Chile: a medio siglo de un sueño que no pudo ser…

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

Si los combatientes del Palacio de la Moneda y del Ministerio de Obras Públicas, en la capital chilena, nos dieron una muestra del potencial revolucionario que existía, y que se expresó en medio de la mayor adversidad, en aquel desigual combate del 11 de septiembre de 1973, la actitud omisa de buena parte de la izquierda chilena acerca de lo que estaba ocurriendo: el golpe militar en marcha, planificado esencialmente desde la Marina, y buena parte de los mandos de la aviación, con la participación de algunos generales del ejército (el caso de Sergio Arellano Stark), el que fue denunciado por los sargentos y soldados de la marina de Valparaíso y Talcahuano, durante los primeros días del mes de agosto de 1973, como un hecho que se saldó negativamente para los sectores populares, demostrando la incapacidad de cambiar las estrategias o tácticas políticas, en momentos en que ya las fuerzas más reaccionarias se habían decidido por la acción militar, todo esto fue configurando un cuadro de indefensión, y de pérdida de la iniciativa de los mandos políticos de la Unidad Popular Chilena, donde no existió la alternativa o esta se fue desdibujando en los meses anteriores a un desenlace que no tenía por qué ser sorpresivo, en modo alguno. Envalentonada, en cambio estaba la derecha más radical, pues en sus filas se encontraban los conspiradores golpistas de los altos mandos de la marina, además de los grupos paramilitares de la ultraderecha como el denominado Movimiento “Patria y Libertad”, la develación del golpe hacia el interior esa arma tan importante les sirvió, para seguir actuando de manera abierta, en un sentido contrario al que era dable esperar, como también para establecer sin tapujos que el gobierno que representaba la continuidad del orden legítimo en el país no tenía ningún derecho a defenderse, la mera idea de plantear una defensa del orden constitucional se había convertido ya en un “acto terrorista”, y el gobierno como tal y sus fieles defensores serían calificados, después del 11 de septiembre de 1973, bajo la denominación genérica de “extremistas” a los que había exterminar, primero mediante el terror masivo, y luego mediante el empleo del terror selectivo como parte de una guerra de aniquilamiento de las fuerzas revolucionarias, dentro de la que ese terror operó como el arma principal del régimen restaurador que instaló en Chile, a partir de la derrota del movimiento popular chileno. Sólo Carlos Altamirano Orrego, el entonces Secretario General del Partido Socialista de Chile, alcanzó a advertir a la población mediante un discurso ante un pleno de su partido, que fue difundido por las ondas de Radio Corporación, el domingo 9 de septiembre de 1973, en horas de la mañana, de que el golpe ya se encontraba en marcha, con lo así se había llegado al punto de tener que enfrentarse con lo imposible, tal y como se reveló apenas un par de días después… ese fue el desenlace de la tragedia de aquel proceso de transformaciones sociales, emprendido apenas tres años antes aunque sus raíces históricas se remontaban, muchas décadas hacia atrás.

Todo esto nos lleva a destacar que en lo esencial, pareciera que el devenir histórico latinoamericano, durante la mayor parte del siglo XX, fue la expresión de lo pudo ser pero finalmente no alcanzó a materializarse, en gran medida por la reacción de las fuerzas conservadoras y la agresiva irrupción de las potencias imperialistas decididas a no perder jamás el control social, político, económico e incluso militar, todo ello aconteció a pesar de las enormes energías desplegadas por muchos de los protagonistas de algunos procesos de transformación social, impulsados acorde con las esperanzas y expectativas forjadas dentro del imaginario de una modernidad “occidental”, la que nunca terminó por instalarse en la región, tal y como sucedió en el caso de la llamada “vía chilena al socialismo” de la que hemos venido hablando, “la primavera democrática guatemalteca” (1944-1954) o la “revolución justicialista” del decenio peronista en Argentina, deviniendo en la inmensa tragedia de que no sólo no se afianzaron a consolidar las conquistas sociales penosamente logradas (en el caso de que esto fuera posible), sino que los desenlaces político-militares trajeron o significaron profundas regresiones sociales y políticas, las que en su despliegue mostraron la siempre amenazante posibilidad de retornar al pasado colonial (todavía presente en las mentalidades colectivas), con todas sus formas coercitivas de explotación y de sometimiento en los órdenes de lo social y lo político.

No fue simplemente la subjetividad de los protagonistas de estos dramas históricos, como lo fue también el caso de la malograda democracia guatemalteca, destruida a sangre y fuego por la intervención imperial, llegando a convertirse en la democracia que nunca fue (El gobernante de ese país, coronel Jacobo Árbenz a lo sumo pretendía alcanzar una “democracia” al estilo anglosajón, mientras que los estadounidenses lo vieron siempre en un “espejo bolchevique”, como resultado de la hábil propaganda mediática, desplegada en los propios EEUU). Más que las subjetividades, fueron las rígidas estructuras sociales y políticas las que hicieron imposible ese paso hacia la modernidad, indispensable para que existan democracias de verdad y no sólo avariciosos regímenes plutocráticos, sostenidos por mascaradas electorales y el poder del dinero. En el caso de la Argentina del decenio peronista, cuando la coyuntura económica se volvió desfavorable, a partir de 1952, los aliados burgueses del peronismo y la misma derecha peronista decidieron bajarse del carro “revolucionario” de mejores salarios y políticas de bienestar para los trabajadores, el tamaño del pastel a repartir con la clase patronal se había vuelto más pequeño y los intereses estadounidenses en el país demandaban un régimen político más obsecuente con sus intereses económicos y geopolíticos, de ahí en adelante la materialización del golpe de Estado y la consiguiente “revolución fusiladora” (Rodolfo Walsh OPERACIÓN MASACRE Ediciones La Flor Buenos Aires 2001) no tardarían mucho en aparecer en el horizonte, mientras los que a pesar de todo, nunca dejaron de luchar, a lo largo de las siguientes décadas fueron los obreros argentinos (nominalmente peronistas muchos de ellos), protagonistas del Cordobazo(1969) y otras memorables jornadas de lucha heroica e insobornable.

Al conmemorarse en este mes de septiembre los 47 años del golpe militar reaccionario en Chile y los 65 del que terminó con el régimen peronista (un 16 de septiembre de 1955) cabe hacernos al menos una pregunta sensata y sincera ¿seguiremos lamentándonos y añorando lo que no pudo ser, como una especie de sino histórico fatal o habrá llegado la hora de enfrentarnos a nuestras realidades, con los ojos bien abiertos y con determinación para la lucha que nos lleve a concretar la gran tarea histórica que sigue pendiente?