Luis Paulino Vargas Solís
Recientemente hubo un atentado a balazos, en un bar LGBTIQ en Colorado Springs, una ciudad, en el centro-este de Colorado, Estados Unidos. Murieron cinco personas muy jóvenes, y otras 17 fueron heridas. Pudieron morir 20, 30 o más. Era un bar, un sitio cerrado donde el asesino pudo haber provocado una carnicería similar a la ocurrida en Pulse, la disco LGBTIQ situada en Orlando (Florida), cuando, en junio 2016, murieron 49 personas y 53 fueron heridas. Si en esta ocasión “solo” murieron cinco, es porque había un veterano de guerra que, seguramente familiarizado con situaciones extremas, desarmó al tipo y, con la colaboración de una Drag que formaba parte del show de esa noche, terminaron de someterlo.
Cuando el padre del asesino fue comunicado de la situación, su reacción fue de perplejidad y disgusto: “¿Cómo? ¿Mi hijo es gay? ¡No puede ser! ¡No puede ser!”. Cuando le aclararon que su hijo llegó a ese sitio dispuesto a matar a quienes se le pusieran por delante, el hombre respiro tranquilo “¡Qué salvada!”. Si no lo dijo, fue lo que pensó. O sea: este “padre” prefiere tener un hijo que sea asesino en masa, antes que homosexual.
Entretanto, en Rusia, Putin hace pasar legislación que endurece aún más la represiva normativa aprobada en 2013. En la Duma, o cámara baja, ya fue aprobada con 397 votos a favor y ninguno en contra. La prohibición es total: absolutamente nada que pueda sugerir ningún rasgo positivo sobre las personas y colectivos sexualmente diversos está permitido. Y ello vale para el sistema educativo, la publicidad, la prensa, las redes en Internet, cualquier bien o servicio en venta, las calles y parques. Lo que sea. Equiparado a promover la violencia religiosa o racial, es penalizado con igual severidad.
Según el periódico inglés The Guardian, desde que, en 2010, la FIFA concedió a Qatar la sede de la Copa Mundial 2022, han muerto al menos 6.500 trabajadores migrantes, provenientes principalmente de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka. Recopilada de fuentes oficiales, The Guardian estima que seguramente la cifra real es mayor. Pero, además, en Qatar a las mujeres se les niegan todos sus derechos, y la homosexualidad está legalmente proscrita. Para un chico gay musulmán, ser lo que es, puede significar hasta 7 años de cárcel, lo que no es tanto, si recordamos que, en otros países del entorno qatarí, sería enviado a la horca.
Eso es Qatar 2022 ¿Qué han dicho la dirigencia deportiva tica, los muchachos de “la sele”, el técnico, la prensa deportiva costarricense sobre eso? Nada. Rige un vergonzoso y cobarde pacto de silencio.