Luces, Cámara…¡Bukele!
Sol Acuña
En la víspera del 10 de diciembre, un mensaje se difundió. Alertaba de la visita del presidente de la República de El Salvador, Nayib Bukele, a la plaza central de El Mozote. La misma plaza donde el 11 de diciembre de 1981, en plena guerra civil, el Batallón Atlácal del ejército salvadoreño pronunció frases como éstas: “¡Mayor! Aquí hay uno que dice que no quiere matar niños”, “¿Quién es el hijo de puta que dice eso?”. Asesinaron a 558 pequeños, utilizaron la violación a mujeres y niñas como arma de guerra y los varones fueron torturados y aniquilados. ‘Tierra arrasada’ se llamaba la técnica. Y eso hicieron. No quedó nada. Fueron cerca de mil personas en tres días en varios cantones de la zona.
El crimen permanece impune a día de hoy y la coincidencia de la visita del presidente con el aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, era una sorpresa que rompía con las agendas comunitarias. “Va a dar a conocer y a lanzar oficialmente una serie de proyectos para nuestra comunidad”, decía el mensaje que circulaba. Bukele decidió visitar la zona un día antes del aniversario oficial en el Mozote, una fecha delicada, y para la cual ya existía un calendario preparado por los vecinos y las víctimas.
Ayer, viernes 10 de diciembre, daban inicio en La Joya las conmemoraciones de los 40 años de esa fatídica fecha. Pero de estas no se habló, ni se hablará; fueron eclipsadas por la puesta en escena. Delante de la iglesia donde asesinaron a los niños, había montadas tres tarimas, un podio, una pantalla, un reflector de luz y cerca de 250 sillas. La cita era a las tres, pero el mandatario llegó en uno de los helicópteros que sobrevolaron la zona pasadas las cinco. El público aplaudió. Una señora daba saltitos de emoción en su silla. Algunos esperaban desde las dos, pero muchos se habían quedado en sus casas. “Falta mucha gente del pueblo, muchos de los que hay aquí son de fuera”, confirmaron otras dos señoras del público. La plaza estaba dividida en dos mitades: una de ellas al servicio del evento de Bukele, la otra eran residentes de la zona o cercanos. Varias víctimas de la masacre que conocí el día anterior no acudieron, Bukele había transformado una fecha de todos, en una fecha únicamente suya.
El presidente prometió becas de estudio, edificios turísticos y una inversión “inicial” de 32,4 millones de dólares para la zona. En primera persona del plural habló de todas las ofrendas que le iba a dar a la comunidad, como computadoras para los niños: “Eso sí, no las pueden vender”, bromeaba. Su listado de beneficios incluyó una plaza gastronómica de 1,4 millones de dólares; un centro de atención geriátrica de 600.000; un club de la cuarta edad; un anfiteatro de 750.000 dólares… El discurso estuvo maridado con maquetas virtuales proyectadas en la pantalla donde desfilaron modernísimos diseños que recordaban más a suburbios de Estados Unidos que a la modesta arquitectura del norte de Morazán (incluída la de remesas).
El Comandante de las Fuerzas Armadas habló de justicia y reparaciones, pero en ningún caso se refirió a la desclasificación de archivos militares, imprescindibles para la investigación y condena de los autores intelectuales y materiales de la masacre. «Hace poco atacaron un decreto de la Asamblea Legislativa porque dicen de que ataco al juez del Mozote, y yo pienso: ¿No hubo Asamblea Legislativa, sistema judicial, Corte Suprema de Justicia durante 40 años? ¿No fue suficiente tiempo para probar si iban a hacer justicia o no?», dijo echando el muerto pal lado.
Los diez minutos y pico de discurso fueron acuerpados con drones, camarógrafos, comunicadores, policías y una quincena de fotógrafos. Uno de ellos daba instrucciones a una niña de no más de cinco años, para que posara junto a los nombres de los menores asesinados que están inscritos en la iglesia. Incluso hubo un locutor ubicado en la tarima de atrás, que leyó un guión para adornar la entrada y salida del presidente. Todo estaba ensayado. El locutor indicaba cuándo había que ponerse de pie, pero no todos seguían la consigna. “Esto es para desestabilizar la conmemoración organizada por nosotros”, comentó un miembro de la Asociación Por los Derechos Humanos de El Mozote (APDHEM).
Las entradas y salidas al pueblo estaban controladas por militares armados quienes también daban vueltas por sus calles. Además, había policías, así como obreros del Ministerio de Obras Públicas y Transporte que se pasaron el día desmantelando la Casa Comunal que el día anterior estaba de una pieza, para que el autodenominado CEO de El Salvador fuera a ‘inaugurarla’ una vez hubo terminado su discurso. Para la foto le quitaron hasta el techo y colocaron dos tractores, uno a cada lado, con un obrero rechoncho bien acomodado en el asiento del que se encontraba iluminado por un foco colocado estratégicamente. Las selfies, sonrisas, abrazos, y promesas fueron alumbradas por esa misma luz, mientras el presidente se montaba de vuelta en su carro oficial, una vez cortada la cinta. Tras el deja-vú político, los técnicos se apresuraron para desmontar todo el atrezzo, los fotógrafos siguieron en sus menesteres y los primeros tuits de Casa Presidencial empezaron a publicarse.
Probablemente el evento de la comunidad no goce de tanto lujo sino más bien de recuerdos dolorosos, algunos maquillados por una ilusión creada ayer por los proyectos anunciados. Tras 40 años de la peor masacre de América Latina, el fin de la lucha para los familiares de las víctimas y los defensores de los derechos humanos no vislumbra todavía la luz del rostro vendado de la justicia, sino la foto de perfil de Twitter de Nayib Bukele y su inversión “inicial” de 32,4 millones de dólares.