Alocución de Wajiha Sasa Marín en el Día Internacional de Solidaridad con Palestina y homenaje al Dr. Abdulfatah Sasa Mahmoud

Jueves 29 de noviembre de 2023
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional
Wajiha Sasa Marín. Cónsul honoraria del Estado de Palestina en Costa Rica

Buenas noches

Muchas gracias a todas y todos por su presencia esta noche y un agradecimiento especial a la Red de Solidaridad con Palestina, a sus dirigentes y activistas por organizar esta actividad, por recordar a mi papá y honrar su legado en esta causa que es ahora la causa de la humanidad, la situación de Palestina.

Como les he dicho en muchas ocasiones Palestina y su causa descansa en los hombros de personas como mi papá y cómo ustedes, que no han cesado y no han perdido oportunidad para recordarle a nuestro país que la causa palestina sigue sin resolverse. Hoy hace 76 años, justamente el 29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas aprobó la resolución 181 donde se propuso la partición de Palestina. Esta resolución es ya de por sí injusta, pues sin consentimiento de su población partía el territorio palestino en dos partes: más de la mitad para que los judíos -que Europa no protegió- formaran su propio Estado y, el resto para los árabes palestinos originarios de Palestina.

Esa partición marcó el inicio de la catástrofe del pueblo palestino Al Nakba. Catástrofe que no ha cesado desde entonces y que se ha agudizado de formas apocalípticas en los últimos 53 días. En la NAKBA se desplazó violentamente a tres cuartas partes de la población originaria de sus tierras y con esto se inició la crisis de refugiados más prolongada de nuestros tiempos. Una crisis que, insisto, continúa sin resolverse. Esta historia la vivió mi papá.

Con tan solo 7 años fue expulsado de su casa, a la fuerza, por el incipiente ejército israelí y los grupos sionistas que se creyeron desde entonces y hasta ahora, dueños del privilegio de despojar a la población palestina de todos sus derechos y todas sus pertenencias materiales e inmateriales. Mi papá siempre nos contaba cómo los sacaron de su casa, sin poder llevarse nada, sin siquiera poder ponerse sus zapatos, en pantuflas, con lo que tenían puesto. Esta experiencia marcó su vida para siempre y lo impregnó de ese halo de nostalgia y añoranza que llevan consigo los migrantes. También lo comprometió para siempre con su tierra, con la justicia, con la verdad y con la resistencia para que al menos nunca le robaran su voz, bronca y firme, para gritar al mundo lo que sucedía y trasmitirlo allá a donde fuera. Hoy, 29 de noviembre, día designado por Naciones Unidas como el día internacional de solidaridad con el pueblo palestino, que coincide en esta ocasión con uno de los momentos más oscuros de su historia, coincide también con la primera vez que lo conmemoramos sin él. En nombre mío y de mi familia les reitero nuestro agradecimiento por dedicar esta conmemoración a él.

No podríamos estar mejor acuerpados que por ustedes quienes le acompañaron siempre a levantar su voz, a mostrar las injusticias, a saltarse los muros y cercos que la arrogancia de la fuerza ocupante, Israel, impone en todos los rincones de nuestro planeta y que ahora, en su ausencia, han asumido ustedes con el mismo ahínco y tenacidad. Como él, ahora ustedes le prestan la voz a ese maravilloso pueblo, dignificando las vidas de todas las personas de Palestina, denunciando, presionando y saltándose los cercos mediáticos y los silencios cómplices. Por todo eso ¡muchas gracias!

Abdulfatah Sasa Mahmoud nació en Jaffa, Palestina, el 28 de agosto de 1940. Ya en 1948 enfrentó la persecución y discriminación que ejercían los inmigrantes europeos contra los habitantes palestinos. Siendo niño se vio obligado a huir de la persecución sionista. Con su familia huyó en 1948 hacia Jordania donde arribaron como refugiados después de caminar muchos kilómetros por tierras y poblados, durmiendo en inhóspitos parajes, sin más cobijo que el cielo y su enorme fe, viviendo en primera persona el inicio de esta cruel e inhumana situación, la cual aún aguarda por una solución.

La defensa de los derechos del pueblo palestino, la denuncia de las arbitrariedades y abusos de los sionistas contra los palestinos, la lucha contra la desinformación, los prejuicios y los mitos alrededor de lo árabe y del Islam, fueron tareas de su vida. Lo hizo siempre, desde muy joven, donde estuviera. Cualquiera que tuviese relación con él se empaparía de conocimientos sobre su fe y sobre la causa palestina y admiraría su amor por su tierra, por su cultura y su religión. Quien lo haya conocido y, compartido un rato con él, habrá probado su café, su hummus, su maqluba. En su casa, en la universidad, en la mezquita.

Abdul Fatah Sasa fue ante todo un humanista. Dedicado, entregado y comprometido con su familia, sus amigos, sus paisanos, sus pacientes, su tierra, con los más necesitados. Fue justo, solidario, generoso, responsable y sobre todo coherente porque conectaba sus principios de vida con las consecuencias que esto implicaba. Vivía como manda el Islam. El verdadero. No ese que han querido manchar con fanatismos. Habló y educó sobre su tierra, sus costumbres y su religión, con cualquiera que se interesara por aprender. Cualquiera que le conociera era capaz de entender esa fe en su esencia, pues vería reflejados sus valores y principios de forma coherente y humana.

Si mi papá estuviera aquí, como hace un año, conmemorando este Día Internacional de Solidaridad con Palestina, no podríamos aguantar su sufrimiento. Yo no podría ver sus hermosos y profundos ojos verdes marcados por el dolor de ver a su pueblo masacrado.

Siempre nos dijo que ni una sola generación palestina se ha salvado del flagelo de la guerra, que cada una ha presenciado y soportado horrores en sus cuerpos y en su tierra, que todos los palestinos, sean los de Cisjordania, los que están en Gaza, los que viven en campos de refugiados e incluso los árabes con pasaporte israelí, durante décadas, han sufrido despojo, desplazamiento, negación de derechos, destrucción y muerte, ninguna generación ha podido escapar. Y a pesar de toda esta desgracia colectiva, el sabría y nos diría que es la actual generación la que más dolorosa y traumáticamente ha sufrido. Quizá incluso más que la suya propia, aquella expoliada y expulsada de su tierra en 1948. Nos diría que esta generación es la que ha visto como se reducen sus tierras a mínimos inimaginables. Es la que ha sido víctima de las más atroces vejaciones por parte de un sionismo desbordado y barbárico, el cual actúa con total impunidad y complicidad, de una comunidad internacional ya consolidada y organizada, normada por un derecho internacional que Israel y sus poderosos aliados manipulan a su antojo.

Si mi papá estuviera aquí, trataría con todas mis fuerzas y les pediría a ustedes que le contáramos lo que está pasando, a nuestro modo. Le contaría que su amada bandera adorna las calles de todos los países del mundo en solidaridad con su pueblo y con su causa. Que las “Hathas”, como él les llamaba, cubren las cabezas y cuellos de decenas de miles de personas alrededor del mundo, denunciando la injusticia y pidiendo justicia, exigiendo el fin de la ocupación y la opresión israelí, pidiendo una Palestina libre. Le contaríamos que por fin se cayeron los velos. Que Israel mostró su verdadera cara y que nadie cree ya en esa retórica de la supuesta “legítima defensa”. Que no le han permitido ampararse en su manipulación y que se ha quedado sin argumentos para justificar su limpieza étnica. Omitiríamos, eso sí, que esto se debe al ataque brutal e inhumano que ha emprendido Israel contra la Franja de Gaza desde hace 53 días movido por la venganza, contando, como hasta hace pocos días, con el respaldo de una gran mayoría de países, justificando su actuar hasta que, las imágenes de devastación y la cantidad de asesinados ha superado las expectativas y la tolerancia de la complaciente Europa y un poco de Estados Unidos.

Si mi papá estuviera aquí le contaría que por fin se están diciendo las cosas por su nombre. La ONU habla de ocupación, de limpieza étnica, de genocidio de libro, para referirse a lo que sucede en Palestina. Condena categóricamente el castigo colectivo del pueblo palestino por parte de Israel, señala que la comunidad internacional debe estar unida para exigir el fin de la ocupación y el bloqueo de Gaza y clama por avanzar de manera resuelta e irreversible hacia una solución biestatal, sobre la base de las resoluciones de la ONU todavía no cumplidas.

Le contaría, para ver sus ojos brillar, que Israel está siendo llevado ante la justicia, pues cientos de abogados alrededor del mundo, así como algunos países, como Sudáfrica, le han denunciado penalmente.

Claro que no le diríamos que ha sido obvio el genocidio en curso ejecutado por Israel, transmitido en tiempo real, azuzado por la narrativa de degradación de los palestinos, llevada a cabo por los ministros israelíes, llamándoles animales, prometiendo arrasar y dejar en cenizas a Gaza, lo cual han cumplido a cabalidad. No le contaríamos que se trata de una segunda NAKBA, una catástrofe quizás más cruel y brutal que la primera. No se lo contaríamos porque no quisiéramos verlo sufrir con amargura.

Si mi papá estuviera aquí le contaría que sus amados nietos Abdul y Arwa están a punto de graduarse. Que ya no quedan más que pocos días para cerrar un ciclo de sus vidas. Ella su vida preescolar. El, ya entrando a la adolescencia, con su voz fluctuando y un incipiente bigote asomándose sobre su labio, cierra su paso por la primaria. Le llenaría de imágenes de estos niños felices, con sus futuros por delante, para que no se enterara de los más de 6100 niños palestinos cuya vida les ha sido arrebatada por Israel y a los miles a quienes en los últimos 53 días les ha arrebatado a sus familias completas, sus extremidades, sus ilusiones y les marca con la desdicha de un futuro incierto.

Si mi papá estuviera aquí podría cargar a Arwa y ser cómplice de sus travesuras y darle dulces cuando nadie los viera, mientras le cuenta historias de cuando él era pequeño. Pero tendríamos que alejarlo de todas las noticias para que no viera a los padres y abuelos palestinos cargando a sus hijos y nietos sin vida, colocándolos en bolsas, fotografiándolos para tener un recuerdo aunque sea ya muertos.

Aunque yo no quisiera que mi papá estuviese aquí, observando con sus ojos verdes generosos y su tierna lucidez, todos los horrores de esta apocalíptica y catastrófica situación.

Yo quisiera que mi papá esté en la Palestina de sus sueños. Caminando por Jerusalén, rezando en la mezquita de Al Aqsa, comiendo naranjas en Jaffa, bajo la sombra de los olivos de Nablús, donde frente al mar los niños crezcan libres y eleven papalotes, donde los abuelos sentados en las aceras de Khan Yunis, puedan contar la historia a sus nietos. Esa historia abominable, la cual se transformará con el amor, el calor, la solidaridad y la dignidad del pueblo palestino, en manantiales de paz y libertad para sus próximas generaciones.

Y que esté seguro mi papá, allá en el Paraíso de su Islam amado, de que nosotros aquí seguiremos clamando justicia por Palestina siempre. El camino abierto por él, para hablar de Palestina en Costa Rica, permanecerá y así se reconocerá su valor, su cultura y su historia, la cual transmitiremos a los más jóvenes tal como él nos enseñó a nosotros y que prestaremos a Palestina nuestros brazos y nuestras voces, para que continúe resistiendo y luchando por su dignidad.