En el año 2022 entró en vigencia la ley para el desarrollo sostenible de la cuenca del río Sarapiquí y la protección de su cauce principal, la cual sentaba sus bases sobre tres ejes fundamentales: cultural, ambiental y socioeconómico.
A dos años de la vigencia de esta ley, el pasado 8 de abril se llevó a cabo un taller de socialización del plan de manejo de la cuenca del río Sarapiquí, celebrado en las instalaciones de la estación experimental La Selva de la OET en Sarapiquí. El objetivo principal del evento era presentar los resultados obtenidos durante el proceso de elaboración del plan y recoger aportes finales, permitiendo de esta forma la retroalimentación, el involucramiento activo de las partes interesadas, así como la construcción colaborativa del plan. Dicho proceso es liderado por la Dirección de Aguas del MINAE.
La actividad siguió la siguiente agenda: en primera instancia se realizó una breve bienvenida, se presentó tanto el equipo, como los participantes, seguidamente se explicó el objetivo del taller y se expusieron etapas previas de caracterización y diagnóstico. Posteriormente se presentó el plan de manejo de la cuenca del río Sarapiquí, se brindó un refrigerio y se prosiguió con un trabajo en grupos que permitiera retroalimentar el plan, finalmente se realizó una plenaria sobre lo anterior, se agradeció la participación y finalizó la actividad.
En su poema Squier en Nicaragua —en referencia al diplomático Ephraim George Squier, encargado de asuntos estadounidenses para Centro América—, el célebre poeta nicaragüense Ernesto Cardenal nos legó unas imágenes muy sugestivas y hermosas del curso diario de la vida a lo largo del río San Juan, como las siguientes:
Verdes tardes de la selva; tardes tristes. Río verde entre zacatales verdes; pantanos verdes. Tardes olorosas a lodo, a hojas mojadas, a helechos húmedos y a hongos; el verde perezoso cubierto de moho poco a poco trepando de rama en rama, con los ojos cerrados como dormido pero comiendo una hoja, alargando un garfio primero y después el otro, sin importarle las hormigas que le pican, volteando lentamente el bobo rostro redondo, primero a un lado y luego al otro, enrollando por fin la cola en una rama y colgándose pesado como una bola de plomo; el salto del sábalo en el río; el griterío de los monos comiendo malcriadamente, a toda prisa […]
Asimismo, Cardenal alude a «la guatusa bigotuda y elástica / que se estira y encoge / mirando a todos lados con su ojo / redondo / mientras come temblando; / espinosas iguanas… ¡Temblando!; / espinosas iguanas / como dragones de jade / corriendo sobre el agua / (¡flechas de jade!)».
Y también a «Gritos de congos. / Chachalacas. / El canto melancólico de la gongolona / entre los coquitales, / y el de la paloma poponé», al igual que a «oropéndolas sonoras / columpiándose en sus nidos colgados de las palmeras, / el canto del pájaro-león entre los coyoles / y el del pájaro de-la-luna-y-el-sol / el pájaro clarinero, el pájaro / relojero que da la hora / y el pocoyo que canta de noche / parejas de lapas que pasan gritando, / y el güis, chichiltote y dichoso-fui / que cantan en los chagüites sombríos». Finalmente, no podría omitir «el ruido sordo de manadas de cerdos salvajes. / ¡Carcajadas! / el canto de un tucán».
Es decir, la visión más abigarrada, silvestre y prístina del mundo natural en el cauce del río y los entornos ribereños, como si se tratara de una imagen de los primeros días de la creación. Sin embargo, como parte de esta, no podía faltar el hombre, vale decir, «el negro con su camisa rayada, remando / en su canoa de ceiba».
El río y el hombre. El hombre y el río. Indisolubles. Los primigenios tiempos de los indios botos y, después, de los boteros misquitos.
Obviamente, Cardenal no se refería a La Trinidad, este punto donde estamos ahorita. Pero tan vívidas imágenes podrían ser válidas casi que para cualquier recodo del muy ancho y caudaloso San Juan o de sus mayores afluentes, como el lugar que en 1869 escogiera para vivir —no muy lejos de aquí, aguas arriba del Sarapiquí— un aventurero suizo llamado Léonce Pictet, quien por entonces frisaba los 21 años.
Lo menciono a él, porque es el único personaje residente en Sarapiquí en el siglo XIX que nos legó sus vivencias por escrito, gracias a las cartas que enviaba a su familia. Dichas cartas, escritas en francés, las compilamos en el artículo «Un colono suizo en la ribera del Sarapiquí», que publicamos junto con la colega y amiga María Luisa Fournier Leiva, quien las tradujo al español; apareció en 2017, en el volumen 30 de la revista Herencia.
Por ejemplo, en su primera carta, Pictet indicaba que «estamos en la ribera derecha del río Sarapiquí, cerca de su desembocadura. En la ribera opuesta hay bosques casi impenetrables, donde las dantas, los cariblancos y los saínos encuentran refugio seguro; la casa del alemán D. [a quien no identifica] está ubicada en la propia confluencia de los dos ríos sobre la ribera derecha del San Juan y, por consiguiente, como la nuestra, en el territorio de Costa Rica. Al frente se extiende Nicaragua».
Y continuaba expresando que, salvo por los zancudos, «en la noche, cuando hay luna clara, el espectáculo de estos bosques tropicales es verdaderamente admirable, sobre todo a la orilla de los ríos. Pareciera que estamos en un paraje encantado».
Extasiado con sus alrededores, Pictet narraba que «es ahí donde se puede admirar a gusto esos árboles enormes de los cuales cuelgan miles de lianas de todos tamaños […]; además, hay otras plantas parásitas de grandes hojas muy bellas, y todo eso es tan magnífico que me parece estar en alguna fantasía. Muchos de esos árboles tienen al menos cien pies de altura, y hay una cantidad de especies y de formas diferentes, sin hablar de las palmeras».
Además, al mirar hacia el cielo más allá de la densa bóveda formada por las copas de los gigantescos árboles, sus sentidos se colmaban al escuchar la algarabía matutina, y contemplar guacamayas, loras, pericos y tucanes, mientras que en tierra andaregueaban pavas y pavones. Y, jubiloso, acotaba que «la cantidad de pájaros diferentes que hay aquí es una cosa increíble. Esta mañana, por ejemplo, había alrededor de la cabaña una verdadera multitud compuesta por chachalacas, palomas, loros, buitres y colibríes, todos gritando y saltando de rama en rama. Parecía un zoológico. Incluso por la noche no están tranquilos, y nos dan conciertos continuos, sin contar con una especie de sapo enorme que grita como si pidiera auxilio». Sí, noches apacibles, en las que al rumor del río se sumaban las vocalizaciones de cuyeos, búhos y lechuzas, así como el destemplado croar o estridente berreo de la rana ternero.
Asimismo, con gran naturalidad y sin alarmismo alguno, Pictet se refiere a los animales peligrosos. Menciona la presencia de serpientes, aunque no tan abundantes; al jaguar que, cuando «no muere al primer intento, se tira sobre los atacantes y hay que liquidarlo a machetazos»; así como a los «cariblancos, especie de cerdos salvajes que recorren los bosques en grandes manadas» y, «cuando uno de esos batallones pasa, se debe correr a treparse al primer árbol encontrado, para alejarse de la manada, si no se quiere correr el riesgo de ser aplastado».
Eran otros tiempos —sin la incesante y visible erosión de ahora—, por lo que él expresaba que «las riberas del Sarapiquí son muy altas por todos lados y la corriente es violenta, y tampoco hay sitios anegados; si hubiera, encontraríamos muchas serpientes y cocodrilos». No obstante, en las partes más accesibles, donde «el agua es fresca y muy buena para beber; allí nos bañamos todos los días. Los caimanes no nos molestan del todo en nuestras prácticas de natación, pero sí cientos de pequeños peces que vienen a picar las piernas». Eso explica que ahí abundaran las garzas buscadoras de peces.
De los caimanes, insiste en que «son extremadamente raros y no se corre ningún riesgo bañándose ahí. Lo que sí es común son las iguanas, de hasta cuatro o cinco pies de largo, y se dice que son muy sabrosas; he visto cantidades, no son salvajes para nada, y se mantienen sobre todo en los bordes del río». Y, como no podía faltar en este recuento faunístico, menciona al inmenso y bonancible manatí «que da varias centenas de libras de grasa; se le arponea, pero es poco común».
El río y el hombre. El hombre y el río. Indisolubles. Más o menos en armonía, Pictet y unos pocos colonos más coexistían con la naturaleza agreste, en esa especie de paraíso terrenal, donde el bosque tropical muy húmedo alcanza su máximo esplendor.
Sin embargo, en realidad, no siempre todo había sido así de magnificente. De hecho, apenas doce años antes, el silencio inmemorial de esos parajes había sido mancillado por el ominoso silbido de balas y el estruendo de cañones, en medio del sórdido y extraño olor a pólvora, mientras las aguas se enrojecían y los cadáveres flotaban río abajo.
En efecto, todo empezó por la codicia —tan humana—, que se despertó y avivó con el descubrimiento de oro en un río de California.
Fueron unos siete años, durante los cuales un verdadero tropel humano buscaba alcanzar la costa del Pacífico. Desde entonces, el San Juan y sus afluentes no fueron percibidos como ríos, ni sus bosques aledaños como hermosas selvas, sino tan solo como una ineludible ruta acuática y un ambiente inhóspito que había que superar, para llegar cuanto antes al sitio donde se podrían amasar fortunas sin grandes dificultades. Y, claro está, algunos otearon la posibilidad de que —con algún esfuerzo técnico adicional—, el San Juan y el lago de Nicaragua pudieran convertirse en un canal natural, exactamente en la cintura del continente americano. ¡Sueño de sueños para algunos imperios, que se frotaban las manos, en sus turbias aspiraciones políticas y comerciales!
No obstante, los poderosos y ambiciosos esclavistas del sur de EE. UU. vieron mucho más lejos. Un río y un canal no eran suficientes. Mejor, de una sola vez, apoderarse de los territorios de los cinco países centroamericanos —y, ¿por qué no?, de los del Caribe—, para implantar la esclavitud y expandir sus dominios geográficos y políticos.
Fue así cómo, espoleados ideológicamente por la racista doctrina del «destino manifiesto», pronto pactaron con el muy astuto William Walker —abogado, médico y periodista, al igual que líder de tentativas colonialistas en México—, para que dirigiera tan importante aventura. Ellos se encargarían de agenciárselas para financiarle con holgura, y por más de dos años, su onerosa expedición a Centro América.
El río y el hombre. El hombre y el río. Sí, así era antes. Pero esta vez se asomó, amenazante y siniestro, el espectro de la guerra.
Efectivamente, con sus numerosas tropas de mercenarios y apátridas, muy bien armadas y apertrechadas, fueron sangre, muerte y dolor lo que trajo este bandido a nuestras tierras.
Sin embargo, a pesar de su poderío, se les venció en Santa Rosa y Rivas. Y también aquí cerca, en el estero que por entonces había en el río Sardinal, el 10 de abril de 1856, así como en este sitio donde hoy estamos —que era un punto estratégico—, el 22 de diciembre de ese mismo año.
Esta última batalla, ocurrida hace 166 años, fue realmente decisiva durante la Campaña Nacional, pues permitió incautarle a Walker sus vapores poco a poco, para después desalojarlo de sus casi inexpugnables bastiones del Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos. Y, aunque desde esa fecha hasta la rendición del jefe filibustero, el 1 de mayo de 1857, transcurrieron cuatro agobiantes meses de combates e incontables adversidades —incluyendo la pérdida de La Trinidad en febrero de 1857—, ya nada sería igual para Walker. El contundente e irreversible golpe estaba dado, y era mortal.
Seriamente perturbada la vida en los ríos San Juan y Sarapiquí durante esos crudos y tétricos meses bélicos, de manera paulatina todo volvería a la normalidad, tanto en sus aguas como en las selvas ribereñas. Pero ahora la patria ya era otra, pues sus corajudos hijos la habían sabido defender donde las circunstancias lo demandaron y, especialmente, en esta esquina del territorio nacional.
Es decir, fue en esta pequeña pero simbólica punta fluvial —en un doloroso parto en que el verdor natural se manchó con sangre—, que la gravemente amenazada Costa Rica renació y resurgió, malherida, pero absolutamente libre y soberana.
Remeros misquitos impulsando una lancha en el río San Juan de entonces. Fuente: The Century Illustrated Monthly Magazine
Desembocadura del Sarapiquí, con dicho río en primer plano y el San Juan al fondo. Foto: Luko Hilje
El entorno de La Trinidad, Costa Rica en 1854. Fuente: Harper’s New Monthly Magazine
Paraje del río San Juan desde donde los vapores filibusteros avanzaron para disparar sobre La Trinidad, Costa Rica. Foto: Luko Hilje
Mapa del sitio de La Trinidad y sus cercanías. Fuente: Instituto Geográfico Nacional (Costa Rica)
La esquina de La Trinidad, vista desde la ribera derecha del río Sarapiquí, Costa Rica. Foto: Luko Hilje
La Dirección de Aguas del MINAE en forma conjunta con la Municipalidad de Sarapiquí y otros actores importantes, participaron el pasado 25 de junio del presente año en el taller para la elaboración conjunta del reglamento de ley 10152.
Este se realizó con el objetivo principal de proteger el recurso hídrico, la biodiversidad, así como garantizar el desarrollo del turismo sostenible. Esto mediante la consolidación del texto de reglamento de la ley conforme a las propuestas e intercambio de opiniones de los diferentes actores.
En el siguiente enlace puede encontrar antecedentes relevantes para el seguimiento del tema:
Se le invita a ver y escuchar el capítulo sobre el Día Mundial del Medio Ambiente 2022, publicado por Onda UNED. A lo largo de este video se expone sobre el río Sarapiquí, las problemáticas que está afrontando, y acciones que se están tomando para protegerlo, además de una serie de temas vinculados a la protección y conservación del ambiente.
El programa cuenta con Laura Salas y Vanessa Valladarez como presentadora y moderadora respectivamente, por otro lado como personas invitadas se presentan Rafael López, Rossilyn Valverde y, Juan Amighetti, miembros de la Comisión de Salvaguarda río Sarapiquí, sobre la la Ley N.° 10152 para el desarrollo sostenible de la cuenca del río Sarapiquí y la protección de su cauce principal.
Más allá de esto, se habla sobre los proyectos de ley asociados al ambiente, sobre la protección de recursos naturales y qué pasos debe tomar tanto el gobierno como la ciudadanía costarricense para que la naturaleza pueda prosperar.
Cuando uno revisa los mapas y documentos de mediados del siglo XIX, se percata de que en la región de Sarapiquí había apenas seis puntos geográficos de cierta importancia para los viajeros que transitaban por estos lares: La Trinidad, Muelle, Rancho Quemado, La Virgen, Cariblanco y San Miguel; es decir, no existían Puerto Viejo ni Chilamate, hoy insoslayables en la ruta asfaltada que comunica el río Sarapiquí con el Valle Central. Tampoco existía Sardinal, donde esta mañana nos congregamos, en esta loma en la ribera izquierda del río Sarapiquí. Y lo hacemos porque deseamos conmemorar un hecho relevante de la Campaña Nacional de 1856-1857 contra las fuerzas filibusteras del esclavista William Walker.
En efecto, llegado casi un año antes a Nicaragua, para marzo de 1856 y con hábiles artimañas Walker ya había despojado a su coterráneo, el magnate Cornelius Vanderbilt, de la Compañía Accesoria del Tránsito. Con ello disponía por completo de los vapores que navegaban por el río San Juan y, además, tenía en su poder los cuatro sitios estratégicos de la llamada vía del Tránsito: el puerto caribeño de San Juan del Norte, La Trinidad, el Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos, a la entrada del lago de Nicaragua. Como parte de su estrategia, había establecido una guarnición militar en La Trinidad, en la desembocadura del río Sarapiquí, la cual estaba al mando del capitán John M. Baldwin.
Pero, ¿qué es lo que conmemoramos en este sitio, si uno nunca celebra una derrota, y menos de parte de los filibusteros invasores?
Ignorante yo de ese documento, un amigo me alertó de la existencia de un artículo periodístico acerca de la batalla de Sardinal, publicado el 21 de junio de 1856 en el periódico o revista Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper. De autor anónimo, ahí dice que Baldwin y su contingente temían ser atacados por el ejército costarricense en cualquier momento, por lo que el 8 y 9 de abril decidieron remontar las aguas del río Sarapiquí, mientras que un grupo avanzaba por su ribera izquierda abriendo una picada o trocha, tan extensa, que para el día 9 llevaban unos 26 kilómetros de recorrido. En la mañana del 10 de abril observaron una columna de humo, proveniente de alguna fogata en la montaña, y se percataron de que ahí acampaban los combatientes costarricenses, por lo que se decidió atacarlos de inmediato.
El autor abunda en los detalles del combate, y narra que, tal fue la eficacia del ataque, que en poco menos de una hora mermó el fuego de los costarricenses, mientras que nuestro batallón «comenzó a retirarse en escuadras y dispersarse entre el charral». Según él, murieron 30 o 40 de los nuestros, en tanto que en el bando filibustero solamente resultó herido el teniente John B. Green y muerto el teniente William Rakestraw. En conclusión, una resonante e impecable victoria filibustera, que:
…debe ser considerada como sin paralelo en los anales de la guerra, y debe reflejar un dorado y perdurable honor sobre el Capitán John M. Baldwin, que la condujo, así como también sobre el Teniente Primero J. B. Green y los hombres que tuvieron la fortuna de involucrarse en ella.
En congruencia con este relato, cuando Walker escribió el libro La guerra en Nicaragua —publicado a inicios de 1860—, anotó que:
…una columna de 250 costarricenses fue enviada al río Sarapiquí para cortar las comunicaciones de Walker por el río San Juan. El capitán Baldwin, oficial acucioso e inteligente, se hallaba en la punta de Hipp [La Trinidad] cuando supo que el enemigo estaba abriendo un camino para salir al río. No esperó su llegada, sino que se fue aguas arriba del Sarapiquí y atacó vigorosamente a los costarricenses que venían abriendo el camino y los rechazó, causándoles muchas bajas y poniéndolos en sumo desorden. En cuanto a él, tuvo un muerto, el teniente Rakestraw, y dos heridos. El enemigo dejó más de veinte muertos en el campo. Este combate del Sarapiquí fue el 10 de abril y los costarricenses en derrota no pararon en su fuga hasta San José.
Entonces, de nuevo, ¿qué es lo que estamos conmemorando hoy aquí, en Sardinal, si fuimos víctimas de una apabullante y humillante derrota? ¿Saben qué? ¡¡¡Estamos celebrando la victoria de nuestros valientes compatriotas, y también el triunfo de la verdad histórica!!!
Financiado con solvencia por algunos poderosos esclavistas sureños, prepotente y altanero, Walker tenía que demostrar que batalla tras batalla conseguía victorias, para así garantizarse el continuo financiamiento de su misión racista y esclavizadora. No debía mostrar ningún signo de debilidad. Por ello, con su hábil pluma —pues era periodista y abogado—, una y otra vez manoseó y retorció a su conveniencia los importantes y determinantes hechos bélicos de Sardinal, Santa Rosa, Rivas y el río San Juan.
De hecho, Walker nunca estuvo en Sardinal, y pareciera que su informante tampoco, pues acota que el campamento de nuestros combatientes estaba en la ribera derecha del río, lo cual es totalmente absurdo; además, en su ignorancia, denomina Moro a Muelle. También indica que nuestro batallón estaba conformado por 200 o 300 hombres —Walker lo calcula en 250 individuos—, lo cual también es falso. Y, finalmente, ambos alteran las cifras de muertos y heridos de ambos bandos, como se verá pronto.
Para desmentirlos, basta con ir al Archivo Nacional y revisar los partes y boletines de guerra, los periódicos de la época y otros documentos alusivos a Sardinal y Sarapiquí, así como consultar libros escritos por historiadores reputados, como Costa Rica y la guerra contra los filibusteros, de don Rafael Obregón Loría y Los soldados de la Campaña Nacional de 1856-1857, del amigo Raúl Arias Sánchez. También se cuenta con dos minuciosas y contundentes listas, intituladas Libro 1° de los que murieron en la Campaña de 1856 y Libro 2° de los que murieron en la segunda Campaña, elaboradas por el cura Francisco Calvo, principal capellán de nuestro ejército.
En realidad, por disposición del presidente Juan Rafael Mora Porras y sus asesores, nuestra tropa estaba conformada por un centenar de hombres. Y esto es así porque no interesaba que fuera un contingente grande, pues la idea no era ir a enfrentarse de manera frontal con los filibusteros, sino tan solo estar vigilantes de que —mientras el grueso de nuestro ejército avanzaba por Guanacaste, rumbo a Nicaragua— no penetraran en el territorio nacional; de hecho, ese día nuestras tropas ya estaban acantonadas en Rivas, donde al día siguiente ocurriría la célebre batalla del 11 de abril. Nuestro batallón estuvo integrado por dos destacamentos de 25 hombres cada uno, que ya estaban establecidos en Muelle y Cariblanco, pues custodiaban nuestra frontera para evitar el contrabando; sus jefes eran los capitanes Pedro Porras Bolandi y Francisco González Brenes, respectivamente. A ellos se sumarían unos 50 alajuelenses, pues eran los que conocían mejor esa zona, e iban comandados por el general Florentino Alfaro Zamora y el teniente coronel Rafael Orozco Rojas.
Los tres grupos de combatientes nuestros confluyeron en Muelle, que se ubicaba a unos 45 kilómetros de La Trinidad, donde estaba la guarnición filibustera. Pero había que actuar con sigilo, por lo que no era conveniente construir botes o balsas para llegar allá, de modo que sus jefes optaron por abrir una picada a lo largo de la ribera izquierda del río Sarapiquí. Laboriosos y tenaces, habían completado unos 20 kilómetros, cuando llegaron a un pequeño estero en la desembocadura del río Sardinal, el cual hoy ya no existe, como consecuencia de la inexorable erosión provocada por el caudaloso río Sarapiquí a lo largo del tiempo.
Fatigados, ahí se alimentaban y descansaban ellos de sus extenuantes faenas, cuando cerca de las ocho de la mañana del 10 de abril fueron sorprendidos por algunos filibusteros, «parte por tierra y parte en cuatro embarcaciones grandes y dos pequeñas, que contaba en todo con una fuerza de más de cien hombres», según un parte del oficial Orozco, quien debió relevar al general Alfaro, seriamente herido en la parte superior del brazo derecho, durante la batalla que sobrevendría. Al parecer, los filibusteros que se aproximaban por tierra habían desembarcado poco antes para, como complemento de los que venían en los navíos, atacar a fuego cruzado a los costarricenses, pues es muy poco probable que la picada de los nuestros coincidiera exactamente con la que supuestamente venían abriendo sus enemigos.
La estrategia de fuego cruzado fracasó, gracias a las valiosas y determinantes acciones de nuestros combatientes. En cuanto a la batalla, es cierto que duró menos de una hora, pero el saldo fue muy diferente del relatado por Walker y su informante.
En efecto, en nuestras filas no murieron los 30 o 40 hombres que ellos consignan, sino apenas tres: Salvador Alvarado, Salvador Sibaja y Joaquín Solís, desaparecidos los dos últimos. A ellos se sumaron tan solo siete heridos: Manuel Arias, Manuel María Rojas, Manuel Cabezas, Manuel Morera, Joaquín Arley, Desiderio Quesada y el general Alfaro; todos eran alajuelenses, excepto Cabezas y Arley, de San José y Cartago, respectivamente. Por su parte, según nuestro periódico Boletín Oficial, en las filas filibusteras se constató que cuatro individuos murieron en tierra y muchos otros en el agua, incluyendo unos 25 que estaban en una piragua que se hundió.
Pero, al margen de la exactitud de estas cifras de uno y otro bando, lo más importante es que los filibusteros no pudieron abatir a nuestra tropa y debieron recular hacia La Trinidad, mientras nuestros combatientes se desplazaron hacia Muelle, para que el médico Lucas Alvarado Quesada auxiliara a los heridos. En las semanas subsiguientes nuestras fuerzas permanecieron en Cariblanco, vigilantes ante cualquier contraofensiva filibustera, que nunca ocurriría. Por tanto, no es cierto que los costarricenses huyeran hasta San José, como lo expresara Walker con fines claramente publicitarios. Eso sí lo habían hecho 250 cobardes filibusteros tres semanas antes, rumbo a la frontera de Nicaragua, cuando nuestras tropas los habían derrotado en la hacienda Santa Rosa, en Guanacaste.
Expulsados de Santa Rosa el 20 de marzo anterior, con la batalla de Sardinal se les sacó del territorio nacional por segunda vez. Y ocho meses después, el 22 de diciembre, se les desalojaría por tercera vez, en la memorable batalla de La Trinidad —en la desembocadura de este hermoso río—, la cual marcaría el principio del fin de Walker, hasta su rendición en Rivas, el 1 de mayo de 1857.
Eso, todo eso es lo que celebramos hoy aquí, 166 años después de aquella batalla, pues todos los inenarrables esfuerzos, sacrificios y luchas de nuestros combatientes convergerían en la derrota del filibusterismo, con lo cual desapareció la amenaza de la esclavitud, se afianzó entre nosotros la libertad, y se salvaguardó la soberanía nacional para siempre.
Por eso, al evocarlos hoy desde este sitio tan emblemático, con el corazón vibrante de emoción, una vez más les decimos: ¡Muchas gracias! ¡¡¡Infinitas gracias!!!
El proyecto número 22.524 denominado Ley para el desarrollo sostenible de la cuenca del río Sarapiquí y la protección de su cauce principal, contó con la aprobación de 40 diputados y diputadas de la Asamblea Legislativa en la discusión del segundo debate y se convirtió en Ley de la República.
Así lo informó la Comisión de Salvaguarda del Río Sarapiquí, quien fuera la promotora de la iniciativa y que de forma incansable desde hace 3 años, lucha por oficializar la defensa de esta importante cuenca, que desde el año 2000, con el primer plebiscito ambiental de Costa Rica, se propuso como Monumento Histórico Natural por su importancia estratégica para el cantón y el país.
Con la aprobación de esta Ley, se están sentando las bases para la protección, el desarrollo sostenible de sus actividades integrales y el uso adecuado de su biodiversidad.
Esta ley sustenta su contenido en tres ejes fundamentales: ambiental, cultural y socioeconómico, con los cuales el sector turístico y el encadenamiento económico que este genera se fortalecerá y continuará siendo para miles de turistas nacionales y extranjeros, un destino de naturaleza, bienestar y aventura de suma importancia para el desarrollo económico local. El río de Sarapiquí tiene un resguardo de lo ancestral, histórico y patriótico lo que lo convierte, además, en un símbolo de la cultura Sarapiqueña, como del país, pues su nombre heredó, también, su título al cantón. Este río, además, es un santuario de flora y fauna y contribuye con su presencia al embellecimiento del paisaje natural del trópico húmedo costarricense.
En esta lucha que dio inició desde el año 2000 con el plebiscito cantonal, donde la Comisión de Salvaguarda del Río Sarapiquí, se suma al esfuerzo de reivindicación comunitaria por el patrimonio natural de su río, contó con el apoyo de las Municipalidades de Sarapiquí y de Alajuela, la Cámara de Turismo de Sarapiquí (CATUSA), la Alianza Nacional de Ríos y Cuencas de Costa Rica, el Programa Interdisciplinario de Investigación y Gestión del Agua de la UNA (PRIGA- UNA), el SINAC, el INDER, la UNED, FUNDECOR, el Corredor Biológico San Juan – La Selva, el Ministerio de Cultura, El Instituto Costarricense de Turismo, La Estación Biológica la Selva, al Departamento de Participación Ciudadana de la Asamblea Legislativa y la Asociación para la Protección de la Cuenca del Río Sarapiquí (APROCSARA), entre otras nobles organizaciones, profesionales e instituciones cooperantes para poder lograr este noble objetivo, en favor de nuestra madre tierra.
Imagen tomada de: http://www.sarapiquicostarica.com/
El martes pasado se discutía en segundo debate en la Asamblea Legislativa el Expediente Número 22.524, y se aprobaba; convirtiéndose así en Ley de la República. Esta ley es para el desarrollo sostenible de la cuenca del Río Sarapiquí y la protección de su cauce principal. En conversaciones con Rafael López Alfaro, nos comentaba de la importancia de esta ley, al tener algunos aspectos importantes, como el gran componente comunitario que tuvo la ley desde los inicios de su tramitación.
Se despertó el interés de SURCOS digital para dar atención a esta iniciativa forjada por la comunidad de Sarapiquí, ya que, tal y como nos comentaron algunos de sus impulsores, este tipo de noticias no suelen ser tendencia y suelen ser ignoradas por los principales medios de comunicación. Esta situación era justamente la que lamentaba Juan Amigghetti Ledezma, quien decía que esta ley no era noticia por no ser amarillista.
Parece interesante que esto no sea tan tomado en cuenta por los medios de comunicación hegemónicos, ya que justamente es una noticia que podría motivar a grupos ambientalistas, y a futuras generaciones a buscar incidir políticamente con un proyecto que se concrete en una ley de la república. Sin duda este es un precedente importante, que tiene como antecedente un plebiscito efectuado en la Municipalidad de Sarapiquí para decidir sobre la implantación de una represa hidroeléctrica en esta región.
Esta cuenca es de gran importancia turística, cultural e histórica. Además, allí se pueden encontrar más de 1400 especies de árboles, más de 550 especies de aves, 5000 especies de plantas, así como ocho zonas de vida silvestre. Otra de las riquezas que tiene este lugar se relaciona con sus cataratas, afluentes y lagunas, que son parte principal del turismo de aventura.
Imagen tomada de: http://www.sarapiquicostarica.com/
Un logro extraordinario por la comunidad de Sarapiquí, pasa a plenario para lo que corresponde en conocimiento de los 57 diputados y llegue a convertirse en ley de la república.
La presente iniciativa de ley plantea la creación de una comisión para el manejo de la cuenca hidrográfica del río Sarapiquí y a su vez propone establecer una salvaguarda ambiental, para que no se otorguen concesiones o permisos de uso o de explotación a lo largo del cauce del río por un periodo de veinticinco años, los cuales serían prorrogables por períodos iguales en el caso de que con estudios técnicos se compruebe que son necesarios.
El programa de radio 107.1 fm “Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar” realizará un programa especial llamado “Ley para el Desarrollo Sostenible de la Cuenca del Río Sarapiquí y la Protección de su Cauce principal”, con la participación de José M° Villalta Flores-Estrada, Diputado, Frente Amplio; Jonathan Prendas Rodríguez, Diputado, Nueva República; José Millán Araujo, PRIGA, Universidad Nacional; Juan Carlos Chavarría Herrera, Departamento de Participación Ciudadana; Rossilyn Valverde Charpantier, Comisión Salvaguarda; y Orlando Brenes Varela, Vicealcalde, Municipalidad Sarapiquí. Y como moderador se encuentra Heriberto Valverde Castro, Alianza Nacional Ríos y Cuencas de Costa Rica.
Día: 05 de junio del 2021 Hora: 11 a.m. Se podrá sintonizar por medio de Facebook Live o radio.
Compartido con SURCOS por la Comisión de Salvaguarda del Río Sarapiquí.