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Cocorí forma parte de las contradicciones costarricenses no resueltas

Cocorí forma parte de las contradicciones costarricenses no resueltas
La obra Cocorí, del escritor costarricense Joaquín Gutiérrez, ha tenido varios intentos de censura al ser considerado un texto racista por grupos de afrodescendientes.

Opinan especialistas de la UCR

 

Patricia Blanco Picado,

Periodista Oficina de Divulgación e Información

 

Especialistas en literatura, filosofía y psicología analizaron las implicaciones de eliminar o mantener la obra literaria Cocorí como lectura obligatoria de la primaria, en un foro organizado a raíz de la polémica de permitir o no que la niñez costarricense la lea en las escuelas.

El foro, más que sentar una posición frente al tema, sirvió para que los académicos expusieran los elementos necesarios para contribuir a la comprensión de un asunto complejo.

La actividad fue organizada por la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura de la Universidad de Costa Rica (UCR), que en el pasado ha realizado coloquios y publicaciones para dar a conocer la gran cantidad de estudios sobre la obra más conocida del escritor Joaquín Gutiérrez Mangel, publicada en 1947.

Según el Dr. Jorge Chen Sham, Cocorí es una de las obras más interesantes y polémicas desde el punto de vista de la recepción literaria en la historia reciente del país.

La solicitud de eliminar a Cocorí de los centros educativos de primaria no es nueva. En 1995, dos niños, entre ellos la hija de la diputada afrodescendiente Epsy Campbell, presentaron un recurso a la Sala Constitucional para censurar el libro por considerarlo racista. En su resolución, la Sala argumentó que no existen elementos discriminatorios para marginar a la obra de las lecturas escolares.

Posteriormente, en el 2003, durante la gestión de la exministra de la Condición de la Mujer, Esmeralda Britton, se produjo un nuevo intento de eliminar a Cocorí del programa educativo de primaria.

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Con la participación de especialistas en literatura, filosofía y psicología, la UCR realizó un foro para discutir las implicaciones de eliminar o mantener Cocorí como lectura obligatoria en la primaria costarricense (foto Laura Rodríguez).

Cocorí y la paradoja cultural

Lo primero que quedó claro durante el foro es que ningún texto literario es inocuo desde el punto de vista ideológico y cultural, ya que los libros se escriben en un determinado contexto histórico. “Los escriben sujetos que tienen sus afectos, su propio pensamiento, su visión de mundo y que manejan ciertos esquemas culturales”, explicó Chen.

Diversas investigaciones literarias sobre la obra han mostrado que los esquemas culturales de los que partió el autor de Cocorí remiten al texto del descubrimiento y conquista de América, en el que está presente el manejo de la relación con el “Otro”.

Es en ese encuentro con el “Otro” (sujeto) es en donde se inserta la paradoja de la identidad costarricense−aún sin resolver− de la inclusión y la exclusión, opinó el Dr. Carlos Villalobos Villalobos.

El especialista señaló que en el texto de Cocorí hay marcas que refuerzan los estereotipos existentes en Costa Rica hacia la comunidad afrodescendiente. De allí que las diputadas Epsy Campbell y Maureen Clarke presentaron en abril pasado un recurso de amparo contra el Ministerio de Educación Pública (MEP) por permitir la lectura del libro, la cual a su juicio genera en los niños y niñas la creación de estereotipos racistas.

Villalobos recordó que algunos teóricos han ayudado a entender el fenómeno del rechazo y la asimilación cultural de los grupos afrodescendientes. En esa relación, precisó, el “Otro” se demoniza porque es el diferente social. Entonces ocurre la paradoja de la inclusión y la exclusión.

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El Dr. Carlos Villalobos mostró que en varias obras de la literatura costarricense está presentes algunos estereotipos contra la comunidad afrodescendiente. Participó también en el foro el Dr. Pablo Hernández (foto Laura Rodríguez).

“Hay una fascinación por el otro, pero al mismo tiempo se activa una esquizofrenia; es decir, un rechazo”, indicó.

Esto explica por qué por un lado en Costa Rica un afrodescendiente es el héroe nacional (Juan Santamaría) y la virgen patrona del país es la “negrita” de los Ángeles, y por el otro, María “la negra”, junto con las curanderas indígenas, como la bruja Zárate, son las hechiceras más famosas del imaginario colonial costarricense.

A lo anterior Chen agregó que en el país se debe discutir a fondo el tema de la literatura y la educación. “Si pensamos que los textos tienen que ser políticamente correctos, tenemos un gran problema, porque tendríamos que censurar una gran cantidad de lecturas”, afirmó.

Los estudiosos de la literatura aseguraron que los estereotipos sobre la comunidad afrodescendiente también están presentes en otros textos literarios que gozan también de mucho reconocimiento social, tales como Los cuentos de mi tía Panchita, de Carmen Lyra, escritos en 1920.

El M.Sc. Juan Carlos Rodríguez hizo una comparación entre Cocorí y El Principito, de Saint-Exupéry, y concluyó que hay características que comparten los personajes protagónicos de ambos textos.

Los dos personajes hicieron famosos a sus respectivos creadores y a los países en los cuales fueron escritos, al ser traducidos a numerosos idiomas.

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El rector de la UCR, Dr. Henning Jensen, mencionó que desde los estudios psicológicos se ha podido demostrar que los seres humanos tenemos dificultades de tratar con lo diferente (foto Laura Rodríguez).

Pluralidad y diversidad de lecturas

Para el Dr. Pablo Hernández Hernández, profesor de la Escuela de Filosofía de la UCR, no dar a leer en las escuelas un texto con el que no se está de acuerdo, es renunciar a educar en el entendimiento por disenso.

Cuando Hernández habla de entendimiento, se refiere a “un valor cognitivo vital en la búsqueda de entendimiento entre los diversos mundos y sujetos que habitan el lenguaje y que se expresan en él”.

Del espacio del entendimiento, destacó la pluralidad y diversidad de lecturas e interpretaciones de un texto y “el reto colectivo de entendernos, a pesar de no estar de acuerdo y de no tener todos la misma interpretación, imaginación y los mismos horizontes de ideales o valores”.

Por su parte, el Dr. Henning Jensen Pennington, psicólogo y rector de la UCR, se refirió a la dificultad de los seres humanos de tratar con lo diferente. “El temor ante lo diferente y la agresión ante lo extraño se instaura en la psique humana durante el primer año de vida”, aseguró.

En Occidente se ha dado un intenso proceso de purificación para expulsar de la identidad cultural todos los elementos que no se consideran como parte de la cultura griega. Sin embargo, no existe una cultura pura. “Ese tipo de purificación también lo hemos hecho en Costa Rica”, aseveró.

Jensen manifestó que en ese proceso de purificación hay muchas víctimas y debemos desarrollar sensibilidad hacia el sufrimiento de ellas. “En ese cuidado de lo diferente es importante tomar muy en serio aquello que siente una persona que está situada en lo diferente”, concluyó.

El foro fue moderado por la Dra. Gabriela Arguedas Ramírez, profesora de la Escuela de Filosofía de la UCR.

 

Información tomada de: http://www.ucr.ac.cr/

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Literatura y Poder

Por Arnoldo Mora

Arnoldo Mora
Arnoldo Mora

 

En las últimas semanas el tema obligado de los medios periodísticos y políticos del país ha sido la ininterrumpida serie de errores cometidos por los jerarcas del Ministerio de Cultura. Uno de esos errores ha sido la negación por parte de la exministra Fonseca de apoyar la versión musical del cuento infantil COCORI cediendo a la presión ejercida por dos parlamentarias afrodescendientes, una oficialista y la otra del mayor partido de oposición. No es la primera vez que el ya clásico cuento de Joaquín Gutiérrez sufre una camuflada forma de censura por parte del Estado. Lo fue siendo presidente Abel Pacheco a través del Ministerio de Educación. Dichosamente en ambos casos la reacción crítica no se ha hecho esperar. Considero, sin embargo, que no resulta superfluo insistir en la gravedad del caso por tratarse del ejercicio del poder cuya legitimidad constitucional se ve cercenada. El Estado tiene dos funciones: la una promover los valores fundamentales sin los cuales a los ciudadanos se verían negados en su condición de seres HUMANOS. La otra es la de reprimir todo aquello que, directa o indirectamente, atenta contra estos valores. Pero en ambos casos debe regirse por el principio básico del derecho público cual es el de ser considerado “materia odiosa” porque todo poder, en el fondo, no es más que el ejercicio de la violencia, sea ésta física, psicológica, económica o simbólica. Lo cual implica que a los tres poderes de la Nación solo les está permitido aquello que está explícitamente mencionado en la ley. Que una obra, cualquiera que esta sea, pero sobre todo, tratándose de un CLASICO en su género, sea objeto de lecturas diversas, incluidas algunas críticas justificadas, es cosa normal. Pero de lo que aquí se trata no es tanto del autor o de su obra porque nadie, en su sano juicio, sospecha que Joaquín Gutiérrez fuera, al menos conscientemente, propenso a los prejuicios de tinte racista, ni de que la obra en sí misma incurra en esa aberración ética. Al menos, tal no fue el caso en tiempos en que la obra vio la luz. Pero una obra solo es tal porque así la califican sus lectores. Una obra no es lo que el autor quiere o desea, sino que son los lectores los que definen lo que es. El autor y su obra están fijos en el tiempo, constituyen un hecho histórico. Una obra refleja el contexto socio-cultural en que fue creada y la subjetividad de su autor. Pero esto es igualmente válido para el lector. La lectura es un acto tan creador como la creación de la obra misma. Un lector recrea una obra. Pero la lectura varía con los años y los tiempos, con el contexto socio-cultural y las edades emocionales y racionales del lector. Una obra dice cosas diferentes, no solo a lectores diferentes en el espacio y el tiempo, sino también a un mismo lector, según sea la edad que tenga y las circunstancias en que se realiza su lectura. Lo complejo del asunto radica allí: cómo compaginar ambos elementos igualmente legítimos, todo a la luz de los derechos fundamentales que deben regir las decisiones tomadas por quienes poseen autoridad en un régimen político que se precia de democrático.

A partir del filósofo sefardita Baruch Spinoza (+1676) solo se considera como ”democrático” aquel régimen político que promueve  realmente y no solo formalmente, las libertades públicas. Desde la promulgación del Código Civil (1806) la misión del Estado no es solo impartir justicia, sino promover la libertad. Para aplicar las exigencias de la justicia el Estado debe reprimir (Derecho Romano), pero para promover los valores en que se hace factible el ejercicio de la libertad, el Estado debe contribuir a crear aquellas condiciones que sean favorables para despertar la capacidad creadora de los ciudadanos; porque el fin de la libertad es crear valores y construir sensibilidades a fin de que la vida humana merezca el calificativo de tal. Para lograr tales objetivos se requiere que el Estado sea policía en materia penal, pero educador en el ámbito de la libertad y la creatividad. A la luz de estos principios, debemos juzgar la iniciativa de las diputadas y la decisión de la entonces Ministra de Cultura respecto de la versión musical de Cocorí. La decisión de Fonseca lesiona los derechos constitucionales porque constituye un abuso de autoridad. Pero el reclamo de las diputadas tiene sustento dada su traumática experiencia siendo niñas, experiencia que también es compartida por otros miembros de la comunidad afrodescendiente. Por lo que se impone, no el retirarle el apoyo del Estado a la obra sino contribuir a que, cuando se presente, sea seguida de un foro a fin de hacer conciencia entre los espectadores de los prejuicios raciales aun presentes en la conducta y opiniones de algunos sectores de la población. Con eso el Estado cumple su función de promover los valores estéticos de nuestra mejor literatura y  la convivencia civilizada de los ciudadanos. Lo dicho para Cocorí es válido para otros textos de literatura considerados clásicos, pues no pocos contienen aseveraciones que lesionan la sensibilidad de grupos (indios, negros, chinos, heterodoxos religiosos o ideológicos) que en tiempos en que se escribió la obra eran objeto de discriminación. Eso se da incluso en textos de la Biblia. Una lectura descontextualizada induce al fundamentalismo. Al contrario, una lectura inteligente de textos del pasado promueve los valores en que se funda la libre convivencia de los ciudadanos y promueve su creatividad. Porque el arte debe cultivar la sensibilidad al mismo tiempo que agudiza la inteligencia.

 

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Cocorí y el racismo

Isabel Ducca D.

Cocorí2

La Historia nos da oportunidades que, muchas veces, dejamos escapar como un tren al que vemos partir desde un andén y no sabremos nunca cómo habría sido el viaje que no hicimos. Lo mismo sucede con las grandes polémicas que se abren en una sociedad. La discusión acerca del racismo de Cocorí es una oportunidad para visualizar nuestra historia y nuestras historias personales de otra forma.

Las premisas son peligrosas si consideramos que nuestra premisa es la única y la verdadera. Ese es un callejón sin salida y, posiblemente, lleve al abismo o a la ignorancia que es casi lo mismo. En la lectura del arte y la literatura no puede haber una única premisa; en la realidad tampoco, pero dejemos esa complejidad para otro momento.

Cocorí es tan racista como lo quieran leer algunas personas, porque hay una interacción entre el texto y sus lectores, por lo cual estos le hallarán trazos de racismo hasta en la sopa “negra”. Por otra parte, es real que la niña blanca es portadora de la belleza y que, simbólicamente, puede haber trazos de un colonialismo, como lo apuntó Quince Duncan hace unos años, en el hecho de que lleva la belleza y, además, compara al niño con un monito. Pero, no olvidemos, por favor, nuestra historia, a Otilio Ulate, un ex presidente y periodista, le decían el Mono. Eso sucedía en la misma década en que Joaquín Gutiérrez escribió el libro. Así es que, en la Costa Rica de la década del 40, comparar a alguien con un mono no era necesariamente racismo sino reproducción de un esquema de belleza eurocéntrico, que podía incluir el racismo, pero no lo definía.

Quiero preguntar a quienes acusan de racismo a Cocorí: ¿Cuántos escritores latinoamericanos, de esa década o actualmente, conciben a un personaje niño afrodescendiente protagonista de una novela? ¿Cuántos de esos personajes niños afrodescendientes formulan una pregunta existencial como eje de la acción? El personaje Cocorí lleva el itinerario del héroe cuya travesía es decisoria para su vida, pero, en su caso, no es el héroe aventurero y audaz por mandato de una autoridad – rey, reina, padre o madre-. Cocorí, el personaje, indaga por sí mismo, no es un personaje pasivo e inactivo. Por el contrario, no se queda inmóvil y estático esperando que la respuesta le llegue del cielo o de un dios que le resuelva la existencia. Él indaga, investiga, busca y formula preguntas; a su manera, establece una estrategia para resolver la incógnita. Por otra parte, la respuesta no se la da un blanco meseteño, se la otorga un sabio de su misma etnia. ¿No es un personaje inteligente, audaz, intrépido e inquieto intelectualmente? ¿Es racista concebir a un personaje infantil afrodescendiente con esas cualidades cognitivas? ¿En la sociedad de 1940, adultocéntrica y racista, no era una ruptura?

Recordemos que en esa misma década de 1940, existía una ley imaginaria, según la cual los “negros” no podían pasar de Turrialba. Cocorí, como personaje, traspasó esa frontera imaginaria y ha andado por el mundo.

Por último, quiero destacar la oportunidad histórica. El Tribunal de la Santa Inquisición quemó y prohibió libros para instaurar el reino de la intolerancia y la ignorancia. Todos y todas llevamos sus huellas, sus cenizas o, en el peor de los casos, sus modelos dentro de nuestro propio imaginario. La Meseta Central de Costa Rica se definió a sí misma como europea, blanca y superior con respecto al resto del territorio y eliminó la inteligencia, la sensibilidad, el aporte y la cultura de ese resto del país.

¿Eliminar del sistema educativo una obra por racista no es instaurar un Tribunal pero en sentido inverso? ¿Por qué no dejamos, con una lectura crítica y creativa, que los estudiantes decidan si es o no racista? Esconder nuestro racismo no hará más que perpetuarlo. Ya es hora de que el sistema educativo costarricense enfrente el análisis de una identidad estructurada por el colonialismo, el neocolonialismo, el racismo, la explotación económica, el patriarcado, el adultocentrismo y demás asimetrías que perpetúan la opresión de unos seres humanos sobre otros y otras.

Si Cocorí es racista, pues emprendamos desde la literatura una autocrítica como sociedad y busquemos al igual que el personaje infantil la respuesta a la pregunta: ¿Cómo podemos dejar de ser racistas? No creo que nadie tenga una respuesta. Creo que la debemos construir colectivamente y puede empezar en las aulas para que los niños y las niñas construyan esos senderos imaginarios. Quizás, entonces, empecemos a construir una nueva narración histórica y literaria.

Yo nací en una sociedad machista, racista, explotadora, autoritaria, ignorante de la historia, capitalista, neocolonial, anticomunista y homofóbica; todas esas categorías no eran simplemente palabras, eran modelos mentales, con cada modelo mental venían creencias, actitudes, formas de leer y pensar las relaciones interpersonales, el barrio, la aldea y el mundo. El futuro me va a acusar por reproducir todos o esos modelos que me fueron impuestos, pero quienes me acusarán, ¿estarán conscientes y transformando sus propios modelos?

Descartar a un escritor o a un artista por reproducir esos modelos implica desconocer la complejidad del mundo en que vivimos. La única salida es el diálogo; de monólogos la humanidad ya está harta porque conducen a las injusticias y a los genocidios.

¡Permitamos que la infancia costarricense dialogue con nuestras historias literarias y no literarias!

 

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A propósito de Cocorí

Luis Muñoz Varela

Cocorí

Dos días hace precisamente, una estudiante universitaria me decía que ella había sido objeto de racismo en la escuela, por su color blanco de piel. Y también me decía, que ella en realidad, a pesar de su color de piel, no se considera blanca. Desde luego, una persona reflexiva y sincera no puede considerarse a sí misma “blanca”. Esa viene a ser una cuestión que carece de sentido. No obstante, lo cierto es que en esta sociedad costarricense, el racismo es claramente manifiesto. Y lo es en muy diversos sentidos, no solo en relación con la negritud.

La escuela y la educación, así como una matriz cultural centrada en el criollismo confesional y patriarcal, se han hecho cargo de inculcarnos una imagen rígida y ficticia acerca de los perfiles fenotípicos con los cuales se nos dice explícita y simbólicamente que debemos identificarnos, en la medida que constituyen la razón de ser de nuestra identidad nacional como “ticas” y “ticos”. En mis tiempos de estudiante en una escuela rural de la Región Huetar Norte, se me decía que una de las diferencias que tenía Costa Rica en relación con los demás países de Centroamérica, era que aquí “no habían indios”. No obstante, a pocos kilómetros de donde estaba esa escuela, sobreviven hasta el día de hoy las comunidades indígenas Maleku.

El racismo no tiene ninguna razón de ser, salvo porque está muy claro que sirve bastante bien a determinados intereses de poder. En Costa Rica, ninguna persona está exenta de ser agredida en algún momento de manera racista, sea “negra”, “cobriza” o también “blanca”. Según a mí me parece, todas estas categorías que se utilizan para clasificar a diferentes grupos humanos, lo que hacen no es otra cosa más que invalidar las propias características y diferencias culturales que identifican a cada cual. ¿Qué es “lo negro”; qué es “lo cobrizo”; qué es “lo blanco”? Vaya usted a saber…

El proyecto criollo de construcción e institucionalización de la identidad cultural nacional, nos habla de que “los negros” son por definición vagos, “los indios” son primitivos e ignorantes y “los chinos” son circunspectos y desconfiables. El proyecto criollo se funda en un profundo temor y en una acción constante por aniquilar la natural potencia que hay en cada cultura y que también la hay en la gran riqueza de la diversidad cultural. Se recurre entonces a un pretexto burdo y a una elaboración discursiva absolutamente irracional, cual es la de discriminar a las personas y a las poblaciones según el color de piel que tengan.

También sucede que la sociedad costarricense tiende a ser bastante hipócrita. En la actualidad, no es raro por otra parte ver a alguien que levante la bandera del “no” al racismo, tan solo por la razón de que se ha hecho un cálculo de acción que de una u otra manera podría resultar en la obtención de beneficios propios individuales. En estos días, en el contexto de la polémica desatada en el país y puesta de manifiesto especialmente en redes sociales, a raíz de la solicitud hecha por dos diputadas de retirar a Cocorí como libro de texto escolar, ha sido realmente todo un espectáculo ver de qué manera algunas personas intervienen claramente con la intención de sacar el mayor beneficio individual posible de la situación presentada. Se trata, sobre todo, de cálculos de beneficio politiquero. La cuestión de fondo no se toca; eso es lo que menos interesa. Y así permanecerá. En este país, pareciera ser que para algunas personas, no se puede hacer carrera política si no se asume con seriedad y convicción la hipocresía.

 

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