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Etiqueta: distancia social

Distancia social: la paradoja de las fracturas en la Costa Rica del bicentenario

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Al ser 6 de marzo se cumplen 365 días exactos desde que fue anunciado el primer caso por Coronavirus en Costa Rica. En esos días, las informaciones resultaban escuetas pero llevaron a localizar los primeros incidentes en la provincia de Alajuela, concretamente en el Hospital de la ciudad.

Luego se conocería que entre los afectados de forma temprana por la enfermedad, se encontraba una pareja de turistas estadounidenses, cuyas identidades, proveniencia y estadía en el país fueron manejadas con absoluta discreción y privacidad. Semanas después, el aumento exponencial de casos fue relacionado con la presencia de población migrante, fundamentalmente proveniente de Nicaragua, en lo que hemos definido en varias oportunidades, como la constitución de las espacialidades de la sospecha: asentamientos urbanos, cuarterías, fincas de producción piñera ubicadas en la zona norte del país, quedaron subsumidos en una especie de lugares peligrosos y potencialmente mortales.

Tanto fue el discurso y la presión mediática sobre esta relación entre migración y enfermedad, que llevó a las autoridades costarricenses a definir por primera vez en años una estrategia interinstitucional de seguridad fronteriza denominada «Frontera segura», que básicamente consistía en clausurar y blindar las posibles entradas irregulares de personas provenientes de Nicaragua al país, garantizando con ello el resguardo de la higiene costarricense que ya empezaba a debilitarse. El manejo libertino de la pandemia por parte de las autoridades de aquel país hizo levantar aún más las consideraciones sobre el distanciamiento y el tratamiento de sospechoso sanitario a todo aquel proveniente de la geografía del norte.

La forma inédita mediante la cual varias comunidades se organizaron para rechazar albergues con personas enfermas, muchas de ellas migrantes, es un claro ejemplo del impacto de los discursos y las prácticas institucionales conjugadas con una agenda mediática volcada a responsabilizar a los extranjeros, a cierto tipo de extranjeros, sobre el aumento de los casos y la incontenibilidad de una posible masificación del virus.

Valga decir que, contrario a lo que ocurrió con la pareja de turistas estadounidenses, la exposición de muchos grupos de personas migrantes de origen nicaragüense a la opinión pública fue constante, agresiva, irrespetuosa. Para ellos no hubo protección de identidad ni cuido en hoteles: sus rostros y cuerpos fueron expuestos una y otra vez en medios de comunicación y redes sociales, socavando el principio de resguardo de imagen e identidad que debe privar en medio de situaciones extremas como las que se instalaron a nivel global durante el año 2020. Una fractura más en la convivencia se había instalado.

Esta situación fue fiel reflejo de la traducción colectiva y empírica de una serie de conceptos, antes desconocidos, que fueron introducidos por las autoridades de salud costarricenses como una forma de ajustar las indicaciones emanadas desde organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS). Asi, se empezaron a escuchar con frecuencia nociones como confinamiento, testeo, burbujas sociales, curvas planas y levantadas y distancia social.

En este último concepto, no solo se implementaron las prácticas sugeridas de guardar una relación de cerca de dos metros con respecto a otras personas, sino que la noción fue llevada al campo macro social donde espacialidad, clase, nacionalidad y sector de empleo, terminaron por evidenciar el recorte profundo en una sociedad aboslutamente fragmentada como la costarricense.

Ya desde antes de la pandemia las distancias sociales y poblacionales eran evidentes, luego de las primeras implementaciones del plan de ajuste fiscal aprobado durante el año 2018 y que delineó una conjugación de intereses privados con las definiciones de enfoque neoliberal desarrolladas por los cuadros económicos y sus músculos politicos enquistados en la gestión gubernamental del país.

Según el Programa Estado de la Nación, la crisis estaba instalada antes que la coyuntura sanitaria fuera declarada con el primer caso: un 21% de hogares costarricenses se encontraban en condiciones de pobreza; 9% de los cerca de 1.600.000 hogares existentes en Costa Rica no tenían las condiciones para que la gente se «quedara en casa» y un 7% no contaba con acceso a servicios básicos como agua, luz y disposición de desechos sólidos[1].

Hoy en día la situación es más crítica. Hacia finales de 2020, de acuerdo con INEC, el porcentaje de hogares pobres había crecido hasta un 26%, siendo la cifra más alta registrada en el país en los últimos 30 años. Al iniciar el año de la pandemia ya se tenía una cifra de desempleo relevante del 12.5% que aumentó al 24% durante los meses más duros y que luego se estacionó en una todavía alta cifra de dos dígitos del 20%.

Habrá que esperar por los datos agregados del primer trimestre de este año para tener una verdadera dimensión de lo ocurrido. Sin embargo, dados los escenarios mostrados, una verdadera distancia social real se ha instalado en el país. Ya no solo recoge la habitual eversión entre personas costarricenses y cierto tipo de migrantes como lo hemos expuesto en la primera parte de estas reflexiones; ahora suma las desigualdades crecientes, los altos niveles de exclusión social y los procesos de división y polarización que continúan confrontando a las mismas poblaciones, en un juego alimentado por cámaras, empresarios, medios y ciertas visiones tecnócratas y reduccionistas instaladas en las esferas gubernamentales.

En el año del bicentenario, las varias Costa Ricas que existen se han hecho evidentes. Algunas no celebrarán la fecha por obvias razones. Otras serán recordadas por su tristemente célebre papel de haber llevado al país a una fractura social sin retorno. Cuando esta columna está siendo terminada, se conocen nuevos actos de violencia en territorios indígenas de China Kichá, escenarios de recuperaciones y de usurpaciones contantes a manos de personas no indígenas. Allí se dibujan quizá en grado sumo las ditancias provocadas por décadas de desigualdad, racismo y exclusión

Con estas evidencias, la distancia social es quizá el mejor calificativo que podemos endosarle a las Costa Ricas del bicentenario. Y estamos claros que no tiene que ver solo con los 1,8 metros solicitados para resguardar el virus. Es una fractura mucho más profunda, aguda e irreversible cuya vacuna no aparece en el horizonte. Al menos por ahora.

[1] Programa Estado de la Nación. «Las desigualdades que enfrentan los hogares en cuarentena». 6 de abril de 2020. Consultado en https://estadonacion.or.cr/las-desigualdades-que-enfrentan-los-hogares-en-cuarentena/

Foto de cabecera: https://flacso.or.cr/noticias/la-otra-distancia-social-reflexiones-y-aproximaciones-a-lo-subnacional/

Los temibles e ignorados efectos de la pandemia del COVID 19

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

En medio de la confusión reinante, y la notoria imposibilidad en la que se encuentra sumida la mayoría de la población de entender, al menos en cuanto a algunos de sus alcances y/o consecuencias más graves, incluso para nuestra mera supervivencia, la ominosa y perturbadora presencia de un fenómeno tan complejo como el de la pandemia del Covid 19, ante el que no sabemos tampoco ¿de qué manera comportarnos?, es por ello que conviene y resulta imperativo reflexionar sobre lo que está pasando, hablar un poco en voz alta acerca de lo que sucede con muchos aspectos de nuestra vida cotidiana, dado que nos movemos entre la amenaza permanente del contagio y la consiguiente enfermedad que puede resultar mortal, la toma de decisiones acerca de vacunarnos o no –en el caso de tengamos acceso a algún tipo de vacuna-, de los temores a la posibilidad de que la vacunación produzca efectos secundarios, del uso o no de  la mascarilla, la llamada toma de una “distancia social” en los centros comerciales, en las calles, y lo que es peor aún, en los lugares de trabajo, sobre todo en aquellos donde la presencia física en ellos resulta absolutamente inevitable, por la naturaleza misma de la actividad laboral, a diferencia de un sector que lo hace desde sus hogares, por la vía electrónica, por así decirlo.

Para aquella población, conformada por las gentes que se encuentran en su edad laboral, y que todavía tienen o conservan su empleo (un factor que se ha agravado, desde que comenzó la pandemia, al acentuarse los efectos de las políticas económicas de austeridad, impuestas por el régimen, a partir del año 2018), todo esto puede devenir en una tragedia o un desafío casi insoluble, por la inevitable aglomeración de gentes no sólo en los lugares de trabajo, sino también en los autobuses y otros medios de transporte, como también en las paradas u otros espacios donde se suele esperarlos, en resumen  estas son algunas de las situaciones amenazantes que la población laboral enfrenta todos los días, como una amenaza directa a su vida y salud.

Por otro lado, no deja de resultar paradójico el hecho de que mucha de la gente que se ciñe, al menos en apariencia, al seguimiento de los protocolos establecidos por las autoridades de salud, dentro de un tira y encoje con los distintos sectores de la economía, terminan comportándose como si nada estuviera ocurriendo, en gran medida por su nula o escasa capacidad de reflexión, todo esto como un tema que proviene de una incapacidad estructural de reaccionar frente al sistema social en su conjunto o frente al medio natural, en gran parte debido a la estructura familiar, y a la mala o escasa formación académica, los que actúan como factores limitantes o agravantes de esta crisis tan profunda de una civilización, que sentó sus esperanzas y expectativas ciegamente en la religión secular del “progreso”, las que por desgracia han terminado por ser un peligroso espejismo.

Mientras que, dentro de la esfera o ámbito de la política, en especial la económica y social, se siguen imponiendo sin ningún reparo las medidas de austeridad, aprobadas en el paquete fiscal de 2018, que agravan la situación, sumiéndonos en el despeñadero de una recesión económica, la que en este año de 2021 amenaza con intensificarse, nos encontramos con que en la esfera de las políticas de salud, y del manejo epidemiológico de los desafíos planteados por la Covid 19 se discute, un día sí y otro no, acerca de la  posible llegada de alguna de las vacunas, ya fabricadas en algunos de los países más poderosos del planeta, todo eso en medio de una feroz competencia entre los gigantes de la industria farmacéutica, una de las más poderosas del planeta, junto con la industria de armamentos, por alcanzar una apreciable tajada dentro de ese gigantesco negociado, representado por la venta y distribución de muchos millones de vacunas en todos los continentes.

Ni siquiera sabemos, aún a estas alturas, en medio de tanto delirio ¿cuál es el grado de inmunidad que proporcionarán esas vacunas al conjunto de la población?, pero la pregunta más inquietante que quizás nadie podrá respondernos ¿es qué acaso se vacunará a toda la población del planeta?, y otra interrogante todavía más delicada ¿cuál sería el propósito de semejante empresa en el remoto caso de lograrlo?, no me digan amigos lectores que se alcanzará la inmunidad total de la especie humana, cosa que nunca se ha pretendido en la historia de la vacunación, empezada hacia finales del siglo XVIII, cuando el doctor Jenner inoculó las primeras vacunas contra la viruela, a partir de las investigaciones de los resultados de la aplicación de los anticuerpos precisamente con las vacas. Todo esto nos da una idea de la gravedad y de la extensión de crisis civilizatoria a que nos ha conducido “la pandemia del Covid 19”, la única digna de ese nombre, sin importar que mucha gente no logre entenderlo, y siga por  ahí hablando alegremente de la vuelta una “normalidad” que nunca lo fue.

Temibles enfermedades que se abatían sobre la humanidad como la viruela, el sarampión, la tosferina y la polio fueron erradicadas, a lo largo de los siglos XIX y XX, mediante los procedimientos de una extensa vacunación, impulsada por los organismos internacionales que fueron surgiendo durante el siglo pasado, la que, en ningún momento, comprendió a la humanidad entera ni tampoco eso fue planteado, ni siquiera en términos teóricos, si bien se sobrentiende su imposibilidad en términos operacionales, dada la magnitud y complejidad de semejante desafío.

Los médicos más cuidadosos nos advierten de que el período de prueba de las vacunas es de, al menos cuatro años, un lapso en el que se realizan toda clase de pruebas antes de poner el medicamento en el mercado, aunque dada la gravedad de la situación planteada ha habido que acelerar esos procesos, una razón por la que todavía existen grandes zonas de incertidumbre sobre el tema. Digamos entonces, a manera de conclusión, que no se ve todavía luz alguna al final de este largo y oscuro túnel en el que nos encontramos.