Skip to main content

El tope: ¿tradición o imitación?

Ricardo Izaguirre

Nunca voy al “tope” porque no me gustan los espectáculos en donde los animales reciben algún tipo de maltrato; y es indudable que en esta fiesta esas bestias sufren muchos ultrajes derivados del agresivo pavimento en donde tienen que movilizarse.  Ese duro y resbaladizo suelo en donde sus cascos de acero patinan con facilidad, es un suplicio antinatural a su forma de vida en la libertad del campo.  El calor de la ciudad y la aglomeración de personas a su alrededor, es otro elemento agresivo.  Pero lo peor que tienen que soportar es la cantidad de jinetes ebrios que los montan.  No se sabe cuál es el porcentaje de borrachos ni en qué grado de alcoholismo se encuentran cuando llegan al Paseo de los Estudiantes, a la altura de las oficinas del SNAA, sitio en donde empecé a ver el “Tope” de guaro.  Igual que en la “Calle de la Amargura” de la Universidad, a un lado y otro de la vía se amontonaban las cajas de  cerveza; y se puede decir que, casi sin excepción, no había caballista (hombres y mujeres) que no llevaran vasos o latas de cerveza en sus manos.

Las autoridades exigen una licencia para manejar un vehículo dócil como es un carro; además, en cualquier momento nos hacen una alcoholemia para probar que nos encontramos en buenas condiciones para conducir con responsabilidad.  Entonces ¿por qué no hacen lo mismo en relación con los caballistas?  Recuerden que estos van conduciendo una bestia que puede asustarse o rebelarse ante el mal trato.  Que ante el salvajismo de los puyazos que les aplican con las espuelas, estos caballos pueden perder el control e irse encima del público del cual los separa sólo un simple mecate; es decir, la única protección que tienen los mirones, es un mecatito que nada significa para un animal de ese tamaño y fuerza.  Y como  estos jinetes, ahítos de guaro, pierden el tacto y la mesura en cuanto a la forma como deben tratarlos, el peligro se hace mayor y más cercano.  Pero, ¿sería viable un “Tope” sin guaro?  ¿Tendría patrocinio del Estado, de los “medios” y de las licoreras?

Se dice que el Tope es una tradición, pero ¿una tradición de qué?  ¿Qué tiene esa actividad de cultural o de beneficio para el pueblo?  La verdad es que tal cosa es solo del interés de una elite muy reducida; de gente económicamente poderosa que aprovechan ese espacio que se han abierto en las celebraciones de fin de año, para hacer ostentación de sus bestias, sus trajes y capacidad de tragar guaro “a caballo”.  Pero además de lo que hemos apuntado, está el asunto de lo inadecuado de ese desfile.  No es lícito que para la complacencia de una minoría, nos partan la aldea en dos, y que causen el sinfín de problemas viales que eso genera.  San José es un pueblón saturado de carros, con escasas vías importantes, y sin alternativas para la movilización vehicular.  Si queremos ir de Norte a Sur, tenemos que pasar por la avenida segunda, no hay de otra; y si esta está llena de caballos y jinetes borrachos, se forma el caos.

Ese Tope se debe hacer en algún potrero de Cartago; en alguna de las fincas de los criadores de caballos finos en donde tengan las instalaciones adecuadas, en piso de tierra para no mortificar a los animales, y ante un público conocedor y perteneciente a la misma clase social de los caballistas y dueños de las cuadras.  La equitación, en todas sus formas, es una diversión de ricos, y no en balde le llaman “el deporte de los reyes”.  Es por eso que ese desfile no puede ser una “tradición” costarricense, sino más bien una especie de remedo de los rodeos que hacen los gringos.  En ellos sí es una tradición que se remonta hasta los tiempos del Lejano Oeste.  Además, es natural y auténtica; incluso la ropa que utilizan.  Pero ¿qué tan reales son esos sombreros al estilo John Wayne en nuestro medio?  Mujeres y hombres con bluyines y cubre pantalones de cuero llenos de flecos, más parece una parodia de lo que hacen los norteamericanos.  ¿Vaqueros ticos en San José?  ¿En el pavimento?  Suena un poco raro y discordante.

Y aunque la gente es libre de elegir en qué se divierte, las autoridades tienen la obligación de asegurarse de que esa diversión masiva, cualquiera que sea, reúna el mínimo de requisitos de seguridad y decencia para ser incluida como parte del paquete circense que  el gobierno ofrece al pueblo cada fin de año.  Y la primera de esas condiciones es que no debe hacerse en el centro de la ciudad; esa actividad es campestre por definición.  Por lo tanto, debe realizarse en un potrero, parque, finca o hipódromo adecuado tanto para los espectadores como para las bestias que deben lucirse.  La segunda condición es que aquellos que participen como caballistas, deben estar sobrios durante toda la jornada para que tal demostración tenga la categoría de “cultural”.  Y tercero, que las autoridades exijan a los participantes una especie de certificado (licencia) que pruebe que estos tienen la capacidad de manejar correctamente a esos animales.

Un pequeño grupo de ricos hacendados no tiene derecho de imponer a toda la ciudad una actividad que no solo causa trastornos increíbles en el tránsito, sino que es un espectáculo deprimente y vergonzoso desde el punto de vista del ejemplo moral que le dan a todos los niños y jovencitos que contemplan ese desfile de borrachos haciendo gala de su condición.  No son todos, pero sí muchos.  Tantos como para darle colorido de “Tope del Guaro”.  Ojalá que las autoridades se interesen en adecentar este desfile; pero mucho más importante, sería que fueran los propios organizadores los que tomaran un mínimo de medidas que garanticen a la sociedad costarricense, la decencia y buen ejemplo de un “show” que, aunque ajeno a nosotros, puede ser bonito y digno de disfrutarse con la familia.

 

Fraternalmente:

RIS

Correo: rhizaguirre@gmail.com

 

Enviado a SURCOS por el autor.

maltrato animal, Ricardo Izaguirre