En el universo del caos y la incomunicación (Primera parte)

Rogelio Cedeño Castro (*)

 

Durante los períodos de confusión en términos de valores y representaciones de la realidad (o de lo que podríamos llamar “lo verdadero”) por los que atraviesa la especie humana, con alguna periodicidad histórica, suele suceder que en el terreno de los hechos mismos, se torna imposible la aprehensión de la verdad de lo que está aconteciendo, en un momento o período determinado, todo ello por cuanto casi todas las herramientas de que disponemos para conseguirlo, se deterioran hasta tal punto que no sólo se tornan inútiles, sino que devienen en elementos generadores del caos y de la mayor de las confusiones imaginables, sin que necesariamente muchos de los protagonistas del drama histórico, se percaten de ello por estar sumergidos en él, de una manera tal que ni siquiera contemplan la posibilidad de poner en duda, al menos algunos de los componentes o mecanismos de lo que se les vende como la verdad, o la inapelable realidad absoluta del acontecer histórico que aparece ante sus ojos, como una puesta en escena, elaborada sutilmente por otros actores sociales, los que suelen disponer de las herramientas epistemológicas y tecnológicas adecuadas para el logro de esos propósitos los que, de ninguna manera, resultan explícitos para el conjunto de la sociedad.

Mucho de lo que ha venido aconteciendo en el istmo de la América Central, a lo largo de los últimos años, ha tenido la virtud de producir esa confusión, y esa imposibilidad de entender el sutil manejo mediático e ideológico que las elites del poder efectúan para perpetuar la dominación social, política además de cultural que han ejercido desde siempre, basada en una hegemonía cuasi absoluta, cuya génesis se remonta a los siglos de la dominación colonial ibérica.

Sucede así como parte de lo que hemos venido afirmando que el lenguaje, la principal herramienta de que disponemos para producir conocimiento y comprensión de lo real, se vuelve contra nosotros mismos casi sin darnos cuenta, y se genera entonces una especie de Torre de Babel, la que como en el drama presentado en el famoso relato bíblico, dentro de un complejo proceso por el que habría atravesado la especie humana, los protagonistas de los hechos ni siquiera logran encontrar un lenguaje común para entenderse en medio del caos desatado,  con lo que se pierde así la perspectiva y la posibilidad de la empresa o el accionar común para intentar salir adelante. Todo esto se expresa en nuestros días en la utilización reiterada de algunos términos que correspondieron a un período histórico anterior, dentro del que tuvieron una significación determinada y un cierto grado de correspondencia con el acontecer de entonces, con el sólo propósito de descalificar al adversario, privándolo incluso de su condición humana, los que terminan por hacer incomprensibles y oscuros los rasgos propios del período histórico que se está viviendo, dada la poca o ninguna correspondencia que guardan con aquello que podríamos, con más precisión y rigor, reconocer como la realidad de un presente histórico, al que no corresponden aquellos sustantivos adjetivados y ya privados de su carga semántica inicial, con los que la gente pretende mantener un presunto debate con una serie de gentes o identidades sociales y políticas, las que resultan ser a lo sumo expresiones fantasmagóricas o caricaturescas.

De esta manera, nos encontramos con “democracias” y “socialismos” que nunca lo fueron, simples fachadas de la dominación ejercida por los mismos de siempre, que no por ello dejan de estar revestidas de cierta complejidad. Esos rótulos, en cada caso, han resultado muy convenientes para ocultar o camuflar el inmovilismo que ha caracterizado a las sociedades centroamericanas, a lo largo de los siglos transcurridos desde que se implantó la dominación europea sobre esta parte del continente. Podemos atravesar las calles de las viejas ciudades de la América Central, y casi por inferencia espontánea podemos captar, a partir de la mera observación, como la dominación social y cultural de las viejas elites sobre las grandes mayorías se expresa en distancias sociales que encuentran su correlato en lo espacial, de una manera tal que hay siglos entre unos y otros transeúntes de esas calles, aunque estén separados apenas por una o dos cuadras, o incluso mucho menos.

Por otra parte, cabe destacar aquí que durante las dos primeras décadas del nuevo siglo, ha resultado evidente que este siglo XXI arrojó y produjo nuevas oleadas de caos y confusión entre las grandes multitudes que pueblan el paisaje urbano, sobre todo en términos de las percepciones y de las reacciones de las gentes en relación con su entorno social y político, pero también en cuanto a las herramientas para acceder al conocimiento, sobre todo aquellas a las que podemos ubicar bajo el impacto de las nuevas tecnologías de la información, unos aspectos o elementos de la forma o medio de comunicación, las que han terminado por condicionar a aquellos que están referidos al fondo o la esencia misma de los procesos históricos, todo como resultado de un aceleramiento y una saturación experimentados, en cuanto al tiempo y a las cantidades de información que estamos recibiendo, de manera constante, dentro de una mismo período de su transcurrir. Hoy, disponemos de una oferta de información, de una naturaleza tal como nunca se había producido en otros períodos históricos, sin negar la importancia que tuvieron procesos como el que se produjo con la invención y utilización de la imprenta, la aparición de la radiodifusión y más recientemente la televisión.

(*) Sociólogo y escritor.

 

Enviado por el autor.

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