Daniel Lara
En el largo recorrido de la historia, en sus inicios y bien andado algún tiempo, el movimiento de los astros, de planetas, estrellas, meteoros y el sin fin de materia observable, motivaba las más distintas interpretaciones y explicaciones. Las religiones primitivas y no tan primitivas les adosaban a los fenómenos celestes causales de orden divino, ya fuera la voluntad de dioses vengativos o benévolos. La realidad empezó a eclipsarse desde entonces como cuando la luna se interpone ante la luminosidad del sol. La realidad eclipsada por lo mágico, por la fe y desde luego por los intereses de algunos sacerdotes o chamanes que sacaban provecho de su clarividencia y lograban poner a sus pies a esos otros humanos. A esos otros que Platón escenifico en su caverna, tributarios del engaño, víctimas ingenuas una razón exigua. La razón de entonces.
Por aquellos tiempos remotos los eclipses naturales se asumían gracias a las interpretaciones interesadas de voceros revestidos de poder. Otros fenómenos de la convivencia humana fueron ocultados o mimetizados. La esclavitud devino en voluntad de los dioses, la apropiación de las cosechas y del agua obedecía también a esos criterios, el poder de dar muerte a otros era bendición y se obtenían regalías y ascensos obedeciendo el mandato de lo construido simbólicamente.
Pasaron siglos, milenios, para que de a poco cayeran los velos y las personas salieran de la ignorancia inducida por el juego y fuego de la caverna. Salieron y lograron ver el sol, las cosas tal cual y las sombras que proyectaban. Empezaba a develarse el mito y fue surgiendo la ciencia, la astronomía, una racionalidad que disputaba la narrativa de los iluminados por la fe. Un buen día, gracias a lentes y mentes lúcidas se descubrieron las órbitas de nuestros elementos celestiales más cercanos: la luna, el sol, las estrellas, cometas y otras fuentes de luz. Se calcularon trayectorias, tiempos y recurrencias. Los navegantes y la agricultura se favorecieron de los nuevos conocimientos. Avanzamos un poquito, pero tan solo unos pasos. Surgirían nuevos eclipses, nuevos sacerdotes, nuevas explicaciones, otras mentiras y otras víctimas.
Las distintas verdades, construidas y sostenidas por privilegiados ordenaban el mundo, confiscaban el trabajo de todos haciendo del reparto algo también de orden divino. La ciencia explicó lo natural físico en un principio y de a poco metió narices en los fenómenos sociales. Se descubrieron cosas como la fetichización del mundo, el movimiento de la economía y el trabajo como fuente de la riqueza. Pero lo descubierto por las ciencias sociales permanece en buena medida eclipsado por la narrativa de los dioses que vigilan el mundo desde la cumbre de nuevas pirámides. Los nuevos sacerdotes, al igual que sus predecesores, hacen de lado el conocimiento y nos repiten hasta el cansancio que la pobreza y la desigualdad devine de la voluntad de cada quien. Es voluntad de dios que unos coman y otros subsistan. En todo caso su suerte es la suya porque los sacerdotes sin sotana de hoy ocultan un nosotros y magnifican un Yo. Los altares de hoy difieren en forma, ayer en montículos de piedra tallado, los de hoy desde oficinas lujosas con aires acondicionados y computadores que siguen el curso del divino mercado. Nos dicen hoy que la violencia delincuencial se combate con balas, cárcel y leyes draconianas. Su versión oscurece y logra tapar las causas de la violencia desbordada, televisada y manoseada. La desigualdad, la inmensa pobreza y la exclusión que sufren las mayorías son vilmente tergiversadas y tapadas por el engaño de una narrativa egoísta. El disfrute material y espiritual que les daría goce y libertad a muchos quedan ocultas por el paso del astro de la política perversa. El dios mercado y los ángeles de la competencia y el egoísmo están en los nuevos cielos.
Acontecen los eclipses por doquier, las aguas envenenadas de Fukushima vertidas a los océanos no son televisadas, la inversión de víctimas y victimarios en Palestina hacen de una cárcel a cielo abierto una tragedia que debería enlutar al mundo, pero triunfa la mentira de los países cómplices y poderosos. Nos dicen que el litio es la panacea y la superación de los hidrocarburos, otra mentira cruel, no nos dicen del agua para su proceso ni que se hará con los desperdicios. Algunos ganan y otros pierden en este nuevo eclipse tecnológico. Valen más las tetas de Megan Fox que las escuálidas mamas de una madre sudanesa o haitiana. Las bellas deseadas y las otras eclipsadas por el marketing y la promoción de todos los valores banales de una propuesta de sociedad asentada en la explotación, la crueldad y el consumo inútil de cuanta chuchería pueden inventar los dioses de las industrias. Salimos de unas cavernas y nos sumergieron en otras. Vemos proyectado un mundo y sufrimos otro.
Los eclipses de sol o de luna ocurren muy de vez en cuando, se dan en los tiempos del Universo que son mayores a los tiempos de nuestro efímero tránsito de vida. Sin embargo, los eclipses de la sociedad humana se suscitan todos los días, a toda hora, a cada minuto. En un instante millones sufren hambre, enfermedad, guerra y lo más trágico: indiferencia.
Es el mediodía de un catorce de octubre del año dos mil veintitrés, ha oscurecido, dejo la computadora y salgo a la calle, mis vecinos miran al cielo, ríen, se asombran y comentan entre ellos la maravilla celestial gracias a sus anteojos comprados en La Universal. A unos pasos un indigente escarba las bolsas de basura, pero nadie lo ve, el eclipse lo oculta. Las razones de hoy no alcanzan para decir que abandonamos para siempre la oscuridad de la caverna y sus imágenes proyectadas.
Imagen: UCR