“Selma”

-desfilar contra el racismo en Alabama-

Aquí y ahora, la pantalla es el maestro
que descubre la historia y subraya sus lecciones

Gabriel González-Vega
Académico jubilado de Humanidades, UNA*

El esmerado docudrama tradicional de Ava du Vernay expone, con prudencia y vigor balanceados, el racismo, su horror y su mentira, a partir de una cita crucial en la historia. El pueblo de Selma, en Alabama, todavía bastión confederado un siglo después de la guerra civil de 1861/65, fue escenario idóneo para revelar, concentrado, el abuso cotidiano de una cultura donde el miedo, la ignorancia y la maldad son facetas de una misma necrofilia. Mientras que en Viet Nam el gobierno estadounidense está en guerra por intereses disfrazados de libertad, ésta se le niega a sus ciudadanos que cambiaron esclavitud por segregación.

Ava du Vernay fue la primera mujer afrodescendiente en ganar el Festival de Sundance (en 2 012, con “Middle of Nowhere”, que nunca llegó a Costa Rica, creo). Y la primera en ser nominada al Globo de Oro y con su filme al Óscar con “Selma”. Lo que de nuevo logró, en la categoría documental, con “13th”. Sin embargo, la militancia contra el racismo de los artistas de “Selma” provocó el repudio de los conservadores blancos en Hollywood, que se aseguraron de que no ganase la estatuilla. Aunque sí se llevó el Óscar y el Globo de Oro la Mejor canción original, Glory (John Stephens y Lonnie Rashid Lynn Jr.). También fue muy premiado su filme “When They See Us”, sobre las condenas injustas, finalmente revertidas, de cinco jóvenes afrodescendientes, acusados de haber asaltado a una trotadora blanca en el Central Park de Nueva York. Un caso semejante al que recién se hizo viral (Cooper vs. Cooper) de otra falsa acusación racista de una mujer blanca a un hombre negro (miembro de Audubon) que observaba aves en el mismo parque y que le pidió amablemente a ella llevar su perro con correa, como está estipulado.

Con actuaciones impecables, que incluyen a los célebres Cuba Gooding Jr. y Oprah Winfrey, la fotografía, que quizá falla en aspectos técnicos, está a tono con los ambientes sombríos –hay un inicio poético delirante que marca el terreno de la injusticia- y un acertado cambio de tono. La música delinea el valioso acervo cristiano que alienta a las víctimas (oportuno ahora que tanta iglesia predica discriminación y que la cabeza más visible de la discriminación, Donald Trump, usa la Biblia para predicar odio). El sobrio relato no usa trucos ni privilegia giros sorpresivos sobre la potencia de los hechos. Mas si pasa de la intimidad familiar a la visión de masas decididas a enfrentar 400 años de abusos.

Es un filme de carretera (road movie), literalmente. No con la usual pareja dispareja del cine estadounidense, sino con manifestaciones donde el valor se hace uno en jóvenes y viejos, hombres y mujeres.  Martin Luther King (el excelente actor británico David Oyelowo), recién galardonado con el Nobel de la Paz, en ese momento lidera, entre dudas y angustias, presiones y golpizas, una marea incontenible de rostros que combaten con el sacrificio de sus propios cuerpos, con la entrega de sus vidas en primera fila, lacerados siempre por coros de miradas despectivas. Porque la protesta pacífica desafía el (des)orden establecido y obliga a las autoridades corruptas y sus secuaces a una barbarie que hiere la conciencia pública mediante el testimonio decisivo de la prensa. En nuestros días, la prensa decente se refuerza con los transeúntes que recogen en sus teléfonos celulares tanto la brutalidad como la mentira sistemática de la policía estadounidense.

Sin desmerecer el protagonismo reticente del admirado pastor de Atlanta, no enfatiza su biografía ni lo despoja de su contradictoria humanidad. Lo ubica –y sagazmente al líder revolucionario Malcolm X también-, como el hombre sabio que supo bregar tanto en los pasillos traicioneros de la política como en las calles cubiertas de matones, uniformados o no. Un hombre indispensable, al decir de nuestro José Martí (de paso, sugiero disfrutar de su maravillosa biografía “El ojo del canario”, de mi amigo cubano Fernando Pérez), que no es un súper héroe sino uno de nosotros que supo levantarse a la altura de las circunstancias y logró cambios sustanciales con su breve y decisivo paso por el planeta; que como Mahatma Gandhi y Nelson Mandela, llevó dignidad a toda la especie.

Como educadores para la libertad (si algo he sido toda una vida es educador y si en algo creo es en la educación), debemos revertir el despojo sistemático de la curiosidad, la admiración y la creatividad naturales que perpetra la domesticación vigente. También, hay que combatir la pobreza espiritual de la comunicación masiva, que transformó el héroe y el santo del pasado, modelos ejemplares, en las celebridades de hoy en día, cuerpos/mercancía adorados en el frenesí del consumo adictivo; y peor aún, más recientemente, a brutales matones ignorantes y totalitarios en ídolos adorados por legiones de siervos.

Necesitamos reconocernos en esas manifestaciones históricas y no en falsos personajes de historietas maniqueas. Es urgente comprender este mundo arrasado por la especie feroz que somos, como lo retrata de forma sublime el fotógrafo brasileño Sebastián Salgado (“La sal de la tierra”, de Wim Wenders) y comprometernos con la regeneración de vida que ese mismo filme anima.

“Selma” es un encuentro humanista con la educación que necesitamos. El arte, así como “Selma”, es indispensable. Nos brinda el conocimiento necesario para impulsar los cambios que anhelamos. Un mundo sin racismo, xenofobia, homofobia ni machismo.

Avance oficial de “Selma” en español:
https://www.youtube.com/watch?v=1U2lX2aAoiA

*Basado en mi artículo originalmente publicado en Campus, UNA, en 2015.

 

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