Todo está quieto,
todo parece un sueño,
nada adentro, nada afuera,
en esta noche soleada y caliente.
Las aves han cesado
su plegaria de cantos
vencidas por el calor
y la falta de agua en
sus gargantas heridas.
Las lagartijas se cuelgan
de las raíces en los acantilados
rogando por una gota de viento
que acaricie sus áridas escamas.
El vendedor ambulante
que desafía a todas las pestes
se a refugiado bajo la sombra
manchada de cielo
de un árbol de mango.
Una masa de tiempo sin forma
aplasta las conciencias
de la gente que yace en sus poltronas
de madera tostada y pintura cuarteada.
Este pueblo es un tributo al mar…
Pero el mar no se digna
ni a humedecer las
arenas de la plaza.
Quizás por temor a que los marineros
Y los vendedores de churchil
enloquezcan en las calles
llenas de bares
cerrados y doncellas en cuarentena.
La castidad a sido impuesta de manera sigilosa.
Restringida de 8 a 5 y de 7 a 10.
Cuartos separados y burdeles clausurados,
el lívido infectado
y el vicio en cuidados intensivos.
El sicariato en banca rota,
el crimen pasional pide limosna…
Solo queda seguirse abanicando
acostado en una hamaca sofocante,
mientras pasa la procesión
de siete jinetes polvorientos.
Cuarenta días de soledad
entre las mariposas del insomnio.
Óscar Espinoza