“…y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas”. José Martí, Nuestra América.
Álvaro Vega Sánchez, Sociólogo
No existen sociedades ingobernables per se, existen gobiernos que saben y no saben gobernar. El buen gobierno es el que sabe propiciar el diálogo entre los diversos sectores sociales, para llegar a acuerdos compartidos que contribuyan al bien común. Gobernar es dialogar.
La llamada ingobernabilidad es la excusa de los gobiernos autoritarios, populistas y mesiánicos que se sienten los únicos depositarios del poder; son prepotentes y arrogantes; padecen el síndrome de Faraón: se creen predestinados a torcer brazos más allá de las diez plagas. Creen saber lo que hay que hacer para salir de las crisis. Sin embargo, terminan convertidos en simples administradores de las mismas u optando por medidas precipitadas y paliativas que las profundizan, y hasta generan nuevas crisis.
A su paso dejan una estela de desaciertos con políticas hechas a la medida de grupos de poder que solo piensan en acrecentar la rentabilidad de sus negocios y defender privilegios a ultranza. Crean así las condiciones para la acumulación de desconfianza, desencanto e indignación: caldo de cultivo para las diversas formas de violencia, expresión o válvula de escape de la frustración por las promesas incumplidas.
Venimos arrastrando un déficit que supera con creces al fiscal. Estamos deficitarios de buenos gobernantes, es decir, que sepan sentarse reposadamente a dialogar, no en la silla presidencial del Zapote, donde pareciera que los vientos solo soplan hacia arriba, sino en el Parque de la Sabana, donde los vientos soplan en diferentes direcciones pero confluyen para mantener vivo y sano el bioecosistema, porque pájaros, árboles y gentes procuran una convivencia armónica que se disfruta.
Para que el diálogo fructifique debe anteponerse la convergencia humanista, ética y afectiva a la ideológica y política; o sea estas últimas, que son importantes, deben ser subsidiarias. Eso fue lo que sucedió en el Pacto Social de los años 1940 y que tuvo continuidad relativa en el Pacto de Ochomogo de 1948. Es cierto que hubo condiciones históricas externas de distención ideológica que contribuyeron también, pero lo que prevaleció e hizo posible aquel Pacto fue la calidad humana (Amor, esa portentosa energía que, según Einstein, supera a la atómica o cualquier otra) para impulsar al país sobre los sólidos pilares de un Estado Social de Derecho.
¡Bendito pacto!, que caló tan profundo en nuestro tejido cultural que las mayorías de este país lo siguen sosteniendo y defendiendo, y cuya institucionalidad social es hoy la mano fuerte y solidaria que está contribuyendo, como ninguna, para enfrentar la pandemia más amenazante, hasta ahora, de este siglo XXI.
De las tres grandes fuerzas sociopolíticas protagónicas: socialcristiana, comunista y socialdemócrata, al menos en un primer momento, ninguna fue excluida. Lamentablemente, aquella herencia de diálogo inclusivo-afectivo se sustituyó por diálogos y pactos inter-partidarios que hasta el día de hoy han sido excluyentes e insuficientes, para encarar los nuevos desafíos del país y proyectarnos a la nueva Costa Rica solidaria, sostenible y sosegada del Siglo XXI.
Debe quedar claro, eso sí, que el pacto de hoy al igual que el de ayer tiene que ser anti oligárquico. Ayer fue contra la oligarquía cafetalera hoy es contra la oligarquía neoliberal. Asimismo, tiene que superar el vallecentrismo. Los meseteños enmontañados (Constantino Láscaris), dada la creciente urbanización, se han lanzado hacia arriba con las torres habitacionales y se han encerrado en los condominios. Al irse elevando y encerrando se pierde sensibilidad para la convivencia comunitaria, inclusiva, acogedora y amigable.
Asimismo se va perdiendo cada vez más la visión amplia que ofrecen los grandes valles y llanuras, que es la de la apertura necesaria para abrazar y acoger la diversidad de ideas y propuestas. Cuánta falta hace dejarnos “invadir” por los grandes valles y llanuras de Guanacaste, San Carlos; San Isidro del General y las cálidas costas del Atlántico y el Pacífico. Esa combinación virtuosa de amplitud de miras, que nos ofrecen las llanuras, y de calidez, que nos ofrecen las costas. Convendría, un día después de esta aleccionadora pandemia, una convocatoria en uno de esas llanuras o costas, y sentarse con un buen jarro de café (ojalá de esos escarapelados para recordar nuestras raíces campesinas) a concertar el nuevo pacto social, y superar, de una vez por todas, el pacto oligárquico neoliberal que se ha entronizado por cuatro décadas en este país.