Don Arnoldo Herrera, Benemérito de la Patria

Freddy Pacheco León

Freddy Pacheco León

Cuando hace 33 años, junto a la destacada intelectual Yadira Calvo, formábamos parte del jurado para el Premio Nacional de Cultura Magón, coincidimos en proponer a don Arnoldo Herrera para tan alto reconocimiento, en medio de situaciones que hoy estamos recordando, como instantánea y emotiva reacción a las noticias que nos llegan de la Asamblea Legislativa.

Era casi un atrevimiento, pues al jurado en pleno, que se reunía en el Teatro Nacional por gentileza de la muy querida Graciela Moreno, parecía que la idea no era acogida con entusiasmo. Los distinguidos colegas, compartían sentimientos, de los que habíamos sido advertidos, no favorecían al maestro. Por aquellos días, en general, a sus detractores, les disgustaba su manera poco ortodoxa de orientar la enseñanza, en el Conservatorio Castella, que él había fundado en 1953. Y es que, para entonces, los modelos pedagógicos oficiales, eran tan rígidos, que a quien pretendiera alzar vuelo, saliéndose del esquema imperante, simplemente le cortaban las alas. Y no había muchos “Juan Salvador Gaviota”, dispuestos a hacerlo. Por ello, que un profesor se saliera de las normas, rigurosas, academicistas, en que, por ejemplo, «la conducta» era calificada cada dos meses con una nota que te podría hacer perder el año, era inconcebible que, en el Castella, siendo un centro de enseñanza público, «ni siquiera hubiera una campana, que marcara el inicio y final de las clases», decían. Que don Arnoldo, «propiciaba el libertinaje entre sus estudiantes, que los estaba indisciplinando», agregaban. Que «eso debía ser corregido y ojalá, sancionado».

Y es que, para los que no conocían, ¡ni les interesaba!, el revolucionario modelo pedagógico desarrollado por don Arnoldo, junto a sus cómplices estudiantes, tal irrespeto a la autoridad del Ministerio de Educación Pública, “no debería permitirse”.

Resulta que, lo que sus incómodas autoridades no comprendían, era esa insistencia de   vincular las ciencias, las letras y las artes, en los programas de estudio del Conservatorio, con objetivos que el profesor Herrera, “cual, si estuviera en una isla”, quería que sus especiales estudiantes alcanzaran.

Mientras tanto, los jóvenes que estudiábamos en otras casas de enseñanza estatales, las lecciones de música se limitaban a cantar en grupo, un par de canciones españolas, y nada más, mientras en las clases de arte, no pasábamos de dibujar garabatos, que luego pintábamos torpemente, para después pasar a las clases de educación física, donde se nos enseñaba a marchar como soldados, dirigidos por un maestro, con vestido entero negro y corbata del mismo color. Sistema educativo que era salvado por las excelentes maestras y profesores, que cumplían con sus vocaciones responsablemente, en el aula en que aprovechábamos la mayor parte del tiempo.

En el Castella ¡la cosa era muy diferente!, pues bajo el liderazgo inteligente y amable de don Arnoldo, además de cumplir con más libertad con los deberes académicos, se formaban artistas en diversas disciplinas, como el canto, la ejecución de instrumentos musicales, el teatro, la escultura, la pintura, el teatro y la danza, complementados con el respeto a los más caros valores humanos y una gran dosis de imaginación.

Así que amigos, por lo resumido, Yadira y este servidor, además de «confabular» con Gracielita, pensábamos en cómo lograr sumar los votos de los distinguidos colegas del jurado, que, sabíamos, estaban salpicados, al menos, de ese sentimiento adverso al maestro. Y lo logramos, gracias a un diálogo franco y profusamente documentado de nuestra parte, por lo que una mañana muy cercana a la entrega del veredicto, se acordó otorgar el Premio Magón, al que, en un momento parecía destinado a nunca poder recibirlo. Para ello, se valoró, entre otros, su trayectoria ejemplar, como director de la Orquesta Sinfónica Nacional, así como en la gestión y promoción del canto lírico costarricense, que se le reconoce como forjador de la ópera nacional, todo complementado con la extraordinaria capacidad como docente y costarricense ejemplar.

Creemos que no ha habido una mayor muestra de cariño hacia el galardonado con el Premio Magón, como la que vivimos en el Teatro Melico Salazar, esa noche de 1991, en que, junto a otros premiados, recibiera su galardón. Visiblemente emocionado, en ese memorable acontecimiento, reafirmó su compromiso, de continuar defendiendo su pensamiento sobre la educación no formal, sobre la desdeñada cultura popular, y reiteró su ya demostrada de sobra, entrega total al pueblo costarricense.

Finalmente, comentábamos entre varios amigos, que después del Premio Nacional de Cultura Magón, merecía ser nombrado Benemérito de las Artes Patrias. Pero pasaban los años y parecía que no muchos diputados, por su juventud principalmente, estarían dispuestos a honrar a don Arnoldo Herrera González, con tan alta distinción. Pero, como tantas veces, otra vez nos equivocaríamos, y esta vez, para bien. Sorpresivamente, al escuchar la transmisión radial de la sesión del plenario legislativo, del martes 4 de junio de este 2024, nos llevamos la gratísima sorpresa, de que, con la excepción de un legislador oficialista, los señores diputados votando favorablemente, el proyecto que permitía nombrar a tan ilustre compatriota, fallecido hace 27 años, BENEMÉRITO DE LA PATRIA.