Uruguay está despidiendo a un gigante histórico. Nos referimos, evidentemente, al revolucionario José Alberto Mujica Cordano, llamado cariñosamente Pepe Mujica. Secuestrado, desde 1972 hasta 1985, por una dictadura militar, impuesta por los Estados Unidos. Padeció la tortura, la cárcel y un trato inhumano por ser parte del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros. Cárcel de la que escapó cavando un túnel y de la que salió para cambiar el fusil por la trinchera de ideas. Fue presidente en ese país del 2000 al 2015. Hoy se despide a los 89 años por padecer un cáncer terminal. En su país y en el mundo entero, hay quienes lo hemos escuchado como se escucha a un sabio. Nos dice en un vídeo que circula por redes sociales:
“…Soy feliz … porque la lucha continúa por un mundo mejor. He gastado mi juventud, mi vida y tengo que venir a agradecerles de corazón. Los más jóvenes van a vivir un cambio en el mundo que no ha conocido la humanidad. La inteligencia va a ser tan importante como el capital: lo que significa que la formación terciaria se va a imponer para las nuevas generaciones. Si no somos capaces como país de educar y de formar a las generaciones que vienen van a pertenecer al mundo de los irrelevantes y de los que no sirven ni para que los exploten. … Se precisa un gobierno que abra el corazón y la cabeza con todo el país. … Yo soy un anciano que me voy, pero los jóvenes que están ahí, van a vivir un mundo que no tiene piedad. … Por lo tanto, el desafío de hoy … es tener los medios para desarrollar a las nuevas generaciones. … PARA ESO HAY QUE HABLAR CON TODO EL PAÍS. QUE ESTE PAÍS, POR LO MENOS, ACUERDE CUATRO O CINCO COSAS:
NO AL ODIO
NO A LA CONFRONTACIÓN
HAY QUE TRABAJAR POR LA ESPERANZA” …
En Costa Rica, padecemos todas y todos el afán obsesivo y compulsivo por destruir no solo las instituciones públicas, sino las normas básicas de la convivencia humana: el respeto a la dignidad de todas las personas, la cortesía, la amabilidad, la gentileza, el buen trato y el buen decir.
El insulto es la norma de quien fomenta con regocijo minuto a minuto el odio y la confrontación.
Carece por completo de la mínima compasión y misericordia humana.
Parece ser que fue un auténtico matón de barrio que no superó ese esquema mental de humillar y ofender a las personas vulnerables, como las mujeres, infantes y personas adultas mayores e identificarse con las superiores. Su mente funciona como una escalera: servir a los que están arriba de él para treparse y ocupar su lugar y utilizar a las demás personas. En esa escalera mental, no cabe el argumento, necesita descalificar constantemente para sentir que sube un peldaño.
Como buen enano histórico destila odio y lo promueve porque no tiene más proyecto que servir a sus amos del capital, como lo hizo tal auténtico “Yes man” en el Banco Mundial. De paso, saca tajadas para él.
Pobrecito mi país tan engolosinado con un enano histórico y tan lejos de diferenciar qué es un estadista y un gobernante que ponga siempre por delante el bienestar general de toda la población.
»Se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor», dijo el Dr. Salvador Allende aquel tenebroso 11 de setiembre de 1973, instantes antes de morir.
El asesino vitalicio Augusto Pinochet, fiel a los deseos de Richard Nixon y los «aristócratas» chilenos que ante la presencia de «los rotos» veían perder el «señorío» palaciego del Palacio de La Moneda, cobardemente ordenó bombardear con aviones Hawker Hunters el palacio presidencial. Su objetivo: asesinar al Presidente Constitucional de Chile. Dignísimo «compañero» quien rechazó rendirse y refugiarse en una embajada de nación amiga, como la de Costa Rica, a la que don Pepe le instó asilarse.
¡Jamás! podríamos olvidar el momento de las firmes palabras del Presidente, a través de la radio, con interferencias provocadas por los fascistas, en medio del ruido macabro de las armas pesadas, los tanques y camiones por las calles y el vuelo de los aviones a reacción.
Para entonces vivíamos en un apartamento en calle Mac Iver con Huérfanos, a pocas cuadras de La Moneda, desde donde la pesadilla dejaba de ser tal; el anunciado golpe de Estado se estaba ejecutando. Fue el inicio de una larga y sangrienta dictadura militar, donde los asesinatos, la tortura, los desaparecidos y los robos al Estado, eran cotidianos. Ya Víctor Jara no cantaba en el Teatro Municipal, ni se escuchaba la voz grave y lenta de Pablo Neruda, el eterno poeta que murió de pena.
Pero un día la estrella de la bandera chilena volvió a brillar, y por fin, se abrieron de nuevo las grandes alamedas, se condenó a Pinochet y otros criminales uniformados, se expulsó a los que usurpaban el poder político y, por karma del destino, el siniestro Richard Nixon fue expulsado cual vil delincuente de la Casa Blanca…
Los caminos de la vida No son lo que yo pensaba No son lo que yo creía No son lo que imaginaba
La letra de la canción Los Caminos de la Vida, del compositor y músico colombiano, Omar Geles, se escucha desde el año 1993 en que fue lanzada, en muchos países de América Latina. En el caso de Chile, acompaña muchas de las fiestas de fin de año, especialmente después de la media noche, por su melodía y letra melancólica que contribuye a evocar el tiempo ido, o a los balances personales de vida. Si la aplicamos a la política, describe grandes verdades, tanto para la izquierda como para la derecha. Hoy yacen en la basura los dos proyectos refundacionales de Constitución presentados en los últimos cuatro años a los chilenos, ambos rechazados categóricamente por la ciudadanía, que no aceptó la imposición de modelos de sociedad excluyentes, que no contemplaba las aspiraciones y valores de una parte importante del país.
Lo que hoy día parece obvio para todos, no lo fue para quienes redactaron los proyectos constitucionales, que no quisieron escuchar las voces que advirtieron el carácter maximalista de ambas propuestas. Fueron cuatro años de tiempo perdido, de desgaste y acusaciones recíprocas que provocaron, finalmente, una suerte de fatiga constitucional, donde los partidos políticos y el propio gobierno han dado por cerrado el debate, por lo menos hasta el término del actual gobierno del presidente Gabriel Boric, en marzo de 2026. Los Caminos de la Política, en este caso, no han sido los que soñó él y su generación que asumieron el gobierno en 2022, convencidos de que pondrían fin al modelo ultraliberal impuesto por la dictadura militar chilena, junto con el reemplazo de la vieja guardia de políticos a los cuales denostaron, arrogándose incluso mejores valores morales.
Sin embargo, los viejos políticos hicieron posible una larga transición inconclusa aún, pero que dio estabilidad política y crecimiento económico. Por el lado de la derecha más dura, que escribió la segunda propuesta de Constitución, primaron los conceptos hegemónicos más conservadores en términos económicos y valóricos, hábilmente redactados para hacerlos pasar de manera casi desapercibida a la ciudadanía. Fue el rechazo inmediato de personalidades como la expresidenta Michelle Bachelet, quien, junto a otros políticos, dio la batalla para desenmascarar el proyecto reaccionario apoyado unánimemente por toda la derecha chilena, sin excepción. Los Caminos de la Vida se encargaron rápidamente de mostrar a la novel generación gobernante que la realidad no se cambia «como creían», sino que además de la voluntad se necesita fuerza política. La derecha chilena, acostumbrada a imponer sus ideas, se encontró con que la Constitución que «soñaron», no pasó la prueba de un país que cada vez exige más derechos sociales, mayor respeto e igualdad a las mujeres.
Cada país de la región enfrenta realidades diferentes, pero con problemas comunes como son el narcotráfico que cruza todos los países sudamericanos, la violencia que se ha apoderado de las principales ciudades, la pobreza suburbana y la concentración de la riqueza, que produce sociedades cada vez más desiguales.
Argentina está iniciando una experiencia inédita luego de la alternancia entre peronismo y el gobierno del expresidente Mauricio Macri, sucedido por un peronista que parecía más moderado, Alberto Fernández, y que terminó entregando la banda presidencial a un extremista ultraliberal de derecha, como lo es el actual presidente Javier Milei. Recibe el país con una economía con alrededor de 150% de inflación anual, una pobreza que llega al 40% de la población y un aparato estatal sobrepoblado de funcionarios, que suma un déficit fiscal de alrededor del 1,6% del PIB para el año 2023. ¿Qué podrá hacer Milei, cuyo símbolo en su campaña electoral fue una motosierra? Ha prometido cortar el gasto público a «la casta», reduciendo puestos de trabajo, ministerios, fondos de cultura y aplicando las recetas neoliberales de Chile, introducidas durante la dictadura militar de Pinochet de la cuales quedan varias vigentes. Los Caminos de la Vida ya demostraron que el peronismo no era bueno ni malo, sino que era «incorregible», como decía Jorge Luis Borges. Ahora veremos cómo lo hará Milei para gobernar la cada vez más difícil e ingobernable Argentina.
En el caso de Perú, desde su regreso a la normalidad democrática, en 1980, han pasado por la presidencia 13 jefes de Estado, lo que les da un promedio de 3,3 años de duración, ello debido a diversas causas o crisis institucionales. Desde el año 2000 a la fecha, los diez presidentes que vencieron democráticamente las elecciones, todos han tenido problemas con la justicia por temas relativos a la corrupción, y solo en los últimos cuatro años, Perú ha tenido seis presidentes, con reiteradas crisis con el Congreso.
El exmandatario Fujimori, condenado a 25 años de cárcel por violaciones a los derechos humanos, fue recientemente liberado, pese a los reclamos de organismos internacionales. El popular expresidente Alan García prefirió suicidarse antes que comparecer ante un tribunal; Alejandro Toledo fue extraditado desde Estados Unidos y está en espera de juicio; Pedro Pablo Kuczynski renunció a los dos años de mandato por acusaciones de corrupción y sobornos. El último mandatario electo, Pedro Castillo, quien asumió en 2021, alcanzó a gobernar algo más de un año con un programa muy cercano a la extrema izquierda, donde pretendió cerrar el Congreso, gobernar por decretos hasta llamar a una Asamblea Constituyente. Fue destituido y encarcelado, quedando en el cargo la actual presidenta, Dina Boluarte, primera mujer en la historia en ocupar la primera magistratura. Otra vez Los Caminos de la Vida se encargaron de mostrar a Castillo que las cosas no eran como creía.
Podríamos seguir con lo que ocurre en otros países con plena democracia de la región, como Colombia o Brasil, donde los presidentes están encontrando resistencia a la implementación de reformas profundas en algunos casos. Otros, como en Ecuador, donde se esperaba el regreso de los seguidores del expresidente Rafael Correa, cuya candidata perdió las elecciones. Bolivia, con el exmandatario Evo Morales, en guerra civil con su propio partido, y donde la Corte Suprema rechazó su apelación al «derecho humano» a ser reelegido eternamente. El drama patético de Nicaragua, bajo el cogobierno de Ortega y su mujer, o el régimen semidemocrático de Venezuela, donde el gobierno levanta reivindicaciones territoriales, amenazando la paz en América del Sur, para inflamar el patriotismo como parte de la campaña para una nueva reelección del actual mandatario, Nicolás Maduro, en 2025, quien desde 2013 gobierna al pueblo venezolano.
En definitiva, podemos afirmar que Los Caminos de la Vida, o de la política, no son hoy como pensaban, no son como soñaban ni son como imaginaban, quienes han llegado a gobernar, o lo hacen en la actualidad.
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense
Si los combatientes del Palacio de la Moneda y del Ministerio de Obras Públicas, en la capital chilena, nos dieron una muestra del potencial revolucionario que existía, y que se expresó en medio de la mayor adversidad, en aquel desigual combate del 11 de septiembre de 1973, la actitud omisa de buena parte de la izquierda chilena acerca de lo que estaba ocurriendo: el golpe militar en marcha, planificado esencialmente desde la Marina, y buena parte de los mandos de la aviación, con la participación de algunos generales del ejército (el caso de Sergio Arellano Stark), el que fue denunciado por los sargentos y soldados de la marina de Valparaíso y Talcahuano, durante los primeros días del mes de agosto de 1973, como un hecho que se saldó negativamente para los sectores populares, demostrando la incapacidad de cambiar las estrategias o tácticas políticas, en momentos en que ya las fuerzas más reaccionarias se habían decidido por la acción militar, todo esto fue configurando un cuadro de indefensión, y de pérdida de la iniciativa de los mandos políticos de la Unidad Popular Chilena, donde no existió la alternativa o esta se fue desdibujando en los meses anteriores a un desenlace que no tenía por qué ser sorpresivo, en modo alguno. Envalentonada, en cambio estaba la derecha más radical, pues en sus filas se encontraban los conspiradores golpistas de los altos mandos de la marina, además de los grupos paramilitares de la ultraderecha como el denominado Movimiento “Patria y Libertad”, la develación del golpe hacia el interior esa arma tan importante les sirvió, para seguir actuando de manera abierta, en un sentido contrario al que era dable esperar, como también para establecer sin tapujos que el gobierno que representaba la continuidad del orden legítimo en el país no tenía ningún derecho a defenderse, la mera idea de plantear una defensa del orden constitucional se había convertido ya en un “acto terrorista”, y el gobierno como tal y sus fieles defensores serían calificados, después del 11 de septiembre de 1973, bajo la denominación genérica de “extremistas” a los que había exterminar, primero mediante el terror masivo, y luego mediante el empleo del terror selectivo como parte de una guerra de aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias, dentro de la que ese terror operó como el arma principal del régimen restaurador que instaló en Chile, a partir de la derrota del movimiento popular chileno. Sólo Carlos Altamirano Orrego, el entonces Secretario General del Partido Socialista de Chile, alcanzó a advertir a la población mediante un discurso ante un pleno de su partido, que fue difundido por las ondas de Radio Corporación, el domingo 9 de septiembre de 1973, en horas de la mañana, de que el golpe ya se encontraba en marcha, con lo así se había llegado al punto de tener que enfrentarse con lo imposible, tal y como se reveló apenas un par de días después… ese fue el desenlace de la tragedia de aquel proceso de transformaciones sociales, emprendido apenas tres años antes aunque sus raíces históricas se remontaban, muchas décadas hacia atrás.
Todo esto nos lleva a destacar que en lo esencial, pareciera que el devenir histórico latinoamericano, durante la mayor parte del siglo XX, fue la expresión de lo pudo ser pero finalmente no alcanzó a materializarse, en gran medida por la reacción de las fuerzas conservadoras y la agresiva irrupción de las potencias imperialistas decididas a no perder jamás el control social, político, económico e incluso militar, todo ello aconteció a pesar de las enormes energías desplegadas por muchos de los protagonistas de algunos procesos de transformación social, impulsados acorde con las esperanzas y expectativas forjadas dentro del imaginario de una modernidad “occidental”, la que nunca terminó por instalarse en la región, tal y como sucedió en el caso de la llamada “vía chilena al socialismo” de la que hemos venido hablando, “la primavera democrática guatemalteca” (1944-1954) o la “revolución justicialista” del decenio peronista en Argentina, deviniendo en la inmensa tragedia de que no sólo no se afianzaron a consolidar las conquistas sociales penosamente logradas (en el caso de que esto fuera posible), sino que los desenlaces político-militares trajeron o significaron profundas regresiones sociales y políticas, las que en su despliegue mostraron la siempre amenazante posibilidad de retornar al pasado colonial (todavía presente en las mentalidades colectivas), con todas sus formas coercitivas de explotación y de sometimiento en los órdenes de lo social y lo político.
No fue simplemente la subjetividad de los protagonistas de estos dramas históricos, como lo fue también el caso de la malograda democracia guatemalteca, destruida a sangre y fuego por la intervención imperial, llegando a convertirse en la democracia que nunca fue (El gobernante de ese país, coronel Jacobo Árbenz a lo sumo pretendía alcanzar una “democracia” al estilo anglosajón, mientras que los estadounidenses lo vieron siempre en un “espejo bolchevique”, como resultado de la hábil propaganda mediática, desplegada en los propios EEUU). Más que las subjetividades, fueron las rígidas estructuras sociales y políticas las que hicieron imposible ese paso hacia la modernidad, indispensable para que existan democracias de verdad y no sólo avariciosos regímenes plutocráticos, sostenidos por mascaradas electorales y el poder del dinero. En el caso de la Argentina del decenio peronista, cuando la coyuntura económica se volvió desfavorable, a partir de 1952, los aliados burgueses del peronismo y la misma derecha peronista decidieron bajarse del carro “revolucionario” de mejores salarios y políticas de bienestar para los trabajadores, el tamaño del pastel a repartir con la clase patronal se había vuelto más pequeño y los intereses estadounidenses en el país demandaban un régimen político más obsecuente con sus intereses económicos y geopolíticos, de ahí en adelante la materialización del golpe de Estado y la consiguiente “revolución fusiladora” (Rodolfo Walsh OPERACIÓN MASACRE Ediciones La Flor Buenos Aires 2001) no tardarían mucho en aparecer en el horizonte, mientras los que a pesar de todo, nunca dejaron de luchar, a lo largo de las siguientes décadas fueron los obreros argentinos (nominalmente peronistas muchos de ellos), protagonistas del Cordobazo(1969) y otras memorables jornadas de lucha heroica e insobornable.
Al conmemorarse en este mes de septiembre los 47 años del golpe militar reaccionario en Chile y los 65 del que terminó con el régimen peronista (un 16 de septiembre de 1955) cabe hacernos al menos una pregunta sensata y sincera ¿seguiremos lamentándonos y añorando lo que no pudo ser, como una especie de sino histórico fatal o habrá llegado la hora de enfrentarnos a nuestras realidades, con los ojos bien abiertos y con determinación para la lucha que nos lleve a concretar la gran tarea histórica que sigue pendiente?