Skip to main content

Etiqueta: Daniel Lara

La sociedad del espectáculo, la caída de los dioses de su olimpo y el nihilismo

Daniel Lara

Esta semana fue triste para el alma nacional al conocer la infausta noticia sobre el proceder de su héroe Navas. Me atrevo a pensar que la recepción de la noticia por parte de las mayorías tuvo más relevancia que el intento de Chaves por terminar con la Contraloría General de la República gracias a su referéndum bonapartista. Intento a la vez de Zapote por distraer la atención ciudadana sobre algo más importante: “La Armonización eléctrica Nacional”, en otras palabras la privatización del modelo eléctrico. El ICE permitió a lo largo de su existencia la cobertura eléctrica a lo largo y ancho del territorio nacional no importando la lejanía o pobreza de los habitantes de esos lares remotos. Las hienas privadas del sector aplauden la iniciativa y el mismo Miguel Ángel Rodríguez nos recuerda su intento fallido en el Combo de principios de siglo. El expresidiario expresidente es tan chavista como Milei es sionista.

Se imaginan que se difundiera con el mismo encono mediático que las pompis de Maribel Guardia son de gel, o que Zelensky es un adicto a la cocaína, o bien que Mr. Biden está más chocho que mi abuela. De Milei ya sabemos que habla con su perro muerto y su hermana con un fenicio de hace 1800 años. O bien que las reglas que rigen el Mundo – como las reglas del portero al contratar mano de obra – no son más que las reglas de Washington y no las reglas consensuadas a lo interno del seno de la ONU. Una ONU ya desgastada, inocua y maniatada por el Consejo de Seguridad.

Cuando se supo que el galán del cine Rock Hudson murió de sida, en virtud de su desconocida homosexualidad, tropeles de admiradores quedaron estupefactos; de la misma manera como si hoy corriera la noticia de la pérdida de la voz de Bad Bunny.

En un célebre ensayo Varga Llosa desnuda la banalización de la vida social gracias al espectáculo promovido por los medios de comunicación -no por ingenuidad sino por un cálculo de gestar nuevos circos romanos para embelesar y embrutecer a las mayorías- creando figuras heroicas bonitas por fuera pero construidas con el mismo barro con que Dios parió a la humanidad. Circo, mucho circo y muchos payasos mediáticos en los cuales deben centrarse los ojos de millones de personas. Mejor circo que reflexión, mejor charada que protesta.

Patear una bola o proferir graznidos en un escenario valen más que el trabajo de un científico o el texto de un buen literato. La banalidad del mal de Arendt podría extenderse a la perfidia del embrutecimiento de todos los colectivos. El dios Mercado construye íconos públicos para acumular muchos millones a sus gestores, asimismo heroínas y héroes como Shakira o Messi también llenan de alguito sus bolsillos. Dinero, circo y control ideológico para perpetuar un mundo basado en las reglas de la ignominiosa desigualdad. Gracias a los medios de comunicación, estos nuevos dioses y diosas exponen su vida íntima para atrapar a millones de personas, generar dinero y distraer la atención sobre los graves problemas que afronta la humanidad. Son como el soylent verde de la vieja película «Cuando el destino nos alcance«; bálsamos de ilusiones de vidas envidiadas e inalcanzables para las grandes masas. Son los “santos” modernos reverenciados en los atriles de la TV, las redes sociales y los pasquines que aun circulan.

Hoy Keylor lo destruyen los mismos medios que lo crearon, tan descartable como el mundo de mercancías que llenan de inmundicia el triste pedazo de tierra que tenemos. También la desgracia del coterráneo eleva los ratings de la televisión y los periodiquillos. Suben, permanecen un rato y los defenestran con facilidad. Vendrán otros Keilor’s, otros Bad Bunny’s, Karol G’s y cuanto payaso a sueldo coadyuven al status quo.

No es tema baladí el caso de Keylor Navas cuya aureola alimenta a jóvenes y en el mar de las desgracias patrias corre la suerte de paliativo chovinista que nos pretende colocar en la cima de los mundos. Redonda la bola, redondo el mundo y perfecto el cálculo esférico con que se crean estos prometeos modernos.

Si en los políticos ya no se cree, sí las iglesias devinieron en negocio de charlatanes y a las figuras de la farándula deportiva les llueve feo. ¿Entonces en cuáles valores puede creer el pueblo? ¿Qué nos puede alimentar para seguir adelante a pesar de los pesares? Pero el nihilismo que provoca un mundo caído en desgracia no lo cura ni el Pepto Bismol, a la suerte sucedáneo mercantil de una Alka Seltzer en la cual nos decían que sí se podía creer.

Pastores y curas pedófilos, tesis plagiadas por ministros europeos, banqueros rateros, doctores Fauci engatusadores, redes sociales tomadas por las mentiras de troles y de una IA embrutecedora, guerras que generan gruesos dividendos a consorcios como Boeing -no importa si los muertos son ucranianos- y para colmos una farándula desmerecida por sus acciones. El portero de marras no es más que otra víctima del mundo de las apariencias, una mercancía que se transa en millones, un deporte prostituido en el mismo seno de la FIFA.

El nihilismo como efecto de un mundo de gofio nos roba la esperanza y sin esperanza no se puede construir futuro. Toca construir un mundo real, sin ídolos de barro, sin becerros de oro y pompa, solo un mundo de personas de carne y hueso con las neuronas necesarias para liberarse de tanto circo y proveer de más pan a los que no tienen fama. Personas más empáticas, más sensibles a las necesidades de los otros, que le den contenido real a la propuesta religiosa del “amor al prójimo”.

ECLIPSES

Daniel Lara

En el largo recorrido de la historia, en sus inicios y bien andado algún tiempo, el movimiento de los astros, de planetas, estrellas, meteoros y el sin fin de materia observable, motivaba las más distintas interpretaciones y explicaciones. Las religiones primitivas y no tan primitivas les adosaban a los fenómenos celestes causales de orden divino, ya fuera la voluntad de dioses vengativos o benévolos. La realidad empezó a eclipsarse desde entonces como cuando la luna se interpone ante la luminosidad del sol. La realidad eclipsada por lo mágico, por la fe y desde luego por los intereses de algunos sacerdotes o chamanes que sacaban provecho de su clarividencia y lograban poner a sus pies a esos otros humanos. A esos otros que Platón escenifico en su caverna, tributarios del engaño, víctimas ingenuas una razón exigua. La razón de entonces.

Por aquellos tiempos remotos los eclipses naturales se asumían gracias a las interpretaciones interesadas de voceros revestidos de poder. Otros fenómenos de la convivencia humana fueron ocultados o mimetizados. La esclavitud devino en voluntad de los dioses, la apropiación de las cosechas y del agua obedecía también a esos criterios, el poder de dar muerte a otros era bendición y se obtenían regalías y ascensos obedeciendo el mandato de lo construido simbólicamente.

Pasaron siglos, milenios, para que de a poco cayeran los velos y las personas salieran de la ignorancia inducida por el juego y fuego de la caverna. Salieron y lograron ver el sol, las cosas tal cual y las sombras que proyectaban. Empezaba a develarse el mito y fue surgiendo la ciencia, la astronomía, una racionalidad que disputaba la narrativa de los iluminados por la fe. Un buen día, gracias a lentes y mentes lúcidas se descubrieron las órbitas de nuestros elementos celestiales más cercanos: la luna, el sol, las estrellas, cometas y otras fuentes de luz. Se calcularon trayectorias, tiempos y recurrencias. Los navegantes y la agricultura se favorecieron de los nuevos conocimientos. Avanzamos un poquito, pero tan solo unos pasos. Surgirían nuevos eclipses, nuevos sacerdotes, nuevas explicaciones, otras mentiras y otras víctimas.

Las distintas verdades, construidas y sostenidas por privilegiados ordenaban el mundo, confiscaban el trabajo de todos haciendo del reparto algo también de orden divino. La ciencia explicó lo natural físico en un principio y de a poco metió narices en los fenómenos sociales. Se descubrieron cosas como la fetichización del mundo, el movimiento de la economía y el trabajo como fuente de la riqueza. Pero lo descubierto por las ciencias sociales permanece en buena medida eclipsado por la narrativa de los dioses que vigilan el mundo desde la cumbre de nuevas pirámides. Los nuevos sacerdotes, al igual que sus predecesores, hacen de lado el conocimiento y nos repiten hasta el cansancio que la pobreza y la desigualdad devine de la voluntad de cada quien. Es voluntad de dios que unos coman y otros subsistan. En todo caso su suerte es la suya porque los sacerdotes sin sotana de hoy ocultan un nosotros y magnifican un Yo. Los altares de hoy difieren en forma, ayer en montículos de piedra tallado, los de hoy desde oficinas lujosas con aires acondicionados y computadores que siguen el curso del divino mercado. Nos dicen hoy que la violencia delincuencial se combate con balas, cárcel y leyes draconianas. Su versión oscurece y logra tapar las causas de la violencia desbordada, televisada y manoseada. La desigualdad, la inmensa pobreza y la exclusión que sufren las mayorías son vilmente tergiversadas y tapadas por el engaño de una narrativa egoísta. El disfrute material y espiritual que les daría goce y libertad a muchos quedan ocultas por el paso del astro de la política perversa. El dios mercado y los ángeles de la competencia y el egoísmo están en los nuevos cielos.

Acontecen los eclipses por doquier, las aguas envenenadas de Fukushima vertidas a los océanos no son televisadas, la inversión de víctimas y victimarios en Palestina hacen de una cárcel a cielo abierto una tragedia que debería enlutar al mundo, pero triunfa la mentira de los países cómplices y poderosos. Nos dicen que el litio es la panacea y la superación de los hidrocarburos, otra mentira cruel, no nos dicen del agua para su proceso ni que se hará con los desperdicios. Algunos ganan y otros pierden en este nuevo eclipse tecnológico. Valen más las tetas de Megan Fox que las escuálidas mamas de una madre sudanesa o haitiana. Las bellas deseadas y las otras eclipsadas por el marketing y la promoción de todos los valores banales de una propuesta de sociedad asentada en la explotación, la crueldad y el consumo inútil de cuanta chuchería pueden inventar los dioses de las industrias.  Salimos de unas cavernas y nos sumergieron en otras. Vemos proyectado un mundo y sufrimos otro.

Los eclipses de sol o de luna ocurren muy de vez en cuando, se dan en los tiempos del Universo que son mayores a los tiempos de nuestro efímero tránsito de vida. Sin embargo, los eclipses de la sociedad humana se suscitan todos los días, a toda hora, a cada minuto. En un instante millones sufren hambre, enfermedad, guerra y lo más trágico: indiferencia.

Es el mediodía de un catorce de octubre del año dos mil veintitrés, ha oscurecido, dejo la computadora y salgo a la calle, mis vecinos miran al cielo, ríen, se asombran y comentan entre ellos la maravilla celestial gracias a sus anteojos comprados en La Universal. A unos pasos un indigente escarba las bolsas de basura, pero nadie lo ve, el eclipse lo oculta. Las razones de hoy no alcanzan para decir que abandonamos para siempre la oscuridad de la caverna y sus imágenes proyectadas.

Imagen: UCR

OPPENHEIMER

Daniel Lara

Quien esté libre de pecado alguno que lance la primera piedra.
Siempre será más fácil juzgar que la disposición de comprender.
Yo soy si tu eres.

El 20 de julio se estrenó a nivel mundial la última película de Christopher Nolan. En Costa Rica se exhibe en el Cine Magaly y desde semanas atrás se había creado una gran expectativa sobre este primer acercamiento biográfico, por parte del guionista, productor y director inglés-norteamericano sobre Robert Oppenheimer, físico cocreador de la primera bomba atómica. Trinity, así fue bautizada la criatura atómica, el primer engendro de muerte de dimensiones apocalípticas que abriría la carrera armamentística que ha puesto al mundo entero en vilo desde entonces. Las fechas coinciden en el mes de julio, tanto del estreno de la obra de Nolan como de la primera explosión de prueba, un día 16 de julio de 1945 en Nuevo México, en el suroeste de los EEUU.

Pocos días después, el 6 y 9 de agosto de 1945, se bombardearían, con hermanas de Trinity, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón, en el Imperio del Sol Naciente, causando la muerte de cerca de un cuarto de millón de personas, civiles, niños, ancianos, gente común como usted y yo. Ha sido hasta la fecha la única vez que se ha utilizado el arma atómica. Un acto de terrorismo de estado injustificado desde todo punto de vista, tanto moral como militar. Recién la Alemania nazi había sido vencida y Japón se encontraba en los estertores de su derrota. Harry Truman, a la fecha presidente de los EEUU, fue el responsable superior político que dio luz verde a la detonación genocida. Hasta el presente los anglosajones americanos se han negado a pedir disculpas al pueblo japonés por el error y el horror cometido. Más bien los mismos genocidas de antaño ahora empujan a Japón hacia una confrontación con China, copatrocinada por la OTAN. Algo lejos está el Atlántico Norte de Japón, pero así son los intereses estúpidos de la geopolítica unipolar. Nuevamente y setenta y ocho años después Hiroshima se blande la posibilidad del uso del arma nuclear. Sí, nuclear y de hidrógeno para peores. De suceder ya no habrá ningún Nolan, ningún actor ni nadie en el planeta que pueda reflexionar sobre lo que hicimos. De momento nos ofrecen el edulcorado Barbie como si no pasara nada y todo fuera banalidad rosa.

Como antecedentes a los dos hongos atómicos asesinos sobre Japón, se había producido el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde, también injustificado e innecesario desde el estricto juicio militar. Dresde ardió los días 13 y 15 de febrero del mismo año cuando la derrota de Hitler era inminente. Ingleses y norteamericanos descargaron miles de toneladas de bombas sobre una ciudad que no tenía ninguna importancia estratégica matando a más de 40 mil civiles desarmados. Churchill, el viejo gordo, borracho y fumador empedernido, había provocado en 1943 la hambruna en India, a la sazón colonia del Imperio del wiski, borrando de la faz de la tierra a más de dos millones de sus habitantes. Los nazis fueron unos asesinos despiadados, los japoneses también hicieron horrores en China, en Corea y en países cercanos. Los anglosajones de ambos lados del Atlántico los emularon, solamente que la historia la escribieron ellos como ganadores y la manipulación les lavo un poco la cara.

Nolan nos ha traído esta joya fílmica y tiene a su haber una saga de más de quince producciones. Dunkerque, es por su género, la más cercana y las anteriores cintas se enfilan en rasgos que tocan la distopía y las valoraciones de orden moral. Oppenheimer es su primer trabajo que se acerca a lo que se da en llamar un biopic, algo así como una cartografía de un personaje de la historia. Impresiona la habilidad narrativa y el sostenimiento dramático que logra mantener viva la atención a lo largo de los 180 minutos de metraje, acompañada de un elenco de lujo además de la propia excelente actuación de Cillian Murphy. Acompañan al irlandés de 47 años, músico también, actores como Kenneth Branagh, Emily Blunt, Rami Malek, Robert Downey Jr., Matt Demon, Gary Oldman, en fin gente probada y laureada por sus trabajos anteriores. Nolan se ha lucido en el tratamiento de la historia basada en la investigación sobre Oppenheimer, “American Prometheus”, una biografía de Oppenheimer escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin. Christopher Nolan echa mano, como en anteriores trabajos, a una narración no lineal, los flashbacks y el intercalado en blanco y negro suman para darle mayor verosimilitud y cercanía a la historia que nos vende con summa maestría.

Oppenheimer fue un ffísico teórico norteamericano, hijo de migrantes judíos alemanes adinerados, que tuvo en suerte una materia gris privilegiada logrando estudiar en las mejores universidades de su país y de Europa. Se codeó con los mejores físicos de su época, Einstein, Heisenberg, Bohr, Lawrence, Fermi y otros destacados académicos e investigadores. Además de la física teórica mantuvo intereses diversos en literatura, arte, política y se defendía como políglota. Le acompañó un espíritu abierto a los diversos saberes y la mecánica cuántica – estar y no estar en más de un lugar a la vez – parecía que también le animaba en sus disquisiciones morales y juicios éticos. Enamorado de dos mujeres a la vez, algo ególatra pero también empático, determinado y obstinado en su trabajo, pero débil en su propia defensa cuando le acusaron falsamente. Patriota norteamericano convencido, al calor de la Segunda Guerra Mundial, preocupado por el adelanto nazi en la investigación física que posibilitaría a Hitler poseer primero el arma atómica. Pero también algo iluso y cándido como Alfred Nobel con su dinamita. Ambos creyeron que el poder de sus invenciones conllevaría a la contención de la paz y al no uso de tan mortíferas posibilidades de exterminio. Erró Oppenheimer, luego de la fisión atómica nos sobrevino la fusión, algo así como sentar un cilindro de gas en el fogón de la abuela. Para matar la creatividad y la imaginación parecieran infinitas. Hoy día el mundo alberga una cifra de 12,700 ojivas nucleares, sucedáneas de Trinity, suficientes para quemar por completo el mundo entero varias veces. No es tema baladí, importa, y mucho.

Activista pacifista luego del horror de Hiroshima y Nagasaki, fue perseguido, acusado y humillado por personajes siniestros como Edgar Hoover, director del FBI y del Senador MacCarthy, incendiarios anticomunistas de la Guerra Fría que pusieron a muchos como Charles Chaplin contra la espada y la pared o haciendo maletas al exilio vergonzoso.

La historia de Oppenheimer bajo la lupa de Christopher Nolan tiene la virtud de llamarnos a la reflexión, no solo sobre la guerra, las armas atómicas y la destrucción masiva del mono sapiens. Es un campanazo brutal sobre el cómo proceder en la vida, ya sea como físico, como político o como el más simple y común de los habitantes pensantes de esta Tierra adolorida.

¿Quién no ha tomado una decisión en la vida que no haya comprometido la paz, la integridad, la tranquilidad, la salud, la buena estima de otra u otras personas? ¿Quién no se ha equivocado nunca con sus juicios creyéndose impoluto o al menos actuando de buena fe?

Max Weber, un brillante sociólogo y pensador, nos ofreció en su trabajo El científico y el político una aguda reflexión sobre los linderos y coincidencias de las acciones y omisiones del quehacer de las personas que se dedican a la ciencia y a la política. Ambos tienen una cuota de responsabilidad sobre lo que hacen por las consecuencias de sus descubrimientos y acciones que modifican para bien o para mal la vida de sus pares. Hoy el debate se centra sobre los peligros de la inteligencia artificial, de igual manera tenemos la papa caliente de las modificaciones e intromisiones genéticas, la misilística nuclear augura el Armagedón, el desarrollo científico técnico inundó el mundo de basura y ha destruido de manera irreparable la biodiversidad, ha provocado el cambio climático y como nunca antes esta fase histórica, bautizada como el Antropoceno, nos pone al borde de la desaparición como especie, llevándonos entre las patas todas las otras formas de vida. ¿Y el político? El político no se queda atrás. Truman, ejemplo, recreado por Nolan e interpretado por Gary Oldman es uno de los tantos miserables que han segado la vida de millones inocentes. En la Casa Blanca, en la escena en la que recibe en su despacho a Oppenheimer, Harry saca su pañuelo para que se enjugue las lágrimas el llorón del físico, se ufana el Presi de haber tomado la decisión de asesinar a un cuarto de millón de almas. Cuántos políticos no han conducido a sus pueblos y a otros pueblos allende sus fronteras a las hambrunas, a la miseria, a la inequidad y a la muerte en nombre del poder que ostentan. ¿Dónde queda la responsabilidad de sus acciones? ¿Quiénes pagan los platos rotos? ¿Basta el juicio histórico? ¿Hemos aprendido la lección?

Soy la muerte, el destructor de mundos… así se reconoce el propio Robert Oppenheimer y así deberíamos asumir la responsabilidad sobre nuestros actos, a la escala que sea, privada o pública, por cuanto seres sociales, los otros también nos deben importar. Hace pocos días nos dejó un brillante pensador, Franz Hinkelammert, alemán asentado en Costa Rica desde los años setenta, y entre sus advertencias teológicas, filosóficas y éticas nos resumía el asunto en: yo soy si tu eres.

Las reacciones en cadena de los balances entre partículas atómicas tienen su corolario en las relaciones entre las distintas personas que habitamos el planeta tierra, todo se conecta, todo tiene consecuencias y nadie queda indemne.

Robert Oppenheimer y su tortura por lo que hizo tiene dentro del mismo episodio histórico otra alma atormentada. Claude Eatherly, el piloto del bombardero Boing B-29 bautizado como Enola Gay, con su acción Claude abrió el vientre de donde saltó la bomba que cocinó a miles de japoneses. La cadena de relaciones vincula a Oppenheimer con Eatherly.

El piloto y su asalto ético provocó que le confinaran como loco, lo trataron tan mal como hicieran con el físico de la película de Nolan. Bien merece otra película este otro antihéroe que supo recibir la solidaridad epistolar del filósofo Gunther Anders. Precisamente G. Anders es de los primeros en reflexionar sobre el giro histórico que representa para la humanidad el tener la capacidad técnica de terminar con la vida y el planeta Tierra por completo. Luego del 16 de julio de 1945 la política y su extensión la guerra nos conmina a reflexionar y actuar. De ahí las responsabilidades de nuestros actos sobre la vida de los otros.

Oppenheimer, Eatherly, Snowden, y pilotos de los drones actuales pueden sufrir por sus actos mientras otros reciben medallas y suben al altar del patrioterismo.

Einstein, el genio de la relatividad advirtió a Oppenheimer: primero te utilizan y luego te desechan.

Los ciento ochenta minutos valen mucho la pena, tal vez a usted le haga tan bien como a mí. Puede sugerirle a su vecino que no saque la basura el día que no pasa el camión de la municipalidad. Sus actos tienen consecuencias. No se la pierda.

BEAU tiene miedo

Daniel Lara

No solo Beau tiene miedo, la sociedad estadounidense cruje entre el miedo y el odio. El mundo entero es una olla de grillos exaltados de miedo, odio, incomunicación, guerra, drogas, destrucción del hábitat y otra miríada de males. ¿Cómo no vamos a experimentar miedo todos los días ante un medio tan hostil? ¿Alguien puede sentirse exento de amenaza? ¿Qué provoca vivir con miedo? ¿Se beneficia alguien de los miedos de los otros?

Como si no fuera suficiente el miedo generado por los noticieros televisos de muchas partes del mundo, incluyendo los de la arcadia terrenal costarricense, este cinéfilo se contuvo por tres horas entre la pantalla y sus divertículos inflamados.  No es un cine que me atraiga y este comentario surge de la sorpresa que me provocó. Clasificada por la crítica como otra producción más de terror, género que al parecer motiva las dos anteriores obras de Aster, esta vez, con el pobre Beau, destila un surrealismo hiperbólico.

El miedo y su utilización es cosa tan vieja como nuestra presencia en la Tierra. Vivir con miedo nos aísla, nos encierra, entorpece la empatía y el buen juicio, no nos permite como individuos o como sociedad encontrar salida a los problemas. El miedo es el neurotóxico del animal ponzoñoso que nos devora sin que nos permita ninguna defensa. Lo utilizan los particulares en sus relaciones personales, los delincuentes, los políticos, las empresas y los estados.

Bien sabemos que el recurso del miedo es un instrumento de la biopolítica y que su uso faculta la entronización de prácticas económicas de extracción de riquezas mientras los despojados sudan de pavor. El cine como herramienta cultural de masas coadyuva en el estado de ánimo social necesario para que algunos se aprovechen y las mayorías tornen en esclavos sin cadenas. La necropolítica en el cine devino en negocio y en artimaña de dominio.

Estados Unidos y su cine tiemblan siempre de miedo, ya sea con los comunistas, los terremotos, los incendios en las torres, las plagas, los extraterrestres, los terroristas, los sicópatas, los carteles de la droga, los fantasmas. El miedo es una constante y el miedo deja réditos de taquilla y políticos también. Pero sí ésta fue la intención de Aster el tiro le salió por la culata, al menos esa es mi lectura.

Desconozco la intención última de Aster con esta obra, pero más allá de la exploración de las relaciones conflictivas entre padres e hijos – en este particular caso la tragedia afectiva entre una madre y su hijo (el laureado Joaquín Phoenix protagoniza magistralmente al hijo de una madre entre comillas) la tragicomedia rebasa lo íntimo y trasciende a lo social.

La historia: un hombre de mediana edad bajo tratamiento psiquiátrico emprende un viaje para reunirse con su madre y en el interin le suceden una serie de acontecimientos traumáticos – como sí ya no tuviera suficiente con la ansiedad que le genera el encuentro materno y los fantasmas horribles de su infancia y posteriores etapas de su vida – que, queriéndolo o no, nos revelan aspectos de la sociedad de las hamburguesas, de las balas y los miedos. Su viaje es a la vez un viaje por los intersticios sociales de una república que es cada vez menos pública y más mercancía.

Ese recorrido del protagonista por los escenarios de una sociedad también enferma causó mi sorpresa. Del terror estúpido a la reflexión sociológica no se pasa indiferente. Intencionadamente, o por mera serendipia, el guion de Aster revela los aspectos más reveladores de una sociedad putrefacta por el miedo, el odio, las armas utilizadas por doquier y en manos de cualquier fulano, las drogas – las lícitas y las que todavía no lo son – la violencia indiscriminada, la suciedad de las calles ocultas de las grandes ciudades, las gentes pobres ayunas de todo, la hipocresía sostenida  de un mundo feliz de cosas, el militarismo intervencionista urbi et orbi, la depresión de no solo de Beau sino de cientos de miles de personas, la estafa de psiquiatras y farmacéuticas, y la despampanante desigualdad social. El terror es reconocer la realidad de esa mítica tierra de oportunidades.

Beau vive en un barrio de mierda, en un edificio espantoso rodeado de todas las violencias imaginables, en contraste su madre ostenta una mansión que se la desearía la señora de la constructora Solís. En medio, la clase media, ese colchón que se desinfla cada vez más y que igualmente sufre de miedos, a los otros y a perder los chunches que atiborran su vida. Todos, en todos los estratos socioeconómicos, experimentan miedo, a la soledad, a la falta de comunicación asertiva con su prole, con sus vecinos, con sus propios fantasmas.

El estilo narrativo recurre a la estrategia surrealista y la misma rima muy bien con el surrealismo de la primera potencia mundial y su desgracia, la esquizofrenia de imaginar un un mundo ideal y la realidad de un basurero humano. Beau es muchas cosas a la vez y la suerte de su comprensión como espectador– tanto la del personaje como la de la sociedad en la que le toca mal vivir- pasa por abstraerse del ruido provocado por imágenes y situaciones atropelladas e inesperadas.

El cierre entre el mal o el bien, entre la madre y el hijo, entre los estadounidenses y su patria, no está claro, cada quien leerá con sus prenociones y prejuicios un desenlace a su gusto o capacidad de análisis. Joaquín Phoenix, el Jocker, el actor reconocido, vuelve a demostrar sus capacidades.

Guion, producción y dirección: Ari Aster

2023 / 179 minutos

Sala Magaly

CLOSE

Daniel Lara

Existe una amplia variedad de géneros y temáticas dentro del vasto mundo del cine, los hay de mero entretenimiento, en su mayoría de pésima calidad formal y muy escasa esencia constructiva, lastimosamente es el más extendido en las salas de cine y en las versiones actuales de streaming. A veces tenemos la suerte de encontrar verdaderas joyas que recrean algún pasaje histórico con rigor, sobre la vida de gentes, ya sean notables, desdichados o de viles seres humanos. Pero pocas veces asistimos a historias de ficción que logran recrear con suma maestría los más profundos intersticios del alma humana y de sus relaciones con otros seres humanos.

CLOSE es una obra de arte, muy fina y cuidadosa en el tratamiento de los sentimientos que se destilan en su metraje. Versa sobre los afectos, el amor, la amistad, los prejuicios sociales y la responsabilidad de nuestros actos cuando afectan a los otros, a los amigos, al ser amado, a nuestros hijos o progenitores. La ruptura de los vínculos que amalgaman corazones y sus efectos sobre el alma, la culpa, el remordimiento y su superación no siempre fácil. Un film centrado en lo humano, alejado del mundo artificioso de las cosas, las cosas que nos dominan y parece que cobran vida propia. Aquí lo propio es la existencia de lo que nos distingue como personas que sienten, aman y sufren. Nada de extraterrestres y robots que tanto dinero atraen en las taquillas.

Leo y Remi, los protagonistas de CLOSE, son dos niños que comulgan sueños, juegos, travesuras y que habitan en algún lugar de la campiña belga contemporánea. Sus familias respectivas son testigos del amor infantil que se prodigan ambos chicos, a veces duermen juntos en casa de uno o de otro. La transparencia de su afecto y complicidad está magistralmente captada por la cámara en sus miradas. CLOSE es una bella y trágica historia construida con las miradas de los protagonistas. Los primerísimos planos permiten, gracias a las miradas, adentrarnos en la profundidad de los sentimientos que se destilan; es imposible para el espectador, al menos sí le asisten mínimos de sensibilidad, no lograr empatía con el drama que está en juego. Nuestros ojos y nuestras miradas logran decir muchas veces lo que la palabra ausente, contenida o gritada no logra. El alma tiene su ventana en los ojos y la palabra la ratifica. Ambos recursos, el ojo y los labios, nos permiten comunicarnos y cuando no nos vemos y no nos hablamos perdemos humanidad, humanidad de la buena, de la que construye y nos religa en comunidad.

Los niños Leo y Remi terminan su escuela primaria y entran juntos desde el primer día a una secundaria en donde no conocen a nadie y también desde los primeros días son sacrificados en el altar de la heteronormatividad. Son los otros niños y niñas los juzgadores de su entrañable amistad. Calificados de homosexuales por su cercanía amorosa límpida y transparente sufren el acoso despiadado de sus otros coetáneos. Leo impactado por la discriminación ad portas recula de su relación con Remi y hace esfuerzos impostados por parecerse a los otros chicos “iguales”. Ahí empieza el drama, el dolor de la separación, la falta de comunicación entre ellos y la profunda depresión de Remi que lo lleva al suicidio. El suicidio como paliativo del dolor ante la perdida del otro amado. Las miradas toman otro color, son esquivas y la palabra queda muda. Un nudo en la garganta y un silencio sepulcral en la sala. Fue imposible para mí contener el que mis ojos parecieran tubos de agua rotos.

El afecto y el amor entre los contrayentes, sean niños o no lo sean, no conocen de planes preconcebidos, no distingue edades ni colores de piel, sexos o géneros. Simplemente se da o no se da el encuentro. Pero cuando se rompen los vínculos sufre los que se van y los que se quedan. Y siempre habrá otros que juzguen y condenen a los implicados amorosamente, tal vez por su misma incapacidad de darse y fluir libremente. Atados a la norma social, al dictado religioso, de clase social u otros malditos e inútiles diques que nos descalifican como animales supuestamente superiores. Vivir sin dar amor es estar muertos, zombies entre cosas. Así son condenados los niños Leo y Remi y así pareciera el derrotero de nuestro desgraciado mundo que se debate entre guerras, desigualdades y destrucción del ser que más deberíamos amar: la Tierra.

La fotografía, el manejo de cámara, la edición y las actuaciones son soberbias. Gracias a la Sala Magaly y a su bien atinada curaduría tenemos el privilegio de ver obras como CLOSE y recientemente el ESPIRITU DE LAS ISLAS que también comparte el tema de la separación de dos amigos adultos. En ambas la palabra mutilada conlleva a la tragedia. Ninguna reconocida por la banalidad frecuente de Hollywood.

CLOSE (2022)

Bélgica

Dirección y guion de Lukas Dhont