Skip to main content

Etiqueta: lenguaje

Lenguaje y filosofía

Por Arnoldo Mora

Como nota aclaratoria inicial de estas reflexiones, deseo explicar el sentido semántico del término “lenguaje” que he creído conveniente usar en estas líneas. “Lenguaje” es la traducción del término “Sprache” empleado por el último Heidegger, dado que “Sprache” puede ser traducido en castellano por lengua, lenguaje, idioma. El término “lenguaje” me ha parecido más amplio y neutral, pues con él solemos denominar la facultad de expresar simbólicamente mediante sonidos articulados nuestros pensamientos, órdenes y sentimientos. Refiriéndose al desarrollo actual de la filosofía, Heidegger dice que se ha operado un cambio de rumbo (el término alemán es “Kehre”, que inicialmente significa el pronunciado cambio de rumbo en un camino, lo que los costarricenses solemos denominar como “curva”). Hoy vivimos una revolución en la filosofía y, con ello, en la cultura universal, si aceptamos la definición de filosofía dada por Hegel, según la cual la filosofía no es más que la conciencia lúcida del momento histórico que vive la humanidad. Esa “revolución” consiste en reducir toda la realidad humana en su nivel ontológico al lenguaje; la esencia-existencia objetiva , o mejor dicho objetivada, del hombre, es el lenguaje, para la conciencia en el sentido epistemológico (Bewusstsein) sólo existe aquello que entra dentro del ámbito del lenguaje, aquello que puede ser expresado mediante el lenguaje; lenguaje y realidad se identifican, hasta el punto de que el conocimiento-dominio de la Naturaleza se expresa dando nombre a las cosas, como en el bíblico Génesis o en Cien Años de Soledad; razón por la cual cada ciencia emplea un lenguaje específico (“términos técnicos”) , normalmente de raíces etimológicas griegas o latinas, para expresar su interpretación de la realidad (la “taxonomía” de Lineo, por ejemplo).

Quien ha desarrollado al máximo esta concepción ha sido uno de los mayores filósofos del lenguaje de nuestro tiempo como es Ludwig Wittgenstein. Proviniendo de la Escuela de Viena (Wiener Kreis) grupo de pensadores judíos de principios del siglo XX que, partiendo de las ciencias físicomatemáticas crearon la filosofía de las ciencias actual, Wittgenstein tomó distancia de ellos al mantener los principios epistemológicos de la objetividad científica, pero dentro de una ontología de raigambre hegeliana. Wittgenstein ve el lenguaje como expresión de la esencia de lo humano; el hombre es lo que habla, por lo que el lenguaje de esta manera se concibe como una totalidad hegeliana. De ahí que no podamos expresar ningún discurso en torno a la realidad sino es construyendo un universo simbólico; lo que de allí escape sólo puede ser aludido con el silencio, cosa que Wittgenstein considera el ámbito propio de la mística, por la que él manifestaba un hondo respeto. El otro gran filósofo actual del lenguaje es Jacques Dérrida, que se ha hecho célebre por ser el creador del método denominado “deconstrucción” tan en boga hoy en día. Dérrida se sitúa en las antípodas de Wittgenstein, pues parte de la experiencia existencial del lenguaje como creación de nuestra sensibilidad ante lo real y de nuestra voluntad de reconocimiento ante el prójimo. Más que expresar una realidad objetiva que denominamos “verdad”, el lenguaje nace de la necesidad vital de abrirse al otro a fin de construir una comunidad axiológicamente digna. Como soñaba Levinas, también para Dérrida el lenguaje es la única respuesta frente a la violencia. Tal es la razón de ser de la política. La política es el triunfo de la voluntad de poder que se humaniza para evitar que la violencia sea la “Weltétoffe” o materia prima de que está hecha la naturaleza humana (Hobbes). El lenguaje, por ende, no es natural sino cultural en el sentido heideggeriano del término, lo que funda igualmente la libertad como creatividad infinita al decir de Nietzsche. Wittgenstein y Dérrida tienen en común el que ambos definen al ser humano como aquello que se da en el ámbito del lenguaje, el hombre es lo que habla, por lo que sólo escudriñando el devenir histórico del lenguaje podemos responder a la pregunta o cuestión fundamental de la filosofía y de todo el quehacer humano: ¿qué es el hombre?) (Kant). Pero el énfasis en ambos es diferente: mientras Wittgenstein se centra en el habla natural, es decir, en el lenguaje que se emite en sonidos, Dérriba da prioridad a la escritura, es decir, a su expresión gráfica. Las reflexiones que siguen acusan la huella de estos filósofos, pero enriquecidas con los aportes de la filosofía de la historia de inspiración hegeliano-marxista.

Suelo decir que las mayores revoluciones que han cambiado cualitativamente el devenir del homo sapiens en el tiempo se originan y se expresan en el lenguaje. A continuación, esquematizo lo dicho. La subespecie sapiens superó (derrotó) al neanderthal debido a que desarrolló un lenguaje articulado que le permitiría expresar lógicamente toda su concepción del universo (Weltanshauung”), cosa que el neanderthal, a pesar de tener un cerebro de mayor volumen, no lo logró, debido a que el cerebro del sapiens es más complejo. Con el desarrollo de la escritura surgen las civilizaciones egipcia gracias a escritura jerogrífica, a la china gracias a la escritura ideográfica y a la sumeria, cuna de la cultura occidental, gracias al escritura cuneiforme. La escritura posterior logra crear el lenguaje alfabético en que la grafía no es de objetos (jerogrífica) ni de ideas (china) sino de fonemas que combinan ruidos (25 consonantes) y sonidos (5 vocales), con lo que la escritura alfabética se impuso. De ahí en adelante se hizo claro que los escritos se convierten en actos fundantes de grandes culturas de la historia; así, la producción literaria de Homero en el siglo X a.C. da origen a la cultura occidental; las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) son religiones del libro (biblia hebrea o Antiguo Testamento para los judíos, biblia cristiana que incluye Antiguo y el Nuevo Testamento, y el Coram para los mahometanos). La modernidad surge gracias a que Gutenberg crea el libro. Lo que se entiende por “democracia”, gracias a la revolución inglesa, la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, sólo se logra porque de antemano se ha dado un significativo progreso en la alfabetización de sus pueblos.

Hoy asistimos a una de las más grandes revoluciones posteriores al surgimiento del homo sapiens, cual es la creación de la inteligencia artificial (AI). Este portento se debe a que la tecnología de la comunicación ha creado un lenguaje no natural, es decir, que no recurre a grafías de sonidos sino a un lenguaje matemático; de este modo, se ha pasado de la abstracción física o natural a la matemática, es decir, formal que permite realizar operaciones a un nivel infinitamente superior al lenguaje fonético. Así como la imprenta fue el artefacto que posibilitó la fabricación masiva de libros, algo equivalente se ha logrado en la segunda mitad del siglo pasado con la computadora. Para orgullo nuestro, Costa Rica no se ha quedado atrás; la fabricación de la primera computadora hecha en la región ( la legendaria “Matilde”) se debió al talento de los maestros de la Facultad de Ingeniería de la UCR, liderados por el director Orozco de la Escuela de Ingeniería con el apoyo del decano Sagot y del Rector Carlos Monge; de mi parte, espero que un día no lejano el país les reconocerá haber sido los gestores de este inconmensurable avance tecnológico, cuyas implicaciones en todos los campos del quehacer humano, como la cultura y la política, está apenas en sus albores. La creación de este lenguaje matemático no sólo permitirá al hombre salir al espacio infinito del Universo, sino desarrollar más la tecnología inspirada en la física cuántica (nanotecnología) y cambiar, incluso, nuestro concepto de política, pues el poder no provendrá más de le la fuerza bruta (militar) ni de la acumulación egoísta de capital, sino del avance del conocimiento… Con eso habremos cumplido el sueño de Marx, para el cual el hombre, mientras siga construyendo la historia por métodos violentos no ha pasado de la prehistoria. El sueño de los bíblicos profetas se habrá cumplido: la paz será el estado natural del ser humano.

Enseñar a pensar

Por Arnoldo Mora

Es ya un lugar común afirmar que vivimos en una crisis en el sistema educativo en general y, en especial, en la educación pública de primaria y secundaria. Por desgracia, todos los datos y cifras confirman los peores augurios de una crisis, que constituye la mayor de las amenazas a la democracia y la paz social y a los logros materiales y culturales de nuestra sociedad actual. Ese papel preponderante de la educación se debe a que somos herederos de la cultura griega clásica, para la cual la única solución a todos los males que afectan a la humanidad radica en la erradicación de la ignorancia; razón por la cual sólo existe una medicina para combatir toda forma del mal, cual es la de forjar un método que enseñe o eduque a las nuevas generaciones; tal pretendía ser la mayéutica de Sócrates, y la creación por parte de la sociedad, de una nueva profesión, la más valorada de todas: la de ser educador, “paidagogós” , o guía del buen camino de los niños, si nos referimos a las raíces etimológicas del término. Pero los filósofos griegos fueron más lejos; sostuvieron que la única razón de ser de la educación es enseñar a pensar. Todo hombre es un animal racional, decía Aristóteles, lo cual quiere decir que está dotado de razón, de capacidad de convertir en “logos” (palabra-pensamiento) los datos de la experiencia sensible. En nuestros días, la filosofía analítica afirma que la mayor revolución que vivimos se da con la creación de un lenguaje basado en las matemáticas, lo cual ha posibilitado la creación de la inteligencia artificial (AI) que se ha convertido en el desafío mayor de lo que entendemos por “humano”, hasta tal punto que constituyó el tema central de la más reciente cumbre del G20, que tuvo verificativo en Roma.

Por eso debemos ir a la raíz del problema y preguntarnos qué significa “educar”. La respuesta la dieron los filósofos griegos: educar es enseñar a pensar, esto es, indagar los fundamentos de la razón o conciencia racional o teórica y su aplicación utilitaria, de donde surge el ámbito de la tecnología y el poder que de ahí se desprende, pasar de la razón teórica al pensamiento práctico, del “logos” a la “techne”. Por eso preguntarnos cómo y por qué piensa el hombre es la cuestión radical que está a la base del origen de por qué el ser humano debe educarse. Si el pensar constituye la característica fundamental del ser humano, lo que lo distingue de los otros seres que pueblan el universo, debemos comenzar por preguntarnos qué es pensar y cómo llegamos a la construcción de un lenguaje que nos permita interpretar primero y luego transformar el material que nos proveen nuestros sentidos como punto de partida, en otras palabras, se trata de convertir en lenguaje, es decir, traducir los datos empíricos en símbolos a la luz de principios racionales; lo cual se da en tres niveles epistemológicos: el del lenguaje, el de los símbolos matemáticos y, como culminación, la abstracción lógico-filosófica. Pero para poder cuestionarnos en torno a lo que significa “pensar”, ante todo, debemos indagar cuál es la facultad que nos posibilita lograr ser “animales-pensantes”. Esa dimensión del saber filosófico se suele llamar “epistemología”; el término proviene de Platón, quien distinguía el saber racional (“episteme”) de la simple opinión o palabrería (“doxa”); el salto del uno al otro se da cuando descubrimos que nuestra facultad de pensar constituye el origen del saber racional; Descartes, Kant y Husserl son considerados como los principales representantes de aquella corriente de la filosofía que se fundamenta en el pensamiento crítico, lo cual solemos calificar como saber o reflexión epistemológica.

El conocimiento humano parte de la experiencia empírica, de lo que nos suministran nuestros sentidos (Aristóteles); estos datos nos dan el “ente”, es decir, una presencia óntica que no ha descubierto su ligamen con el “ser” o conciencia de lo universal (Hegel). Pero si lo ligamos al origen del lenguaje, es decir, a la construcción del universo simbólico, debemos partir de indagar cómo construimos lo simbólico mismo. Al afirmar nuestra condición de animal, partimos de que constatamos lo real-externo a manera de “huella”, que el hombre convierte en “trazos”; con ello tenemos el primer nivel de “abstracción”; ambas experiencias son fundamentalmente visuales, es decir, espaciales. Pero si afirmamos que el origen de nuestros conocimientos empieza como constatación de huella que deviene en trazo por la acción-imaginación humana (dibujo), sólo es posible si lo vemos como una presencia de un ente que ya no existe en forma inmediata. La conciencia de lo exterior como única forma de constatar lo exterior a nuestra existencia se da simultáneamente, como conciencia del pasado y del futuro, dentro de los cuales está inserto el dato que asume la conciencia como presente; esto hace que lo dado no sea para el hombre un hecho sino un acto, es decir, que no se da sin un sujeto activo, por no decir creador. Nuestra experiencia primigenia se da dentro del marco de la imaginación, lo que convierte al dato en contenido del lenguaje. La experiencia del dato como inserto en el tiempo se produce gracias a la conciencia del pasado y al proyecto hacia el futuro que implica nuestra conciencia como sujeto activo; el pensamiento es acción. Esta conciencia como presente eterno, es decir, que subsume el pasado y el futuro hace de la conciencia un ser temporal (Husserl) y del espacio-tiempo la condición de posibilidad de lo real como dato de la conciencia o información del conocer (Kant). Lo cual convierte la huella en signo gracias a la mediación del trazo. Convertir la huella en signo de una presencia es la esencia misma del conocer racional. Idea y palabra se identifican en lo que los griegos llamaban “logos”. Lo que se suele llamar “salto epistemológico” ((Althusser) o convertir lo empírico (experimental) en racional se da cuando el signo se convierte en símbolo, el “ente” en “ser” (Aristóteles), iluminando la comprensión de lo concreto con la dimensión de lo universal (Hegel), la facticidad en ley del pensamiento y en norma de la acción. Pero esto no se da sin una concepción ontológica de lo real en cuanto tal (Aristóteles); lo cual hace que pasemos de la “existencia” a la “esencia” (Sartre), de lo percibido a lo concebido (Tomás de Aquino”), del “ser” a la nada” (Hegel), de lo concreto a lo abstracto, de lo particular a lo universal, del “ente” al “ser” (del “to ti-estin” al “einai” según la terminología de la METAFÍSICA de Aristóteles, que Hegel tradujo muy literalmente como “Da-sein” y “Sein” (libro primero de la CIENCIA DE LA LÓGICA.). Pero gracias a la crítica heideggeriana, la metafísica en la corriente existencialista actual se reduce a antropología ontológica (Olarte), lo cual le permite a Sartre titular su obra maestra como EL SER Y LA NADA, entendiendo por “ser” lo real y por “nada”, al ser-del-hombre. Retrocediendo a la filosofía del conocimiento anterior a la crítica epistemológica que dio origen a la filosofía moderna con Descartes, se debe recurrir a la teoría de la “abstracción” de Aristóteles. El pensador griego hablaba de tres niveles de abstracción: el físico, el matemático y el filosófico en el sentido fuerte del término, es decir, metafísico. La abstracción física consiste en prescindir de la unicidad del dato para asumirlo a la luz de sus cualidades sensibles, lo cual le da un primer nivel de universalidad; la abstracción matemática consiste en ver en el dato tan sólo su dimensión cuantitativa (“numérica” en el sentido pitagórico); finalmente, la abstracción metafísica consiste en asumir la inteligibilidad-onticidad del dato en su condición de ser en cuanto ser (“ens generalissimum” según los escolásticos). En la filosofía actual se expresan esos tres niveles del conocer (”noético-noemáticos”, según los términos de Husserl) en la forma siguiente: gramatical o experiencia primigenia o existencial que nos es dada en el lenguaje (“poesis” según el último Heidegger), abstracción matemática o traducción algebraica del lenguaje (Moore, Russell) y la abstracción filosófica o lógica (Hegel).

Todo lo dicho debe ser concebido como la fundamentación epistemológica de la educación formal en los niveles de primaria y secundaria, cuya crisis ha motivado el que yo, en mi condición de filósofo, haya pergeñado estas líneas con el fin de demostrar que educar sólo puede significar una cosa: enseñar a pensar, es decir, asumir lo real desde la teoría como diría Platón; para lo cual sólo hay un camino: pensar en abstracto (Aristóteles) lo cual no deja de ser una tautología según Wittgenstein. Veamos. Lo primero que se debe enseñar a los niños es el lenguaje materno; el niño aprende a hablar mimetizando los gestos y sonidos que emanan del rostro materno, concretamente de sus labios; esto lo logra el niño en los cinco primeros años de su vida; es muy importante que en el entorno familiar se hable siempre al niño y que se emplee un lenguaje variado para que enriquezca su vocabulario; el desarrollo de la inteligencia es directamente proporcional a las diversidad y abundancia de palabras que, desde la más tierna edad, aprenda el nuevo miembro del grupo familiar. El siguiente paso es aprender a leer y escribir, lo cual se suele hacer simultáneamente, lo cual según lo dicho líneas arriba, es partir de la huella al trazo y finalmente, al signo. Pero el lenguaje sólo se convierte en texto cuando al conjunto de símbolos sonoros se añade la dimensión temporal, cuando el texto sólo se puede entender si lo asumimos como la expresión gráfica de un acontecimiento, es decir, si se le ve bajo la óptica de “ser-en-el-tiempo”, dado que el dibujo nos dio la dimensión espacial. El trazo nos da la escritura como expresión gráfica del lenguaje; pero al asumirse el lenguaje como signo nos adentramos en la dimensión o abstracción matemática, lo real, al asumirse en su dimensión cuantitativa se convierte en número (Pitágoras), lo cual nos permite ordenar los datos en grupos numéricos a partir de unidades indivisibles (“quantum” según Planck); debemos a la civilización sumeria, matriz de la civilización occidental, que esa numeración sea decimal, es decir, sumando los dedos de las dos manos; es de notar que los griegos no conocieron el cero, que debemos a la India. El niño aprende en la escuela primaria las cuatro operaciones aritméticas. De los rudimentos de la aritmética pasa el joven estudiante a la geometría; el dibujo o dimensión espacial del signo es visto como un conjunto de relaciones formales, lo que permite medir. Ya en secundaria, se aprende el álgebra, término de origen árabe debido al sabio que la inventó (siglo X) y que fue introducido en Europa en el Renacimiento; gracias al matemático francés Viéte, Descartes la conoció, lo cual le permitió crear las matemáticas modernas o geometría analítica que une ambas tradiciones, gracias a lo cual la ciencia moderna ha alcanzado las inauditas dimensiones de máxima revolución de nuestros tiempos. Pero al convertir los números en palabras el álgebra recupera la abstracción de la gramática y le da al símbolo matemático una universalidad y abstracción que las matemáticas griegas no le dieron. La dimensión ulterior de las matemáticas, que sólo se estudia en educación superior, es el cálculo, que consiste en asumir desde la lógica o abstracción filosófica, cosa que debemos a Leibniz, creador del cálculo infinitesimal. Finalmente, la dimensión filosófica del saber sólo se logra con las categorías propias de la lógica, tanto formal (identidad) como dialéctica (contradicción); con ello hemos llegado a la máxima universalidad del saber humano (Hegel), haciendo realidad aquello que decía Piaget, para quien el conocimiento humano se reduce a establecer dos columnas: la del sí y la del no. El curso de filosofía que debe impartirse en el último año de secundaria, tiene como objetivo preparar al estudiante para su ingreso a los estudios superiores. Para ello debe ser un adicto a la lectura y capaz del pensar en abstracto. Si después de once años de educación formal no se ha logrado eso, el país ha incurrido en un descomunal despilfarro del presupuesto nacional y nutrido el legítimo descontento y frustración de las nuevas generaciones, a las que debemos preparar para (con)vivir en un mundo globalizado, en donde el saber suministrará a la sociedad más posibilidades de éxito que las armas y el dinero. Sólo así la especie sapiens podrá sobrevivir.

La función política del lenguaje

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

“Te van a comer los perros” le habrían gritado desde la tribuna. En anteriores columnas nos habíamos referido a este hecho ocurrido recientemente en un estadio de fútbol costarricense. No es solo el grito xenofóbico lo que es posible escuchar: tras este insulto, se esconde la construcción de un lenguaje deshumanizante que utiliza calificativos despectivos, inferioriza, barbariza.

Recientemente un artículo publicado en la BBC en su sección de noticias mundiales, señalaba la función de ese tipo de lenguaje: “se encuentran en el lenguaje de los enfrentamientos en todo el mundo: viejas figuras literarias y calificativos despectivos que buscan retratar a grupos enteros de personas como si fueran de alguna manera menos que humanos”, mencionaba la reflexión a propósito del conflicto Israel-Hammas y de cómo los bandos en pugna no solo usan la tiranía de las armas sino que también el fusil de la palabra que hiere, agrede y mortifica.

En escenarios crispados, desiguales, tensos, lo que se dice de los otros y las otras es igual o más importante que un enfrentamiento físico. En ocasiones se devela frontal, como en el caso de los insultos en un estadio costarricense hacia un jugador nicaragüense. En otros momentos el ejercicio es más bien velado y se maquilla detrás del humor y, ahora, del meme en redes sociales.

Si bien la deshumanización del otro a través de la palabra resulta en una especie de “aniquilación simbólica”, una suerte de desaparición del sujeto, también debe recuperarse el carácter político, el orden del discurso desde la premisa foucaultiana, en el que estrategia y sentido resultan de primer orden.

En una reciente conversación con la poeta, actriz y activista guatemalteca radicada en Estados Unidos María Herrera, refería a la potencialidad del lenguaje cuando se utiliza para resistir al poder.

Contaba de su decisión de leer sus textos poéticos en español en una actividad organizada en Los Ángeles California. A contrapelo de los organizadores, insistió en su lectura en su idioma materno: “es que ya es bueno que el español sea defendido”, decía.

En un país con cerca de 60 millones de hispanos, el que el español sea visto como herramienta de resistencia habla claramente acerca del sentido político del lenguaje en un momento histórico como el presente.

Si bien las palabras hirientes impactan subjetividades, también su uso como herramienta de reivindicación nos muestra el camino hacia sociedades cada vez más inclusivas.

LO QUE SE NOMBRA, ES

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En días pasados estuve en medio de una interesante reflexión sobre lenguaje, significados y procesos políticos, a propósito de las distintas formas mediante las cuales se nombra, renombra y reconoce a la región centroamericana.

Esta discusión, desarrollada en el marco de una red regional sobre movilidades humanas, apuntaba a la necesidad de “desescalar” (palabra de moda) algunas nociones que desde fuera de la región se erigen.

En concreto conversábamos sobre el tan llevado y traído concepto de “triángulo norte” utilizado para designar a los tres países que conforman justamente la parte norte Centroamericana: Guatemala, El Salvador y Honduras.

Bajo este concepto, se ha impulsado la idea de que se trata de países violentos, ingobernables, institucionalmente débiles y con altos niveles de impunidad y corrupción.

Sin embargo, obvia la noción que los tres países cuentan con poblaciones, historias, conocimientos, geografías culturalmente vivas, presentes y ciertas. Los saberes ancestrales en la región centroamericana son quizá su mayor activo, su principal patrimonio y se basan justamente en una idea de circularidad que rompe cualquier estructura piramidal con la que suelen identificarse.

El origen de esta idea de triángulo norte, tiene en realidad un sustento material cargado de violencia y extracción. Se trata del exterminio de tres comunidades de la etnia ixil a manos del ejército guatemalteco ya que se les ligaba con la guerrilla en aquel país.

Luego su uso derivó en tantas otras acepciones, homogenizando realidades distintas, convirtiéndolas en una sola idea, cuando tienen particularidades históricas, culturales y poblacionales ricas y diversas. Incluso las formas de nombrar la región están cargadas de un intenso sentido negativo qué hay que discutir.

Entre el triángulo norte y el “ shithole countries” utilizado por el expresidente Trump para referirse a algunos de nuestros países hay discursos que deben ser desmontados, incluso desde la academia.

Es importante dar este paso. Plantearse nuevas formas de nombrar lo que es, recuperando su naturaleza inicial y no la aberración discursiva con que suelen nombrarse nuestras realidades.

La cultura costarricense desde el Estado

Adriano Corrales Arias*

CULTURA es uno de los términos que más acepciones tiene. Es un concepto polisémico y dinámico. Sus abordajes han sido diversos y complementarios a través de la historia, por esa razón debería considerársele desde la interdisciplinariedad, para así lograr una integralidad semántica.

En general, podría definírsele como “el conjunto de conocimientos y rasgos característicos que distinguen a una sociedad, una determinada época o un grupo social”. En todo caso, cuando hablamos de cultura, nos referimos a creencias, normas, valores, lenguaje, símbolos, tecnología, patrimonio, identidad. En otras palabras, hablamos de la actividad humana en su conjunto y de sus relaciones con la naturaleza y el cosmos, sobre todo de la producción simbólica a través del tiempo en espacios geográficos y socioeconómicos diferenciados.

En nuestro país la visión estatal de la cultura ha sido excluyente y elitista. Desde el “Olimpo” de los liberales, hasta el nacimiento del Ministerio de Cultura (PLN), se le concibe como la promoción de las “Bellas Artes”, las cuales deberían extenderse al pueblo para “culturalizarlo”, “cultivarlo”. Los liberales la concebían mancomunada con el sistema educativo, cual actividad “civilizatoria” que pretendía homogenizar su visión de mundo, es decir, privilegiaban su intención ideológica.

El dispositivo creado por el PLN en los años setenta del siglo pasado, ha sido vallecentrista y eurocéntrico, léase, colonial, salvo esfuerzos aislados y fallidos de regionalización con débiles discursos antropológicos sobre las culturas populares o “vivas”. Esa visón paternalista todavía subsiste. De allí la gran confusión en muchos artistas, quienes confunden el amplio concepto etnográfico con el de “arte” o “gestión cultural”. Por ello, se habla de un “sector cultura” difuso y asimétrico, el cual no sabemos si se define por su producción, su gremialismo o su filiación con el estado y su políticas, mejor dicho, la ausencia de ellas.

El neoliberalismo que lidera la contrarreforma con el afán del desmantelamiento del Estado Social de Derecho, erigido desde los años cuarenta del siglo pasado, le ha entregado esas tareas a las industrias culturales. Los últimos gobiernos del PLUSPAC así lo han venido haciendo y, el Ministerio de Cultura y Juventud (vaya híbrido), a pesar de su ingente labor en sus instituciones adscritas y en el apoyo a algunos productores artísticos, ha devenido en un cascarón desfinanciado y en una suerte de gran agencia de producción festivalera.

Las declaraciones de un candidato ultra conservador y de su escudera (diputada electa) han puesto el dedo en la llaga al gritar a los cuatro vientos, sin inmutarse, lo que otros quieren pero callan desde hace rato: cancelar el MCJ por ineficiente y burocrático (tiene menos del 1% del presupuesto nacional). Es decir, privatizar sus órganos desconcentrados y asignarle a las industrias culturales el resto. De allí a un Hollywood o Disney ticos no estaríamos tan lejos. Quizás ello quiso decir la señora escudera del enviado de los organismos financieros internacionales, quien bien podría convertirse en presidente de esta res ya no tan pública.

El día en que la CULTURA se convierta en el centro de una propuesta política al interior de un robusto proyecto país, tal y como corresponde, estaríamos hablando de inclusión, equidad, justicia social, defensa de los patrimonios tangibles e intangibles, de soberanía tecnológica y alimentaria y de las diversas identidades y expresiones simbólicas de quienes ocupamos este pequeño y bendito territorio. Es decir, estaríamos ante una auténtica acción sociocultural, corazón de toda actividad política.

Sin embargo, por ahora, sepamos que la CULTURA, desde la contrarreforma neoliberal, está clausurada. Aunque sigue viva y resistiendo en nuestras comunidades, en nuestros quehaceres, en nuestros sueños, en nuestras memorias.

*Escritor.

La neolengua y el final del pensamiento libre

COLUMNA LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (15).
Tercera época.

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

Entre los rasgos, o manifestaciones de la vida social y cultural que se han venido poniendo cada vez más en evidencia, en medio de este cambio de siglo, un tiempo histórico en el que todos los significados y significantes parecen haber sido trastrocados, se destaca una marcada tendencia a limitar los recursos, posibilidades y significaciones del lenguaje, esa poderosa herramienta de que disponemos los seres humanos desde tiempos ya muy lejanos. A la manera de aquel universo totalitario, y cada vez más encerrado en su sí mismo en el que transcurre la existencia de los personajes del Londres de la novela “1984”, una sombría y alarmante distopía de George Orwell (1903-1950), donde la newspeak o neolengua que tiende a prevalecer, no viene a ser otra cosa que una reducción de la capacidad de las palabras para producir significados y sobre todo, lo más peligroso, pensamiento que podría resultar subversivo para la omnipresente maquinaria del poder, cuyos engranajes están diseñados para obtener un control total de los seres humanos, para convertirlos en meras piezas de esa maquinaria, de ello se encarga la policía del pensamiento encargada de castigar las desviaciones del pensamiento, especialmente el llamado crimental. Todo ello, en medio una sociedad donde la historia, incluso la reciente, está siendo reescrita todo el tiempo, de acuerdo con los intereses del poder del Gran Hermano, ese que siempre te vigila (Big Brother is watching you, don´t forget), para ello el lenguaje tendrá que ser reducido cada vez en los posibilidades, tal y como dice uno de los personajes del relato: “La undécima edición (del diccionario de la nueva lengua) será la definitiva –dijo-. Estamos dándole a la lengua su forma final, la forma que tendrá cuando nadie hable otra cosa. Cuando terminemos, la gente como tú tendrá que aprenderlo todo de nuevo. Seguro que crees que nuestro trabajo consiste en inventar palabras nuevas ¡Pues no! Lo que hacemos es destruirlas, decenas, cientos de palabras al día. Estamos podando el idioma. Ni una sola de las palabras en la undécima edición quedará anticuada antes de 2050” (George Orwell, 1984 DEBOLSILLO Barcelona 2014, p.p. 59-60).

En un período histórico como el nuestro, en el que algunas gentes se sienten ofendidas por el solo uso de determinadas palabras a las que atribuyen un significado unívoco, cerrándose a la posibilidad de cualquier diálogo al respecto, llegando incluso a exigir que determinados documentos históricos-no importa si son recientes- sean modificados o incluso, dado el caso, tal vez para mejor, ser eliminados so pena para el emisor de un texto de recibir toda clase de calificativos. Todo en el mejor estilo de los usos propios de aquel Londres que el novelista inglés imaginó para la octava década del siglo pasado.

Dadas las circunstancias convendría seguir examinando lo que en la novela mencionada se exterioriza como la loable tarea de eliminar gran cantidad de palabras: “-La destrucción de palabras es muy hermosa. Por supuesto, lo que más sobra son verbos y adjetivos, pero hay cientos de sustantivos de los que se puede prescindir. Y no sólo por los sinónimos, sino también por los antónimos. Al fin y al cabo. ¿qué justificación tiene una palabra que no es más que lo contrario de otra? Cualquier palabra incluye a su contraria. Fíjate, por ejemplo, en la palabra “bueno”. Si tenemos esa palabra, ¿de qué nos sirve “malo”? ”Nobueno” es igual…incluso mejor porque es exactamente lo contrario mientras que la otra no lo es. O, si lo quieres es reforzar la palabra bueno, ¿para qué queremos toda una serie de palabras vagas e inútiles como “excelente”, “espléndido” y otras parecidas? “Masbueno ya significa eso, o “doblemasbueno”, si quieres aún algo más claro. Por supuesto que ya usamos todas esas formas, pero en la versión final de la la nuevalengua serán las únicas. Al final todo el concepto de la bondad se limitará a seis palabras-en realidad una sola-. ¿No ves lo hermoso que es, Winston? (el principal personaje de la novela) La idea original fue del H.M (El Hermano mayor y por supuesto infalible líder), claro-añadió pensativo.” (opus cit pág 60).

La importancia de la neolengua en el manejo de la población, de las gentes del común podríamos decir, es tal que el interlocutor le habla del futuro a Winston en los términos de que: “Alguna vez te has parado a pensar que, en el año 2050, como muy tarde, no quedará con vida una sola persona capaz de entender una conversación como la que estamos teniendo ahora?” (opus cit pág. 61).

No hemos llegado al 2050 aún, pero estamos mucho más cerca de esa fecha imaginaria que proyectó el autor setenta años hacia atrás, sumergidos en medio de un universo cultural que no sólo acentúa, en medio de la más feliz inconsciencia, estas tendencias totalitarias y otras que nos conducen a la mayor de las estulticias, ahora la ignorancia y hasta la grosería se han convertido en sendas virtudes, aunque no nos hayamos percatado de ello.

El antiguo combatiente en las filas revolucionarias del POUM, en el Frente de Aragón, durante algunos meses, poco después del inicio de la Guerra Civil Española, sobreviviendo a las asechanzas del fascismo y del estalinismo, un episodio del que nos dejó su testimonial HOMENAJE A CATALUÑA, esboza en su 1984, ese mítico año de 2050, en términos de los alcances que tendría para entonces la neolengua para el conjunto social, veamos “En 2050, probablemente antes, la viejalengua habrá desaparecido. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron…existirán únicamente en versiones en nuevalengua, no solo convertidas en algo diferente sino transformadas en algo opuesto a lo que eran antes. Incluso la literatura del Partido cambiará. Y los eslóganes. ¿cómo vas a decir “La libertad es la esclavitud” si el concepto de libertad ha dejado de existir? El pensamiento será totalmente distinto, De hecho, no existirá pensamiento tal como lo entendemos hoy. La ortodoxia equivale a no pensar, a no tener necesidad de pensar. La ortodoxia es la inconsciencia. “(opus cit. p.p. 61 62).

En el universo del caos y la incomunicación (Segunda parte)

Rogelio Cedeño Castro (*)

 

Hace apenas unos meses, para ser más exactos era el día 4 de diciembre de 2017, a media mañana por así decirlo, nos disponíamos mi estimado amigo Francisco Cordero Gené, y quien escribe estas líneas no sin una dosis de emoción, a asistir a una manifestación de solidaridad con el pueblo hondureño, en lucha contra el fraude electoral que acababa de ser perpetrado en ese país, la que tendría lugar frente a la Cancillería de la República, cuando en un determinado momento, todavía era muy temprano, constaté que sólo nosotros habíamos llegado al pequeño Parque España, una área verde sobre la que confluyen un conjunto de edificaciones históricas y el inmenso edificio del Instituto Nacional de Seguros, uno de los puntos de referencia más elevados, y que no dejan de llamar la atención tanto a los habitantes como a los visitantes de la capital de Costa Rica, fue entonces cuando le dije a Francisco algo así como lo siguiente, a manera de interrogación: ¿sabes una cosa Francisco , para vos cuál es la razón de nuestra presencia aquí esta mañana? ¿Por qué es que hemos estado luchando, contra viento y marea, desde hace muchos años?, mi interlocutor – por su parte- me miró por un momento, dándome la impresión de que me estaba devolviendo aquella batería de preguntas que le lancé, por lo que yo, de inmediato, le respondí diciéndole que la verdad, la única verdadera, es que nosotros habíamos acudido esa mañana para demandar apenas lo mínimo de una democracia que nunca hemos tenido en esta sufrida América Central. No venimos aquí a luchar por ningún socialismo (cuando no comunismo) –le di a entender-, como el que nos endilgan -de manera gratuita- unos y otros defensores del statu quo, algunos de la derecha más reaccionaria u otros, presuntos revolucionarios de una izquierda que hace rato que no encuentra el rumbo. Lo único cierto es que esa planta, llamada por algunos democracia, abonada muchas veces con sangre de hermanos, nunca ha prosperado en este istmo del centro del continente, a pesar del ruido y oropeles de que la revisten unos y otros. Concluí diciéndole a Chico que nuestros propósitos siempre han sido más modestos, pero no por ello menos profundos e importantes ¿tendremos alguna vez una democracia verdadera en estos países del istmo de la América Central? Nos queda como consuelo saber que, a diferencia de la gran mayoría de las gentes, al menos estamos al tanto de los males que nos siguen aquejando, aunque hay momentos en que resultan más evidentes, mientras que la rutina de lo cotidiano los torna casi inexistentes, haciéndonos albergar la ilusión de que vivimos en una democracia.

En medio del caos y la imposibilidad de comunicarnos de verdad, en la que nos encontramos sumidos los centroamericanos, casi al concluir la segunda década del nuevo siglo, se añade a título de agravante el hecho de que el aparato mediático de los grandes propietarios de las televisoras, diarios y estaciones de radio, al servicio de las viejas élites de la región y sus intocables privilegios, nos impone de una manera –a veces no tan sutil- sus agendas políticas, económicas y sociales, de una manera tal que, como en el universo totalitario orwelliano de la novela 1984, terminamos repitiendo y gesticulando maldiciones contra determinadas gentes, incluso a partir de su apariencia física (hay que quemar a la bruja) o del odio que otros les profesan(el gobierno que hay que derrocar) y se encargan de inyectárnoslo, de una manera no siempre dosificada, tal y como sucede durante en los cotidianos minutos del odio de aquel gris ambiente de la ficción literaria, donde el personaje Winston se ve obligado a moverse, en un ámbito en el que la guerra es la paz, la ignorancia es la fuerza y la libertad es la esclavitud.

Cuando el fraude electoral en Honduras del 24 de noviembre del año anterior se encargó de prolongar la dictadura, impuesta en ese país con el golpe militar y palaciego del 28 de junio de 2009, el aparato mediático actuó como si tales hechos no hubieran tenido lugar, pues para estos medios el fraude electoral y la represión posterior, con su secuela de muertos, heridos y presos políticos no constituyó siquiera un asunto digno de ser mencionado, fue por ese motivo que dijimos en su momento que las elecciones de Honduras constituyeron un evento que jamás ocurrió, tal vez apenas fue un delirio de nuestras mentes o un exceso de imaginación. A pesar de nuestros esfuerzos de aquel 4 de diciembre para protestar por esos hechos frente a la Cancillería de Costa Rica, en la ciudad de San José, no logramos siquiera un apoyo significativo de la llamada izquierda del espectro político local, la suerte del pueblo hondureño había sido decidida en otras latitudes, tal y como se evidenció poco tiempo después.

Cuando habían transcurrido apenas unos meses, y en el marco de una protesta social que en principio nos pareció muy legítima, la violencia irrumpió volcánicamente en las calles de las principales ciudades de Nicaragua, aún y cuando como respuesta inicial el gobierno cedió a las demandas sobre el tema de las pensiones y la seguridad social, sin embargo fue entonces cuando la violencia más cruenta, se recrudeció por parte de algunos sectores de la oposición y de los movimientos sociales, por lo que nos encontramos, de súbito ante la evidencia de que se trataba de derrocar a los gobernantes de ese país, unos políticos de profesión con los que se puede estar de acuerdo o no, sin que necesariamente estemos obligados a apoyar su derrocamiento, diciendo que eso es un acto democrático o entrando en unos rituales de odio hacia sus personas. Una campaña de prensa, bien dosificada apareció de inmediato en los grandes diarios y en las principales televisoras de Costa Rica y de otros países, incluida la Deutsche Welle de Alemania y la CNN en español, con el agravante de que mucha gente compró esa agenda casi sin darse cuenta, empezando a repetir sus consignas pero sobre todo –y esto es lo más grave-, estableciendo que las noticias de uno de los bandos debían ser creída a pie juntillas, mientras que las del otro no pasaban de ser mentiras absolutas. Una visión en blanco y negro se instaló sobre el panorama, mientras que una serie de apóstoles de la derecha y de la izquierda empezaron a demandar el derrocamiento del gobierno de Daniel Ortega, cueste lo que cueste, incluso con una guerra civil, sin tener en cuenta que esto terminará por desestabilizar toda la región, empezando por los graves daños sufridos por la economía de Nicaragua y los restantes países del istmo. ¿Es acaso que el caos y la recesión económica sacarán a los centroamericanos de la pobreza? ¿quiénes y cómo estarán dispuestos a apoyar la reconstrucción de Nicaragua, teniendo que en cuenta que los años noventa los EEUU que gastó millones apoyando al guerra de la contra, no estuvo dispuesto para aportar un centavo para esa tarea?

Fue ahí donde se instaló el tema de los muertos, al parecer más buscados por los opositores que por un gobierno, al principio debilitado por la sorpresa con que lo tomó el escalamiento del conflicto, pero que de ninguna manera había tenido como una de sus políticas visibles la ejecución de sus opositores, la gran pregunta seguirá siendo ¿cómo es que un gobierno tan hostilizado y con una campaña internacional en su contra iba a cifrar su continuación en una represión sangrienta? El problema es que muchos olvidan que en este tipo de conflictos, verdaderas guerras civiles de baja intensidad, la primera baja es la verdad. ¿Estamos obligados a creer o aceptar lo que digan los voceros más autorizados de uno de los bandos, descalificando todo lo que provenga del otro? El dilema seguirá siendo, tanto para los periodistas verdaderamente profesionales como para nosotros, el resto de la ciudadanía ¿cómo es que podremos establecer la veracidad de lo que está ocurriendo en el país vecino, situado al norte de Costa Rica? Siguiendo las viejas tradiciones, no debemos olvidar que sólo la verdad nos hará libres.

 

(*)Sociólogo y escritor.

 

Enviado por el autor.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/

En el universo del caos y la incomunicación (Primera parte)

Rogelio Cedeño Castro (*)

 

Durante los períodos de confusión en términos de valores y representaciones de la realidad (o de lo que podríamos llamar “lo verdadero”) por los que atraviesa la especie humana, con alguna periodicidad histórica, suele suceder que en el terreno de los hechos mismos, se torna imposible la aprehensión de la verdad de lo que está aconteciendo, en un momento o período determinado, todo ello por cuanto casi todas las herramientas de que disponemos para conseguirlo, se deterioran hasta tal punto que no sólo se tornan inútiles, sino que devienen en elementos generadores del caos y de la mayor de las confusiones imaginables, sin que necesariamente muchos de los protagonistas del drama histórico, se percaten de ello por estar sumergidos en él, de una manera tal que ni siquiera contemplan la posibilidad de poner en duda, al menos algunos de los componentes o mecanismos de lo que se les vende como la verdad, o la inapelable realidad absoluta del acontecer histórico que aparece ante sus ojos, como una puesta en escena, elaborada sutilmente por otros actores sociales, los que suelen disponer de las herramientas epistemológicas y tecnológicas adecuadas para el logro de esos propósitos los que, de ninguna manera, resultan explícitos para el conjunto de la sociedad.

Mucho de lo que ha venido aconteciendo en el istmo de la América Central, a lo largo de los últimos años, ha tenido la virtud de producir esa confusión, y esa imposibilidad de entender el sutil manejo mediático e ideológico que las elites del poder efectúan para perpetuar la dominación social, política además de cultural que han ejercido desde siempre, basada en una hegemonía cuasi absoluta, cuya génesis se remonta a los siglos de la dominación colonial ibérica.

Sucede así como parte de lo que hemos venido afirmando que el lenguaje, la principal herramienta de que disponemos para producir conocimiento y comprensión de lo real, se vuelve contra nosotros mismos casi sin darnos cuenta, y se genera entonces una especie de Torre de Babel, la que como en el drama presentado en el famoso relato bíblico, dentro de un complejo proceso por el que habría atravesado la especie humana, los protagonistas de los hechos ni siquiera logran encontrar un lenguaje común para entenderse en medio del caos desatado,  con lo que se pierde así la perspectiva y la posibilidad de la empresa o el accionar común para intentar salir adelante. Todo esto se expresa en nuestros días en la utilización reiterada de algunos términos que correspondieron a un período histórico anterior, dentro del que tuvieron una significación determinada y un cierto grado de correspondencia con el acontecer de entonces, con el sólo propósito de descalificar al adversario, privándolo incluso de su condición humana, los que terminan por hacer incomprensibles y oscuros los rasgos propios del período histórico que se está viviendo, dada la poca o ninguna correspondencia que guardan con aquello que podríamos, con más precisión y rigor, reconocer como la realidad de un presente histórico, al que no corresponden aquellos sustantivos adjetivados y ya privados de su carga semántica inicial, con los que la gente pretende mantener un presunto debate con una serie de gentes o identidades sociales y políticas, las que resultan ser a lo sumo expresiones fantasmagóricas o caricaturescas.

De esta manera, nos encontramos con “democracias” y “socialismos” que nunca lo fueron, simples fachadas de la dominación ejercida por los mismos de siempre, que no por ello dejan de estar revestidas de cierta complejidad. Esos rótulos, en cada caso, han resultado muy convenientes para ocultar o camuflar el inmovilismo que ha caracterizado a las sociedades centroamericanas, a lo largo de los siglos transcurridos desde que se implantó la dominación europea sobre esta parte del continente. Podemos atravesar las calles de las viejas ciudades de la América Central, y casi por inferencia espontánea podemos captar, a partir de la mera observación, como la dominación social y cultural de las viejas elites sobre las grandes mayorías se expresa en distancias sociales que encuentran su correlato en lo espacial, de una manera tal que hay siglos entre unos y otros transeúntes de esas calles, aunque estén separados apenas por una o dos cuadras, o incluso mucho menos.

Por otra parte, cabe destacar aquí que durante las dos primeras décadas del nuevo siglo, ha resultado evidente que este siglo XXI arrojó y produjo nuevas oleadas de caos y confusión entre las grandes multitudes que pueblan el paisaje urbano, sobre todo en términos de las percepciones y de las reacciones de las gentes en relación con su entorno social y político, pero también en cuanto a las herramientas para acceder al conocimiento, sobre todo aquellas a las que podemos ubicar bajo el impacto de las nuevas tecnologías de la información, unos aspectos o elementos de la forma o medio de comunicación, las que han terminado por condicionar a aquellos que están referidos al fondo o la esencia misma de los procesos históricos, todo como resultado de un aceleramiento y una saturación experimentados, en cuanto al tiempo y a las cantidades de información que estamos recibiendo, de manera constante, dentro de una mismo período de su transcurrir. Hoy, disponemos de una oferta de información, de una naturaleza tal como nunca se había producido en otros períodos históricos, sin negar la importancia que tuvieron procesos como el que se produjo con la invención y utilización de la imprenta, la aparición de la radiodifusión y más recientemente la televisión.

(*) Sociólogo y escritor.

 

Enviado por el autor.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/