La vida humana es producto de un largo proceso, de millones de años, que se inicia con la unión de elementos de la Tabla Periódica de Mendeleiev, «en el caldo de la vida», para continuar con la formación de moléculas orgánicas elementales y, luego su fusión, con el logro de otras más complejas, para la formación de seres vivientes elementales: virus, bacterias y, a partir de ellos la vida más compleja, de seres multicelulares, gusanos, insectos, invertebrados, vertebrados y, por fin, el ser humano. Todo este proceso, de desarrollo de la vida es producto de la evolución autónoma de la materia, con sus cualidades energéticas y de espacio-tiempo y, sobre todo, de su memoria constructiva, que le permite replicarse, gracias a que construyó la molécula de la doble hélice, la escalera de la vida, el ADN.
La vida humana, es como un poliedro, externamente compuesta por vértices, aristas y caras, que encierran múltiples polígonos, es el núcleo duro de la vida.
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
A David Morera Herrera, con afecto y especial reconocimiento.
La noticia de su deceso, ocurrida en la segunda semana de este mes de octubre de 2022, no por anunciada por parte de su hijo, y por algunas personas cercanas al entorno en que me muevo, me resultó menos dolorosa tanto como se ha tornado evocadora de las dimensiones y entretelones de una amistad que se remonta a seis décadas, cuando el doctor Óscar Morera Madrigal participaba en una campaña electoral, la de 1962, pocos años después de haber concluido sus estudios de Medicina en la Ciudad de México, para a su regreso dar inicio a su larga y fructífera vida profesional en nuestro país.
Ahora que me doy cuenta, no sin gran pesar de mi parte, ante lo inevitable, dentro de las dimensiones o los marcos de referencia de nuestra condición humana, que nuestro interminable diálogo, no siempre en vivo y en directo como se dice en estos tiempos, ha terminado sin que él pueda replicar a las afirmaciones que yo me haga o me permita exteriorizar, como tampoco a las de sus familiares cercanos, en cuanto a sus creencias o no creencias acerca de la vida y de la muerte, cuando el escenario no estaba para traer a cuenta mi agnosticismo en materia religiosa y de rituales de despedida, sólo puedo reconocer en la persona de su hijo David la honestidad que tuvo para presentar a su padre en la justa dimensión de lo que había sido su vida, la que permanecerá en nuestros recuerdos mientras vivamos. Sé que a pesar de la creencia generalizada que se pone de manifiesto, a partir de la puesta en escena a que da lugar la partida definitiva de un ser humano en medio de los suyos, a contrario sensu quien asumió una actitud cristiana en estricto sentido fue David, presentándolo de una manera secularizada y revolucionaria en toda la extensión de esos términos, como la síntesis de la vida de un hombre cuyo único “pecado”, en estos tiempos anómicos, de confusión de valores y falta de tolerancia hacia el pensamiento libre, fue la honestidad y la consecuencia de sus actos.
Su vida de apasionado estudioso de las dimensiones científicas de su quehacer profesional, las que iban mucho más allá de las preocupaciones de orden clínico, lo llevaban hacia las lecturas más diversas que iban desde las ciencias físicas y naturales hasta la literatura clásica, sin dejar de lado sus inquietudes de transformar el orden social y político que lo condujeron a ser una especie de “comunista” o “socialista” muy singular: Uno, al que conocí de cerca, a quien sus militancias y su actitud consecuente en el terreno de la acción, a lo largo de varias décadas, no lo condujeron a mantener una actitud adocenada, o meramente seguidista de expresiones o consignas lanzadas por algunos de los más importantes líderes de la izquierda costarricense que fueron amigos suyos. En ese plano político, tanto como en el de su quehacer profesional lo suyo fue acudir a las referencias históricas más clásicas (a mi entender histórico-genéticas): la revolución francesa o la estadounidense, ambas del siglo XVIII o Siglo de las Luces, siempre atinentes a las circunstancias o desafíos a los que nos enfrentábamos, sin que necesariamente coincidiéramos siempre en lo partidario, ni en lo organizativo. Su actitud fue la de quien se mantuvo vigilante y activo, como un participante decidido de las coyunturas históricas del siglo anterior, tanto como de las de las primeras décadas del presente, cuando se hicieron mucho más evidentes los orígenes y consecuencias de la profunda crisis en la que se ha visto sumida la izquierda contemporánea.
Su diálogo constante con su hijo, el sociólogo y dirigente político David Morera Herrera, del Partido Revolucionario de los Trabajadores(PRT), de orientación marxista-trotskista, lo llevó a mantenerse equidistante, tanto de las posturas estalinistas que influenciaron durante mucho tiempo a la izquierda local como de las posturas trotskistas más radicales -por así decirlo-, pero sin adoptar posturas complacientes o eclécticas con el statu quo imperante, como las asumidas por una parte importante de la izquierda que extravió el rumbo de la lucha social, en momentos en que una exitosa ofensiva reaccionaria de corte totalitario está poniendo en peligro las ahora satanizadas conquistas sociales de las clases trabajadoras, expresadas en el estado social de derecho, y en las posibilidades de alcanzar una democracia efectiva, que vaya mucho más del hipócrita del discurso liberal de la “democracia representativa”.
Su dedicación a la especialidad de la endocrinología en hospitales y clínicas de la Caja Costarricense de Seguro Social transcurrió con una mirada atenta y dialogante hacia sus “pacientes” con quienes dialogaba constantemente, como también hacia la obtención de un posgrado en esa especialidad en la Universidad de Chile, durante los primeros años de la década del setenta. Es así como nos encontramos en distintos momentos de nuestras vidas sin que necesariamente fuera paciente suyo, como un amigo a quien recordaré siempre por su disposición a cooperar para enfrentar las más complejas e intrincadas situaciones que se nos presentaron algunas veces. Adiós querido amigo, seguiremos dialogando, aún en el silencio de los tiempos históricos de la larga duración y en el de las eras geológicas que vendrán, siempre con la esperanza de que el propio ser humano no le ponga fin a su propia existencia sobre el tercer planeta del sistema solar, donde desde hace millones de años se vino forjando la síntesis de la vida, tanto como de la muerte su inevitable contraparte dialéctica.