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Etiqueta: Abelardo Morales Gamboa

Detrás de los colores: Costa Rica, fracturas y descomposiciones

Abelardo Morales Gamboa (*)

Nadie es profeta en su propia tierra…

Abelardo Morales Gamboa.

Si algo nos indicaban los resultados de las recientes elecciones municipales no era solo el arcoíris con el que se colorearán las municipalidades a partir de mayo próximo, sino cómo esa configuración política está expresando un rápido deslizamiento político ideológico del país hacia la derecha y al conservadurismo, por un lado, y al ensanchamiento de las brechas sociales, de las desigualdades y las exclusiones, y, quizás, de peligrosas fracturas territoriales, por el otro; sin que este resultado ni el rumbo en el resto de los escenarios políticos esté marcando ningún giro esperanzador para el futuro del país.

Ese resultado manifiesta la caída tendencial, de largo plazo, del bipartidismo histórico que marcó la alternancia entre Liberación Nacional y la Unidad Socialcristiana, tanto a nivel nacional como provincial y local. De 84 alcaldías, juntos ganaron 49, o sea el 58 por ciento de los municipios. El PLN resultó ser el más castigado, pero el PUSC apenas logró hacer un reacomodo territorial de sus votos para alcanzar 5 alcaldías más que en 2020, pues en número de votos a nivel nacional no creció, sino que perdió más de un centenar de votos. Fue la aritmética local la que le ayudó.

Sin duda, en cada periodo electoral se producen reacomodos que pueden cambiar los mapas, algo parecido a la activación que se observa con los enjambres sísmicos. Pero en esos huecos que van dejando localmente los cambios de las hegemonías cacicales, no emergen salidas políticas que contengan respuestas esperanzadoras a los caldos de cultivo de la descomposición social, ni siquiera remaches a las fracturas y menos frenos al acercamiento acelerado a los abismos. Ni el PLN y mucho menos el PUSC escapan a la derechización política y al conservadurismo. Y las otras opciones que esperábamos más progresistas están estancadas o quizás también en caída.

Ese deslizamiento, casi sin freno, a un abismo de crisis ha sido causado por una intensa acumulación de tensiones sociales, de los cuales situaciones como el aumento de la desigualdad y de la pobreza, la delincuencia y la inseguridad, la desconfianza social en las instituciones son sus irrupciones en la superficie. Pero esa misma crisis expresa un deterioro de la conciencia cívica, de la crítica y de la rebeldía social frente al statu quo.

Nos falta preguntarnos sobre la (re) configuración territorial del poder y de la dominación en Costa Rica a partir del juego de fuerzas en la escala local. Para eso habrá que leer lo que ocultan las banderas que colorearán a cada municipalidad, pero también más allá y, sin caer en maniqueísmos ni determinismos, conjeturar un poco sobre el movimiento de las dinámicas locales. No hay leyes físicas para explicar esto y nos falta investigación social sobre esos escenarios.

También posiblemente las banderas nos dirán muy poco, sobre todo porque el abstencionismo tiene una oculta que no sabemos cómo colorear. Pese a que alcanzó el 68 por ciento, la estadística electoral en vez de colorearlo, lo sombrea bajo el sofisma de la poca conciencia y compromiso cívico de los abstencionistas. Los abstencionistas, creo yo, nos están diciendo otras cosas y quizás son evidentes, pero eso no estuvo ni está en la agenda de los partidos. Algunos apostaron por mantener el abstencionismo a raya y moverse dentro de círculos de electores manipulables.

Todo lo anterior es la expresión no de una sino de múltiples fracturas. Estamos viviendo sobre un enjambre socioterritorial que políticamente no se termina de acomodar, pero como en la sismografía se van acumulando tensiones y generando simultáneamente una liberación de energías que podría ser gradual o llevarnos a una catástrofe. También no podemos obviar que la cartografía política posiblemente esté expresando las distorsiones de la fragmentación derivada de la división territorial por cantones, cosa que no parece solucionarse en breve pues abundan caudillos locales con sueños imperiales y diputados que convierten la creación de nuevos cantones en moneda de cambio.

En fin, como mera especulación final agrego que quizás debamos seguir preparándonos para otros posibles nuevos remezones, la rebatiña que está protagonizando el refrito que nos gobierna apenas parece anunciarnos que todavía tendremos que ver mucho más de aquí a las próximas elecciones.

(*) Sociólogo, comunicador social e internacionalista.

Paralizados por todas partes

Abelardo Morales Gamboa

Ya las cosas venían mal en este país; siguen mal y pintan peor. Tenemos uno si no el peor de los gobiernos de la historia reciente, pero no solo el gobierno toma malas decisiones, o no toma ninguna o toma las que toma con muy mala leche. Este grupito ha venido a empeorar la situación de los costarricenses, no hay duda. Podríamos sentarnos a llorar, pero con llorar no logramos nada.

Pero qué hace que este gobierno sea un desastre, cause los desastres que causa y nada pasa, los partidos políticos de oposición si es que hacen oposición, los sindicatos y organizaciones sociales, la sacrosanta intelectualidad de este país, nadie mueve un dedo, no pasamos de arrugar las narices y de seguir confinados en nuestro confort neoliberal, claro, pero con poses antineoliberales porque frente al mal debemos aparentar ser políticamente correctos.

Peor aún, el gobierno es un desastre, paraliza todo, pero hay un segmento de la población que le aplaude; si las encuestas están bien hechas, no lo sé, podríamos decir que el desastre y la parálisis gozan de legitimidad y de apoyo popular. No obstante, vemos a las derechas del PUSC y neoliberales descendientes del movimiento libertario con aires de triunfo. Están convencidos de que esta es su gran oportunidad. En río revuelto…

Hay que reconocerle al grupo que nos gobierna su genialidad. Aunque parezcan burdos, tontos no son. No más entrando al poder pararon todo desde el uso de mascarillas hasta la construcción de hospitales. Detuvieron obras viales importantes; la del Ministerio de Obras Públicas y Transportes ha sido de las peores en décadas y allí sigue el ministro como un mono agarrando el zapote. Ni qué decir sobre Educación y Salud.

Este gobierno acaba de dinamitar los programas de inversión social y condenar a miles de familias, de niños y de jóvenes, no solo a la pobreza sino a situaciones de riesgo que al cabo de un par de años pondrían a este país de rodillas frente al crimen organizado y el autoritarismo. El presidente llama a las familias pobres a asumir el sacrificio y nada pasa. Si yo les diera crédito a las conspiraciones creería que nos lavaron el cerebro, les echaría la culpa a las vacunas o a algún poder extraterrestre.

Tampoco bastan los editoriales y titulares de la prensa que también tienen responsabilidades en esta pérdida de conciencia colectiva. Hay que reconocer que, durante décadas, mientras el país avanzaba en educación, ciencias y cultura, estábamos dominados por una prensa empobrecida intelectualmente. Luego vino el desastre en educación, los contenidos de las redes sociales se volvieron más creíbles que los cuentos de la abuela, pero ya el daño estaba hecho.

Hemos llegado al punto de que un accidente paraliza el tránsito durante largas horas en cualquier vía de comunicación. El colmo es que la construcción de un puente paraliza a toda la región central del país durante meses. La parálisis no es solo mala planificación, aunque la desplanificación y el valeverguismo de los funcionarios sea resultado precisamente de la pérdida de sentido de la responsabilidad pública.

La parálisis en la que nos tiene este gobierno no es un accidente, no es un producto no previsto de la presente coyuntura histórica. No. Este gobierno sintetiza nuestra historia reciente, es hijo del desastre de fuerzas políticas y sociales que llenaron bancadas legislativas y ocuparon el gobierno en los tiempos del neoliberalismo.

Es el resultado cultural del empobrecimiento de la opinión pública hecho por la prensa de derecha, de la crisis de la educación gracias a gremios auto centrados en sus conquistas sindicales y cada vez más alejados de las congojas de los maestros y de las familias pobres, este gobierno nos está mostrando, dientes para afuera y sonrisa rechoncha, que es el resultado de una empobrecida cultura cívica, de una democracia anémica y de partidos partidos a pedacitos. Lo dicen, los vemos y les oímos, pero no abrimos los ojos. Pero la derecha va por su tajada.

El sentido común neoliberal también conquistó votos para regidores

Abelardo Morales Gamboa

Abelardo Morales Gamboa

Los concejos municipales, como en el caso de las alcaldías, continuarán siendo feudos dominados en la mayor parte de los cantones del país por el bipartidismo, pero el ascenso de neoliberales y conservadores, junto a la caída de los partidos progresistas y de izquierda, y a la par sin duda de la barrida hecha por el abstencionismo, nos debe alertar sobre algo muy peligroso que comienza a pasar en esta democracia tropical.

La regla del bipartidismo se rompió en aquellos cantones en que otros partidos nacionales, provinciales o locales les disputaron a Liberación Nacional (PLN) y a la Unidad Socialcristiana (PUSC) esa hegemonía. Todo eso matizado o más bien empañado por el elevado abstencionismo que fue de 68,2% lo que convierte a cualquier triunfo en un pírrico resultado con más daño a la democracia que a los adversarios.

La geografía electoral continúa mostrando la reproducción de redes de poder locales, tanto en las zonas urbanas como rurales, basadas en el clientelismo, en relaciones de lealtad y de protección propias de contextos feudales y de servidumbre, y eso fue lo que le permitió a una serie de caciques y apostadores locales lograr una regiduría.

Aunque ganó la mayor cantidad de alcaldías, el PLN sacó casi 60 mil votos menos pare regidores que en 2020, una caída del 23% o de casi una cuarta parte de sus votos. Aunque el PUSC ganó una cantidad mayor de alcaldías también respecto de la elección anterior, perdió casi 7 mil votos para regidores, no le fue tan mal, pero eso no es para alegrarnos porque la versión del PUSC que se levanta de sus cenizas es la más neoliberal de toda su historia.

Los vacíos de poder local están siendo llenados por el neoliberalismo y el conservadurismo, la versión light del viejo Movimiento Libertario, Unidos Podemos, fue la que más avanzó, gracias eso si al derroche de recursos y al manejo de una campaña convertida en el negocio del clientelismo. El Liberal Progresista fue el que más creció pues pasó de casi 5000 votos a más de 67500 en estas elecciones y colocó una buena cantidad de regidores y concejales.

En los virajes de estas elecciones, con menos votos se colaron los evangélicos de Nueva República que perdió casi 15 mil votos y Nueva Generación que reclutó de todo no solo en términos generacionales y recibió unos 10.500 votos menos. Pero no es para nada un dato sin cuidado que dos partidos vinculados o exvinculados al chavismo, como el Social Democrático y Aquí Costa Rica Manda, sacaran cada uno respectivamente 50 297 y 38 258. Por separado juntaron 88 555 votos, más que la cantidad lograda por Unidos Podemos. La crisis de Liberación le está abriendo las puertas al fortalecimiento de las derechas.

Los peores resultados de un partido nacional de reconocida trayectoria se reflejan en el desempeño del Frente Amplio. Si bien logró obtener una simbólica alcaldía en León Cortés Castro, un antiguo bastión liberacionista, el panorama a nivel nacional muestra que, aunque no perdió demasiados votos, tampoco creció según las expectativas que despertaba la imagen pública de su bancada en la Asamblea Legislativa. El contexto político ideológico no es el más favorable a las opciones progresistas, quien crea lo contrario está viviendo otra realidad. Eso requiere entonces revisar muy seriamente la conducción de cualquier propuesta política.

Por eso es importante valorar las estrategias políticas mediante las cuales esa organización y otras fuerzas progresistas encararon estas elecciones. El Frente Amplio no tuvo participación en una gran cantidad de cantones, en otros lo hizo en coalición, pero en algunos se produjeron fracturas en las coaliciones en las que había participado esta organización. Al parecer la política parlamentaria no parece ser el espacio suficiente y necesario para impulsar un proyecto progresista.

Estas elecciones parecen demostrar que el sentido común neoliberal le ha dado frutos a las derechas, mientras que para las alternativas progresistas las cosas podrían haber sido o podrían ser peor en el futuro si no hay un cambio de actitud, de acciones y no nos dejamos de tanta narrativas seudo-renovadoras.

La tanda de las elecciones municipales: caliente pero crudo, como en las panaderías de pueblo

Abelardo Morales-Gamboa

No fue ninguna sorpresa que el abstencionismo volviera a ganar y por tandeada en estas estas elecciones municipales de 2024. El partido Liberación Nacional que obtuvo la mayor cantidad de alcaldías y de votos es el gran perdedor al ver caer un número considerable de alcaldías respecto a 2020, arrebatadas por otros partidos nacionales y locales. Los feudos locales en torno a un caudillo liberacionista se comienzan a desdibujar debido precisamente a la imposibilidad de la reelección y la incapacidad de renovación de sus candidatos. La derrota en el cantón de San José, la capital del país es la gran noticia. No obstante, su hegemonía local aún se mantiene en feudos importantes.

El ascenso de Unidos Podemos, uno los partidos neoliberales aliado al gobierno y desprendido del Movimiento Libertario, así como las alcaldías ganadas por el Liberal Progresista y la relativa recuperación de la Unidad Socialcristiana, son las principales novedades. Cómo se repartieron los votos de los partidarios del presidente Rodrigo Chaves es también un enigma. Otros partidos desaparecen del mapa electoral.

Difícilmente alguien pueda celebrar con genuino triunfalismo los resultados de un proceso que muestra, además del abstencionismo, las fracturas del sistema político local y un difuso mosaico donde más que las ideologías, los programas de gobierno o la lealtad a una organización política, los comicios podrían estar mostrando el peso de los cacicazgos, de las fidelidades territoriales y los protectorados locales, lo que seguramente explica por ejemplo la reelección de Mario Redondo en Cartago. Otra subjetividad política se cuece entre los excesos de autoritarismo y anti-institucionalismo, por un lado, y una nueva geografía social de los poderes locales, por la otra.

Es muy temprano para hacer un balance objetivo de esta contienda electoral, pero los datos muestran las puntas de una situación política que se mueve entre el desasosiego y la pérdida de ilusión de la población costarricense en las representaciones formales de la democracia. Todo se reduce a esa percepción ciudadana de que ir a votar no sirve, el voto como poder ciudadano se ha perdido, lo han neutralizado, nada cambia o cambia siempre por algo peor.

Así que el abstencionismo se recarga con la energía de la desconfianza social y de las incertidumbres diarias. Es más importante comer, poder comprar los zapatos escolares de los niños, pagar el alquiler y los servicios básicos, en varios cantones además lo es poder tomar agua limpia, que las promesas de los políticos locales que no hablan de eso. Pese a lo que señala el Código Municipal, casi no hay cantón en el país donde se hayan elaborado planes de desarrollo local pues la política municipal prácticamente se reduce a recoger basura, limpiar el alcantarillado y a cobrar impuestos y patentes. Esa es la esencia de la municipalidad neoliberal, reducida al mínimo de sus funciones.

La opción de los electores por lo alternativo no fueron las propuestas de la izquierda, ni siquiera hacia la socialdemocracia de corte liberal que asoma en algunas tendencias del Frente Amplio. La ruptura de algunos pactos locales en los que participaba afectó las posibilidades de este partido que solo ganó una alcaldía. Una tendencia hacia el conservadurismo, ya no solo neo-pentecostal sino neoliberal, fue posible también precisamente por la imposibilidad del oficialismo de participar en estas elecciones. Este vacío no fue llenado por un cambio progresista.

Así entonces se puede ir redibujando un cuadro de dominación política ideológica marcada por un afincamiento conservador en la política local representada por los partidos neoliberales, por una hegemonía cada vez más feudalizada de los partidos tradicionales y la retirada de los movimientos sociales, de las luchas populares por derechos ciudadanos en los barrios o en las comunidades.

Frente a este dato y el del abstencionismo, no hay ganadores, todos perdemos.

Justificar con el engaño para atacar la educación

Abelardo Morales Gamboa

Abelardo Morales Gamboa.

Piden los ministros en las negociaciones de los fondos para la educación superior que las universidades no engañen a sus estudiantes y que no es su propósito provocar un enfrentamiento dentro de la educación pública. Pero, basados en información falsa, eso es lo que hacen ellos y el gobierno. Pretender un recorte en la educación superior poniendo como justificación los problemas de la educación primaria y secundaria y las necesidades del “apagón” educativo, además de la poquedad del argumento, es absurdo.

Si hay conceptos burdos, uno de esos ha sido el de apagón educativo, pues se presta para que en términos semióticos se le reduzca a las simplificaciones entre lo blanco y lo negro y, con ello, se vuelve fácil término para las manipulaciones. Pintar a toda la educación como un desastre es un desastre. En todo caso, el empobrecimiento de la calidad de la educación no está determinado y no se resuelve con infraestructura o no depende de esta a secas. Con ese enfoque se reduce el problema de la calidad a  un fenómeno estético. La gente no va a salir de la pobreza y de la ignorancia llevándola a vivir a casas bonitas. Se puede y debe dotarles de viviendas con buena infraestructura, pero hay que ayudarles a transformar sus condiciones de vida. Lo mismo debe hacerse con la educación, hay que cambiar las condiciones que afectan la calidad de la enseñanza y de la educación.

No es cierto que el financiamiento de las universidades afecte el presupuesto para infraestructura de escuelas y colegios. Está demostrado que los recursos para infraestructura del Ministerio de Educación Pública no llegan a la fase de ejecución, son objeto de múltiples entrabamientos, se invierten mal y no están sujetos a una adecuada fiscalización porque el área de infraestructura del Ministerio, desde hace muchos gobiernos, está controlada por un segmento de la burocracia a la cual muchos ministros le han temido. Por eso, ese es un pésimo argumento para decir que hay que recortar el financiamiento de las universidades.

Por otra parte, la mala calidad de la enseñanza se viene arrastrando como consecuencia de la mala formación de maestros y profesores, también desde hace muchas décadas. En eso tienen responsabilidad las escuelas y facultades de educación de las universidades públicas, pero solo en parte; porque el origen principal de la mala preparación de los docentes no es ni más ni menos que la pésima calidad de los programas de educación de las universidades privadas que se convirtieron en un mercado fácil para el “tituladero” de profesionales que llegan a las aulas sin conocimientos y sin vocación docente. Casualmente las universidades privadas son el negocio de la familia de la ministra de educación. Son un negocio por los elevados cánones que cobran a los estudiantes y los pésimos salarios que pagan a sus profesores.

En efecto, tienen razón los ministros cuando aseguran que la educación pública enfrenta actualmente grandes dilemas; pero han escogido mal porque optaron, contrario a lo que proponen, por provocar artificiales enfrentamientos entre sectores de la educación y en especial de la educación pública. La transformación de la educación requiere de políticas educativas que no las tiene este gobierno, no de burdas decisiones fiscales. Justificar con el engaño es todo lo contrario al sentido de la educación. Las instituciones educativas y la cultura han transformado a este país desde que se hicieron las reformas educativas en el siglo XIX y puedo demostrar que, como muchos otros millones de costarricenses, yo he sido uno de sus herederos (P. Bourdieu y J.C. Passeron, Los herederos. Los estudiantes y la cultura). En fin, vamos a tener que defender a la institución de la educación y de la cultura, como bienes públicos, con todas las armas que una sociedad civilizada y educada nos permita.