¿Luisguilandia?

Luis Paulino Vargas Solís

Luisguilandia

Hace unos días, recién publicados los datos de algunas encuestas que estudian las percepciones de las personas consumidoras, y otras en relación con lo que llaman el “clima empresarial”, escuché las respuestas del Presidente Luis Guillermo Solís cuando la prensa lo interpelaba al respecto.

Valga recordar, primero que nada, que estos datos de reciente publicación, no aportan novedad alguna. Se tratan de tendencias consistentes fácilmente rastreables en las sucesivas encuestas que antecedieron a las que acaban de publicarse. Lo usual es que, una y otra vez, se expresen percepciones pesimistas, incluso sombrías. Las personas consumidoras se manifiestan cautas, reticentes y desconfiadas; el empresariado habla, en el mejor de los casos, de planes de contratación e inversión restrictivos y modestos, a menudo poniéndole al asunto un tono plañidero, rebosante de quejas y lamentaciones.

Esa es, en general, la atmósfera sicológica prevaleciente: nos muestra un colectivo humano que, al menos en lo económico (posiblemente también en otros ámbitos) expresa malestar frente al presente y mucho temor respecto del futuro.

El presidente Solís, por su parte, se manifestó en desacuerdo con esos datos, me parece que no dudando propiamente de la validez de las encuestas realizadas, pero sí cuestionando el fundamento de tales percepciones negativas.  Vale decir, el presidente considera que no hay razones que justifiquen tanto pesimismo, cuando, por el contrario, las cosas estarían evolucionando de una forma tal que permitiría alentar renovadas esperanzas. En apoyo de esto último, don Luis Guillermo invocaba diversas medidas de su gobierno, dando especial destaque (como se ha hecho usual en él) a sus personales esfuerzos en materia de atracción de inversión extranjera.

Si el presidente tuviese el chance de revisar algunos cuantos y muy básicos datos de nuestra realidad, y caso que estuviese dispuesto a hacerlo desde la mirada crítica de un académico independiente, o tan solo la de un costarricense objetivamente preocupado por su país, posiblemente reconocería que, en realidad, las percepciones negativas, con todo lo
limitadas que resultan en términos de su capacidad para representar de forma confiable la realidad, no andan en este caso nada descaminadas. Cuando, por otra parte, eso no debería resultar tan difícil para un presidente que fue electo favorecido por una imagen de cambio. Para un mandatario con tales características, poder señalar con cierta claridad y franqueza los problemas que toca enfrentar, debería ser entendido como paso necesario en la preparación de la ruta –seguramente escabrosa y empinada – que conduzca al anhelado cambio.

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El caso es que presidentes y presidentas –y no solo en Costa Rica-  son por lo general especímenes sociopolíticos escasamente dotados para admitir con franqueza y sin maquillajes, la realidad de los países y sociedades que les toca liderar. Me sospecho, sin embargo, que esa tendencia ha tendido a agudizarse en los últimos decenios, cuando el reinado neoliberal ha ido abriendo una brecha creciente entre las expectativas y demandas que plantean conglomerados ciudadanos cada vez más complejos y multicolores, frente a la cruda realidad que ofrecen las declinantes capacidades del Estado y el movimiento sostenido hacia economías fragmentadas y mucho más inestables, en las que escasean las oportunidades y se agravan la incertidumbre e inseguridad.

Quizá por ello ha tendido a proliferar –me parece que en mucho mayor grado que en el pasado- la tendencia a hacer de cada gobierno una especie de cuento de hadas o, en todo caso, un cierto ejercicio de esquizofrenia colectiva: por un lado va la realidad de la gente común y silvestre; por el otro, bien diferente, el mundo de ensueño y los castillos encantados de quienes gobiernan.

De ahí que, con justificada razón, podamos hablar de Lauralandia, Abelandia, Chemalandia, Miguelandia o Juniorlandia, aunque con seguridad ninguna tan volada como la Oscarlandia Reloaded (no olvidemos que también hubo una primera versión), con su TLC, sus 500 mil empleos, sus automóviles Mercedes Benz y sus motos BMW.

¿Vamos camino del Luisguilandia? Espero muy de corazón que no sea el caso, pero he de admitir que hay síntomas preocupantes. La forma como el presidente reaccionó ante la prensa a raíz de las malas percepciones que transmiten las encuestas a que hice referencia, apunta en ese sentido; ya ahí empieza a dibujarse un cierto desconecte entre lo que la gente ve y lo que el presidente mira. Pero nada tan llamativo como la reiterada evocación que don Luis Guillermo hace en relación con los objetivos de atracción de inversiones con que justifica sus viajes al extranjero.

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Es importante hacerlo –nos reitera una y otra vez- para así impulsar la economía y generar empleos. La realidad –la de por lo menos los últimos 16 años- no le concede mucho respaldo a tales dichos, lo cual no ha impedido que sea lugar común infaltable en los discursos presidenciales; los actuales –como bien lo estamos observando- pero también los de hace cinco, diez o quince años. Es algo así como las hadas: elemento infaltable en el cuento de ensueño presidencial con que intentan arrullarnos.

Y, sin embargo, la economía asemeja hoy día un carro cuya caja de marchas se averió por lo que solamente puede avanzar en primera; lento y pesado, atragantado en soplidos angustiosos. Todo lo cual se refleja en una situación del empleo que raya en la catástrofe, con salarios reales declinantes, pobreza al alza y desigualdad creciente. Y que tenga por seguro el señor presidente que eso no se arreglará ni con viajes de negocios patrocinados por CINDE ni con genuflexiones ante inversores extranjeros que muy poco interés tienen –y no tendrían por qué tener ninguno- en resolver nuestros problemas.

Don Luis Guillermo puede querer pintar la realidad con los colores que mejor le plazca. Al cabo, de ello dependerá el que sea, o no, un presidente con los pies bien puestos en el suelo y en capacidad de entenderse con la gente de la calle que tan masivamente le dio su apoyo electoral.

O acaso elija ofrecernos una nueva versión del viejo cuento de hadas: la Luisguilandia.

 

Tomado del Blog “Soñar con los pies en la tierra” de Luis Paulino Vargas Solís.

http://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com/search?q=Luisguilandia

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