistas, y la industria militar tuvieran su espacio de promoción y mercadeo gratuito. Es la razón también por la cual estos encuentros se han realizado en lugares como Sharm El-Sheikh (Egipto, algo cerca de la frontera con Gaza y la entidad sionista, en 2022), Dubái (de las ciudades más exclusivas en el mundo y extractora de petróleo, Emiratos Árabes Unidos, 2023) y Bakú (Azerbaiyán, país que hoy por hoy lleva a cabo un conflicto bélico con Armenia, 2024).

Siguiendo con el texto de Martínez Castillo, el ecologismo por su parte, ve estas ambigüedades del ambientalismo y se propone como una alternativa popular y anticapitalista. Es más radical y señala al neoliberalismo como el verdadero generador de la crisis ambiental. Es decolonial a nivel geopolítico; dice que se requieren cambios radicales y abolir el sistema actual en el que vivimos por uno más socialista y de la gente. Exige ir más allá del reciclaje y el veganismo, y entender que no todas las personas son iguales entre sí y por ende alcanzar o cumplir con ciertos estilos de vida les es casi imposible por su situación socioeconómica o geográfica.

Hay que dejar esto en claro porque, tenemos que entender que ahora cualquier individuo o colectivo se hace llamar “héroe ambiental”, sin necesariamente representar una ideología popular, crítica e interseccional. Esta lucha de alguna manera fue apropiada por los grandes colonizadores para evitar el señalamiento y la investigación de sus grandes actos de corrupción e imperialismo en varias partes del planeta. Uno de los varios críticos de estos procesos de blanqueamiento político ha sido Joan Martínez Alier, un economista y catedrático barcelonés. Martínez Alier explica y se concentra en muchas de sus obras en un concepto que él llama el ecologismo de los pobres o el ecologismo popular. Básicamente, se refiere a la lucha de las comunidades más desfavorecidas por la defensa de su entorno y sus recursos naturales. Aún a veces siendo marginadas y de bajos ingresos, enfrentan y resisten la degradación y explotación de sus recursos ambientales por parte de agentes externos, que sólo buscan beneficios propios sin pensar en un impacto ecológico o social (Mejía y Rengifo, 2009).

No es coincidencia que en los países o en los territorios con mayor conflicto social y político también sean los lugares con más extractivismo ambiental y privatización de los recursos naturales, que es al final de cuentas lo que intenta explicar Martínez Alier. Y tampoco es coincidencia, que este ambientalismo tradicional, que no se cuestiona las realidades y las relaciones de poder venga también de países de mucho desarrollo y privilegio económico; casi que siendo una excusa para ejercer clasismo y racismo en nombre del cuido de la naturaleza. Y es que, como miembros del movimiento que lucha por la justicia climática tenemos que entender que los recursos naturales hay que preservarlos, sí, pero también están para algo. En los sistemas de poder no hay espacios vacíos, y por tanto, alguien va a usarlos si usted no los reclama.

El agua, por ejemplo, si bien no es inagotable y hay que preservarla, está en este planeta para ser usada en sus diferentes formas. Solo que quizás se vuelve un problema únicamente cuando las comunidades más marginalizadas exigen su uso. Por ejemplo, lo vimos más recientemente en este 2024 cuando hubo protestas en los barrios del sur de la capital (que finalizaron siendo criminalizadas por la Fuerza Pública) y que al final, la responsabilidad de proteger el derecho al recurso hídrico quedó en las familias más pobres de Hatillo y no en el ente rector designado como el AyA, o inclusive barrios más de lujo como Monterán, donde actualmente vive el señor presidente (Nuñez, 2024). Y algo también curioso de cuando se dieron estas manifestaciones por el agua, no hubo presencia ni actos de solidaridad por parte de organizaciones ambientales que se supone que tratan estos mismos temas. Fueron nueve las y los dirigentes comunales que fueron detenidos en medio de los bloqueos, y en su mayoría ni siquiera estaban en la calle como tal, sino en la vereda. Primero los mantuvieron en la delegación de Barrio México y en menos de dos horas a los Tribunales del Circuito I, sin ni siquiera saber cuáles eran los delitos que habían cometido.

También, este ambientalismo hegemónico o tradicional se ha quedado callado ante la crisis humanitaria que vive Gaza producto de la ocupación israelí desde hace más de setenta años. Israel es de los países más contaminantes del agua en el mundo, en un territorio árido como lo es el Levante, y especialmente en zonas donde viven familias palestinas que se quedan sin agua potable producto de la intimidación de los colonos que llegan a amenazar e inclusive a amedrentar de muerte a estas y estos habitantes originarios (Actis, 2024). Según Nadua Abu Ghazalah, miembro de la diáspora palestina en España, en Palestina existe cierta abundancia de agua gracias a los acuíferos del Valle de Jordán. Sin embargo, desde el Nakba y con ello el inicio oficial de la ocupación, las autoridades sionistas le han negado a los palestinos y a las palestinas el acceso al agua a través de políticas muy estrictas de control.

Construir pozos nuevos está prohibido, a menos que se cuente con un permiso de las fuerzas de ocupación (que prácticamente nunca los dan). Recolectar agua de lluvia también está prohibido, e Israel destruye y confisca sistemáticamente cualquier infraestructura palestina para la gestión de los recursos hídricos y territorios con abundancia de agua. Cisjordania paga por metro cúbico alrededor de tres veces lo que cuesta en Jerusalén y nueve veces más de lo que cuesta en Tel Aviv. Medio millón de colonos disfrutan de seis veces más de agua que más de dos millones de palestinos exactamente en el mismo territorio, haciendo que en promedio el consumo diario del agua en Palestina sea entre dos o tres litros y del lado “israelí” cien veces más. Esto por consecuencia plantea una crisis de salubridad crónica y de mucha tensión, con un alza en enfermedades como la diarrea y la desnutrición infantil, causándole la muerte a veintitrés menores de edad gazatíes por deshidratación.

La solidaridad internacional dentro de contextos ambientalistas y/o ecologistas es muy importante, sin embargo también hay que saber trabajar el metro cuadrado. Uno de los más grandes ausentes en las elecciones municipales de 2024 fue el movimiento climático, quienes con sus recursos y plataformas pudieron convocar al voto y fiscalizar a los diversos partidos políticos y coaliciones que se reñían los diversos puestos en cada ayuntamiento o intendencia de este país. Cada vez más, el abstencionismo va en aumento; a nivel nacional, este año 7 de cada 10 personas elegibles a votar no fueron a ejercer su derecho al sufragio (TSE, 2024). Partidos políticos como el PUSC, Nueva República, el PLP, y de cierta manera el PLN ganaron bastantes escaños en estas últimas elecciones. Partidos políticos que (¡sorpresa!) tienen un historial de mucha corrupción estatal, mucha violencia política y que también van a tener un impacto enorme en el desarrollo e implementación de los Planes Reguladores de cada cantón.

Si como movimiento climático queremos seguir realizando limpiezas de playa, si queremos seguir protegiendo los parques nacionales, los refugios de vida silvestre y las cataratas escondidas en las montañas, hay que prestarle atención a los Planes Reguladores de cada municipalidad. Son el instrumento de planificación local que define en un conjunto la política de desarrollo y distribución en temas como uso de la tierra, servicios públicos, rehabilitación de áreas y más (CEPAL, 2024). Es un documento que se discute y después se vota en los espacios municipales, que nos permite entender cómo se va a ir construyendo literalmente el cantón en los próximos años. Decir “no sé” ante la importancia de dicho debate no es una respuesta válida por parte del activismo verde de este país. Y se empieza por ver cuáles figuras están postulándose para un puesto en la Muni.

En conclusión, la distinción entre ambientalismo y ecologismo es crucial, ya que la preocupación por el medio ambiente se ha mercantilizado y utilizado para legitimar agendas corporativas y políticas. El ambientalismo tiende a favorecerse bajo un marco neoliberal y superficial, versus el ecologismo como una respuesta más radical y anticapitalista. Es imperativo que el movimiento climático cuestione las estructuras de poder y reconozca las inequidades socioeconómicas y ambientales del sistema que tenemos actualmente, así como defender en primera mano los derechos de las comunidades más vulnerables y promueva una distribución más equitativa de la riqueza y el poder. Es esencial que los movimientos ambientales no se limiten a acciones simbólicas como la limpieza de una playa o la participación de una conferencia internacional, sino que comiencen a crear teoría crítica sobre lo que significa ser ambientalista en Costa Rica y si se asemeja a los intereses del Norte Global.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

  1. Martínez Castillo, R. (2015). Ambientalismo y ecologismo: diferencias. Semanario UNIVERSIDAD. San José, Costa Rica. Tomado de: https://historico.semanariouniversidad.com/opinion/ambientalismo-y-ecologismo-diferencias-2/ 
  2. Bolaños, D. (2021). Turismo trae ola de COVID-19 a las playas de Cóbano. Radios UCR. San José, Costa Rica. Tomado de: https://radios.ucr.ac.cr/2021/05/interferencia/turismo-trae-ola-covid-19-a-playas-cobano/ 
  3. Núñez Chacón, M. (2024). Población de Hatillo sin agua por semanas y la policía responde deteniendo a líderes comunales en medio de manifestación pacífica. Semanario UNIVERSIDAD. Tomado de: https://semanariouniversidad.com/pais/poblacion-de-hatillo-sin-agua-por-semanas-y-la-policia-responde-deteniendo-a-lideres-comunales-en-medio-de-manifestacion-pacifica/
  4. Actis, A. (2024). El apartheid hídrico de Israel en Gaza: cuando el agua es también un arma de guerra. Revista CLIMÁTICA. Madrid, España. Tomado de: https://climatica.coop/apartheid-hidrico-israel-gaza-agua-guerra/
  5. Mejía, C. y Rengifo, L. (2009). El ecologismo de los pobres, por Joan Martínez Alier. Editorial ICARIA. Barcelona, España.
  6. Goebel-McDermott, A. (2009). El ecologismo de los pobres y marginalidad social: vehículos de complementariedad y puentes dialógicos. CIGEFI, Escuela de Historia. UCR.
  7. Tribunal Supremo de Elecciones. Resultados provisionales de las elecciones municipales de 2024. San José, Costa Rica. Tomado de: https://www.tse.go.cr/vr2024/#/alcaldes 
  8. INVU, SETENA, CEPAL (2018). Manual de Planes Reguladores como Instrumento de Ordenamiento Territorial. Tomado de:  https://www.invu.go.cr/documents/20181/33489/Manual+de+Planes+Reguladores+como+Instrumento+de+Ordenamiento+Territorial