La urgencia del arte interdisciplinar para respirar, sanar y trascender

Marcelo Valverde Morales. Académico Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA-UNA)

Un precedente

Tendría 17 años cuando vi una de las obras que más marcaría mi vida. Se trató de un monólogo de Alfredo Catania sobre el libro “La Hoja de Aire” de Joaquín Gutiérrez. La forma magistral en que “Pato” interpretó la historia me conmovió al punto de cambiar mi forma de entender mi propio lugar en el mundo. Se trató en esa ocasión de un reconocimiento de mi propio sentido, efímero y al mismo tiempo mágico, pero sobre todo humano.

El Silencio: Soy como el Agua que se Derrama

“El Silencio: Soy como el agua que se derrama” es la más reciente instalación del artista costarricense Rafael Ottón Solís, obra fundamental en la exhibición “El hilo vibrante” del Museo del Banco Central de Costa Rica. Ottón cuenta con un reconocimiento amplio, no solamente por su calidad profesional, sino además por su personalidad sensible, dotada de una naturalidad estética impresionante. Sus obras han sido parte de exposiciones en otros países de América Latina e incluso una de ellas dotó de sentido la “III Cumbre de la CELAC”, realizada en Costa Rica en el 2015.

La instalación se encuentra en el centro de la Plaza de la Cultura, pleno corazón de San José, y se fundamenta en un dialogo entre la cosmovisión judeocristiana y la cosmovisión precolombina. Estrechando un vínculo simbólico entre la pasión de Jesucristo y la agonía del planeta. De manera que se trata de una obra con sentido ambiental y espiritual. Literalmente un altar que evoca la inspiración que lugares como el Monumento Nacional Guayabo brindan al autor.

Es de esperar que la instalación haya interpelado a los miles de personas que transitan la capital, dando como resultado impresiones de todo tipo. Una de estas personas hizo viral un video semanas atrás (en redes sociales toda violencia tiene espacio), en el cual repudiaba la instalación, reproduciendo un discurso violento donde acusaba de banal e innecesaria la obra. Sin la menor profundidad en su reflexión, se refirió de forma despreciativa al trabajo de Ottón.

Esta acción, en lo personal, me hizo sentir profundamente indignado, no solamente por el irrespeto a la trayectoria y la talla de Ottón, sino además por una afrenta que interpeló mis propios sentimientos, pues debo confesar que la instalación tocó mis fibras más profundas al verla imponente y al mismo tiempo sigilosa en un lugar tan cotidiano para quienes frecuentamos la capital.

Días después tuve la oportunidad de escuchar a Ottón en Radio Universidad de Costa Rica, refiriéndose al tema con una ecuanimidad y una lucidez que me hizo sentir invitado a cultivar en mí mismo su sensibilidad. Conocedor de que toda gran obra genera las más diversas reaccionas en las personas, comentó sobre la manera en que otras de sus obras han invitado a las personas a involucrarse en la instalación. Por ejemplo, la ocasión en la que niños se sumergieron en el maíz de una de sus obras para jugar, una imagen sobre todo poética.

La más reciente iniciativa del Museo en relación con la obra ha sido la realización de talleres, donde se invita a niños a intervenir pintando las piedras que componen la instalación. Una respuesta de altura y espíritu, a la violencia que de forma impune y muchas veces oculta, se reproduce en la virtualidad.

Trama y Urdimbre

El pasado fin de semana, del viernes 16 al domingo 18 de septiembre se presentó por segunda vez, en esta ocasión en el Centro para las Artes de la Universidad Nacional, la obra “Trama y Urdimbre”, producida e interpretada por Amalia Guadrón, Mónica Alvarado y Fátima Montero. La emoción sincera, que bajo tres árboles con “barbas de viejo”, me produjo este trabajo, me evocó algunas reflexiones.

La primera de ellas es sobre la impresionante capacidad profesional que tres mujeres jóvenes demuestran. Tanto en la conceptualización, como en la estructura y la ejecución. Dando como resultado del trabajo, un producto artístico de altísima calidad estética y sociocultural. Este punto en particular enorgullece a quienes formamos parte de la UNA, universidad de la que son graduadas las gestoras de la obra. Pero sobre todo nos llama la atención sobre la importancia de dar a las artistas jóvenes el valor que como profesionales se merecen. En este caso, a mi criterio, se trata de un valor estelar.

Con relación a su contenido. “Trama y Urdimbre” plantea con una enorme ternura la sanación intergeneracional de las mujeres. Abuelas, madres e hijas. Las cuales encuentran en sus historias de vida patrones en común, entrelazados a partir de las violencias, las resistencias, los sentimientos y la propia trascendencia espiritual. Todo esto dentro una cultura patriarcal que impone multidimensionalmente un “sentido común” que ha vulnerabilizado a las mujeres en todos los ámbitos de su vida. Dotando a los hombres al mismo tiempo de privilegios monolíticos y naturalizados.

El sentir para los hombres que salimos del teatro fue de ruptura. La interpelación a mano tendida para revisar no solo nuestros privilegios, sino además las cadenas de violencia que reproducimos, de igual manera en una expresión intergeneracional.

A partir de esto “Trama y Urdimbre” nos lleva como hombres a preguntarnos ¿Conocemos a profundidad las violencias que abuelos y padres ejercieron a las mujeres en nuestras familias? ¿Somos cómplices de la censura familiar a estos temas? ¿Qué actitudes heredamos y mantenemos vivas? Quizá las respuestas sean incómodas, pero ocultarlas nos hace cómplices activos en un presente continuo.

La urgencia

La instalación de Ottón y el trabajo escénico de Amalia, Mónica y Fátima han despertado en mi aquella transformación que viví a los 17 con el monologo de Alfredo Catania. “Volver a los 17” diría Violeta Parra, después de sentir que vivimos un siglo en un mundo que transcurre entre cambio climático, pandemias y guerras. En tiempos que inspiran más bien cataclismo, su trabajo me ha llevado a pensar en la urgencia que tenemos como sociedad de seguir participando, de forma cada vez más democratizada, del arte en todas sus posibles expresiones.

El compromiso y la calidad de su trabajo debe recibir el reconocimiento público y el apoyo necesario de todas nuestras instituciones. Esto también dice mucho de nosotras y nosotros como sociedad. Por otro lado, nos merecemos todas y todos la oportunidad de ser partícipes del arte. De regocijarnos hasta el tuétano, de sentir como la piel se eriza, de elevar nuestro espíritu y que nuestra mente se llene de preguntas.

En un país donde una diputada oficialista mencionó algunos meses atrás que la cultura era prescindible. Donde se toma del limitado presupuesto de cultura para subir el salario de ministros. Donde se amenaza permanentemente con recortes al presupuesto de las universidades públicas y donde las mujeres siguen resistiendo la cultura violenta del patriarcado. En un país como este, el arte definitivamente es una urgencia. Una infusión para poder respirar, sanar y trascender.