Naturalistas idos en mayo

Luko Hilje Q.

Desde que Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo, éste se convirtió en un provocador tesoro que tentaba a los naturalistas ávidos de selvas colmadas de flora y fauna insólitas. Dos de estos exploradores llegarían hasta nuestras costas, según lo ha documentado en detalle por el Dr, Jorge León, ilustre botánico. El cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo estuvo en 1519 en la península de Burica y en Nicoya y, tan lento era todo, que habría que esperar más de dos siglos y medio para que apareciera el segundo, el botánico mexicano Mariano Mociño. Éste, junto con el dibujante Vicente de la Cerda, formaron parte de la Real Expedición Botánica de Nueva España, por ahí de 1797, y viajarían desde Puntarenas hasta Cartago.

En ambos casos, sus exploraciones estuvieron vinculadas con las necesidades económicas y políticas de la Corona Española. Esto se mantendría como una constante histórica, pues los que les sucederían, tanto aquí como en el resto de América —salvo la dupla Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, que autofinanciaron su periplo por largos cinco años— lo hicieron como parte de expediciones promovidas por los afanes expansionistas de las potencias que representaban. A este rasgo se sumó el hecho de que todos eran itinerantes, por lo que permanecieron en nuestro país por períodos cortos, de pocas semanas o meses.

Aunque, tras la breve estadía de Mociño, habría que esperar medio siglo para que otros dos naturalistas arribaran a nuestro país —el botánico danés Anders Sandoe Oersted en 1846 y el jardinero polaco Josef von Warscewicz en 1848—, menos de un decenio después de esto la situación cambiaría. A inicios de 1854, tras un penoso viaje desde Berlín en el bergantín Antoinette, sumado a una accidentada travesía de dos semanas por la ruta montañosa de Sarapiquí desde Greytown o San Juan del Norte, llegaban por cuenta propia a la capital los alemanes Karl Hoffmann, Alexander von Frantzius y Julián Carmiol.

Por fortuna, los tres se establecerían en el país. Médicos los dos primeros, ejercerían su profesión para vivir y ambos participarían en diferentes episodios de la Campaña Nacional de 1856-1857 contra los invasores filibusteros encabezados por William Walker, al punto de que Hoffmann sería nombrado Cirujano Mayor del Ejército Expedicionario, cumpliendo labores muy destacadas durante la batalla de Rivas y la epidemia del cólera que surgiera tras ésta en nuestro territorio.

De hecho, como naturalistas residentes, los tres fueron los primeros en estudiar nuestra fauna que, con la ayuda de taxónomos especialistas en el exterior, pudo ser debidamente identificada y catalogada. De ello resultaron descritas numerosas especies nuevas para la ciencia y, como reconocimiento a su labor, varias fueron bautizadas con sus nombres.

Contemporáneo y amigo de ellos, el inglés Enrique Twight —director de la Oficina de Telégrafos, traductor oficial del Estado— se casaría con Manuelita Dengo; uno de los padrinos fue von Frantzius. De su hija Carlota nacería su único nieto, Clodomiro Picado Twight quien, formado como biólogo en Francia, no solo fue nuestro primer naturalista experimentador, sino que también realizó una labor científica sin parangón en nuestra historia, además de una fecunda labor cívica.

Para retornar a los tres alemanes llegados a mediados del siglo XIX, el grupo animal sobre el cual hicieron aportes comunes, con el apoyo de los taxónomos Jean Louis Cabanis en Berlín y George N. Lawrence en los EE.UU., correspondió a las aves.

Y de tan rico conocimiento se habría de nutrir un acucioso muchacho estadounidense quien, tras realizar su tesis de doctorado en Costa Rica, desde 1941 decidió instalarse en una finca boscosa que compró en el bello poblado de Quizarrá de Pérez Zeledón, la cual denominó Los Cusingos, que es el nombre local del tucán Pteroglossus frantzii, bautizado en honor de von Frantzius, curiosamente. Desde allí, en las casi 100 hectáreas de su finca, el joven Alexander Skutch profundizaría en el conocimiento de la historia natural de nuestras aves, a la vez que emprendería un inusitado esfuerzo de meditación y pensamiento, plasmado en sus muy numerosas y originales obras filosóficas.

Pero, ¿qué une a Hoffmann, Picado y Skutch, aparte de su interés en el estudio de la naturaleza? Quizás, de manera fortuita, el hecho de que —aunque muy distantes en el tiempo— los tres murieran con pocos días de diferencia, el 11, el 16 y el 12 de mayo (de 1859, 1944 y 2004), respectivamente, pero, más importante, por supuesto, su vocación humanista o humanitaria, que les permitiría dejar una profunda impronta en nuestra vida ciudadana. De hecho, los tres supieron, cada uno a su manera, trascender su campo científico o disciplinario para proyectarse y actuar como notables pensadores y auténticos ciudadanos, ya fuera en lo cívico o en el campo de la conservación ambiental.

Puesto que sería extenso describir sus aportes aquí, recomendamos a los lectores consultar el libro Alexander Skutch: la voz de la naturaleza, de Carlos Luis Abarca, así como nuestra obra Karl Hoffmann: naturalista, médico y héroe nacional. Ambos son los dos primeros textos de la Serie Naturalistas Pioneros, publicada por el Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio); eventualmente se espera publicar una biografía de Picado, aunque existe Vida y obra del Dr. Clodomiro Picado, del Dr. Manuel Picado Chacón.

Pero cabe resaltar que, además de su vocación humanista, los tres mostraron una inusitada habilidad literaria, evidente en la prosa descriptiva de sus excursiones y vivencias como naturalistas. Si bien Skutch tuvo la inmensa fortuna de vivir en total lucidez aún una semana antes de alcanzar su centenario, Picado murió relativamente joven —de 57 años— y Hoffmann aún más joven, con apenas 36 años, con lo que se malogró la gran oportunidad de convertirse en el primer cronista de nuestra naturaleza; von Frantzius nos legaría extraordinarios textos, pero con menos de botánica y más de etnografía y geografía.

Tras sus ricas travesías vitales, hoy los restos de Skutch reposan al lado del cuarto que fuera su estudio en Los Cusingos, mientras que —por pura coincidencia—, los de Hoffmann y Picado están separados por apenas cinco tumbas en el Cementerio General, en San José. Vidas con algunas coincidencias y paralelismos, fueron esencialmente ejemplares, por ser ellos modelos de científicos y de ciudadanos, cuyo legado y recuerdo nos siguen alentando en nuestra lucha por la conservación de la naturaleza, así como por la preservación de los más altos valores de la especie humana.

Por eso, con profundo respeto y veneración los evocamos en este mayo tan emblemático de nuestros trópicos, cuando los insistentes cantos de los yigüirros anuncian torrenciales lluvias, reafirmando así la infalibilidad de los ciclos de la naturaleza, pródiga y maravillosa. Cuando, grávidos los ríos y rezumante de humedad el suelo, intuimos y sabemos que es tiempo de rebrotes y semillas, de hermosa e íntima renovación, porque, incesante y portentosa, la vida continúa.

Foto de cabecera: Alexander Skutch

Compartido con SURCOS por el autor. Publicado también en Informa-tico No. 99, 15-V-06

Vea también del mismo autor: Clorito Picado como modelo de vida. En SURCOS: https://wp.me/p6rfbZ-bmQ

Sea parte de SURCOS:
https://surcosdigital.com/suscribirse/