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Etiqueta: hegemonismo

Occidente vs Oriente: la pugna entre el orden Terrenal y el Celestial

“Hay civilizaciones que, en su afán de grandeza, terminan negando su propia sabiduría”.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

En el devenir de la historia, las civilizaciones han forjado su identidad a través de sus distintas interpretaciones del cosmos y su relación con la Tierra. En el contexto actual, se destaca una dicotomía fundamental entre la visión occidental modernista, que se alejó del cielo para conquistar la tierra, y la perspectiva tradicional Oriental, que ha buscado replicar la armonía celestial en su realidad terrenal.

La narrativa occidental, marcada por el ansia de conquista, poder y dominio, se apartó del cielo como si este fuese un mero espectador ajeno y sin importancia en el escenario de la existencia humana. La controversial frase sobre la muerte de Dios que expresó Nietzsche a finales del siglo XIX fue una metáfora para tratar de explicar los cambios más significativos en la cosmovisión y valores de la sociedad occidental. Para este filósofo, la muerte de Dios representaba la crisis de las antiguas creencias religiosas, morales y metafísicas que habían sido fundamentales en la estructura y conformación de la civilización occidental.

Nietzsche sostuvo que la creencia en un ser supremo y en principios morales absolutos perdían su influencia en la vida de las personas de manera rápida. La secularización y el avance de la ciencia habían socavado las bases de la religión y toda metafísica conocida hasta el momento, dejando un vacío moral, filosófico y antropológico, el cual fue el principal caldo de cultivo del nihilismo, o lo que es igual, la pérdida de valor de todos los valores y pilares base de Occidente.

El Renacimiento, si bien fue un renacer cultural y artístico, también estuvo marcado por la destrucción de la cosmovisión tradicional. La ciencia se erigió como un bastión, desafiando las creencias arraigadas y generando un distanciamiento significativo de la espiritualidad. El mito del progreso, alimentado por la Europa renacentista y sus ideólogos, justificó las acciones expansionistas y colonizadoras de ésta sobre el resto del planeta. La visión de una civilización avanzada, destinada a liderar el mundo hacia una era de prosperidad, permitió la explotación de otras culturas en pos de este supuesto destino inexorable. En el caso de la filosofía oriental, el progreso ha sido abordado no como una conquista del hombre sobre la naturaleza, sino como una construcción armoniosa y colaborativa, con ritmo propio que tiene sus altos y bajos. Esto marca otra diferencia fundamental entre la visión lineal occidental y una basada en ciclos, propia de todas las filosofías tradicionales.

Comparando estos cambios con filosofías tradicionales orientales arraigadas en la armonía celestial, se revela un contraste fundamental. Mientras Occidente se sumía en un materialismo e individualismo absoluto, y desafiaba sus propias raíces metafísicas, en Oriente países como China han mantenido de alguna manera una conexión intrínseca entre el Cielo y la Tierra. El Renacimiento europeo consolidó la visión occidental enfocada en el hombre y su capacidad de conquistar y comprender el mundo, la perspectiva Oriental resuena con una comprensión más holística del ser humano y el cosmos. En el trasfondo de las divergentes perspectivas entre Occidente y Oriente, el Renacimiento emergió como un hito trascendental que marcó un quiebre con la tradición metafísica occidental. Este periodo cúspide, con la consolidación del humanismo, llevó a la reducción de todo a proporciones humanas, sumergiéndose en un materialismo absoluto, como afirmó en su momento el pensador francés René Guenón.

Esta desconexión con la propia tradición filosófica y espiritual por parte de Occidente ha profundizado prácticas en la política internacional relacionadas con el hegemonismo, la competencia desmedida, el unilateralismo, la imposición de ideologías y grandes esfuerzos por borrar la memoria histórica y cultural de los pueblos que se encuentran bajo su influencia, justificando aquella barbarie en nombre del progreso y el tan anhelado desarrollo. La política de bloques, las sanciones económicas y el revanchismo son testigos de esta desconexión con el orden celestial-espiritual, negando la posibilidad a la búsqueda de un bienestar común más allá del material e individual.

En contraste, la filosofía china, por ejemplo, arraigada en su propia tradición milenaria, ha trazado un camino que busca replicar la armonía del Cielo en la Tierra. Desde esta perspectiva, todo en la Tierra se rige por el orden celestial, estableciendo una conexión innegable entre el macrocosmos y el microcosmos, cuya racionalidad no niega la existencia de un plano superior del cual emana el orden universal que debe tratar de replicarse en la Tierra. El concepto tradicional de Tianxia es el mejor ejemplo de ello, con cerca de cuatro mil años de existencia, esta mirada implica una comprensión integral de literalmente «todo bajo el cielo», donde la cooperación, las ganancias compartidas y el multilateralismo son los pilares fundamentales para mantener el orden y la estabilidad del sistema internacional.

La tradición oriental aboga por respetar la diversidad cultural, reconociendo el valor intrínseco de cada proceso histórico y la identidad de cada pueblo. Contrario a imponer su voluntad por la fuerza, en el caso de la filosofía china, se propone trabajar en armonía para alcanzar beneficios compartidos. En este enfoque, la ley y el diálogo se erigen como herramientas fundamentales para resolver diferencias, dando paso a una construcción conjunta de la armonía de ese «todo bajo el cielo».

La dicotomía entre las perspectivas de Occidente y Oriente refleja no solo diferentes modos de entender la relación entre el Cielo y la Tierra en su comprensión del mundo y la política internacional, sino también distintas filosofías de vida. Mientras una se sumerge en el materialismo acérrimo, la competencia sin fin y el afán de poder, la otra abraza la cooperación y la construcción de un orden armonioso en el marco del respeto mutuo. Esta visión oriental subraya la importancia de la cooperación y el multilateralismo, ya que la búsqueda de armonía implica reconocer y respetar la interdependencia de todas las cosas. En contraste con la mentalidad occidental, que a menudo ha priorizado el individualismo y la competencia, la filosofía china aboga por trabajar en conjunto para el beneficio mutuo, reconociendo que la prosperidad de una parte está inextricablemente ligada a la prosperidad del todo y, además, es parte de la armonía celestial.

Una civilización que no reconoce ningún principio rector superior o demiurgo más que el de su propia razón, y que se fundamenta en la negación de los principios tradicionales comunes a toda cultura humana, se encuentra inherentemente limitada en su capacidad para establecer entendimientos significativos con otras culturas. Al negar la existencia de principios compartidos o superiores, esta civilización se adentra en un aislamiento conceptual que dificulta la comunicación efectiva y la comprensión mutua. La ausencia de un terreno común de valores o referencias deja a esta civilización sin los fundamentos necesarios para construir puentes de entendimiento, ya que su estructura misma se erige sobre la negación de principios que podrían servir como puntos de convergencia cultural.

Esta diferencia trasciende ampliamente la antigua dicotomía de la Guerra Fría entre izquierda y derecha, ya que el retorno a la tradición para reflexionar sobre la política actual y respetar el camino singular de cada pueblo rompe con el esquema modernista que ha prevalecido en ambas narrativas. En lugar de enmarcar las discrepancias políticas dentro de una lucha ideológica binaria, esta perspectiva pone de relieve la importancia de reconocer las diversidades culturales y las trayectorias histórico-espirituales únicas de cada sociedad. Al retornar a la tradición, se abraza un enfoque más holístico que valora la riqueza de las experiencias pasadas y reconoce que el futuro político de una nación no puede ni debe ser uniforme o impuesto desde fuera. Este rechazo a dichas visiones modernistas establece las bases para un diálogo intercultural más enriquecedor y una comprensión más profunda entre las civilizaciones.

En el caso de la política exterior de China, ésta se encuentra arraigada en una comprensión profunda de la interconexión entre el planeta, la humanidad y la naturaleza, destaca por su visión amplia y sostenible del futuro. En contraposición al individualismo egoísta que prevalece en algunas narrativas occidentales, la perspectiva china abraza la idea de un futuro compartido de la humanidad en el que todos participen y se beneficien. Con una conciencia clara de la delicada relación entre la humanidad y su entorno, la política china aboga por una cooperación que trascienda fronteras y promueva un desarrollo en armonía con la naturaleza. Este enfoque refleja una comprensión madura de la responsabilidad colectiva hacia el planeta y resalta los peligros inherentes al simple deseo de ganar a expensas de la misma naturaleza que sustenta la vida de todos.

Al considerar estas perspectivas, se revela una dicotomía filosófica, espiritual y geopolítica necesaria para reflexionar sobre la historia y las interacciones globales de nuestros días. La ideología moderna del progreso, donde «triunfan los más aptos» en detrimento de la naturaleza y gran parte de la humanidad, así como la historia de la conquista y colonización occidental, contrasta con la idea oriental de construir una armonía que abrace a toda la comunidad humana, sin distinción de ningún tipo. En un mundo cada vez más interconectado, la meditación sobre estas filosofías opuestas ofrece una oportunidad para explorar caminos hacia una coexistencia más equitativa y respetuosa entre los diversos actores y civilizaciones que en su conjunto dan forma a la comunidad internacional.

El nuevo concepto de política exterior de Rusia

Mauricio Ramírez Núñez. Académico.

La Federación de Rusia, en un decreto firmado por el presidente Vladimir Putin el 31 de marzo de 2023 y con número 229, abre las puertas oficialmente a una nueva era en las relaciones internacionales dentro de un contexto de multipolaridad, como desde hace ya varios años lo vienen planteando junto con la República Popular China. Ese decreto lleva por nombre “Concepto de la Política Exterior de la Federación de Rusia”. No es casual que lo dieran a conocer en la actual coyuntura, después de la exitosa visita del presidente Xi a Moscú y en medio de la crisis de seguridad en Ucrania, donde, dicho sea de paso, en el plano militar y económico, los rusos siguen mostrando su superioridad.

Tanto China con sus iniciativas de desarrollo y seguridad globales, bajo la filosofía de una comunidad de destino compartido, y ahora Rusia, con su nuevo concepto de política exterior, dejan claro que el camino en este nuevo sendero del sistema internacional debe ser en el marco del respeto mutuo, la cooperación y el respeto por las tradiciones e identidades de cada pueblo. Un modelo de desarrollo con responsabilidad ambiental, solidaridad y ganancias compartidas. Ambas doctrinas abogan por el fin de los hegemonismos y prácticas de suma-cero, donde el matonismo y la imposición de sanciones dividen y aíslan a los países, crean desconfianza, y por ello, ambos hacen un llamado a superar esa mentalidad de Guerra Fría y de épocas superadas, al menos al otro lado del mundo.

Este nuevo concepto de política de exterior de Rusia tiene que ver con su visión de mundo y planificación estratégica en un entorno de cambios profundos e irreversibles. De la misma manera que lo ha planteado China, Rusia deja claro en este decreto de una forma transparente y honesta, sin dobles raceros, los intereses nacionales de la Federación de Rusia en materia de la política exterior, así como los principios básicos, objetivos estratégicos, tareas principales y prioridades de la política exterior de este país. El enfoque va en la dirección de fortalecer el verdadero multilateralismo, la cooperación y los lazos con el sur global para construir una ruta común a partir de las diferencias y coincidencias que existan entre todas las naciones.

Cabe resaltar algunos de los puntos más notorios de dicha doctrina, entre los que destacan la lucha conjunta contra el modelo injusto del desarrollo mundial, que durante siglos garantizó un crecimiento económico exponencial de las potencias coloniales mediante la apropiación de los recursos de Asia, África y América Latina. Esto es algo que debe quedar en el pasado. Rusia no se considera un enemigo de Occidente y espera que las naciones occidentales se den cuenta de la inutilidad de su política de confrontación y sus ambiciones hegemónicas. Rusia prioriza la eliminación de los vestigios de la dominación de EE. UU. y otros Estados hostiles en los asuntos mundiales. Rusia aboga por la indivisibilidad de la seguridad internacional y se esfuerza por garantizarla por igual para todos los Estados sobre la base del principio de reciprocidad.

La política humanitaria rusa tiene como objetivo formar la percepción positiva de Rusia en el extranjero, fortalecer la posición de la lengua rusa en el mundo, contrarrestar la campaña de rusofobia llevada a cabo por Estados extranjeros hostiles. Para Rusia es de suma importancia profundizar los vínculos con los nuevos centros de poder y desarrollo global soberanos, entiéndase China y la India. Rusia aspira a transformar Euro-Asia en un solo espacio continental de paz, estabilidad, confianza mutua, desarrollo y prosperidad. Nótese la similitud con las propuestas de China en cuanto al camino para un nuevo desarrollo compartido, así como para la estabilidad y seguridad internacional.

Rusia se dedica a reforzar la cooperación integral y de beneficio mutuo con los Estados de la civilización islámica amistosa. Rusia se propone promover el ulterior establecimiento de África como centro distintivo e influyente del desarrollo mundial. Rusia tiene la intención de desarrollar las relaciones con los Estados de América Latina y el Caribe de manera pragmática, desideologizada y mutuamente beneficiosa. Al igual que China, Rusia aboga en esta nueva doctrina al fortalecimiento real y despolitización de las instituciones y el derecho internacional, para poder garantizar de nuevo un sistema fiable y estable a todos los países por igual, de ahí el importante llamado que hacen por el respeto a la carta de la Naciones Unidas como referente de ese mundo multipolar.

Otro de los aspectos que quedan claros tanto en la Iniciativa de Desarrollo Global de China, como en el Nuevo Concepto de Política Exterior de Rusia, es que son propuestas que de ninguna manera buscan ideologizar, imponer voluntades ni mucho menos condicionar la cooperación que estén dispuestos a aceptar los países que se sumen a estos procesos de desarrollo global y de ganancias compartidas. Lo que sí es evidente, es la convergencia de todos estos nuevos polos de desarrollo en que el modelo de occidente se agotó y es momento de pensar más allá de los esquemas tradicionales para poder sortear de manera conjunta los graves desafíos ambientales, económicos y políticos en los que ese viejo sistemas nos ha sumido a todos por igual: “la imposición de actitudes ideológicas neoliberales destructivas que van en contra de los valores espirituales y morales tradicionales se convirtió en una forma común de injerencia en los asuntos internos de Estados soberanos. Como consecuencia, la influencia destructiva se extiende a todas las esferas de las relaciones internacionales”, así lo afirma este nuevo concepto ruso, y es el motor que motiva este viraje de rumbo en la política mundial hacia un orden multipolar.

A pesar toda la campaña de descrédito y desinformación contra Rusia producto de la crisis de seguridad en Europa, más allá de los medios occidentales y sus analistas, subyace una nueva realidad que no se puede de ninguna manera pasar por alto o menospreciar, es el nuevo mundo que nace en Oriente, de la mano de civilizaciones milenarias como China, India y Rusia, con saberes, experiencias y visiones de mundo más sólidas y claras, que con el paso de los años han sabido levantarse de difíciles épocas de humillaciones, y ahora han encontrado un espacio en el concierto de las naciones y de toma de decisiones globales para alzar la voz y exigir un trato igual para todos.

Estudiar con apertura y sin prejuicios los esfuerzos de Rusia y China por la consolidación de un nuevo orden es necesario, pues si los tiempos cambian, nuestras posturas deben estar sujetas a mirar con pragmatismo, sin dejar de lado nuestros valores, aquello positivo que nos ofrecen esos cambios. Las posibilidades objetivas para nuestros pueblos de mejorar su calidad de vida y emprender el camino práctico de un nuevo paradigma para que todos tengan un espacio de respeto y dignidad tan negado por siglos de colonialismo, hegemonismo e imposiciones ideológicas de uno y otro lado han llegado. Es tiempo de entender la importancia de estar bien con todos, y mirar aquello que nos une como humanidad, superando las actitudes revanchistas y egoístas del desarrollo a la vieja usanza que solo han ocasionado pérdidas de todo tipo, en especial a nuestros países del sur global.