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Etiqueta: oro olímpico

Piotr Bolótnikov, oro olímpico y héroe soviético

Gabe Abrahams

Piotr Bolótnikov (1930-2013) nació el 8 de marzo de 1930 en el pueblo de Zinovkino de la República Autónoma Socialista Soviética de Mordovia, perteneciente a la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).

Con cuatro años, perdió a su madre. Y, con doce años, a su padre, el cual falleció en el frente durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) defendiendo a la URSS como comandante del ejército soviético.

En medio de este drama familiar y de las dificultares de la guerra y solo ayudado por la hermana de su padre fallecido, el joven Piotr Bolótnikov pasó penurias, hambre y frío. Aunque, ya en los compases finales de la contienda mundial, en 1944, pudo empezar a reponerse y acudir a la escuela de formación industrial de Krasnoslobodsk.

En 1946, Bolótnikov se trasladó a Moscú para terminar sus estudios y trabajó de electricista. Y, en 1950, fue reclutado por el ejército y marchó a la RDA (República Democrática Alemana), empezando a practicar atletismo. Tras una estancia de cinco años, regresó a la URSS, se dio de baja del ejército y se centró en correr para el club Spartak.

En 1957, Bolótnikov ganó su primer título de 10.000 metros en el campeonato de la URSS, al vencer en un apretado final al entonces campeón olímpico de la distancia, su compatriota Vladimir Kuts. Eso le supuso iniciar un dominio en los campeonatos soviéticos que se extendería durante varios años.

En 1960, Piotr Bolótnikov acudió a los Juegos Olímpicos de Roma con el ánimo de ratificar su excelente estado de forma e hizo historia. Se impuso con autoridad en la final olímpica de los 10.000 metros, derrotando a sus principales rivales y consiguiendo la medalla de oro olímpica. Un oro que resultó un merecido premio a saber superar los años de miseria y hambre, los duros entrenamientos, los reveses competitivos…

El 5 de octubre de 1960, en Kiev, Bolótnikov culminó su gran año olímpico, al pulverizar la plusmarca mundial de los 10.000 metros, dejándola en un tiempo de 28:18.8.

1962 volvió a ser otro año importante en la carrera deportiva de Piotr Bolótnikov. El 11 de agosto de 1962, en Moscú, batió de nuevo la plusmarca mundial de los 10.000 metros, en esta ocasión por menos de un segundo. Y, un par de semanas después, ganó los 10.000 metros del Campeonato de Europa celebrado en Belgrado, la capital de Yugoslavia, quedando también tercero en los 5.000 metros. Al oro olímpico, se sumaban plusmarcas mundiales y un oro europeo.

Bolótnikov coronó el año 1962 afiliándose al PCUS, es decir el Partido Comunista de la Unión Soviética. Siempre había sido comunista y tomó la decisión por pura coherencia ideológica.

Los éxitos deportivos de Bolótnikov poco a poco cesaron y, en 1965, decidió retirarse de las pistas, trabajando a partir de entonces de entrenador en el Spartak y en Argelia.

Entre los años 1980 y 1986, Bolótnikov consiguió ser diputado de un consejo de distrito de la ciudad de Moscú, siendo ese el único cargo relativamente relevante a nivel político que tuvo a lo largo de toda su trayectoria.

Piotr Bolótnikov pasó los últimos años de su vida en su dacha, rodeado de sus medallas y trofeos de otro tiempo, junto a su mujer Raisa, sus hijos y sus nietos. También junto a sus condecoraciones como la Orden de Lenin, que le concedió la URSS en 1960. E hizo deporte hasta el final de sus días.

El 20 de diciembre de 2013, falleció Piotr Bolótnikov con 83 años y fue enterrado en el cementerio Troyekúrovskoye de Moscú, junto a otros héroes soviéticos. El mundo del deporte mostró tristeza por el adiós a uno de los más grandes corredores de fondo de la historia.

Ha pasado más de una década desde esa despedida y la memoria de Piotr Bolótnikov sigue presente. Se podría afirmar que ha permanecido intacta. Cada aniversario de sus gestas, invariablemente se recuerdan. Cada aniversario de sus medallas, su figura toma de nuevo protagonismo. Y es que resulta obligado poner en valor a un corredor excepcional, a un oro olímpico y héroe soviético, que dominó las pruebas de fondo de su tiempo y que es parte de la historia del olimpismo y del deporte del pasado siglo XX. Bolótnikov permanece.

Ralph Metcalfe, un oro olímpico contra la segregación

Gabe Abrahams

Ralph Harold Metcalfe (1910-1978) nació en Atlanta, Georgia, Estados Unidos, el 29 de mayo de 1910. Hijo de Clarence Metcalfe y Marie Attaway, emigró a Chicago con siete años huyendo de la pobreza y la segregación.

En 1930, Metcalfe se graduó en la escuela secundaria Edward Tilden High School de Chicago. Y, posteriormente, consiguió una beca para la Universidad Marquette en Milwaukee, Wisconsin. En la universidad, se centró en el atletismo y logró igualar las plusmarcas mundiales de 100 metros (10,3 segundos) y 200 metros (20,6 segundos).

En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932, Metcalfe tuvo su primera gran actuación internacional. En la final de los 100 metros, cruzó la meta primero junto a su compañero de selección Eddie Tolan, registrando ambos un tiempo de 10,38 segundos. Los jueces le dieron la victoria a Tolan y Metcalfe se colgó la medalla de plata. En la final de los 200 metros, Metcalfe quedó tercero y logró la medalla de bronce.

En 1932, Metcalfe también se convirtió al catolicismo al observar que algunos protestantes segregaban a los negros. Metcalfe compartió a lo largo de su vida su condición de católico con la de masón y miembro de la Prince Hall Freemasonry, Obediencia masónica para hermanos negros. Recorrido similar al de otros atletas como Harold Abrahams, masón iniciado en la Oxford and Cambridge University Lodge y fundador de la Athlon Lodge, o, entre otros, Thomas Green, cargo masónico relevante.

Cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, Ralph Metcalfe compitió nuevamente a un nivel extraordinario y por segunda vez alcanzó la medalla de plata en los 100 metros, en esta ocasión por detrás de Jesse Owens. Junto a Owens, Foy Draper y Frank Wykoff, Metcalfe además logró la victoria por equipos en el relevo 4×100 metros ante los equipos de Italia y Alemania. El impacto que supuso la derrota de los equipos fascistas ante atletas de color fue brutal. Las teorías raciales fueron puestas en evidencia.

Cuando Ralph Metcalfe regresó a su país tras los Juegos Olímpicos, sin embargo, la segregación tomó el testigo de las teorías raciales. El hecho más grave ocurrido fue que el entonces presidente Franklin D. Roosevelt se negó a estrechar la mano de los campeones olímpicos de color como Metcalfe u Owens. Conviene tener presente que la segregación de la comunidad negra estuvo amparada en Estados Unidos por las leyes Jim Crow hasta 1965. En 2016, en el Festival de Cine de Los Ángeles, se estrenó el documental Orgullo olímpico, prejuicio americano que mostraba los hechos narrados.

Después de su éxito olímpico y de obtener una licenciatura en Marquette en 1936, Ralph Metcalfe se retiró de la competición y enseñó ciencias políticas en la Universidad Xavier de Nueva Orleans. En 1939, también completó una maestría de educación física en la Universidad del Sur de California de Los Ángeles y se casó con Gertrude Pemberton.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Metcalfe sirvió en el cuerpo de transporte del ejército estadounidense, ascendiendo al rango de primer teniente, y se divorció de su mujer. Concluida la guerra, ya en 1947, Metcalfe se convirtió en director del Departamento de Derechos Civiles de Chicago y defendió ante la Liga Urbana de Milwaukee que la educación era la mejor forma de combatir la segregación. En ese mismo año, se volvió a casar, en este caso con Madalynne Fay Young, con la que tuvo un hijo llamado Ralph Metcalfe Jr.

En 1955, Ralph Metcalfe dio el salto a la política y ganó la primera de cuatro elecciones como concejal de la ciudad de Chicago. El final de su relación con el cargo llegó en 1971, cuando rompió con el alcalde Richard Daley por unos graves incidentes de brutalidad policial contra la comunidad negra.

En 1970, Metcalfe se postuló para un escaño vacante en el Congreso por el Partido Demócrata y fue elegido en el primer distrito de Illinois. Desde su escaño de congresista y dentro de las limitaciones de la democracia representativa y capitalista, luchó por los derechos de la comunidad negra, los pobres, una sanidad pública… Enfrentado al presidente Richard Nixon por no apoyar este la legislación destinada a mejorar la sanidad para los pobres, exhortó a sus colegas de la Cámara a “diseñar un paquete de atención médica que satisfaga sus necesidades y aspiraciones”.

En 1971, Metcalfe fundó el Congressional Black Caucus (CBC), junto a miembros de la Prince Hall Freemasonry. Y, en 1975, el National Track and Field Hall of Fame de Estados Unidos le incluyó en su lista, reconocimiento tardío para su grandeza atlética.

El 10 de octubre de 1978, Ralph Metcalfe sufrió un ataque cardíaco, el segundo que padecía, y falleció en su apartamento de South Side, Chicago, con 68 años de edad. Fue enterrado en el cementerio católico del Santo Sepulcro en Alsip, al suroeste de Chicago. La noticia tuvo un enorme impacto. El mundo del deporte y el olimpismo se conmocionaron. La comunidad negra norteamericana y los miembros de la Prince Hall Freemasonry se sintieron muy afectados. El presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, afirmó que Metcalfe fue «un líder político intransigente en la búsqueda de la excelencia, firme y honesto». A Ralph Metcalfe, le sobrevivieron su madre, su esposa Madalynne Fay Young, su hijo y un nieto. La despedida fue dura para todos. Camino del medio siglo de su fallecimiento, nadie se ha olvidado de él.

Lydia Wideman, primer oro olímpico femenino en esquí

Gabe Abrahams

Lydia Wideman (1920-2019) nació en Vilppula, Finlandia, el 17 de mayo de 1920. Gemela de su hermana Tyyne, tuvo un total de diez hermanos.

Tras concluir sus estudios, Lydia Wideman trabajó como oficinista y se aficionó al esquí de fondo. Algunos miembros de su familia como su propio padre se dedicaban al mismo, algo que la acercó a la especialidad.

A finales de los años treinta, Lydia empezó a entrenar y a acudir a algunas competiciones, consiguiendo buenos resultados, aunque la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) detuvo su progresión. La guerra mundial y los duros años de la postguerra no fueron precisamente los mejores para las competiciones, ya que las principales fueron canceladas.

Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, Lydia Wideman pasó unos primeros años de postguerra alejada del deporte hasta que poco a poco regresó a los entrenamientos y a la competición. En 1949, consiguió uno de sus primeros éxitos al vencer en los 10 km de Puijo. Su hermana gemela Tyyne fue su ejemplo a seguir.

En 1949, Tyyne consiguió proclamarse Campeona de Finlandia en los 10 km de esquí de fondo. Y, en 1950 y 1951, repitió triunfo por delante de Lydia. 1951 fue el año de la retirada de Tyyne de la alta competición. Y 1952 fue el año en el que Lydia Wideman recogió su testigo y lo llevó a lo más alto del olimpo.

Lydia Wideman, con el ejemplo de su hermana como inspiración, convirtió el año 1952 en su año de gloria, como los anteriores lo habían sido de su hermana gemela Tyyne.

En 1952, Lydia Wideman compitió en trece pruebas de 10 kilómetros y las ganó todas, incluidas la de los Juegos Olímpicos de Invierno (Oslo, Noruega), la de los campeonatos nacionales y la de los Juegos de esquí de Lahti.

Esas hazañas le supusieron a Lydia muchos logros, siendo la medalla de oro olímpica alcanzada en los Juegos Olímpicos de Invierno de Oslo el más especial de todos ellos. El oro olímpico la convirtió en la primera mujer de la historia en proclamarse Campeona Olímpica de esquí.

El punto amargo de su victoria olímpica fue el machismo imperante en aquellos Juegos de 1952, algo habitual en el deporte de la época. La esquiadora explicaba en 2010 a la prensa finlandesa que “el deporte de aquellos años era un asunto de hombres”. Y añadía una frase que reflejaba a la perfección el papel secundario que las instituciones deportivas tenían establecido para ellas. “Al acabar las competiciones, los premios pasaban desapercibidos para las mujeres”.

La situación de discriminación que padeció Lydia Wideman en esa época no fue muy distinto de la que padecieron otras grandes campeonas como la ciclista Elsy Jacobs o la lanzadora y republicana española Margot Moles, entre otras.

En 1952, en el año de su gloria olímpica, Lydia Wideman se casó con Paavo Lehtosen, con el cual tuvo dos hijos, Jarmo en 1961 y Kari en 1962.

De 1957 a 1965, en plena retirada de su carrera deportiva, la esquiadora se desempeñó como miembro del Consejo Federal de la Asociación Finlandesa de Esquí, a la vez que también asesoró con sus conocimientos en otros campos federativos. En las décadas siguientes, aportó todo lo que pudo en ese sentido.

En sus últimos años de vida, a pesar de su avanzada edad, Lydia Wideman todavía seguía de cerca el esquí y se acomodaba frente al televisor de su casa cuando retransmitían alguna prueba de interés del que había sido su deporte, de la actividad que había sido el eje central de su vida.

Desde 2009, Lydia Wideman se convirtió en el campeón olímpico finlandés más viejo. Desde febrero de 2018, tras la muerte del regatista Durward Knowles con 100 años de edad, también pasó a ser el campeón olímpico vivo más viejo del mundo.

Poco más de un año después, el 13 de abril de 2019, Lydia Wideman falleció en Tampere a la edad de 98 años. Le quedaba poco para alcanzar el siglo.

Finlandia, donde el esquí es una especie de deporte nacional, lloró su pérdida y no la ha olvidado. Observando los reconocimientos que recibe en su país, es evidente que su memoria permanece. La primera mujer campeona olímpica en esquí, en un tiempo difícil para el deporte por la guerra mundial y para el deporte femenino por la discriminación, no merece menos. Es lo justo.

Raúl González, el oro olímpico

Gabe Abrahams

Raúl González nació el 29 de febrero de 1952 en el pueblo de China, Nuevo León, México. Siendo muy pequeño, se trasladó junto a su familia a la ciudad de Río Bravo, situada al norte del Estado de Tamaulipas. “Viví cinco años en la frontera. Nos trasladamos en la época de las pizcas de algodón. ¿Los motivos? Buscar subsistir, nos fuimos a buscar otra fuente de trabajo para poder sobrevivir”, relató González en una entrevista de 2022 en la que explicó su origen humilde.

En 1969, Raúl González ingresó en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) de Monterrey para estudiar la carrera de físico matemático. Y, allí, alternó sus estudios con el deporte. De la mano del entrenador Daniel Garza, inició sus entrenamientos en la pista de tierra del Estadio Raymundo “Chico” Rivera y ganó su primer campeonato prenacional de marcha.

En 1971, González entró en la preselección nacional mexicana dirigida por el entrenador polaco Jerzy Hausleber, un innovador de los sistemas de entrenamiento que llegó a utilizar campamentos de entreno a 4.000 metros de altitud junto al Lago Titicaca de Bolivia.

En 1972, con veinte años, Raúl González acudió a los Juegos Olímpicos de Múnich y consiguió terminar la prueba de 50 km en el vigésimo puesto. Cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, González mejoró notablemente su prestación y terminó la prueba de 20 km en quinta posición.

En 1977, Raúl González alcanzó su primer gran logro internacional al vencer en los 50 km de la Copa del Mundo, celebrada en Milton Keynes, Inglaterra. En 1978, ratificó su progresión al pulverizar en dos ocasiones la plusmarca mundial de la distancia.

Los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 sufrieron un injusto boicot, pero México acudió a la cita olímpica que se celebró en la capital de la URSS. González compitió en los 20 km y quedó sexto. En los 50 km, distancia en la que era favorito por ser el campeón de la Copa del Mundo y el plusmarquista de la distancia, abandonó.

Lejos de desmoralizarse por el resultado, Raúl González optó por crecerse ante la adversidad y, una vez finalizaron los Juegos, empezó a entrenar de cara a la siguiente cita olímpica como probablemente nadie lo había hecho en la marcha mexicana. Su determinación de entrenar tanto como hiciese falta para lograr el oro olímpico fue clave en su éxito posterior.

“La verdad es que me preparé con conciencia y no me refiero a solo cumplir con los entrenamientos, sino que estaba muy comprometido y entregado; trabajé mucho, quizá como nadie en la marcha mexicana. En el año previo a los Juegos, hice alrededor de 11.000 kilómetros de volumen”, declaró años después González.

Antes de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984, Raúl González volvió a conseguir grandes resultados, envuelto en sus duros entrenamientos. En 1981 y 1983, ganó otra vez la prueba de 50 km de la Copa del Mundo.

Ya en los Juegos de Los Ángeles, Raúl González no falló. Es más, realizó una demostración de fortaleza y talento. Ganó el oro olímpico en los 50 km y consiguió la plata en los 20 km, detrás de su compatriota Ernesto Canto. De paso, estableció el récord olímpico de los 50 km.

González alcanzó la gloria olímpica, porque logró unir una genética privilegiada para su especialidad, un entrenamiento planificado y científico de un enorme volumen y una voluntad inquebrantable. El largo camino que partía de la pista de tierra del Estadio Raymundo “Chico” Rivera había valido la pena.

Raúl González se retiró del deporte de élite en los Juegos Panamericanos de 1987 tras quedar segundo en 50 km y, desde entonces, desarrolló otras facetas. Desde 1988 hasta 1994, fue director de la Comisión Nacional del Deporte de México (CONADE), consiguiendo estructurar el deporte mexicano y promocionarlo como una actividad de carácter social. Entre 2002 y 2004, fue presidente ejecutivo de la Liga Mexicana de Béisbol Profesional y, entre 2015 y 2018, del Instituto del Deporte del Estado de Nuevo León (INDE). En 2018, renunció a ese cargo y se convirtió en candidato independiente al Senado por el Estado de Nuevo León, con un programa político contrario a los partidos tradicionales y a favor de la organización ciudadana, los servicios sociales y el deporte como una forma de educación. A día de hoy, González sigue activo en diferentes campos.

Raúl González fue un extraordinario marchador. Su imagen marchando hacia el oro olímpico en los últimos metros de los 50 km de los Juegos de Los Ángeles de 1984 son parte de la historia de la marcha atlética y del olimpismo. Tras su retirada, también destacó en otras facetas. México le debe mucho al que ellos bautizaron con el apodo “el matemático”. El deporte en su conjunto también. Parece evidente que su figura y sus gestas trascenderán el tiempo.