El gol más bello

Hernán Alvarado

En el 2018, como parte de las actividades promocionales del mundial de Rusia, la FIFA organizó un concurso para determinar el gol más bello de las Copas del Mundo. La grata sorpresa fue que resultó ser uno de Manuel Negrete, de la selección mexicana, anotado a Bulgaria en un partido del 15 de junio de 1986, ante más de 110 000 personas que asistieron al Estadio Azteca [1]. Esto según una encuesta en redes sociales, en la que votaron 23000 personas, entre goles de Pelé, Maradona, Platini, Denis Bergkamp, James Rodríguez y otros.

Cabe comentar que un juicio de apreciación como ese no es posible para un criterio experto, porque los goles son en realidad incomparables; cada uno es una joya que tuvo su momento y esplendor. ¿Qué medida o criterio común permitiría introducir un juicio estético para sopesar dos o más goles? ¿No sería como determinar si un cuadro de Pablo Picasso es más bello que otro de Salvador Dalí? La FIFA solo estableció la preferencia de los aficionados, lo que pareció incontrovertible, por ser la sumatoria de tantas elecciones subjetivas. Pero es un hallazgo que, en sentido estricto, no es falseable, ni criticable. Por eso, habrá siempre quien pueda decir, simplemente, no opino igual. Lo que no restaría mérito al logro que mantiene a Manolo viendo diariamente su gran hazaña, aunque modera su entusiasmo.

La selección mexicana estaba dirigida entonces por el servio Bora Milutinovic, quien en su primer mundial llevó a México hasta cuartos de final [2]. Del otro lado, Bulgaria estaba en manos de Ivan Vutsov (1939-2019). México jugaba en casa y practicaba un 4-4-2. Bora apenas lo retocó, al minuto 79, cambiando un mediocampista por otro. Bulgaria hizo un planteamiento más conservador (4-5-1), reforzó así su media cancha confiando en el contraataque. En el minuto 59, viendo que su discurso de medio tiempo no fructificaba, Vutsov cambió un medio por otro. Pero ante el segundo gol de México, realizado dos minutos después por Raul Servín (17), cambia de sistema, metiendo un medio por un delantero, pasando así a un 4-4-2. Pero ninguno surtió el efecto buscado y el partido quedó 2 a 0 a favor de los aztecas [3].

Ese es el contexto del gol más bello, cuando los aztecas buscaban con ahínco la senda del primer gol, justo cuando Manuel Negrete (22) logra bajar, al minuto 34, un pase de Rafael Amador (18), de manera elegante y precisa, con el empeine izquierdo y en dos tiempos; maniobra técnicamente dificilísima. Así se origina el golazo. Enseguida se apoya en Javier Aguirre (13), en los linderos del área de penal, aprovechando un rápido rebote de la pelota. La genialidad está en que Javier la devuelve de pared para que Negrete ejecute de inmediato su soberbia tijereta de remate cruzado.

Lo asombroso de ese gol proviene, en primer lugar, como cualquier otro, del virtuosismo técnico y de la emoción del logro; pero ambas cosas magnificadas por la expectación que provocara la larga serie de pases previos; más el dichoso azar de un rechazo que hiciera la defensa búlgara, ante otra tentativa de Hugo Sánchez (9), que le llegara dócil a Amador. No obstante, más específicamente se debe a que combina dos técnicas muy apreciadas en el mundo balompédico: la pared y la tijereta. La primera es, en su maravillosa sencillez, una de las jugadas de coordinación en pareja más efectivas pero también más difíciles de conseguir, y en este caso es con bola en el aire. Por su lado, la tijereta tiene el encanto de ser una jugada tan contundente como espectacular. Y aquella fue un latigazo -sin obviar que el látigo es un instrumento de ingrata memoria para casi todos nosotros, nietos como somos de esclavos-. Un gol levanta hasta un muerto y aquel fue relampagueante.

Por su parte, Borislav Mikhailov (1) se mantenía atento a la jugada, a un paso del centro del marco. Desde ahí se lanzó tras aquel bólido que se le coló próximo al palo izquierdo; bola que solo se hubiera podido desviar, dado el efecto hipnótico, esperando el remate medio metro más adelante. ¿Efecto hipnótico? El de un cerebro impactado por la sorpresa, cautivado por el mismo movimiento, lo que retarda una milésima de segundo la reacción necesaria para interceptar el fatídico vector. Así es como la belleza condesciende con la eficacia del remate.

Hay que mencionar que Borislav pasaba en aquel momento por una cumbre de actuación; había hecho ya un primer tiempo excepcional organizando una férrea defensa y saliendo de sus áreas cuántas veces había sido necesario. Minutos antes había frustrado un remate de corta distancia, protagonizado nada menos que por el infalible Hugo Sánchez, quien había bajado de pecho una bola para quedarse solo ante él, en las proximidades del punto de penal. Así que la actuación del guardameta también engalanó el lance pródigo de Negrete, quien jugaba aquel partido con casta de gigante (y la lengua afuera). Nada extraño bajo la dirección de Bora Milutinovic, artífice del delicado oficio de la motivación.

 

Imagen principal por Saúl Morales, tomada de LatinUs.
Fuente principal: https://gazeta.gt/el-gol-mas-bello/