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Etiqueta: Henry Kissinger

La gran conspiración

Óscar Madrigal

Oscar Madrigal

El 15 de setiembre de 1970 en una reunión de 15 minutos, entre las 3:25 y las 3:40 de la tarde, el presidente Richard Nixon ordenó a la CIA que iniciara una intervención en Chile para impedir que llegase al poder y se mantuviese en él, el presidente electo Salvador Allende. En ese encuentro en la Casa Blanca estaban presente Henry Kissinger, John Mitchell, fiscal general, y Richard Helms director de la CIA. Las órdenes fueron explícitas de promover un golpe de estado.

Kissinger se convirtió en el principal arquitecto de las políticas de desestabilización del gobierno de Allende.

“Allende fue elegido legítimamente, el primer gobierno marxista que ha llegado al poder a través de elecciones libres” señaló el propio Kissinger a Nixon en un memorando decisivo, de carácter confidencial/delicado, fechado el 5 de noviembre de 1970, explicando por qué Estados Unidos no podía permitir que tuviera éxito la pionera “vía pacífica” de Allende a favor del cambio. “Cuenta con legitimidad a los ojos de los chilenos y de la mayor parte del mundo; no hay nada que podamos hacer para negarle esa legitimidad o alegar que no la tiene”. Pero, si Allende generaba un ejemplo exitoso de gobernabilidad, “la propagación imitativa de fenómenos similares en todos lados”, argüía Kissinger “afectaría a su vez de manera significativa el equilibrio mundial y nuestra posición dentro de él”. El gobierno de la Unidad Popular de Allende representaba un peligro para Estado Unidos, advertía, porque “su efecto en tanto “modelo” puede resultar insidioso”. Ese modelo, pues, debía ser destruido”.

Los dos párrafos anteriores son básicamente del libro “Pinochet desclasificado. Los archivos secretos de Estado Unidos sobre Chile”, del escritor estadounidense Peter Kornbluh.

En 2003 el entonces Secretario de Estado de EEUU, Colin Powell ante una pregunta respecto a la validez moral de la intervención estadounidense en Chile decía:

“No es un capítulo de la historia de Estados Unidos del que estemos precisamente orgullosos”.

Sin embargo, esos capítulos no han dejado de seguir escribiéndose. El mismo Powell lo hizo con Irak, Afganistán y muchos otros países.

Dicen que existieron discrepancias entre los militares sobre la duración que debían mantenerse en el poder. Para algunos debía ser una medida que terminara con el gobierno de Allende y al cabo de un año se volviera a las elecciones; otros en cambio, entre ellos Pinochet, pensaban en un periodo más largo. La política de Nixon y Kissinger alentó un gobierno dictatorial y genocida por un largo tiempo como al final resultó. El propósito fue no solo acabar con toda la izquierda, sino tomar a Chile como campo de experimentación de las políticas de los Chicago Boys.

Pinochet, además, fue promotor del Plan Cóndor con el apoyo de los gobiernos gringos. El Plan proponía a las otras dictaduras genocidas del Cono Sur, eliminar a sus opositores en el exterior. Así fue como Pinochet personalmente ordenó el asesinato de Carlos Prats, exjefe del ejército chileno, en Buenos Aires y de Orlando Letelier, ex ministro de Allende en la misma capital de EEUU, Washington, dentro de los casos más sonados.

Actualmente no existe ninguna duda de la participación del gobierno de Estado Unidos en el derrocamiento de Salvador Allende.

La experiencia que queda es que la política de los gobiernos estadounidenses es de injerencia en los asuntos internos de los países, en especial de América Latina. La política exterior gringa es de irrespeto a la autodeterminación de los países, de la soberanía nacional, en gran o menor medida, de forma abierta o encubierta, pero siempre está presente.

Los gobiernos democráticos y las fuerzas de izquierda y democráticas deben considerar esta influencia por definición. Hasta dónde llegue depende de varias condiciones, pero siempre estará ahí. Alguna vez se le oyó decir a Kissinger: “Nosotros establecemos los límites de la diversidad”.

Antes de la medianoche del 16 de octubre de 1998, dos agentes de Scotland Yard penetraron una clínica privada, desarmaron a los guardaespaldas privados, impusieron 8 policías ante la puerta de la habitación y le leyeron una orden de Interpol de detención al convaleciente Augusto Pinochet. Después se le abrieron procesos judiciales por genocida, torturador y asesino. Una declaración forense de Demencia Senil, lo salvó de la cárcel.

50 años del golpe militar de Chile de 1973: Estados Unidos desclasifica documentos secretos

Foto extraida de esta nota de prensa de El Pais (España) Titulada «La reunión privada entre Kissinger y Pinochet: «Queremos ayudarlo: simpatizamos con lo que están tratando de hacer aquí» (25/05/2023) elaborada con ocasión de los 100 años de Henry Kissinger y la desclasificación de nuevos documentos sobre Chile en Estados Unidos.

Nicolas Boeglin, Profesor de Derecho Internacional Público, Facultad de Derecho, Universidad de Costa Rica (UCR). Contacto: nboeglin@gmail.com

En los días previos a la conmemoración de los 50 años del golpe de estado militar en Chile de 1973, Estados Unidos ha decidido oficialmente desclasificar documentos mantenidos en reserva desde cinco decenios: véase nota de The Progressive Magazine y nota de RFI.

Se trata de nuevos documentos que vienen a añadirse a muchos otros liberados en años pasados por algunas administraciones norteamericanas, y registrados en este sitio de la Universidad George Washington: se trata de un extenso programa de investigación dedicado a Chile – que no se limita únicamente a la desclasificación de documentos norteamericanos – y que cuenta con este enlace con abundante información.

Documentos aún sensibles, 50 años después

Si bien la prensa internacional ha puesto de relieve las razones por las que este golpe de estado de 1973 estremeció a América Latina y a la comunidad internacional en general (véase por ejemplo, esta nota de la BBC cuya lectura recomendamos), el involucramiento de Estados Unidos ampliamente documentado desde entonces es un aspecto que merecería ser añadido (por ejemplo a los cuatro puntos mencionados en el precitado artículo de la BBC).

No está de más referir a este documento manuscrito de 1970 en el que se autoriza a derrocar al futuro Presidente de Chile si llegara a tomar el poder (véase enlace cuando se desclasificó en el 2020, en el que se indica que: «Fifty years after it was written, Helm’s cryptic memorandum of conversation with Nixon remains the only known record of a U.S. president ordering the covert overthrow of a democratically elected leader abroad» ).

En esta otra nota se lee que la más reciente desclasificación de documentos por parte de Estados Unidos en agosto del 2023 obedeció a solicitudes expresas realizadas por las actuales autoridades de Chile:

«After withholding this document in its entirety for decades, the CIA finally released the September 11, 1973, PDB today in response to a formal petition from the Chilean government of Gabriel Boric for still secret records as the 50th anniversary of the coup approaches. The CIA also partially declassified a second PDB, dated September 8, 1973, which erroneously informed President Nixon that there was “no evidence of a coordinated tri-service coup plan” in Chile and said that “should hotheads in the navy act in the belief they will automatically receive support from the other services, they could find themselves isolated.”

The two PDBs are among the most historically iconic of missing records on the September 11, 1973, military coup because they contained information that went to President Nixon as a military takeover that he and his top advisor Henry Kissinger had encouraged for three years came to fruition«.

Para información de nuestros estimables lectores, las dos precitadas citas refieren al texto en inglés que se lee, elaborado por el programa de investigación sobre documentos desclasificados de la Universidad George Washington, que analiza cada uno de los documentos liberados en los últimos años por parte de Estados Unidos.

La entrega de documentos oficiales ante el derecho a la verdad: luces y sombras

Desde la perspectiva del derecho internacional público, cabe precisar que no existe obligación alguna para un Estado de liberar documentos de la reserva en la que los mantiene al considerarlos «sensibles«. Cada Estado dispone de un sistema nacional de archivos con informes internos, datos y registros de diversa índole: sus máximas autoridades son las que deciden, si son documentos confidenciales, mantenerlos fuera del alcance del público o bien revelar su existencia.

Es así como Panamá debió esperar que se cumplieran los 30 años desde la invasión norteamericana de 1989 para que Estados Unidos aceptase finalmente liberar una gran cantidad de documentos clasificados (véase nota de El Pais – España).

En otros casos, documentos e informes policiales son «encontrados«, como los denominados «archivos del terror» descubiertos gracias a informantes en una casa en la localidad de Lambaré en Paraguay en diciembre de 1992 (véase publicación de la Corte Suprema de Justicia paraguaya e interesante video del momento en el que un juez paraguayo ingresa a la vivienda para verificar la presencia de dichos archivos e incautarlos).

Los documentos encontrados en Paraguay permitieron documentar una gran cantidad de causas en distintas partes del Cono Sur. También permitió a la justicia italiana condenar el 8 de julio del 2021 a 14 personas por la muerte de 43 personas, víctimas del Plan Condor (a saber 6 italo-argentinas, 4 italo-chilenas, 13 italo-paraguayas y 20 uruguayas): véase nota en italiano de la ONG italiana CILD. De igual manera en el 2010, la justicia francesa condenó a los responsables de la desaparición de cuatro ciudadanos franceses en Chile (véase nota de Le Monde del 18/12/2010).

Volviendo al caso de Chile, es de saludar la voluntad férrea de sus actuales autoridades de obtener la liberación de documentos clasificados por parte de la actual administración norteamericana.

Cabe precisar que en materia de «soft law«, la resolución E/CN.4/RES/2005/66 de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas – hoy denominada «Consejo de Derechos Humanos» – adoptada por consenso en el 2005, a iniciativa de Argentina (su texto está disponible en la red), y titulada «El derecho a la verdad» se limita únicamente a indicar que:

«5. Alienta a los Estados a que presten a los Estados interesados la asistencia necesaria al respecto«.

La ausencia de obligación jurídica entre dos Estados de entregar información que posee uno a otro, relacionada a violaciones de derechos humanos cometidas en el pasado, en nada impide que tengamos una dinámica totalmente distinta cuando nos interesamos a los tribunales nacionales e internacionales de cara a la implementación del derecho a la verdad. En este caso, son los colectivos de víctimas y de familiares y asociaciones de derechos humanos los que han hecho valer ante sus propias autoridades o bien ante los tribunales nacionales (y si estos fallaron en su contra, en los tribunales internacionales) este derecho que asiste a toda víctima de exacciones cometidas en el pasado por autoridades estatales (sea en su contra o en contra de alguno o varios de sus seres queridos).

Al respecto, un muy completo informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el Derecho a la Verdad, publicado en el 2014 (véase texto) detalla los alcances del derecho a la verdad en el sistema interamericano de protección de los derechos humanos. La larga lista de casos conocidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos que figura al final de este artículo del 2008 titulado «El derecho a la verdad en situaciones de post-conflicto bélico de carácter no internacional» da una idea de las pautas que ha venido fijando al respecto la jurisprudencia del juez interamericano, y ello desde sus primeras sentencias contra Honduras a finales de los años 80.

Es de notar que los significativos avances observados en América Latina en materia de derecho a la verdad siguen sin lograr permear al sistema judicial en España: la primera exhumación del cuerpo de una víctima del franquismo ordenada por la justicia se logró en el 2016 gracias a una solicitud proveniente de … la justicia argentina (Nota 1).

Las actuales autoridades chilenas: más decididas que sus antecesoras

A diferencia de su antecesor al cargo, el Presidente actual de Chile se ha mostrado mucho más exigente en cuanto a la búsqueda de la verdad a partir de lo ocurrido el 11 de setiembre de 1973 en Chile.

El pasado 30 de agosto, se firmó en Chile un Decreto para lanzar un nuevo Plan Nacional de Búsqueda de los aún miles de ciudadanos chilenos que aparecen en listas de personas desaparecidas en Chile (véase comunicado oficial). Desde el 2013, un informe del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas sobre Chile así lo recomendaba (véase informe). El 22 de diciembre del 2017, de manera bastante tardía y finalizando su segundo mandato, una primera iniciativa había sido lanzada por la entonces Presidenta de Chile (véase nota de France24).

Incluso en su cuarto informe (1989) el Relator Especial de Naciones Unidas sobre la situación en materia de derechos humanos en Chile, el costarricense Fernando Volio Jiménez, refería a la importante labor que esperaba a la sociedad chilena con relación a conocer el paradero de las víctimas de desaparición forzada (véase enlace a informe) (Nota 2).

Este reportaje de The Guardian del 2019 titulado «Where are they?: families search for Chile´s disappeared prisoners» (véase enlace) detalla de una manera muy completa el drama de familias chilenas ante la falta de información sobre lo sucedido a sus seres queridos y la falta de voluntad política que significó la llegada en marzo del 2018 del Presidente Piñera en lo que respecta a la búsqueda de personas desaparecidas en Chile.

La Operación Cóndor ante el derecho a la verdad: la respuesta del juez interamericano ante la poca (in?) capacidad de la justicia nacional

Otra trágica iniciativa para América Latina como lo fue el denominado «Plan Condor«, que involucró no solamente a Chile (y a Estados Unidos), constituye un ámbito en el que aún quedan muchos documentos por desclasificarse en Estados Unidos: este informe del CELS (una reconocida ONG de Argentina) explica cómo funcionó a partir de 1975 entre los Estados del Cono Sur este plan coordinado tendiente a borrar el efecto protector que significa para una persona que se siente amenazada cruzar una frontera.

Cabe recordar que fue tan solo en el 2016 que el Plan Cóndor fue objeto de una primera decisión condenatoria por parte de la justicia penal argentina, con respecto a altos mandos militares argentinos, varios de ellos nonagenarios al momento de escuchar la sentencia (Nota 3).

Al 2023, los sistemas judiciales en el Cono Sur siguen tramitando causas de víctimas y de familiares de víctimas: en este enlace se registran algunas de las acciones legales ante tribunales nacionales relacionadas al Plan Condor.

Ante la resistencia de algunos jueces a nivel nacional para investigar y sancionar hechos relacionados al Plan Cóndor, el sistema interamericano de protección de los derechos humanos ha ofrecido (y sigue ofreciendo) a las víctimas una posibilidad de obtener justicia.

En esta importante sentencia del juez interamericano del 2011 (caso Gelman vs. Uruguay) se lee que:

«51. El plan Cóndor operaba en tres grandes áreas, a saber, primero, en las actividades de vigilancia política de disidentes exiliados o refugiados; segundo, en la operación de acciones encubiertas de contra-insurgencia, en las cuales el papel de los actores era completamente confidencial y, tercero, en acciones conjuntas de exterminio, dirigidas a grupos, o individuos específicos, para lo cual se conformaban equipos especiales de asesinos que operaban dentro y fuera de las fronteras de sus países, incluso en Estados Unidos y Europa.

  1. Esta operación fue muy sofisticada y organizada, contaba con entrenamientos constantes, sistemas de comunicación avanzados, centros de inteligencia y planificación estratégica, así como con un sistema paralelo de prisiones clandestinas y centros de tortura con el propósito de recibir a los prisioneros extranjeros detenidos en el marco de la Operación Cóndor«.

En la sentencia dictaminada contra Argentina 10 años después, en septiembre del 2021 (caso familia Julien Grisonas vs. Argentina), la Corte Interamericana de Derechos Humanos indicó que el «plan criminal interestal» amerita un esfuerzo coordinado de sus integrantes, al precisar que:

«288. En congruencia con las solicitudes efectuadas, la Corte dispone que el Estado argentino, en el plazo de un año contado a partir de la notificación de este fallo y por las vías que considere adecuadas, haga las gestiones pertinentes para convocar a los otros Estados que habrían tenido intervención en la ejecución de los hechos del caso: la República Oriental del Uruguay y la República de Chile, y, en general, en el contexto de la “Operación Cóndor”, es decir, la República Federativa de Brasil, el Estado Plurinacional de Bolivia, la República del Paraguay y la República del Perú, a efecto de conformar un grupo de trabajo que coordine los esfuerzos posibles para llevar adelante las tareas de investigación, extradición, enjuiciamiento y, en su caso, sanción de los responsables de los graves crímenes cometidos en el marco del referido plan criminal interestatal. Dicha coordinación deberá reflejarse en un plan de trabajo común entre las autoridades competentes, según la materia de que se trate, ejecutado en observancia del marco jurídico nacional e internacional aplicable, y con auxilio de los mecanismos de cooperación internacional y asistencia mutua. Así, el trabajo coordinado entre autoridades de los distintos Estados habrá de emprender esfuerzos conjuntos para el esclarecimiento de lo ocurrido durante la “Operación Cóndor”, como escenario en el que fueron perpetradas sistemáticas violaciones a los derechos humanos, incluidas las que damnificaron a las víctimas del presente caso«.

A modo de conclusión

Pese a los 50 años que nos separan de aquel fatídico día para Chile y para el mundo que significó el 11 de setiembre de 1973, aún muchas preguntas persisten en el tiempo: desde ya Estados Unidos podría útilmente aclararlas, liberando todos los documentos clasificados que aún posee en sus archivos secretos con respecto a lo ocurrido en Chile.

Para las víctimas chilenas y sus familiares que siguen persiguiendo la verdad a través del tiempo, y buscan conocer el destino de sus seres queridos, desde Chile o desde afuera, su extenuante combate es ejemplar: ha inspirado, inspira y seguirá inspirando, estamos seguros de ello, a muchas familias y a varias generaciones de América Latina y del mundo en su exigencia de verdad y de justicia.

– – Notas – –

Nota 1: Véase al respecto BOEGLIN N., «JusticiA con A de Ascensión: a propósito de la exhumación de una fosa española a solicitud de una jueza de Argentina«, Revista de Pensamiento Penal, 2016. Texto disponible aquí.

Nota 2: Sobre las estrechas relaciones existentes entre el derecho a la verdad y las víctimas de desaparición forzada, véase la obra FERRER MAC-GREGOR E. & GONGORA MAAS J.J., Desaparición forzada de personas y derecho a la verdad en el sistema interamericano de derechos humanos, UNAM/IIJ/CNDH, México 2019. Texto integral disponible aquí.

Nota 3: Véase al respecto BOEGLIN N., «Plan Condor: la justicia argentina se pronuncia«, sitio jurídico de DerechoalDia, edición del 6/06/2016, texto disponible aquí.

Es que solo quiero despertarte

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

De aquellos años viene el recuerdo de la intensa lluvia de papel picado y las banderas celeste y blanco ondeando en las gradas del Monumental de Núñez, el mítico estadio donde la Selección mayor de fútbol de Argentina ganaba su mundial, en un ya lejano y pálido 1978.

Recuerdo si, también, los discursos de las autoridades de entonces: las del fútbol, con un enconchado y astuto Avelange en su desafinado portugués, hablando maravillas de Argentina, su gente, sus autoridades, a las que retorcía sus ojos en procura que todo saliera bien en ese, su primer mundial de varios que engrosarían su carrera, pero sobre todo su esmirriada y cuestionada fortuna.

Recuerdo también a las autoridades políticas suturando discursos sobre la democracia y el agradecimiento al pueblo argentino por su “ejemplar comportamiento”.

Entonces me llamaba la atención la cohorte de personas investidas de legitimidad, denominando a un mundial de futbol como el “mundial de la Paz”, en esos, los años magros para los derechos humanos en un país como Argentina.

Entonces sobre la cancha de ese mítico estadio, decenas de estudiantes formaban figuras al compás de marchas militares. Quizá la más recordada sea aquella alegoría de dos brazos alzando un balón. Pero si nos fijamos con atención, con memoria, bien podrían haber sido dos brazos alzados a la señal de detención.

Cerca de allí, muy cerca, compañeros y compañeras suyos eran torturados en centros clandestinos administrados por la dictadura de un cínico llamado Jorge Rafael Videla, entonces acuerpado por medios de comunicación y el departamento de estado representado por Henry Kissinger, uno de sus amigos invitados de honor en esos días.

Tan cínico que, por aquellos días de mundial se hacía acompañar de personas detenidas para que funcionaran como escudo humano, por si algún contrario suyo se sentía incómodo y organizaba un atentado para acabar con su vida.

Mis registros sobre aquellos tiempos eran hasta hace poco, más que anecdóticos. No procesaban, lo confieso, nada de esto. Recuerdo si haber visto la ya clásica final Argentina-Holanda con mi padre. Uno de tantos rituales que habríamos de repetir en la vida por nuestra afición al fútbol.

Por eso ahora intento reparar esa memoria anecdótica en mí y convertirla en otra cosa. En amplificación, por ejemplo. Y la única forma de hacerlo es pidiendo perdón por la liviandad del recuerdo.

Mientras los cientos de miles de papeles picados hacían fiesta como una bandada de origamis migrantes hacia la libertad, otros cientos de miles de personas vivían el horror, el maltrato y la indignidad a las sombras, en la oscuridad, en la penumbra, en los sótanos. Lloraban en el fondo.

Aquellos fueron días oscuros para Argentina y para América Latina. Las cifras no concuerdan, pero las más comprometidas hablan de 30.000 personas desaparecidas por la dictadura.

Por eso hoy reconozco y resueno la valentía de mujeres como Margarita, que sobrevivieron y se quedaron con nosotros y nosotras, porque tienen una tarea fundamental que cumplir en la vida: decir nunca más a los horrores de la barbarie y la deshumanización, en contextos como el latinoamericano.

Nacida en Argentina y de profesión docente, el más político de los oficios apunta Freire, Margarita Drago se asume así misma como ex-presa política, sobreviviente de una de las más cruentas dictaduras experimentadas por este hermoso continente “canción con todos”, dicho alguna vez por la hermosa voz sanadora de la negra.

En un libro testimonio publicado este 2022 por Editorial Dunken (Buenos Aires) Margarita recompone los hilos de una memoria que necesitaba restituir: la suya propia, en la que recopila los cinco años de horror vividos en la clandestinidad de la detención (1975-1980), los abusos y la violencia, así como la de aquella compañera que entonces se convertiría en su ancla a la vida, su corazón bombeante, su amor absoluto.

En “fragmentos de la memoria, mi vida en dos batallas”, la querida Margarita descose los amarres del pasado y los cuelga amorosamente como mariposas en un tendedero del tiempo. Allí están meciéndose al vaivén de su historia, contada en primeras personas del plural intenso y luchador. Porque ella es una y varias al mismo tiempo

Entre el aquí y el allá, la oscuridad y la luminosidad, lo furtivo y lo permanente, lo esquivo y lo real, nos enseña que más allá de los dictados del canon para escribir crónica, ella misma es una crónica viviente.

Podría aquí citar tantos fragmentos de este texto magnífico que me erizó la piel, pero quiero concentrarme en uno donde Margarita levanta una bandera necesaria en nuestros días. Cito:

“La risa y el canto eran también nuestras armas de resistencia, aunque estaba prohibido reírse, hablar en voz alta, cantar, expresarse artísticamente a través del teatro u otras artes. Aun así, no dejamos de manifestarnos, de crear, de reír, incluso de parodiar nuestra situación de desventura. Las más creativas y talentosas en el arte escénico se lucían y, a escondidas, en los recreos internos y bajo la protección de un equipo de guardia, nos turnábamos para que las compañeras disfrutasen, rieran en un ambiente de genuina sororidad. Manifestar la alegría era otra manera de resistir y de combatir los embates del miedo” (p. 195).

La alegría, entonces como un recurso político. La alegría entonces como resistencia, la alegría entonces como instrumento por amasar el pan de la dignidad.

Es este libro una pieza en dos partes, que así es como Margarita ha querido recomponer una segunda impresión de esas memorias, añadiendo en este caso una historia no contada originalmente sobre esa otra lucha que dio estando presa: la lucha por un amor y su legitimidad en una sociedad aún carente de sensibilidad para asumir estas relaciones disidentes y en una estructura partidaria vertical y autoritaria, controladora de los cuerpos y las emociones, politizadora del afecto y el beso.

Al tiempo que leía estas memorias, la mía iba tratando de dejar su laxitud sobre aquellos días lejanos de finales de los años setenta. Quisiera encontrar las palabras precisas y adecuadas, pero todo lo dejó dicho Margarita en este texto, que invito a leer y vivir intensamente.

Quizá decir que su exilio forzado, al igual que el de cientos de miles de personas de nuestra América, produjo cicatrices que con el tiempo han empezado a sanar, pero no a desaparecer. El exilio no es una acuarela que se borre con el agua. Permanece. Se tatúa en el cuerpo de quien lo padece. Por eso abrazo a la mujer que con el exilio a cuestas hace hermosas pintas y poemas. Para la vida. Para su vida.

Margarita Drago, compañera, maestra. Intensa tu vida y tu obra. Por ello, como el más afecto de tus amigos te digo:

“Pero que libres vamos a crecer”.

Memo Acuña, Heredia. Octubre de 2022.

Kissinger y su libro On China: ¡Esto sacudirá el mundo!

Gilberto Lopes, jul 2022

–¡Esto sacudirá el mundo!, dijo el primer ministro Zhou Enlai, cuando llegamos a un acuerdo sobre el comunicado conjunto que estábamos preparando, para la visita que el presidente Nixon haría a China, en febrero de 1972.

–Sería fantástico si, 40 años después, los Estados Unidos y China pudieran unir sus esfuerzos, no para sacudir el mundo, sino para construirlo, diría Kissinger en la última línea de su extenso On China, publicado en 2011, un largo recorrido sobre su experiencia en la construcción de las relaciones entre ambas naciones. No hay duda de que ese libro es el que recoge de mejor manera la aspiración de dejar establecido su legado en el escenario político del mundo.

Es un libro notable, de una de las cabezas que mejor entiende como defender sus interesas y los desafíos políticos del mundo en el que le tocó vivir. Y, ciertamente, entre los líderes políticos norteamericanos, es el de mayor experiencia y conocimiento de la cultura política china.

Kissinger habla extensamente de su experiencia, de los contactos políticos iniciados durante la administración Nixon, cuando negoció con los líderes chinos el restablecimiento de las relaciones de Washington con el gobierno de Beijing.

Lo que se conocería como ”Comunicado de Shangai” fue un documento cuidadosamente trabajado en una segunda vista de Kissinger a Beijing, en octubre de 1971, después de una visita anterior en la que los dos países empezaron a negociar el restablecimiento de sus relaciones. Un comunicado que expresaba, de manera satisfactoria para ambas partes, sus posiciones sobre el delicado tema de Taiwán.

Kissinger lo negociaba con el primer ministro Zhou Enlai, hasta que, revisando los borradores, el presidente Mao Zedong ordenó cambiar su tono y su contenido. No quería que fuera, simplemente, un documento más. Ordenó abandonar el borrador que venían trabajando y preparar otro documento, en el que cada país expresara libremente su posición sobre Taiwán. Naturalmente, divergentes. Con énfasis distintos. En una sección final del documento se recogerían los puntos de vista comunes. De ese modo, dice Kissinger, “cada lado estaba proponiendo una tregua ideológica y subrayando aquellos puntos donde las posiciones convergían”. El más importante le parecía ser el que hacía referencia al concepto de hegemonía:

Ningún lado debe buscar la hegemonía en la región de Asia-Pacífico y ambos se oponen a los esfuerzos de cualquier otro país o grupo de países para establecer una tal hegemonía.

Era una alusión clara a la Unión Soviética, a la que ambos se enfrentaban. Un enemigo común de aquella época, que facilitaba un entendimiento entre las dos partes. Pero a Kissinger no se le escapaba que la sustentabilidad de esa estrategia dependía de los progresos que se pudieran hacer en el tema de Taiwán, en el que el margen de concesiones era estrecho.

Un ambiguo equilibrio entre los principios y el pragmatismo se expresaba en el Comunicado de Shangai, en el que Estados Unidos reconocía que “todos los chinos, a ambos lados del estrecho de Taiwán, mantienen que hay una sola China y que Taiwán es parte de China. El gobierno de los Estados Unidos no pone en duda esa posición. Reafirma su interés en un arreglo pacífico del tema de Taiwán por los mismos chinos”.

La posición de Estados Unidos quedó establecida en cinco principios: la ratificación de la política de reconocimiento de que existía una sola China; la reafirmación de que Estados Unidos no apoyaría los movimientos independentistas de Taiwán; que tampoco apoyaría cualquier política de Japón para restaurar su influencia sobre la isla, donde había sido potencia colonial; apoyo a todo intento pacífico de acuerdo entre Beijing y Taiwán; y el compromiso de continuar normalizando las relaciones.

Otros dos comunicados entre Washington y Beijing fueron firmados en 1979 y en 1982. En todos se reiteraba la política de “una sola China” y se reconocía al gobierno de Beijing como el representante de esa China. Los comunicados agregaban que los Estados Unidos no mantendrían lazos oficiales con Taiwán. Pero no excluían relaciones no oficiales, incluyendo la venta de armamento, como los 150 cazas F-16 vendidos a Taiwán durante el gobierno de George Bush.

Las notas sobre las negociaciones de Nixon y su delegación con los gobernantes chinos durante la vista de febrero de 1972, guardadas en el Archivo de Seguridad Nacional (pero desclasificadas), señalan que el primer ministro Zhou expresó su preocupación no solo por la posibilidad de una renovada influencia de Japón sobre su antigua colonia, sino también por la eventual independencia de Taiwán. Quería seguridades de que Washington no apoyaría ningún movimiento inconsistente con el concepto de “una sola China”, que Estados Unidos había reconocido.

Nixon respondió –según los apuntes desclasificados– que los “Estados Unidos no apoyarían ‘ningún’ movimiento independentista en Taiwán y reiteró que Taiwán era ‘parte de China’, pero también que Washington apoyaba ‘una solución pacífica a los problemas de Taiwán’”.

Kissinger termina el capítulo –el #9 de su libro, titulado Resumption of relations: first encounters with Mao and Zhou– con dos preguntas y una observación: ¿Pueden los intereses de los dos lados llegar a ser realmente congruentes? ¿Pueden separarlos de sus propias visiones ideológicas, de modo a evitar que los contaminen con emociones conflictivas?

“La visita de Nixon a China abrió las puertas para lidiar con estos desafíos”, asegura Kissinger. Pero constata que ellos están todavía aquí, con nosotros, en 2011, cuando publica su libro.

En su opinión, pese a tensiones ocasionales, el Comunicado de Shangai ha servido a sus propósitos. Estados Unidos ha insistido en la importancia de un arreglo pacífico del problema, y China ha enfatizado el imperativo de la unificación, sin descartar, como lo han señalado reiteradamente, el eventual uso de la fuerza si se desarrollan tendencias independentistas en Taiwán.

Protestas de Tiananmen

Menos de una década después, luego de la represión de las protestas en la plaza de Tiananmen, en junio de 1979, las relaciones entre los dos países volvieron prácticamente a su punto de partida. Las cosas no parecían ir por el camino que Kissinger pretendía, si nos atenemos a las aspiraciones expresadas en la conclusión de su libro.

Jiang Zemin asumió la Secretaría General del Partido Comunista en junio de 1989. El 15 de abril habían comenzado las protestas en la plaza Tiananmen, aplastadas por el ejército el 4 de junio.

En noviembre, Jiang me invitó para conversar, dice Kissinger. No entendía como un problema interno de China (la crisis de Tiananmen) podía causar una ruptura de las relaciones con los Estados Unidos. “No hay ningún problema importante entre China y Estados Unidos, con excepción de Taiwán”. Pero aún en este caso –agregó– el Comunicado de Shangai establece una fórmula adecuada para tratarlo.

En los 40 años desde que había sido firmado, ni China ni Estados Unidos habían permitido que el diferendo sobre Taiwán restara impulso a los esfuerzos de normalización de las relaciones, estima Kissinger. Pero es evidente que el tema podría hoy, como pocas veces antes, hacer descarrilar décadas de construcción de una cuidadosa filigrana diplomática, cuyo desenlace podría amenazar el destino mismo de la humanidad.

Como señaló el presidente chino, Xi Jinping en su larga conversación telefónica con su colega norteamericano el pasado 28 de julio, quien juega con fuego termina quemado. Le pidió a Biden respetar, de palabra y de hecho, lo estipulado en los tres comunicados sobre los que se funda las relaciones de los dos países.

Como paño de fondo de las renovadas tensiones estaba el anuncio de una visita –no confirmada aún– de la presidente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, como parte de una gira por Asia.

La advertencia de Xi es solo la última de una serie que incluye la cancillería y las fuerzas armadas chinas y, naturalmente, no puede haber ninguna de más alto nivel.

Construyendo su propia pirámide

Una pirámide, lugar donde guardar para la posteridad los restos de grandes hombres. Una idea que me persigue mientras avanzo en la lectura de On China. Me parece imposible no pensar que la idea no está, desde el inicio, en la cabeza de Kissinger. Tampoco me parece absurdo pensar que lo esté.

Eso obliga a leer el libro con cuidado, con una luz de alarma siempre prendida. Anoto, al concluir el capítulo #9: “un capítulo donde las cualidades de Kissinger como observador, diplomático y narrador adquieren especial relieve”. Naturalmente, cuando Nixon ocupa el escenario, él da un ligero paso al costado. Pero es su libro y es su figura la que brilla con luz mayor.

La visita de Nixon a China afirma, fue una de las pocas en las que una visita de Estado provocó cambios seminales en las relaciones internacionales. En su opinión, “el retorno de China al juego diplomático global y el aumento de las opciones estratégicas para los Estados Unidos dio una nueva flexibilidad al sistema internacional”.

Hay que destacar aquí –como ya lo señalamos, aunque no se pueda desarrollar en detalle el tema– que el escenario internacional estaba caracterizado por las tensiones entre China y la Unión Soviética, lo que facilitaba el acercamiento con Estados Unidos. El rápido desarrollo económico de Japón revivía también viejos temores de China, anclados en los recuerdos relativamente recientes de la ocupación de su territorio por el ejército japonés.

Kissinger señala que “el acercamiento chino-norteamericano comenzó como un aspecto táctico de la Guerra Fría, pero evolucionó hasta hacerse central en el desarrollo de un nuevo orden global”. Ninguno pretendía cambiar las convicciones del otro (y eso, quizás, fue lo que hizo posible el diálogo), “pero articulamos objetivos comunes que sobrevivieron al período de ambos (el suyo y el de Zhou) en el ejercicio de nuestros cargos –uno de los mayores reconocimientos a que un político de Estado puede aspirar”.

Es la misma idea que se repite al final del libro. “Cuando el primer ministro Zhou Enlai y yo llegamos a un acuerdo sobre el comunicado que anunciaba la visita secreta, él dijo: ‘Esto conmoverá el mundo’. A lo que Kissinger agregó su esperanza de que, además, contribuyera a construirlo.

Un imposible orden unipolar

Después de la crisis de Tiananmen, en junio de 1989, Estados Unidos impuso sanciones a China y suspendió todo contacto de alto nivel entre los dos países. Solo cinco meses más tarde caía el muro de Berlín. Poco después, con el fin de la Unión Soviética, concluía la Guerra Fría. Para los Estados Unidos, la desintegración de la Unión Soviética fue vista como una forma de permanente y universal triunfo de los valores democráticos. Los líderes chinos rechazaban esa predicción de un triunfo universal de la democracia liberal occidental.

George Bush había asumido la presidencia en enero del 2001. Jiang Zemin era entonces secretario general del Partido Comunista Chino y presidente de su país. Jiang reiteraba, en sus discursos, la importancia de las relaciones entre China y Estados Unidos. La cooperación entre los dos países es importante para el mundo. Nosotros haremos lo imposible para que así sea. Pero agregaba: el principal problema entre China y Estados Unidos es la situación de Taiwán. Nosotros hablamos, con frecuencia de una solución pacífica para este problema y de la fórmula “un país, dos sistemas”. –Yo normalmente solo hablo de estos dos aspectos. Sin embargo, algunas veces agrego que no podemos descartar el uso de la fuerza. “Esta es la parte más sensible de nuestra relación”, reiteró.

Se cercaba el fin del gobierno de Bush y Kissinger visitaba nuevamente China. Al volver traía un mensaje del gobierno chino para Bush. Era un intento por reorientar las relaciones. Y aunque Bush envió a su secretario de Estado, James Baker, a conversar en Beijing (pese a que los contactos de alto nivel estaban suspendidos desde Tiananmen), las conversaciones no avanzaron. Su gobierno había entrado en un período final de mandato, que no permitía el desarrollo de grandes iniciativas.

El mandato de Bush concluiría en enero de 1993. Durante la campaña electoral del 92, Clinton había criticado su gobierno, al que consideraba demasiado condescendiente con China. “China no podrá soportar eternamente las fuerzas de un cambio democrático. Un día seguirá el camino de los regímenes comunistas del este de Europa y de la antigua Unión Soviética”.

Una vez asumido el cargo, en enero del 93, anunció su intención de llevar la democracia a todo el mundo como el objetivo principal de su política exterior. En las audiencias de confirmación en el congreso, el secretario de Estado Warren Christopher afirmó que los Estados Unidos buscaría facilitar una transición pacífica de China, del comunismo a la democracia, apoyando las fuerzas políticas y económicas favorables a la liberalización.

Los chinos lo veían de otra forma. El canciller Qian Qichen (uno de los ministros de relaciones exteriores más hábiles que he conocido, diría Kissinger) me aseguró que “el orden internacional no permanecería unipolar indefinidamente”. “Es imposible que un tal mundo unipolar llegue a existir. Algunos pueblos estiman que después de la Guerra del Golfo y de la Guerra Fría, los Estados Unidos pueden hacer lo que quieran. Yo creo que eso no es correcto”, agregó Qian.

Pocos artículos expresan de manera más cruda ese escenario unipolar que “The unipolar moment”, del columnista conservador norteamericano Charles Krauthammer, ya fallecido, publicado en la revista Foreign Affairs en 1991.

“La característica más llamativa del mundo de post Guerra Fría es su unipolaridad”, decía Krauthammer. “No hay más que una potencia de primera categoría y ningún prospecto de que, en el futuro inmediato, surja alguna potencia rival”.

El artículo abunda en expresiones parecidas. No hay una sola referencia al papel de China en este escenario, precisamente cuando Kissinger destacaba que los años 90’s se caracterizaron por su asombroso crecimiento económico y la transformación de su papel en el mundo. Percibía bien que un nuevo orden internacional estaba a punto de emerger. Si en 1994 el presupuesto militar de Taiwán era mayor que el de China, hoy el de China es 20 veces mayor. Si a mediados de los años 90’s las relaciones económicas entre ambas eran relativamente insignificantes (las exportaciones de Taiwán a China eran de menos del 1% del total de sus exportaciones), actualmente esta cifra es de cerca del 30%.

Hoy es claro quien tenía una visión más ajustada al desarrollo de los acontecimientos. El fin de la Unión Soviética y del socialismo en el este europeo significó el triunfo de Washington en la Guerra Fría, que alcanzó entonces la cumbre del poder. Pero fue también el inició de la caída de su papel, tanto en el orden económico como político, en el escenario mundial. Muchos analistas no supieron vislumbrar el ritmo de desarrollo chino, ni el inicio de la decadencia norteamericana.

Congruente con esa esa retórica, en mayo del 93 Clinton extendió por un año, de forma condicional, el estatus de Nación Más Favorecida a China. La orden ejecutiva fue acompañada por la retórica más peyorativa contra China que la de cualquier otra administración, desde 1960, dice Kissinger, que comenta la visita del secretario Christopher a Beijing: “Fue uno de los encuentros diplomáticos más hostiles desde que Estados Unidos y China iniciaron su política de acercamiento”.

Lo último que los chinos estarían pensando

Kissinger ha reiterado los riesgos de una política que enfatiza, en tonos cada vez más estridentes, los aspectos de una confrontación que no pude transformarse en armada sin amenazar la vida humana misma en el planeta. Ha hablado repetidamente en meses recientes.

En entrevista a Bloomberg, en julio, advirtió que una Guerra Fría entre los dos países podría terminar en una catástrofe mundial. Biden debe tener cuidado y no dejar que la política interna interfiera en su visión de China. Es importante evitar la hegemonía china (o de cualquier otro país), pero eso no se puede lograr mediante confrontaciones sin fin, estimó.

Consultado por Judy Woodruff, de PBS News Hour, sobre las lecciones que China puede sacar de la actual guerra en Ucrania con respecto a un eventual ataque a Taiwán, Kissinger estimó que “esto sería lo último que los chinos estarían pensando ahora”.

¿No sería mejor si abandonamos toda ambigüedad de nuestra política con respecto a Taiwán y afirmamos que defenderemos la isla de cualquier ataque?, le preguntó la periodista.

–Si abandonamos nuestra política y Taiwán se declara un país independiente, China estaría prácticamente obligada a adoptar una acción militar, porque este ha sido muy profundamente parte de su problema doméstico. De modo que esa ambigüedad ha evitado el conflicto. Pero los efectos de disuasión deben ser también firmes, dijo Kissinger.

En su libro Kissinger hace referencia a la posición de activistas de

derechos humanos para quienes sus valores eran considerados universales. Para esos sectores, las normas internacionales de derechos humanos deben prevalecer sobre el concepto tradicional de soberanía de los Estados. “Desde ese punto de vista –afirma– una relación constructiva a largo plazo con Estados no democráticos es insostenible casi por definición”.

“La política de derechos humanos en China no es de su incumbencia”, le había dicho el primer ministro Li Peng al secretario Christopher durante su encuentro en Beijing, señalando que los Estados Unidos tenía muchos problemas de derechos humanos que atender.

Lo cierto en esta materia es que Estados Unidos no acepta la jurisdicción de los organismos internacionales de derechos humanos y han terminado por transformar el tema en un instrumento político contra quienes no comparten sus intereses. Una política promovida particularmente en América Latina, donde Estados Unidos ha apoyado regímenes responsables de graves violaciones de los derechos humanos, incluyendo el derrocamiento de Salvador Allende, en Chile, que el mismo Kissinger promovió y estimuló durante la administración Nixon.

A favor de la ambigüedad

Al mismo tiempo surgían, con renovado impulso, fuerzas independentistas en Taiwán, encabezadas por el presidente Lee Teng-hui. En 1995 Lee logró autorización para visitar la Universidad de Cornell, donde había estudiado. Su discurso, con reiteradas referencias al “país” y a la “nación” y la discusión sobre el inminente fin del comunismo, resultaron inaceptables para Beijing, que llamó a consulta a su embajador en Washington, retrasó el agreement para el nuevo embajador de Estados Unidos en Beijing y canceló los contactos de alto nivel con el gobierno norteamericano.

Era julio de 1995 y Kissinger estaba de vuelta en China. Estados Unidos debe entender que “no hay espacio de maniobra en el asunto de Taiwán”, la había dicho Qian Qichen.

–Le pregunté al presidente Jiang si seguía vigente la afirmación de Mao, de que China podría esperar cien años para resolver el asunto de Taiwán, y él me respondió que no. La afirmación fue hecha hace 23 años, dijo Jiang, de modo que solo quedan 77.

Como esta conversación tiene ya 27 años, han pasado 50 y estaríamos ahora exactamente a la mitad del plazo dado por Mao. De modo que los tiempos se acortan y la advertencia de Xi, de que quien juega con fuego termina por quemarse, no debería verse como una repetición de advertencias del pasado. Me parece que esa no es la lógica china.

Años más tarde, la esposa de Clinton, Hillary, se desempeñó como secretaria de Estado (2009-2013), durante el primer mandato de Obama. Difícilmente podría ser más dura su opinión sobre Kissinger, expresada en una entrevista al editor nacional del Financial Times, Edward Luce, publicada el 17 de junio pasado.

Luce se refiere a Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional durante el gobierno de Jimmy Carter, un politólogo de origen polaco, fallecido en 2017, “rival y amigo” de Kissinger.

Kissinger dijo recientemente que Ucrania debería conceder territorio a Putin para acabar con la guerra, dijo Luce, reiterando una afirmación que Kissinger niega. Es, en todo caso, una interpretación bastante generalizada de afirmaciones hechas por Kissinger en Davos, aunque él explícitamente las negó en la entrevista a la periodista Woodruff. Son quizás parte de la necesaria “ambigüedad” a la que ya se había referido antes como necesaria para evitar una guerra entre Estados Unidos y Beijing, provocada por el problema de Taiwán.

Luce toma partido y afirma que, en su opinión, Brzezinski tenía una comprensión más aguda que Kissinger de las debilidades de la Unión Soviética.

–Estoy totalmente de acuerdo, respondió Hillary. Nunca creí que Brzezinski tuviera una visión romántica de los rusos como Kissinger. Él valora demasiado su relación con Putin. Y agregó una frase lapidaria: –Tienes que darle crédito a Kissinger por su longevidad, al menos. Él simplemente sigue adelante.

En su criterio, la OTAN debió seguir expandiéndose hacia el este; los argumentos en contra eran, por lo menos, ingenuos. El recuerdo de una vieja anécdota ocurrida en un restaurant londinense, donde discutían con los invitados la conveniencia de la expansión de la OTAN, luego de concluida la Guerra Fría, ilustra sus ideas. –Yo soy de Polonia (les dijo quien los atendía) y antes de tomar su orden, déjenme decirles algo: nunca confíen en los rusos. Hillary aprobaba. Ella también piensa que Putin “no tiene alma” y que intervino en las elecciones del 2016 en su contra, apoyando a Trump. “Si Trump hubiese ganado en 2020, sin duda habría abandonado la OTAN”, aseguró en la entrevista al FT.

Formación de bloques excluyentes

Luego de un largo recorrido de más de 500 páginas, en un agregado final con referencia a la visita del presidente chino Hu Jintao a Washington, en enero del 2011, en el gobierno Obama, Kissinger afirma:

El peligro estructural para la paz mundial en el siglo XXI está en la formación de bloques excluyentes entre el Este y el Oeste (o, por lo menos, con su parte asiática), cuya rivalidad podría replicar a una escala global el cálculo de suma cero que produjo las conflagraciones en Europa en el siglo XX.

El fin de la presidencia de Jiang Zemin, en marzo del 2003, marcó el fin de una época en las relaciones chino-norteamericanas. Ambos países ya no tenían un adversario común (Rusia), ni tampoco compartían el concepto de un nuevo orden mundial.

En Estados Unidos, George W. Bush había asumido la presidencia en enero del 2001, mientras que, en China, Hu Jintao sucedía en el cargo a Zemin. Kissinger recuerda que Bush llegaba a la presidencia luego del colapso de la Unión Soviética, en medio del triunfalismo y la creencia de que su país era capaz de rediseñar el mundo a su imagen y semejanza, como ya vimos, sobre la base de su visión de la democracia y de los derechos humanos.

El tema de Taiwán seguía en la agenda y fue tratado por Bush con el primer ministro chino Wen Jiabao durante su visita a Washington en diciembre del 2003. Jiabao reiteró que la política de Beijing seguía siendo la de promover una reunificación pacífica, bajo la norma de “un país-dos sistemas”, como la aplicada en Hong Kong.

En 2005, en un discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, Hu Jintao se refirió a un mundo harmonioso, con una paz duradera y una prosperidad compartida, la visión china del escenario mundial. Es evidente que ese no fue el rumbo seguido.

En enero del 2011, Hu visitó Estados Unidos. Seguían en la agenda problemas complejos, como las relaciones con Corea del Norte o la libertad de navegación en el Mar del Sur de China. Lo que está pendiente, dice Kissinger, es si podemos pasar del manejo de las crisis a la definición de objetivo comunes. ¿Pueden Estados Unidos y China desarrollar una verdadera confianza estratégica?

Kissinger vuelve la mirada al escenario que condujo a la I Guerra Mundial, a la unificación y crecimiento de las capacidades militares de Alemania. Cita a un analista inglés, funcionario del Foreign Office, Eyre Crowe, en cuya opinión, independientemente de las intenciones, si Alemania logra la supremacía naval, estará en juego la existencia del imperio británico y no habrá manera de encontrar formas de cooperación ni de confianza entre los dos países. Trasladado este criterio al análisis de los riesgos que implica el crecimiento de China, resultaría incompatible con la posición de los Estados Unidos en el Pacífico y, por extensión, en el mundo.

A esta visión de Crowe se agrega, en el debate norteamericano, la de grupos neoconservadores y otros, para los cuales la preexistencia de instituciones democráticas son un requisito para el establecimiento de relaciones de confianza entre los países. En ese caso, un cambio de régimen sería el objetivo final de la política norteamericana hacia países que considera “no democráticos”.

Si se enfatizan las diferencias ideológicas las relaciones podrían complicarse. Tarde o temprano, un lado o el otro podría cometer un error de cálculo… el resultado sería desastroso, estima Kissinger. Para evitarlo, la relación entre China y Estados Unidos no debería ser de suma cero. La competencia, más que militar, debería ser económica y social. Como lograr ese balance es el desafío de cada generación de nuevos líderes en ambos países.

Cualquier intento de los Estados Unidos de organizar Asia para aislar China, o crear un bloque de Estados democráticos para lanzar una cruzada ideológica, están destinados al fracaso. Si se considera que los dos países están condenados a confrontarse, creando bloques en el Pacífico, el camino del desastre quedará pavimentado, dice Kissinger. En cambio, sugiere como alternativa que Japón, Indonesia, Vietnam, India y Australia integren un sistema que, lejos de percibirse como instrumento de una confrontación entre Estados Unidos y China, lo vean como un esfuerzo de desarrollo conjunto.

Es evidente que no ha ocurrido así, y no se puede descartar que el camino recorrido nos conduzca a un gran desastre.

¿El fin de la ambigüedad?

Parece tentador. No faltan, en Estados Unidos, quienes piensan haber llegado la hora de confrontar a China y terminar con la ambigüedad con que se ha tratado el problema de Taiwán.

En medio de la turbulencia provocada por el anuncio de Nancy Pelosi de su intención visitar Taiwán, David Sacks, investigador del Council on Foreign Relations publicó, en julio, en Foreign Affairs, un artículo sobre el tema: How to survive the next Taiwan Strait Crisis.

Se avecina una era mucho más peligrosa para las relaciones a través del estrecho, afirma en su artículo. Apoya su afirmación con consideraciones del director de la CIA, William J. Burns, diplomático, exsubsecretario de Estado en la administración Obama, para quien no se debe subestimar la determinación del presidente Xi de reafirmar el control de Beijing sobre Taiwán.

Se podría esperar que, ante esta realidad, sería prudente mantener la política establecida en los comunicados conjuntos firmados con China y la política de una cierta ambigüedad defendida por Kissinger, como un medio de evitar una confrontación desastrosa.

No es esa la visión de Sacks. Su propuesta es que, para enfrentar los peligros de esta nueva fase, Biden debería promover una revisión completa de la política de Estados Unidos hacia Taiwán. Su sugerencia es que esa política esté basada en la disuasión y que, para eso Estados Unidos debería dejar claro que usará la fuerza para defender Taiwán.

Toda la visión del problema está enfocada en una respuesta militar. Además de lo ya sugerido, agrega incrementar la capacidad de combate de Taiwán; asesorar reformas de las reservas y fuerzas territoriales de defensa; insistir en que el gobierno de la isla incremente su gasto militar e invierta en misiles, minas marítimas y defensa aéreas portátiles. La cooperación norteamericana debe incrementarse en los próximos años, pero recomienda no hacerla pública.

La visión de este tipo de analistas se nutre de la manera como China respondió, en el pasado, a los acercamientos de Washington a Taipei. Recuerda el viaje de un antecesor de Pelosi como presidente de la Cámara, Newt Gingrich, en 1997, para reunirse con el presidente Lee Teng-hui, o la visita de Lee a los Estados Unidos, dos años antes.

Sacks se refiere a la reacción del presidente Jiang Zemin, cuya protesta se expresó –como ya vimos– en el terreno diplomático.

Pero Kissinger, que estuvo nuevamente en China en ese período, cita al viceprimer ministro Qian Qichen. China –dijo Qian– atribuye gran importancia a sus relaciones con Estados Unidos, pero Washington debe tener claro que no tenemos margen de maniobra en la cuestión de Taiwán.

Sacks deriva de esa experiencia la conclusión de que la historia se repetirá, pese al desarrollo de acontecimientos que él mismo enumera. Ha habido cambios importantes en las políticas norteamericanas hacia Taiwán en tiempos recientes, afirma. Mike Pompeo (Secretario de Estado en la administración Trump), envió congratulaciones a la presidente Tsai Ing-wen cuando asumió el cargo, en 2020; la administración Trump recibió a diplomáticos taiwaneses en el Departamento de Estado y en otras oficinas oficiales, norma que ha seguido el gobierno Biden; el Secretario de Estado Antony Blinken se refiere públicamente a Taiwán como un país; Biden invitó a una delegación de Taiwán a su toma de posesión y a la Cumbre por la Democracia; se anunció por la prensa que militares norteamericanas entrenaban fuerzas taiwanesas.

La lista quizás no sea exhaustiva, pero da una idea la naturaleza de las relaciones de Estados Unidos con Taiwán y del significado de la exigencia de Xi, en su conversación telefónica con Biden, de que el compromiso con las declaraciones firmadas no sea solo de palabra, sino también de hecho.

Sacks parece sacar, de ese listado, la conclusión de que China lo seguirá aceptando. No piensa que, quizás, termina por colmar el vaso de la paciencia. Conclusión que no parece lejana de la realidad, si agregamos que la advertencia de que quien juega con fuego se quemará vino ahora del propio presidente Xi, después de hacerse, en el mismo tono, desde el ejército y de la cancillería China. No ver la importancia de esa escalada sería un error de consecuencias posiblemente impagables.

¿Qué hacer?

El mundo asiste esta escalada ciertamente con preocupación y con horror ante las posibles consecuencias de medidas que difícilmente parecen encajar dentro de una necesaria política de cooperación para enfrentar desafíos comunes de la humanidad.

Tal como lo hicieron Estados Unidos y los países europeos en la reciente reunión de la OTAN en Madrid, donde adoptaron una respuesta militar inútil para enfrentar la situación en Europa, no faltan voces que sugieren la escalada militar para enfrentar la de Taiwán.

Para Sacks, con su visita Pelosi buscaría aprovechar una última oportunidad de expresar su apoyo a Taiwán como presidente de la Cámara de Representantes, ya que probablemente dejará el cargo luego de las elecciones de noviembre. Podría dejar así, en su curriculum, una muestra clara de su decidida oposición al régimen chino. Aunque su vanidad podría ser desastrosa para la humanidad.

Si la invasión de Ucrania por Rusia es un problema internacional, la situación de Taiwán es vista por Beijing como un problema interno chino. “Y la soberanía no es negociable”, le recordó Qian a Kissinger.

Es difícil pensar que Washington no entiende claramente la diferencia. Pero podría verse tentado a probar suerte.

El resto del mundo, ¿no tiene nada que decir? ¿No pueden líderes políticos latinoamericanos hablar y reivindicar derechos legítimos de la humanidad? ¿No sería útil que líderes de la región –pienso en Lula, Fernández, López Obrador, Petro, Boric, Arce, Mujica, Correa, Morales, en fin representantes de importantes sectores de opinión pública de la región, unirse a otros, como el senador Bernie Sanders y un grupo de congresistas norteamericanas opuestas a la guerra; y con políticos europeos, como Merkel, Schroeder, Corbin, Mélenchon y, seguramente, muchos otros–, se movieran para librar una batalla ante la opinión pública, poniendo de relieve las dramáticas consecuencias que tendrá para la humanidad un camino de una confrontación armada como esta?

FIN

El fenómeno Trump

ALAI AMLATINA, 09/06/2016.- EEUU es un país con 300 millones de habitantes, con la economía más grande del mundo, moviliza las fuerzas armadas más poderosas sobre la tierra y tiene la ‘máquina’ propagandística-cultural más rica en la historia de la humanidad. Para manejar este enorme poderío ha tejido a lo largo de décadas, más de dos siglos, un aparato político capaz de enfrentar retos y movilizar millones de personas. El sofisticado engranaje es la llamada democracia.

El núcleo central de este complejo sistema lo controla un conjunto de instituciones e individuos que en EEUU es identificado como el “establishment”. Son los guardianes del orden establecido y son los responsables de mantener la hegemonía sobre los diferentes sectores del país de tal manera que los cambios no perjudiquen los intereses creados. Cada cuatro años convocan elecciones para elegir líderes políticos, incluyendo al presidente de EEUU.

El proceso es supervisado por el establishment para garantizar que no se produzcan sorpresas y no sean elegidos candidatos que se salgan de las normas aceptadas.

Entre las normas, la más importante es garantizar la reproducción del sistema que protege los resortes económicos de propiedad y represión (violencia). Para lograr este fin, el establishment cuenta con dos partidos políticos: uno más conservador (Republicano) y el otro más liberal (Demócrata).

En la campaña electoral de 2016 salió a relucir dentro del Partido Republicano una masa electoral que respaldó al candidato menos comprometido con el orden tradicional: Donald J. Trump. Su mensaje se dirige a una población electoral de hombres ‘blancos’ frustrados sin empleo, sin vivienda propia y sin seguridad social. Esa masa sorprendió a los ‘expertos’ y arrasó en las primarias. Le dio a Trump los delegados que lo van a coronar candidato Republicano.

Los ‘conservadores’ que planteaban políticas de austeridad fiscal, así como servicios de salud y educación privados fueron desplazados por Trump. El candidato multimillonario de Nueva York no le hizo caso a los postulados del segmento conservador del Partido Republicano. Incluso, durante las primarias, fue ambiguo en muchos puntos sacrosantos para las iglesias evangélicas (aliadas estratégicas del Partido Republicano). En cambio, Trump arremetió contra los migrantes mexicanos, los afronorteamericanos, las mujeres y los musulmanes. Prometió acabar con los tratados de libre comercio, destruir militarmente al ‘Estado Islámico’ y “rescatar nuevamente la grandeza de EEUU”.

Trump parece entender que las capas medias norteamericanas que constituían la base de los partidos políticos de EEUU, durante la segunda mitad del siglo XX, en la práctica han desaparecido. Logró conectar con el votante medio norteamericano que quiere rescatar un imaginario del pasado que pareciera mejor. Este sector del electorado cree que los migrantes, las mujeres y los musulmanes son sus enemigos.

El mensaje de Trump logró despertar este sector de la derecha política que no tenía un abanderado. Rechazan, igual que Trump, a los empresarios que exportaron sus empleos a otros países. Durante las primarias Trump desplazó el centro tradicional de la derecha norteamericana a posiciones más radicales. La estrategia de Trump será, a partir de junio, atraer a los jóvenes frustrados del Partido Demócrata que apoyan al senador Bernie Sanders. Cree que éstos no apoyarán a la candidata demócrata Hilary Clinton, que consideran demasiada comprometida con el status quo.

Si Trump gana las elecciones, cuenta con el apoyo estratégico de un relativamente pequeño pero poderoso sector del establishment que ha sido marginado del poder desde los tiempos de Nixon. Se trata de los antiguos capitanes de la industria norteamericana desplazados por el sector financiero ‘globalizado’. En política exterior, Trump es ‘alumno’ de Henry Kissinger quien promueve un acercamiento a Rusia, contrario a la posición prevaleciente en los círculos dominantes de EEUU.

Trump quiere convertir a Rusia en un aliado “subordinado” igual que las otras antiguas potencias europeas. Incluso, visualiza a la OTAN moviendo sus tropas del centro de Europa hasta las fronteras de China. Es la política de ‘contención’ tan acariciada por Kissinger en sus buenos tiempos.

Ideológicamente, Trump es un populista de derecha, que movilizará a los norteamericanos contra los partidos políticos como una táctica para las elecciones, pero no creará un movimiento político capaz de retar el establishment. En este sentido, Trump no tiene una agenda política fascista, aunque su discurso lo aparenta.

Si llega a la Presidencia, Trump dice que sus proyectos serán pagados por trabajadores extranjeros. Sin embargo, serán los trabajadores norteamericanos que llevarán la mayor parte de la carga (incremento de impuestos y pérdida de más empleos) para financiar sus proyectos de expansión y ‘grandeza’ que promete en sus arengas.

Panamá, 9 de junio de 2016.

*Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)

www.marcoagandasegui14.blogspot.com

 

*Imagen tomada de Wikipedia.

Fuente original http://www.alainet.org/es/articulo/178016

Enviado a SURCOS Digital por Graciela Blanco.

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