ALUNASA o economía política del desasosiego

I

Historia Relatográfica del Aluminio

Conocí la historia de Alunasa durante el segundo año tosco de Pandemia, en el 2021. Los árboles del parque se movían con fuerza rítmica y los pajarillos habían callado ya sus alegres cantos para las almas matutinas. La luna llegaba temprano.

Salía por las noches a leer cualquier cosa, sentado en alguna mesita del parque cercano a la casa, me gustaba la tranquilidad y el silencio que hacía. Era un parque grande, así que incluso cuando había más gente, el viento se encargaba de aminorar los sonidos particulares. Quedaba a unos 500 mts de Casa Presidencial, en Zapote.

El primer libro que leí en aquel lugar fue la novela Americanah, de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie. La recuerdo con alegría y nostalgia, una novela amplia y llena de detalles multiculturales que le permitían a la autora jugar con varias historias de manera simultánea, sin perder nunca esa capacidad de reposar las historias como si fueran rollos de película en baños químicos, el resultado lo íbamos a conocer más adelante.

Me sentaba a leer en la silla de alguna mesita metálica del parque. Había en total tres juegos de mesas y sillas. Eran resistentes, blancas, y parecían hechas con sabiduría artesanal. Las sillas tenían una particularidad aparentemente inocente, tenían en su respaldar una clase de ‘A’ forjada en metal.

Solo unas semanas después, obsesionado con ese tipo de símbolos y arqueología urbana, decidí buscar más pistas que indicasen la razón de aquella inscripción en metal.

El lugar tiene por nombre Parque República de Venezuela. Una clase de escultura homenájica en forma de ‘V’, de cemento, colocada en la mitad del recinto, y pintada con un horrible color celeste, contiene una placa con el nombre del país suramericano. La gran ‘V’ de cemento fue colocada por la Municipalidad de San José durante el período de 1966 y 1970.

Abajo del nombre del parque, venía el escudo de la nación venezolana, y un poco más abajo, tallada, una frase del libertador Simón Bolívar:

“DICHOSO EL CIUDADANO QUE BAJO EL ESCUDO DE LAS ARMAS DE SU MANDO, HA CONVOCADO LA SOBERANÍA NACIONAL, PARA QUE EJERZA SU VOLUNTAD ABSOLUTA.”

La gran ‘V’ puesta a mitad de camino había sido vandalizada, estaba llena de grafitis ilegibles de todos los colores. Basado en el nombre del parque y en aquella gran V, pensé que las ‘A’ forjadas en los respaldares de las sillas metálicas eran una clase de referencia a Venezuela. una V puesta al revés: Λ.

Viví con aquella hipótesis por algunos meses. Había dejado ya la novela nigeroamericana y pasé, por recomendación de un profesor, a leer “10 días que estremecieron al mundo” de John Reed. Una obra que narra cronológicamente los hechos de la revolución rusa bolchevique. Es un libro interesantísimo, lleno de energía, cargado de emociones políticas y sueños que se perdieron en el camino. Es también un ejercicio literario de comunicación absolutamente impresionante, y pensé entonces que era una lástima no haber conocido ese libro en mis días de estudiante de periodismo, nadie nunca lo mencionó.

Cuando iba por la mitad del libro, perdido en las calles hinchadas de revolución de Petrogrado, un muchacho despeinado y flaco se acercó a pedirme algo de comer. Ese parque, abandonado tácitamente ya por las clases altas y medias de Zapote y los Yoses, reúne las condiciones perfectas para que personas indigentes pasen allí una o más noches de descanso.

Decepcioné al muchacho pues no tenía nada de plata, solo andaba mi libro y las llaves de la casa. Me observó por un momento con su mirada perdida, dijo nada, y se dio media vuelta caminando a rastras. Cerca de la escena, un guarda nos miraba con advertencia. Cuando el muchacho se fue, el guarda se acercó a preguntarme si todo estaba bien. Detrás de él, a tientas, venía un gran perro negro, manzo y sereno. Le dije al hombre que todo estaba bien, el muchacho solo buscaba algo de comida.

Con el semblante amable, el guarda se presentó como Gabriel Mayorga. Éramos tocayos. Me presenté de vuelta y le dije: –Es un placer conocerle. Le conté que me gustaba venir al parque a leer por las noches, vivía como a 100 metros.

-Claro, yo lo he visto a usted, dijo el hombre, pero no se había acercado porque no quería molestar. Le agradecí por hablarme tras la sospecha de aquel muchacho y luego le pregunté si le gustaba leer. Me dijo que sí, pero sólo leía los periódicos. –Al menos lo entretienen a uno.

Era de Esparza, un pueblo en Puntarenas, se había mudado a la capital hace pocos años, buscando algo diferente para su destino. En los Yoses trabajaba como guarda de seguridad en una pequeña empresa de envío de paquetes por internet, ubicada justo a un costado del parque República de Venezuela.

Le gustaba mucho el parque, sus árboles grandes y sus pájaros cantores. –Yo cuido mitad la empresa de mi patrón, y mitad el parque. Me presentó a su perro, Tabique, y tras un silencio austero se despidió con un apretón de manos. –Mucho gusto, tocayo.

Algunos días después, a punto de terminar el insigne libro de John Reed, me encontraba distraído y no podía leer más de un par de párrafos seguidos: había llevado una taza de café sobre estimulante. Al rato, y sin querer, noté que se habían robado algunas piezas metálicas de las sillas, específicamente las ‘Λ’, o las ‘V’ inversas.

Revisé los tres juegos de mesas para ver si habían sido removidas más piezas, pero la mayoría seguían en su sitio, habían sustraído solamente dos letras. En la búsqueda de pistas para resolver el crimen urbanístico, me encontré detrás de un pequeño arbusto otra placa, erigida en un podio de cemento. La segunda placa rezaba:

“EMBAJADA DE LA

REPÚBLICA

BOLIVARIANA DE

VENEZUELA

CVG ALUNASA

28 DE JULIO DE 2015”

La fecha no era tan antigua y la placa estaba casi intacta, es decir, había sido seguramente dejada posterior a la maltratada escultura en forma de ‘V’ del centro del parque. Me llamaron la atención dos detalles. El primero fue el agregado político “BOLIVARIANA”, ausente en la placa dejada por la Municipalidad, y el segundo elemento fue aquel llamativo nombre de ‘CVG ALUNASA’.

Si bien agregar la palabra “BOLIVARIANA” era una afirmación política por parte de la embajada, la frase puesta por la Municipalidad era bastante política, uno diría que hasta revolucionaria. Aquel parque estaba cargado de política.

Pero, entonces, el segundo detalle ¿qué era ALUNASA? ¿qué era CVG? Eran letras enigmáticas sin sentido conjunto, pero me parecían crípticas. Sin embargo, no busqué su significado hasta tiempo después.

Terminé de leer a John Reed y brinqué directamente a un pequeño libro de poesía llamado “Anestesia Colectiva” de la sudafricana Koleka Putuma. Poesía irreverente, incendiaria, necesaria. Leí el poemario en un par de noches.

Durante la segunda velada de lectura de Putuma, se acercó a saludarme don Gabriel, el guarda de seguridad. Le sonreí y le pregunté cómo estaba. Comenzamos a hablar del parque, del vecindario y de pronto comenzó a hablarme un poco triste, porque un amigo suyo se había divorciado y la estaba pasando mal. –Yo le dije que no se casara a esa edad, sentenció aquel hombre con un dejo preocupado.

Me olvidé del libro, interesado en acercarme a las historias de aquel hombre, en tiempos de distanciamiento social. Cuando terminamos la tertulia, en donde le dije que lo que necesitaba su amigo era desahogar las penas en guaro, me preguntó si me gustaban las mesas y sillas del parque.

Me sorprendió la pregunta, pero de inmediato le contesté que sí. Me parecían sillas sólidas y antinaturalmente ergonómicas, considerando su tosca naturaleza metálica. –Están hechas de aluminio, me dijo.

De nuevo me sorprendí, y le pregunté: –¿Y usted cómo sabe eso, don Gabo? Una sonrisa melancólica se formó en su rostro endurecido por los años: –Ah porque yo trabajé armando esas mesas y ayudé a forjar esas sillas.

Don Gabriel estaba lleno de sorpresas. Me contó que en mejores tiempos era ingeniero mecánico, y había trabajado en empresas de manufactura de varillas y tubos. –En el 2001, comencé a trabajar en ALUNASA, hasta la pensión.

ALUNASA era exactamente el nombre misterioso registrado en la segunda placa del parque República de Venezuela. Hice la conexión de inmediato, desconcertado, y le pregunté a don Gabo: –¿Qué es ALUNASA?

Alunasa, según me explicó amablemente, era una empresa manufacturera de aluminio, convertía lingotes del metal en productos como bandejas, láminas para techos o papel aluminio para cocina. La planta procesadora queda en Esparza, la tierra natal de mi amigo el guarda, específicamente en la localidad de Juanilama. Él trabajó ahí por casi 18 años.

-En el 2014 los patrones nos contaron de un parquecito en Zapote, llamado República de Venezuela, y diay, como los dueños de Alunasa son venezolanos, nos dijeron que querían poner bonito el parque y regalar unas mesitas. Unos compañeros y yo nos ofrecimos a diseñar las mesas y las sillas, y a forjarlas en aluminio. Aunque también usamos un poco de otra cosa. Es una aleación, en realidad…

Quedé sorprendido ante la historia detrás de aquellas sillas, del parque, y de aquel personaje que se convertía, cada vez un poco más, en mi compañía de noches lectoras.

Me llamó la atención el dato sobre los dueños de ALUNASA, los venezolanos, pero no pregunté al respecto. Don Gabriel fue despedido en el 2018, pero él se adelantó y se pensionó antes de entregada la carta de despido. –Siempre pasaron cosas muy raras en la empresa, polémicas, por decir una palabra…

Antes de poder preguntarle sobre esas “cosas raras” el hombre dio la vuelta para irse, aduciendo algo por hacer en la empresa. Su perro Tabique lo miraba con ternura. Se despidió, con la promesa de una conversación a futuro cercano. –Me alegra que alguien le saque provecho al parque y a las sillas que hicimos hace unos años. Usted puede buscar en internet sobre Alunasa.

Aquella noche decidí buscar información sobre la empresa de mi amigo. No esperaba que aquella fuera una historia tan épica, cargada de intrigas políticas, tratados internacionales, jefes de estado en disputa, aparente narcotráfico, noticias falsas y propaganda alucinante. Alunasa era la historia, al final del día, de la Historia con H mayúscula, la historia de la humanidad, de sus chismes, de sus intrigas, de sus sistemas económicos en pugna.

La historia de la planta de aluminio tiene su génesis, como muchas otras anécdotas societales de la Costa Rica contemporánea, en los años setentas, en el segundo mandato de José Figueres Ferrer.

Alunasa fue una empresa hija de la gran compañía de capital tico llamada Corporación Costarricense de Desarrollo, hoy día extinta. CODESA, por sus iniciales, fue creada según la ley de la República número 5122, el 16 de noviembre de 1972, y contó con un capital inicial de 100 millones de colones.

Después del golpe de Estado del año 46, y la fundación de la Segunda República, se había implementado en el país un modelo de desarrollo y una serie de instituciones muy particulares, que le daban al Estado un rol protagónico en la vida social y económica de la sociedad. Este modelo fue desarrollado, principalmente, por el Partido Liberación Nacional, específicamente de la mano del caudillo José Figueres.

CODESA viene de ese espíritu político, que convertía al Estado en el agente llamado a desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad, incluídas las privadas.

Una de las ideas centrales era incluir a las zonas costeras y rurales dentro de ese modelo de gestión, pues los primeros años del modelo habían quedado debiendo mucho en ese sentido. Es así como nacen una gran cantidad de empresas estatales, muchísimas bajo cobija de CODESA.

Atunes de Costa Rica S.A., Cementos del Pacífico (CEMPASA) S.A., Fábrica de Chocolates CABSHA S.A., Tempisque Ferry Boat S.A., Fertilizantes Centroamericanos (FERTICA) S.A., Minera Nacional (MINASA) S.A., Central Azucarera Tempisque (CATSA) S.A., y Azufrera de Guanacaste S.A. eran solo algunas de las empresas creadas por CODESA.

Aluminios Nacionales S.A., ALUNASA, era también hija de aquella mega corporación estatal, que la creó en el año 1976.

Dos años después, en 1978, CODESA firmó un acuerdo con la compañía Tecmo-Hunter Engineering, para la construcción, desde cero, de una planta manufacturera de aluminio, de productos terminados y semiterminados. La planta estaría ubicada en Juanilama de Esparza de Puntarenas, a varias decenas de kilómetros de la capital josefina.

Navegando esta historia, y conociendo algunas de sus múltiples curiosidades, descubrí que aquella empresa constructora de la planta de Alunasa sólo tuvo 13 años de vida, y fue creada en el mismo año que CODESA, 1972. Hunter Engineering era una compañía de mecánica gringa, y Tecmo era italiana, dedicada a la construcción de grandes proyectos industriales; ambas se fusionaron para algunos desarrollos internacionales. La empresa fue disuelta en 1985, solo 4 años después de terminada la construcción de Alunasa, así lo señala la Secretaría de Estado de California en sus expedientes digitales.

En 1981 la empresa estatal ALUNASA encendió sus motores y calderas para procesar aluminio, llenando de nuevos sonidos, olores y humos a la Esparza de final de siglo XX. El empleo llegó y la prosperidad comenzó a hacerse presente en aquella olvidada zona de dios.

Sin embargo, muy pocos años después, la crisis de los ochentas sacudió al mundo, y las empresas costarricenses comenzaron a verse amenazadas por el déficit fiscal y la baja en el dinamismo del mercado interno, producto del shock económico. La política adoptada por los partidos políticos consistió en vender las empresas estatales al sector privado, para quitarle cargas al aparato público y para enriquecer a algunos empresarios mañosos.

Aquí también fue protagonista el Partido Liberación Nacional, pero en una versión más reaccionaria y menos socialdemócrata de sí mismos, quienes habían puesto como mandatario por entonces al presidente Oscar Arias Sánchez, en su primer periodo.

Una de aquellas empresas vendidas, al menos en parcialidad por el Gobierno de Arias, fue Alunasa, pero tuvo la particularidad de ser comprada no por una firma o un capitalista privado, sino que fue adquirida, poco a poco, por el Gobierno de Venezuela, por medio de la empresa estatal CVG.

Antes de la llegada de Hugo Chavez al poder en 1999, y sus grandes reformas públicas, el Estado Venezolano, de mano de sus oligarcas, ya tenía un rol protagónico en la economía de su país, gracias a la empresa CVG o Corporación Venezolana de Guayana.

La CVG era una clase de CODESA venezolana, una gran corporación sombrilla que agrupa una serie de empresas estatales en sectores estratégicos. En el caso de Venezuela, muchas de sus empresas se dedican de manera industrial a la explotación y manufactura de metales y petróleo.

Acá viene otra curiosidad de la historia, está más bien en el área de los negocios. Antes de comprar ALUNASA, la CVG era el proveedor directo de los lingotes de aluminio para ALUNASA, por medio de su empresa estatal hija ALCASA, Aluminios del Caroní, S.A.

A partir de esa relación comercial, y en línea con las consecuencias de la crisis económica que azotaba a Costa Rica, es que la CVG ALCASA se involucra con Alunasa desde un rol más bien inversionista. En 1988 compró un 40% de las acciones, en 1990 consiguió el 94%, y ya para el año 1994 la CVG ALCASA había asumido la totalidad de la empresa previamente costarricense.

Venezuela conserva ALUNASA aún con la llegada al poder del emblemático Hugo Chavez, en el año 1999. De hecho, es a partir del año 2000 que CVG ALCASA pasa las acciones de ALUNASA a la Corporación Venezolana de Guayana propiamente, y desde entonces, y hasta el día de hoy, se llama CVG ALUNASA.

ALUNASA es entonces una empresa estatal costarricense que pasó a ser una empresa estatal venezolana, cuyo manejo, eso sí, es el de una empresa privada con dueños transnacionales bajo el exclusivo régimen de Zona Franca.

Fue así como me adentré en el mundo de Alunasa, preguntando por el origen de aquellas ‘A’, o Λ, forjadas en las sillas metálicas de aleación de aluminio y otra cosa más. Eran la A de Alunasa, orgullo del estado y pueblo venezolano. Pero desde la llegada de Hugo Chavez Frías, también se convirtió en un arma política de doble filo, ante las disputas que se cernían desde el Norte.

De este origen público-extranjero nace la polémica que me había mencionado don Gabo. Desde el año 2000, poco antes de que el ingeniero hubiese llegado a Alunasa, la compañía se convertiría en una pieza más del tablero geopolítico global, que colocó a la empresa y a Costa Rica, en el centro de las disputas entre dos países potencia, la Venezuela y los Estados Unidos.

II

Análisis Radiofónico del Pensamiento Económico

7 de abril del 2002 — Bejucal de San Casimiro, Aragua, Venezuela 1

El comandante hablaba con entusiasmo espontáneo, por radio, como de costumbre, en su programa ‘Aló Presidente’. La tarde era oscura y la lluvia caía con fuerza en Bejucal, un pueblito perdido en San Casimiro, municipio del Estado de Aragua. Los pájaros cantaban con esfuerzo, y el agua comenzaba a filtrarse por el techo con persistencia inconsciente. El niño jugaba con un carrito de madera.

Vivía con su abuela, una señora de carácter macizo, que lo había criado a punta de golpes de cuchara sopera y cariño a tientas. Era apenas un niño de 10 años, no conocía a su padre, y su madre se había ido de Bejucal ya hace algunos años, buscando trabajo y dinero para enviarles. No habían vuelto a verle desde hacía al menos 3 años, pero el dinero llegaba mes a mes, y él nunca supo cómo hacía su madre para enviarlo. Una pequeño grito del comandante cruzó de repente la señal de la radio:

“(…) Estaba recordando mientras venía, pensando en Zamora y mirando desde el aire las tierras de Las Marqueseñas que son todas estas Noel verdad, allá está Noel Zamudia el Alcalde de Sabaneta, vamos a darle un aplauso y a todo el pueblo de Sabaneta, Bejucal, los Poblados, Santa Rita, Flor Amarillo, Caño de Raya, Sabaneta, Los Rastrojos, San Hipólito, Mi Jagual, Santa Rosa, Laguna, Caño Hondo, La Isla, pueblos, pueblos de mis recuerdos. (…)”

Unos aplausos se escucharon de fondo. Su abuela se alegraba cada vez que el presidente Chavez decía el nombre de su pueblo por radio, sentía el pecho lleno de orgullo. El niño también se alegraba, le parecía un acto de misericorde empatía que el presidente de un país tan grande como Venezuela se acordara de aquel pedacito de tierra abandonado por Dios. El pequeño tenía la esperanza que tal vez, un día, el presidente dijera su nombre también por la radio, para alegrar a su abuela.

“(…) y ese mismo día estaremos probablemente ese día saliendo para Costa Rica, San José de Costa Rica, allá estaremos participando en la Cumbre Presidencial del Grupo de Río, una Cumbre de todos los años, estaremos en Costa Rica(…)”

Costa Rica… Creía saber que era un país, pero no con certeza, no había podido ir a la escuela. Pero seguro era un país frente al mar. Él nunca había conocido el mar, solo conocía el agua dulce de lluvia tropical que nunca dejaba de caer…

“(…) además le haremos una visita a una empresa venezolana, Alunasa, empresa de aluminio que es nuestra cien por ciento y que es ejemplo en San José, no en San José, en las afueras de San José, pero es un ejemplo en Costa Rica y en Centroamérica, una empresa 100% venezolana (…)

Alunasa… Qué palabra tan rara. Antes que pensar en aluminio, pensaba en la luna, en aquella hermosa luna que se escondía cuando él se iba a la cama con su abuela. En su casa no había nada de aluminio, tal vez solo el cucharón de la sopa. Después de un buen rato, durante el cual el presidente Chavez nunca dejó de hablar, llegó el final de aquella edición del programa ‘Aló Presidente’.

“(…) ha sido un programa muy productivo de buenos anuncios, buenos análisis; así que desde aquí decimos a Venezuela ¡adelante vamos con PDVSA, con la educación, con la salud, con los empresarios verdaderos, con la revolución política, con la revolución social, en fin (…)”

El presidente Hugo Rafael Chavez Frías salió de la cabina de grabación y la abuela apagó la vieja radio casi de inmediato. Caminó renqueando hacia la cocina de leña, puso una olla encima, y encendió el fuego. La mujer pensó en el presidente, en su hija y en su nieto, en las cosas que pasaban en Venezuela, pensó en su esposo y demás hijos muertos. Pensó en lo melancólico de comer sopa en la noche caliente de Bejucal.

El comandante, en Caracas, sabía que para la gente, para su pueblo, había un personaje, una clase de superhéroe más bien, pero la preocupación carcomía su naturaleza humana y mortal. En ese mismo programa, había despedido de manera irrevocable a varios trabajadores de la empresa Petróleos de Venezuela, la PDVSA, por sus vínculos con los oligarcas. Casi de inmediato, las calles se comenzaron a llenar de protestas de oposición, y sus respectivas contras a favor de Chavez, como en una doble negación.

Solo algunos días después, quizá como resultado directo de sus acciones como mandatario, o quizá como consecuencia del juego revolucionario y su implacable pero necesaria imponencia, morirían 18 compatriotas, tras un enfrentamiento asistido por militares y francotiradores frente al Palacio de Gobierno en Miraflores, Caracas.

Sin saber a ciencia cierta quién inició los tiros a muerte, algunos envalentonados militares arrestaron al presidente Chavez la mañana siguiente, en la base Fuerte Tiuna. En la tarde lo obligaron a escribir una carta de dimisión, y en la noche de ese mismo 12 de abril, El Estado Mayor anunció en cadena nacional que Venezuela no tenía presidente.

La oposición liderada por Pedro Carmona, presidente de la unión empresarial Fedecámaras, hizo una movida rápida y publicaron el infame documento “Acta de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional”, y dentro de él se contenía la disolución del Tribunal Supremo de Justicia y de la Asamblea Nacional. El Golpe de Estado se había consumado.

Quizá fue un movimiento en falso, apurado, inconsciente de la conmoción social, en una singularidad espacio temporal de la vida política de un país. O quizá fue la movida necesaria, la toma de la ventaja, la sacada de clavo ipsofacta. El error, al final del día, fue dar a Chavez por muerto.

Solo 2 días después, con las calles abarrotadas de personas y militares creyentes de Chavez, el pueblo desconoció el Gobierno de Carmona. En la madrugada del 14 de abril, Hugo Chavez, bajó con cuidado de un helicóptero, regresó al Palacio de Miraflores, con miles de seguidores y opositores en la periferia del recinto.

El comandante negó que dimitiera, la carta publicada no fue escrita de su puño y letra. Una patraña. Ni tampoco renunció Diosdado Cabello, su vicepresidente, su hombre de confianza. Y también negó que al Golpe de Estado se le llamara ‘vacío de poder’, como le gustaba llamarle a los medios de oposición, pues las cosas son como son o como no son.

Y en ese sentido, admitiría el presidente Chavez años después, entrando el país en una crisis hipérbole, que fueron las 49 leyes y la Ley Habilitante que le daban más poderes como mandatario lo que le picó el culo a los empresarios en aquel momento, pero los despidos de la PDVSA, simpatizantes en aquel momento de la oposición, estaban justificados. A pesar de todo, dijo en su momento : “(…) Cuando yo tomé el pito en Aló Presidente y empecé a botar gente, yo estaba provocando la crisis.”

El día de los despidos fue el mismo día donde el comandante dio a conocer a su pueblo, a aquel niño de 10 años de Bejucal, por primera vez, por azar político, por Aló Presidente, que todos juntos, como país, tenían una empresa manufacturera de aluminio venezolano, localizada en un país hermano llamado Costa Rica.

28 de diciembre del 2003 — Bejucal de San Casimiro, Aragua, Venezuela

El pequeño niño había comenzado a trabajar de mandadero en alguna que otra construcción en Bejucal o en San Casimiro. Tenía una carilla amable y una sonrisa sincera, y eso le ganaba la simpatía de las viejas del barrio y los peones de construcción. Había escuchado por ahí, en alguna misión ferretera, que iban a construir una nueva escuela en San Casimiro.

Pensó que, pasado el fin de año, lo mejor era ir al centro, para buscar trabajo en la escuela por construir. Su abuela lo trataba distinto desde sus aportes monetarios a la casa, era más amable y ya no le pegaba tanto. No le gustaba, eso sí, las llegadas tardías. Eran tiempos convulsos.

Ambos escuchaban la radio, como siempre por la tarde, el programa del presidente Chavez.

En ‘Aló Presidente’, y con energía contagiosa, el comandante preguntaba a uno de sus ministros sobre el estado de la industrialización venezolana:

“Presidente Chávez: Ajá, mira, dime una cosa, que yo estaba hablando aquí de ustedes ahorita, batimos récord en hierro, en aluminio, ¿qué más?

Francisco R. Gómez: Batimos récord en hierro, en aluminio, en alúmina, en producción de cilindros, en Alcasa, en producción ánodos de carbón, Carbonorca…”

El presidente se empeñaba en notificar a la población de las buenas noticias económicas, aún cuando fueran prematuras, aún cuando el país enfrentaba momentos complejos. Ese último año se había vivido una huelga general contra Chavez. El paso al socialismo estaba lleno de dolorosas espinas.

“Francisco R. Gómez: De Caruachi, sí, ya con eso fueron 6 empresas, Presidente, que batieron récord de producción, incluyendo la empresa que tenemos en Costa Rica también batió récord de producción.

Presidente Chávez: Ah, la de Costa Rica, de aluminio, ¿batió récord también?

Francisco R. Gómez: Sí, señor Presidente.”

Al niño se le iluminó la mirada, entre una fascinación obsesiva y también la preocupación. La primera, y última, vez que el presidente Hugo Chavez había hablado de Alunasa, aquella empresa ubicada en Costa Rica, el país bolivariano se empantanó en una crisis política compleja, y muchas personas habían muerto.

Pensaba en su madre, en su abrazo ausente, quería verle, pero lo sabía imposible. Pensaba en Costa Rica, ese país invisible que no sabía dónde estaba o cómo era, pero seguramente estaba cerca del mar.

“Presidente Chávez: Hace tiempo lo conversé con el Presidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez, que está muy contento con esa empresa por allá.”

El niño se preguntó si el presidente de Costa Rica con nombre de ángel tenía como su homónimo venezolano, un programa de radio para hablarle a su pueblo. Se preguntó si en Costa Rica se hablaba de Venezuela.

El programa continuó con las noticias de siempre. Había que ponerle cariño a la revolución, al pueblo nadie le va a regalar nada.

La abuela le pedía siempre escuchar al presidente Hugo, como le decía con cariño. Había sido un hombre pobre, que había luchado toda su vida y ahora luchaba por toda Venezuela. A él le gustaba escucharlo, sentía que le hablaba directamente a él, al mandadero de los 11 años y pico. Pensó en aquella planta de aluminio, se imaginó fábricas como las de San Casimiro. Pensó tal vez algún día en trabajar como mandadero en Costa Rica, en aquella empresa con nombre de luna, propiedad también de él, y de su abuela.

La noche había caído con calma, sosegada; el verano había pausado, momentáneamente, las lluvias en Bejucal. Su abuela había hecho tortillas con frijoles para la cena.

21 de mayo del 2004 — Escazú de San José, Costa Rica

El expresidente había llegado a su casa en Escazú, directamente desde el aeropuerto Juan Santamaría. El viaje había sido provechoso pero muy desgastante. Sabía bien que los mapas engañaban, y Venezuela en realidad estaba muy lejos. Había estado en el Palacio Presidencial de Miraflores, reunido con el singular presidente Hugo Chavez.

Miguel Ángel Rodríguez lo conoció en persona, por primera vez, en la toma de posesión del venezolano, en 1999. Por supuesto sabía de Chavez por las noticias y por los círculos académicos frecuentados antes de ser presidente de Costa Rica.

Pero conocerlo en persona era distinto, le transmitía aquella aura de un no sé qué. En aquella ocasión, se reunieron un buen rato. Quién podría culpar al pueblo venezolano por seguir a ese hombre tan carismático.

Confirmó aquel je ne sais quoi con mayor firmeza el día anterior, cuatro años después del traspaso de poderes, cuando el comandante venezolano lo recibió en su Palacio Presidencial, para conversar sobre la posibilidad de votar por la candidatura del expresidente costarricense, para ser el próximo Secretario General de la OEA, la Organización de Estados Americanos.

Su candidatura tenía mucha fuerza, era apoyado por la mayoría de presidentes del establishment, y aún así, conseguía simpatía de sus colegas de izquierda. Tenía buen chance de ganar.

En la casa, su asistente había dejado en el escritorio de su estudio un documento con notas de prensa, relacionadas a su visita a Venezuela, y otros países del continente. También había algunas noticias sobre el caso ICE-ALCATEL. Estaba harto de escuchar al respecto, todos los días veía una fotografía de su rostro con la palabra CORRUPCIÓN debajo de cualquier periódico.

Pensaba, en el fondo, que conseguir ser Secretario General de la OEA haría a la gente dejar de hablar de aquel desdichado caso.

Al final de las notas de prensa, había un recado en un papel azul: Hay un video en el televisor con la entrevista de Chavez después de la reunión de ayer en el Palacio de Miraflores. Solo hay que darle ‘play’.

Con parsimonia, Rodríguez se levantó de su silla, buscó el control del televisor colocado entre su biblioteca abarrotada de libros, lo encendió, y le dio ‘play’ al video precargado por su asistente.

Un periodista de piel morena y pelo engominado transmitía desde las afueras del Palacio de Miraflores, en Caracas.

“Periodista: (…) en estos momentos acaba de concluir un encuentro entre el ex Presidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez, acompañado en estos momentos por el Presidente de la República, Hugo Chávez Frías (…). Denos un poco sus comentarios, Presidente, que estamos en vivo ahorita.”

Se notaba su cara de cansancio a la par del enérgico Chavez, las giras internacionales le emocionaban como la primera vez, pero cada vez estaba más viejo. El Palacio de Miraflores era hermoso, le iba bien a Caracas.

“Presidente Chávez: (…) fue una reunión hace ya como un año y un poco más, creo que fue en la toma de posesión de Nicanor Duarte, en Asunción fue, me llegó el comentario de que uno de los candidatos para la Secretaría General de la OEA iba a ser este buen amigo y ex Presidente de Costa Rica, don Miguel Ángel Rodríguez…

(…) En tiempos tan difíciles, tan difíciles, cuando hay tantas presiones sobre la OEA, hay tantas mentiras circulando por el Continente, hay tantas inconsistencias, hay tantos cambios marchas ¿no? Creo que necesitamos una OEA que se fortalezca y que fortalezca sus compromisos con los pueblos de este Continente, no con las élites de este Continente, por ejemplo.

El ex presidente soltó una pequeña risa inocente. Conversaron mucho de esos temas en la reunión, pero él siempre tomó su posición como futuro presidente de la OEA: una neutralidad fingida, interesada y necesaria.

“Presidente Chávez: (…) conversamos sobre las relaciones económicas entre nuestros países, el intercambio en petróleo, en aluminio, ellos nos compran aluminio, tenemos incluso una empresa en Costa Rica nosotros, Alunasa, muy importante, donde procesamos nuestro aluminio.

Periodista: Fue un Presidente amigo. ¿Será un Secretario General amigo de Venezuela entonces?

Miguel Ángel Rodríguez recordó la ocasión que conoció la planta de ALUNASA, al menos su entrada, en una gira de campaña presidencial. Le parecía interesantísima la historia de la empresa, su origen, y su destino. Los venezolanos le habían sacado mucho provecho, y los resultados se notaban.

Durante su gobierno, el aluminio se reportó por el Informe del Estado de la Nación como el tercer producto más exportado a México desde que se firmó un tratado de libre comercio con aquel país. ALUNASA convertía el aluminio en plata, no químicamente, sino literalmente.

“Presidente Chávez: Ahora, luego un detalle que estábamos recordando allí, en esta reunión. El día del golpe de Estado, el 11 de abril, precisamente en San José de Costa Rica se estaba celebrando, se estaba inaugurando la Cumbre del Grupo de Río, de aquel año 2002, y yo le había llamado a él el día anterior, diciéndole que lamentablemente yo no iba a ir a la Cumbre (…)

Y estaba yo agradeciéndole a él, (…) ustedes deben recordar que algunos Gobiernos del Continente, comenzando por el Gobierno de Washington, reconocieron al tirano Carmona como Presidente. (…) en cambio, en San José de Costa Rica, donde estaban casi todos los Presidentes de América Latina, del Grupo de Río, este buen amigo, aún en funciones como Presidente, se plantó firme con Cardozo, junto a otros Presidentes del Continente, y exigieron respeto a la democracia venezolana y exigieron respete al Presidente legítimo de Venezuela.”

Rodríguez recordaba con lucidez presidencial el golpe de Estado venezolano del 11 de abril del 2002. El ambiente en la Cumbre de Río era tenso, se sentía la presión estadounidense respirando en la nuca.

Consideró en aquella oportunidad que lo mejor para el continente era mantener la calma, cualquier movimiento en falso podía poner en peligro la estabilidad de la región, y él ya iba de salida de la presidencia: una metida de pata y podía estar fuera de la carrera por la OEA en instantes.

“Periodista: Bien, declaraciones del Presidente de la República, Hugo Chávez Frías, luego de haberse reunido con el ex Presidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez.”

Tomó el control del televisor, se levantó del sillón, y apagó inmediatamente el aparato. Había sido una buena entrevista, él como candidato de la OEA, salió muy bien parado. Se preguntó cuánta gente, verdaderamente, veía ese tipo de programas televisivos de Venezuela: sabía del periodista, era de un medio cercano al Gobierno.

Decidió ir a su cuarto a tomar una siesta, ya no quería seguir sabiendo de noticias o de Chavez. Se lavó los dientes, se miró en el espejo y se volvió a quejar internamente, de sus ojeras y de su rostro cansado. Tal vez debía reposar un par de días antes de seguir con su campaña interamericana.

Miguel Ángel Rodríguez se fue a su cuarto a dormir, sin pensar, ni siquiera por asomo, el torbellino de emociones que iba a experimentar tras su viaje a Venezuela.

El expresidente socialcristiano ganaría las elecciones de la Organización de Estados Americanos un 22 de julio del 2004 con un margen muy difícil de superar. Sintió una verdadera satisfacción, estaba hecho y preparado para seguir presidiendo, tenía visión y capacidad política de sobra.

Sin embargo, en el subsuelo judicial, se movían hilos imperceptibles, movimientos fugados de cualquier mirada posible.

Un mes después de aquella famosa votación, muy temprano en la mañana, se notificará el Presidente de la OEA, y expresidente de Costa Rica, que las autoridades judiciales lo esperaban en su querido país para arrestarlo por sospecha de corrupción agravada, por al parecer recibir hasta 800 mil dólares de mordida por parte de la firma francesa ALCATEL, a cambio de su ayuda para conseguir un contrato multimillonario con la empresa estatal ICE (Instituto Nacional de Electricidad), empresa pública que él mismo quería desmantelar.

El ex presidente fue detenido apenas se bajó del avión en el aeropuerto Juan Santamaría. Le esperarían casi 20 años de procesos judiciales, cárcel, casa por cárcel, apelaciones, miles de dólares en honorarios, juicio mediático, linchamiento por parte de sus compatriotas. Un etcétera de siniestros jurídicos y psicológicos para el expresidente.

El pueblo de Costa Rica no olvidó sus errores, incluso después de que Miguel Ángel Rodríguez fue nombrado Secretario General de la OEA, cuyo periodo, dicho sea de paso, es el más corto en la historia de la institución. Tampoco olvidó nada el pueblo costarricense tras pasar dos décadas en juicios que terminaron en nada.

11 de enero del 2007 — Bejucal de San Casimiro, Aragua, Venezuela

Estaba muy cerca su fecha de cumpleaños, el 2 de febrero sería ya un hombre de 15 años. El estado de salud de su abuela había empeorado, pero con el sustento ausente de su madre, más lo que él conseguía trabajando en construcciones y otras tareas, podían mantenerse relativamente tranquilos y pagar algunos medicamentos. Las cosas en Venezuela se movían, siempre se cernían sobre el país amenazas internas y externas, eso lo dejaba muy claro el presidente Chavez en cada ocasión que podía, por medio de su programa ‘Aló Presidente’.

A pesar de su estado de salud, la abuela no se perdía una edición y siempre invitaba, con un movimiento de manos, a su nieto a escucharlo, a su lado. Él disfrutaba escuchando al presidente, pero cada vez tenía menos oportunidad debido a sus diversas labores. Ya la transmisión iba, más o menos, por la mitad.

“Presidente Chávez (…) En Costa Rica nosotros tenemos una empresa procesadora de aluminio, por aquí está el Presidente, yo lo mandé a venir Ramón, ahí está el presidente de nuestra empresa Alunasa.

Asistentes [aplausos].”

Levantó la vista al radio al escuchar la palabra ‘alunasa’. Nunca le había hablado a su abuela, y en realidad a nadie, sobre aquella obsesión alumínica. No sabía por qué, pero aquella empresa venezolana en Costa Rica siempre le había llamado la atención, tal vez por su curioso nombre.

Sabía que en Venezuela habían muchas empresas públicas, pero le parecía siempre interesante que una de ellas estuviera en Costa Rica. Era como una extensión de su país, y como decía el comandante, las empresa públicas son del pueblo. Es decir, aquella empresa en el país frente al mar también era suya, por derecho bolivariano.

Ya conocía más de la jerga política y económica. Se había involucrado, quizá por influencia de alunasa o de su abuela, en algunas reuniones políticas del partido de gobierno.

“Presidente Chávez Bueno esa empresa, tiene muchos años en Costa Rica, es una buena empresa. Traemos aluminio venezolano, lo procesamos. Bueno, yo le pedí al Presidente de la empresa, vamos a… si Nicaragua está de acuerdo y claro que están de acuerdo, ya estamos haciendo los proyectos para instalar aquí en Nicaragua una planta también (…)”

Otra empresa de aluminio, eso solo podía significar que las cosas iban bien con Venezuela, y que las cosas iban bien en Costa Rica. Se alegró con entusiasmo infantil, pensó que su presidente era bueno. En los círculos políticos se hablaba mucho del presidente Chavez.

No sabía dónde estaba Nicaragua, pero lo conocía como un país amigo de Venezuela, y amigo del presidente Chavez. Pensó que tal vez, si su sueño de visitar Costa Rica se frustraba, podía ir a Nicaragua, ahí de seguro lo iban a recibir de buena manera. Pensó en San Casimiro, y en la posible apertura de una empresa pública. Él podría trabajar ahí. Se emocionó sin querer.

Tal vez el día de su cumpleaños, el presidente saludaría a Bejucal, el pueblo de San Casimiro donde, en sus sueños, se construiría una planta de aluminio como la de Costa Rica, y con suerte, como la de Nicaragua.

17 de febrero del 2007 — Juanilama, Esparza de Puntarenas, Costa Rica

Gabriel Mayorga se preparó una taza de café fuerte y repleto de azúcar. Su esposa María Celeste lo vacilaba, diciendo que tomaba cajeta de café por las mañanas. Iba un poco tarde para el trabajo en la planta de Alunasa, la alarma no había sonado y fueron los pajarillos el despertador: el claro de las siete de la mañana delató la levantada tardía.

La mañana en Juanilama de Esparza era fresca, no contenía aquel calor aniquilante de abril o de mayo. El hombre se terminó de alistar, besó a su esposa y salió caminando. Alquilaban una bonita casa a ochocientos metros de la planta ALUNASA. Su casera era una señora de unos setenta años, que escondía la plata de la renta entre su brassier holgado de años.

Ese mes cumpliría seis años de trabajar en ALUNASA, en el área de mantenimiento de maquinaría, como se lo recordó su mujer antes de despedirse. Estudió Ingeniería Mecánica en la Universidad de Costa Rica, allá por los ochentas. Sus padres eran acomodados, y sortearon la crisis de la década con gallardía vallecentralina y ahorros desaparecidos; pudieron, al menos, darle a uno de sus 3 hijos una educación universitaria.

En el año 2001, Gabriel fue contactado por un antiguo profesor de la facultad para decirle que en ALUNASA buscaban un ingeniero con experiencia para el mantenimiento de sus máquinas de manufactura. Recordó ALUNASA, había sido en algún momento una empresa pública, pero fue privatizada y comprada por el Gobierno de Venezuela, algo había leído en el periodico o escuchado en la universidad.

No pasó ni siquiera un mes, después de aquella memorable llamada, y ya Gabriel Mayorga estaba instalado en Esparza. Ahí conoció a su esposa María Celeste, una hermosa morena de colochos finitos que lo hacía reír como nadie, tenía un próspero salón de belleza en el centro de Esparza. Llevaban tres años juntos.

Llegó unos diez minutos tarde a ALUNASA. La entrada principal con la ‘A’ gigante lo recibió, y presentó su carné a un guarda que había entrado a la empresa el mismo año que él, pero que cumplía con su tarea rutinaria de igual revisar.

Antes de entrar a la planta, donde ese día le tocaba revisar específicamente dos máquinas, fue a lo que sus compañeros de trabajo le llamaban “la previa”. Se reunían en el comedor a vacilar, chismear y tertuliar unos veinte minutos antes de comenzar la jornada de trabajo. Ese día todos estaban en silencio, expectantes, viendo el televisor de pared que ponía las noticias. Una compañera de planta lo saludó con la mano. El presidente Oscar Arias estaba al aire.

“Esperamos que no se concreten los temores de los trabajadores, pues sería lamentable despojar de su sustento a aproximadamente 400 trabajadores y a sus familias, que suman unas 2400 personas”. 3

Se refería a ALUNASA y sus cuatrocientos trabajadores. Había escuchado algo, rumores de pasillo, rumores fuertes, eso sí. Algunos habían preguntado a los patrones si aquello era cierto. Ellos dieron una larga y una corta, y listo, no se habló más del tema.

ALUNASA siempre había sido, digamos, particular. Su naturaleza de empresa pública, pero privada, y de Venezuela, provocaba que se discutiera sobre ella más de la cuenta.

Las historias de los despidos, de las múltiples crisis de Venezuela, los cuentos comunistas sobre las propaganda en alunasa, etcétera, eran todas puras patrañas, al final del día la empresa era bastante exitosa y eso lo sabía todo el mundo. El presidente Arias continuó con su descargo:

“(…) me es difícil creer la versión de un posible cese de operaciones de una fábrica sumamente eficiente y altamente rentable para el Gobierno de Venezuela”.

Había votado por aquel hombre para presidente de la República el año anterior, y también votó por su partido para la papeleta de diputados de la Asamblea Legislativa. Ganar el Premio Nobel de la Paz le daba facultades y contactos suficientes a Arias.

Gabriel estaba convencido de que el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que promovía con energía el presidente, era bueno para Costa Rica: traería más empresas como ALUNASA al país, y a zonas pobres como Esparza, tal y como afirmaba el mandatario.

Una voz en off cerró la nota periodística, donde se decía que ALUNASA tenía ventas anuales por más de 50 millones de dólares. El personal comenzó, poco a poco, a regresar a la realidad preocupada que les tocaba vivir ese día.

Se saludó, ahora sí, con la mayoría de sus colegas. Se dijeron algunas cosas por costumbre, y se retiraron en silencio a sus zonas de trabajo en la planta y en las oficinas administrativas. El cuchicheo laboral se hizo presente despacio, avanzó con paso firme y ya para el almuerzo ALUNASA era una olla de presión de chismes y congojas.

¿Será que ahora sí es cierto que van a cerrar alunasa? ¿Por qué Chávez querrá cerrar ALUNASA si a la empresa le va tan bien? ¿Y si alguien más compra la planta? ¿Será que el presidente Oscar Arias hace algo para no cerrar ALUNASA? ¿Había algo que como trabajadores podían hacer?

Eran solo algunas preguntas escuchadas en las conversaciones del trabajo. Venían de todas clases de puestos, de arriba y de abajo, de ventas y de conserjería, de seguridad, de tratamiento químico y de diseño de producto.

Gabriel escuchaba de todo sin todavía generarse un criterio propio. Sabía que la empresa siempre había estado envuelta en aquella cobija invisible del socialismo bolivariano de Chavez, y eso generaba bulla, mucha bulla, pero al mismo tiempo la empresa era sólida económicamente, claramente se sabía cómo manejar y daba buenos réditos.

Sin embargo, nunca antes había presenciado cómo el Presidente de la República, Oscar Arias Sánchez, hablaba directamente de él como trabajador, ni de sus compañeros y sus familias. El asunto olía raro, algo pasaba que no sabía él ni aparentaba saberlo nadie en la planta.

A la salida del trabajo se fue sin hablarle a nadie, directamente a casa de su suegra, donde sabía que estaría su esposa. Le recibió con una sonrisa, un abrazo y una nalgada bien ejecutada. Tomaron café bien caliente con tortillas palmeadas y unos trocitos de queso. Hablaron de ALUNASA, todo Esparza lo vio por las noticias, no era necesariamente común escuchar a los noticieros nacionales de aquel pueblo de Puntarenas.

-Todo va a estar bien. Confíe en Dios. Le dijo María Celeste, tomándole la mano y dándole un abrazo con su sonrisa. La tarde pintaba de azules y violetas ñampí en el cielo, el olor a mar llegaba aún a los diez kilómetros que separan Esparza de la costa de Puntarenas.

23 de febrero del 2007 — Bejucal de San Casimiro, Aragua, Venezuela

La abuela estaba muy enferma. Tenía fuertes dolores estomacales, pasaba sus horas con el vientre contraído y no comía bocado. El doctor le dijo que ya a sus 85 años era complicado tratar algunas cosas, aunque ella era muy fuerte. Tenía un tipo de cáncer en su estómago.

Los tratamientos eran complejos, si no imposibles, y desde Bejucal era complicado acceder a ese tipo de cosas. La clínica de San Casimiro era buena, pero tampoco daba para tanto. Además, las pastillas para el dolor eran terribles para el estómago, era complicado medicarla y hacerla comer al mismo tiempo.

La abuela tomaba un té de quién sabe qué hierbas, una vecina se las traía por la mañana, al inicio de la semana. Su nieto la veía preocupado, sabiendo que algo no andaba bien.

Pensaba que a su madre le gustaría saber cómo estaba la abuela, y a él le gustaría pedirle ayuda, pero no tenía ni idea de cómo buscarla, su abuela nunca le había dicho donde estaba, a pesar de sus reiterados cuestionamientos. Su sospecha era que ella tampoco sabía, la mujer quizá sólo había huido con la promesa de enviar dinero de quién sabe dónde. Lo hacía religiosamente y sin fallar, la plata llegaba a su abuela por una u otra vecina.

El joven, de 15 años recién cumplidos y los pensamientos maliciosos a flor de piel, se preguntó con quién tenía que hablar para que el dinero llegara a sus manos, una vez la abuela falleciera.

La tarde había entrado por la puerta con una luz cansada. El muchacho sirvió té a su abuela, él se sirvió un poco de café y bizcocho con queso. Ya casi era hora del programa Aló Presidente del comandante Chávez. Su abuela estaba recostada en su sillón, tomando sorbitos de té tibio con los ojos cerrados, respiraba entrecortado.

El programa inició con su presentación usual. Su abuela le pidió otra taza de té, sabía que pronto iba a tener que ayudarle a ir al baño. Le sirvió la taza, ya el agua estaba tibia. El muchacho se sentó al otro lado de la salita comedor, en su silla de comer. El presidente ya había iniciado la transmisión del día.

“Presidente Chavez: “El presidente de Costa Rica Oscar Arias dijo hoy que: ‘yo no me he metido con el gobierno venezolano ni he ofendido a nadie…’ Pero advirtió que no callará por chantajes o temores, indicó. ‘Si yo tengo que callarme por chantajes o temores, la verdad es que no valdría estar en la vida política…’

‘Arias dijo a un canal de televisión local que no desea polemizar con el presidente Hugo Chávez, quien el miércoles insinuó, sin decirlo directamente, que el mandatario costarricense es un servil de Estados Unidos’

El presidente venezolano reaccionó así ante fuertes críticas lanzadas por Arias hacia Chávez, a raíz de los poderes especiales que le concedió la Asamblea Nacional…’ (…)

El presidente tenía la recurrencia de hablar sobre Estados Unidos, del Imperio como él le llamaba. Leía sus noticias, describía sus acciones internacionales, los señalaba, les acusaba de complots, de intervención extranjera, de meterse en los asuntos de Venezuela, les comparó un par de veces con animales de granja, y un increíble etcétera que apenas y se podía recordar.

También, por supuesto, hablaba de quiénes iban con y contra Estados Unidos, al parecer el presidente de Costa Rica, donde estaba aquella empresa ALUNASA, era el correspondido de aquella tarde, el señalado como servil del Imperio. El comandante seguía leyendo la noticia en cuestión:

Presidente Chavez: (…) el presidente de Costa Rica no tiene nada que ver, y mucho menos que opinar sobre temas que además él no conoce, ¿sabrá el presidente Arias que es absolutamente constitucional la Ley Habilitante? (…) ¿Sabrá eso el Presidente de Costa Rica? Yo creo que no, creo que no. (…)

La abuela tosía con fuerza. La última semana había tenido una tos espantosa, un sonido áspero y entrecortado salía de sus adentros con impulso desconcertante. Su nieto le ponía pañitos de alcohol en el pecho, como ella hacía cuando él tenía tos por alguna gripe de niño. Cuando le puso el pañito en el pecho, la sintió caliente, más caliente de su calorcito regular. Algo andaba mal. La abuela terminó su serie de tos, y se detuvo, tomándose de los brazos de la silla, era como si hubiese corrido sin parar desde Bejucal y hasta San Casimiro.

La abuela se notaba cansada, pero hacía ademanes de silencio, el presidente seguía hablando de Costa Rica por la radio…

“Presidente Chavez:(…) se ha estado especulando acerca del probable cierre de operaciones de una empresa venezolana que está en Costa Rica; y yo estoy seguro que los venezolanos casi no sabían esto (…)

“Desde hace varios años, — les confieso — hemos estado a punto de… o vender esa empresa, o cerrarla. Es un proyecto que tiene ya, al menos dos años, al menos dos años. (…)”

El joven dejó de prestarle atención a su abuela por un momento. Iban a cerrar ALUNASA, aquella empresa de Costa Rica, la que hacía cucharones de aluminio, como el que tenía su abuela en la cocina. Había querido toda su vida conocer aquel lugar… Su abuela volvía a toser, había abierto los ojos, los tenía rojos, cargados de pequeñas venitas que parecían cercanas a explotar. Una interferencia se metió por la radio, la señal volvía a regañadientes.

“Presidente Chavez: (…) he recibido una carta firmada por un grupo de trabajadores de Alunasa; hoy hablé con una de las trabajadoras, hoy al mediodía y con el presidente de la empresa. Pero se ha querido, se ha querido no, se ha armado un alboroto allá en Costa Rica; ¿quién? Sobre todo la prensa oligárquica, la prensa oligárquica. Incluso, han estado tratando de que los sindicatos de Costa Rica se pronuncien en contra del gobierno venezolano, porque estaría el gobierno atropellando a los trabajadores.”

La señora había pedido ayuda, no podía parar de toser. Le pronunció a su nieto en una voz bajita e interrumpida: lléveme al baño. El nieto se agachó para tomar a su abuela, menudita, podía sentir los huesos de su espalda al levantarla, el tronco de su cuerpo estaba quebrado por la tos, el cáncer y la edad.

Caminaron algunos pasos y sintió a su abuela desfallecer, la volvió a ver y la señora miraba la radio, cansada. Se reincorporó brevemente y mostró señal de querer dar unos pasos más. El muchacho pensó que era mejor llevarla a la cama y luego cambiarle el pañal. Sintió una sensación hueca y fría subirle desde la planta de los pies y asentarse justo en el estómago. Tenía miedo.

La recostó en su cama apenas y había terminado de toser, su cuerpo se hinchaba constantemente, la respiración se sentía ronca. De pronto, la abuela movió bruscamente su cabeza hacia un lado de la cama, y vomitó los pies de su nieto. Había agua de té teñida con motas de sangre espesa. La radio no había parado de sonar, el joven estaba en shock, su abuela temblaba.

“Presidente Chavez: Bolívar bolivariano, los motores. ¡Aquí está la carta! Firmada (…) mira, trabajadores de Alunasa están pidiendo una entrevista conmigo y yo los voy a recibir, van a venir pronto, va a venir pronto un grupo de trabajadores de Alunasa, empresa venezolana.”

La señora se desmayó pasados algunos segundos, una baba seca se había establecido a un lado de su boca. El nieto la dejó por un momento, para poder vomitar él en la taza del servicio, nunca había tenido un estómago muy fuerte para ver ese tipo de cosas. Volvió a la cama de su abuela y la señora había cerrado los ojos.

Se acercó, le tomó la mano, y su temperatura había descendido lo suficiente como para provocar una reacción nerviosa en el rostro de su nieto. El joven le tomó la cara, sintió su piel arrugada y le susurró alguna súplica a la señora. Ella no le respondió, un color palidejo comenzó a apoderarse de su rostro mientras unas lágrimas caían por la mejilla del pequeño hombre de Bejucal de San Casimiro. El programa de radio ‘Aló presidente’ aún no había terminado.

6 de octubre del 2007 — Juanilama, Esparza de Puntarenas, Costa Rica

Una inquietante tensión se podía sentir en el aire caliente de Esparza. Pero la temperatura del aire no estaba relacionada con el hecho de que aquella tensión se sentía, en realidad, en todo el país.

Hay momentos especiales, específicos, representantes de puntos de inflexión, singularidades en el universo político de cualquier país. El corazón de las personas se agita en discusiones acaloradas y contradictorias, las cenas familiares se convierten en cuadriláteros de boxeo argumentativo y falacias ad hominem, y la publicidad se llena de triples intenciones disfrazadas de promesas glorificadas y cuestionamientos sin respuesta.

Era la víspera del referéndum por el TLC, una votación causa y consecuencia de la historia reciente del país. El pueblo costarricense había sido embarcado sin regreso a una campaña de propaganda e información como nunca antes vista.

Se discutía si Costa Rica debía adherirse al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana, conocido por sus iniciales como TLC. Se discutía porque no eran charlas tranquilas y debates civilizados, eran verdaderas discusiones, de esas que rompen familias por algunos días, mientras se calman los mares politizados.

El Tratado de Libre Comercio implicaba una “apertura” para que EEUU tuviera mayores facilidades a la hora de hacer negocios en el país, al mismo tiempo imponía ciertas medidas de impacto al parque empresarial nacional, cuya mayoría no tiene la capacidad de competir con empresas multinacionales, o productos vaciados de aranceles, entre otros requerimientos incluidos en el tratado.

Algunos decían que el tratado iba a traer más empleo al país, otros decían que iba a destruir el poco empleo actual, mientras otros decían que el TLC quería patentar hasta el aire que respiramos. Unos allá, más a lo lejos, las medicinas iban a ser más caras, y los libros también. Unos más de acá, decían que si no se aprobaba iba a ser una catástrofe para el país en términos internacionales, y aunque no gustara, había que hacerlo para seguir siendo protegido de los Estados Unidos.

En internet se discutía de todo, todas las teorías de la conspiración estaban ahí, una tras otra, mostradas sin la menor advertencia o precaución. La información de los blogs venía de todas partes, siempre de parte de voceros que se presentaban como aquellos niños que gritaban ¡extra, extra! en alguna esquina de los parques por las mañanas.

Gabriel Mayorga era partícipe del chismorreo político. Todo el asunto del referéndum, que si el sí, o si el no, lo habían llevado a convencer a su esposa de que una computadora era una buena idea para el negocio del salón de belleza.

Un compañero y amigo de ALUNASA, Rigo, le había contado de la suya, una computadora de escritorio, y que ahí pasaba metido leyendo noticias y chismes en los blogs, y para los estudios de los guilas era buenísimo; le recomendó comprar una: — A usted que le gusta pasar leyendo el periódico.

Ahí, en los blogs ticos de prestancia barata, se dio cuenta de que ALUNASA era parte de la propaganda que usaba el presidente Oscar Arias para deslegitimar el modelo económico venezolano y asustar a aquellos que tenían dudas sobre el tratado con EEUU: si no se aprueba el tratado nos va mal como Venezuela, vean lo mal que le va a un país que se aleja de Estados Unidos, vean lo mal que les va que quieren cerrar una empresa que da buena plata por razones políticas. Esa es, al final del día, la falsa verdad que parecía entreverse en las discusiones en línea que presenciaba Gabriel sobre el TLC y sobre ALUNASA: cerrar ALUNASA para joder a la Costa Rica de Oscar Arias, amigo del Imperio.

Dentro de este argumento, se encontró cabida también para atacar a los sindicatos, incluso a lo interno de ALUNASA. Había escuchado a algunas compañeras de la planta espetar que si los sindicatos eran tan buenos para los trabajadores, por qué no les ayudaban a ellas que iban a ser despedidas.

El argumento de Oscar Arias, y de su hermano Ministro de la Presidencia, Rodrigo Arias, era que a los sindicatos no les interesaban los trabajadores de ALUNASA porque su dueño era el presidente de izquierda Hugo Chavez. Era entonces, un silencio supuestamente cómplice entre socialistas. Los sindicatos eran, claro, unos de los principales detractores del Tratado de Libre Comercio con EEUU. Nadie se salvaba de ser señalado en aquellos días.

Los pequeños partidos de izquierda respondían que si los sindicatos no se habían pronunciado era porque en las empresas privadas intentar abrir un sindicato era básicamente causal de despido. En ALUNASA no había sindicato, como en la mayoría del sector privado. Es, en la práctica, prohibido.

Ahora, varios meses después de que el presidente Hugo Chavez anunció que no iba a cerrar ALUNASA, todo parecía una historia exagerada, teatral, que iba a definirse mañana, en la votación del domingo 7.

ALUNASA utilizada como accesorio de utilería en una obra de teatro política. De hecho, algunos compañeros viajaron hasta Venezuela a conocer al presidente Chavez, quien prometió mantener abierta la empresa y enviar más lingotes de aluminio.

Dentro de sus investigaciones bloggeras, Gabriel descubrió algo muy interesante. También había escuchado el chisme en la planta alumínica, pero no entendía a qué se refería el acrónimo que escuchó. ALBA. Encontró el nombre en un cable noticioso de Caracas, lo había guardado en una carpeta denominada “ALUNASA”, en el escritorio de la computadora.

El cable era de la Agencia Bolivariana de Noticias (ABN), del 26 de febrero del 2007, y se refería a la visita de una delegación de costarricenses trabajadores de ALUNASA, sus compañeros, que habían visitado al presidente Chavez en Caracas. Al final de la nota, estaban las siglas que le llamaron la atención:

“Le he dicho a los trabajadores, les he planteado que si solucionamos los problemas técnicos, de suministros de materia prima, tecnológico, pudiéramos más bien establecer allí una empresa tipo ALBA.”

A Gabriel le llamó especial atención el asunto de los suministros de materia prima, porque si bien la maquinaria no era necesariamente nueva, la tecnología podía aguantar algunos años más, pero si se cortaba el suministro, los lingotes de aluminio, la empresa estaría en problemas, quedaría paralizada, y todo mundo sin trabajo.

Pero, ¿qué significaba aquello de ‘empresa tipo ALBA’? Gabriel abrió la pestaña de Google y puso las cuatro letras. Lo primero que apareció en pantalla fue una página de wikipedia con la definición, ALBA era la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América.

Consistía en una organización multilateral de fomento económico impulsada por Cuba y Venezuela, se creó en el 2004, con un nombre de referencia ácida e irónica a lo que se conoció como ALCA, o Área de Libre Comercio de las Américas, creada en 1994 y a pesar de que el proyecto gringo tenía que funcionar a partir del 2005, no logró terminar de ser bien recibida entre la comunidad internacional, ya permeada por las acciones de Hugo Chavez.

ALCA resultó ser un proyecto muerto, al menos eso decía Chavez, y muchos analistas políticos. Los más optimistas decían que el proyecto había quedado a medio palo, con menor fuerza de la esperada por parte Estados Unidos.

Convertir a ALUNASA en una empresa ALBA, más allá de convertir su modelo de negocios, consistía en incorporar la empresa de Esparza a la organización multilateral de los gobiernos de izquierdas del continente. Pero, ¿por qué en aquel momento, por qué justo cuando habían rumores del cierre de la planta?

Era el TLC, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en Centroamérica.

Ambos bandos políticos, unos en Estados Unidos y otros en Venezuela sabían del rol político que jugaba ALUNASA en Costa Rica, a mitad de camino entre una potencia y otra. ALUNASA era una pequeña banderita en el mapa global, un país satélite que se había encariñado mucho con los gringos.

En ese sentido, el TLC era una estela del cometa muerto de ALCA, era otro intento por llevar a cabo su política exterior fuertemente criticada por todos los países que se iban, supuestamente, a unir al tratado. Ahí es donde entra Oscar Arias y el Referéndum. Se sabe que Arias utilizó el aparato estatal, y una buena parte de recursos públicos, para su campaña del ‘Sí’. Llas encuestas le daban la ventaja, aunque al cierre había estado más parejo. Mañana se sabría la suerte, domingo siete.

Gabriel Mayorga pensó en que ya llevaba mucho tiempo sentado frente a la computadora leyendo sobre Venezuela, Arias, ALBA y ALCA; demasiada política por una noche. María Celeste lo regañó cuando entró al cuarto, ya era tardísimo. Se acurrucó y abrazó a su esposa por la cintura.

Tres días después, el 9 de octubre, el medio estadounidense Washington Post publicaría un editorial en donde celebraba el gane del ¡Sí! al TLC en Costa Rica y la consecuente aprobación del tratado en toda Centroamérica, destacando que “el referéndum ha sido una derrota para Chávez y su populista ‘Alternativa Bolivariana’ (ALBA) al comercio con Estados Unidos”

12 de junio del 2009 — La Victoria, Aragua, Venezuela

Era casi mayor de edad, venía de cumplir en febrero los 17 años, era prácticamente un hombre hecho y derecho.

Tras la muerte de su abuela y los gastos funerarios, había quedado en ruina. Las vecinas le ayudaron unos días hasta que a fin de mes llegó dinero de parte de su madre, se lo llevó una señora que vivía como a tres casas de la suya. La señora tampoco sabía dónde estaba la madre, ni sabía cómo contactarse con ella.

Esperó al menos otro año más para ahorrar el dinero que llegaba de su madre, y junto a sus ingresos de mandadero, logró reunir dinero suficiente para mudarse a La Victoria, un pueblo de Aragua, mucho más desarrollado que San Casimiro.

Antes de marcharse, una vecina lo invitó a tomar té a su casita, en una de las tantas colinas de Bejucal. La señora lo recibió con cariño, y le dijo que ella había recibido por años dinero de su madre, pero nunca había sabido de dónde venía, se lo entregaba un hombre en efectivo y listo. Hasta ahora.

El hombre iba a irse del país, por lo que ella debía recoger el dinero de un banco, pero que después de esa ocasión iba a llegar un hombre nuevo a encargarse de darle el dinero. En esa ocasión, en el banco, pudo comprobar que la transferencia fue hecha desde Houston, Texas, en Estados Unidos.

El muchacho le dijo a la vecina que iba a regresar por el dinero en unos días. Al día siguiente, con un único objetivo en su corazón, tomó sus pocas pertenencias y viajó a La Victoria de Aragua. Ya no quería el dinero de su madre.

Ahí en La Victoria, según se había informado, quedaba la empresa ALVEN, una planta procesadora de aluminio, y según se comentaba, estaba a punto de ser nacionalizada por el Presidente Chavez. El joven decidió mudarse allí con el plan de alquilar un cuarto cualquiera.

La Victoria era una ciudad propiamente dicha, con todas las de la ley, no tenía esos dejos pueblerinos de San Casimiro, mucho menos que decir de Bejucal. La planta de ALVEN era grande, y se escuchaba todos los días funcionar. El joven aprovechó su capacidad de mandadero para trabajar solamente a dos cuadras de la planta alumínica.

Su plan era trabajar dentro de ALVEN, para a futuro viajar a Costa Rica y trabajar en la planta ALUNASA, hacer dinero ahí, y luego partir hacia Estados Unidos, donde se encontraba su madre. Se había preparado, había sacado cursos técnicos en institutos en San Casimiro, estaba seguro que podían serle de utilidad. El presidente Chavez siempre hablaba de estudiar y mejorar.

En su cuarto, alquilado a un señor de aspecto enojado, tenía solamente un par de camisas, un pantalón y una radio. Aquella vieja radio de su abuela. Seguía escuchando al presidente Chavez por las tardes, cuando tenía dinero para comprar las baterías.

Recordó, antes de dormir, que ese día el comandante había hablado de nuevo sobre ALUNASA, había mencionado que allí hacían cucharones de aluminio, entre otros productos. Recordó el cucharón de su abuela, recordó el día que falleció, recordó la lluvia caer sin misericordia.

III

Desasosiego Laboral Avanzado

Para diciembre del año 2021, la mayoría de parques públicos estaban abiertos, pero nadie los visitaba a pesar de que la pandemia había dado cierta tregua. Las municipalidades dejaron de darles mantenimiento durante dos años, y se volvieron más inseguros.

El Parque República de Venezuela se convirtió en una clase de motel de paso urbano, frío y al aire libre; al menos 2 o 3 indigentes, dormían allí cada noche. No parecían ser siempre las mismas personas, aunque la mayoría saludaban amablemente.

Casi nadie visitaba el parque excepto Tabique el perro, don Gabo, mi amigo guarda de seguridad, y algunas veces yo, que había tomado algún otro pasatiempo además de la lectura y visitaba con menos frecuencia las mesas de metal que había forjado mi tocayo.

Hace unos meses, en julio, Don Gabo me había contado toda la historia que sabía de ALUNASA, que a la vez era su historia también, la historia finalizada de su vida de ingeniero, la historia de su María Celeste, la señora que lo dejó porque ya no lo amaba, como se lo dijo sin peros un día sudoroso, entre los ventiladores bulliciosos del salón de belleza.

Julio partió el año a la mitad mientras yo me encontraba navegando por Frankenstein, la obra maestra de Mary Shelley quien escribió la novela con tan solo 17 años. Las descripciones, las emociones de los personajes, incluido el monstruo de Frankenstein, la pena y depresión del científico, y los paisajes nubosos, aquellas montañas nevadas y locaciones espléndidas.

Cuando estuve a punto de terminar el libro y conocer el destino final de Victor Frankenstein, don Gabo me saludó con la mano, a lo lejos, mientras se aproximaba con ropa particular hacia la mesita de metal donde yo estaba. No tenía puesto su usual uniforme de seguridad, pero sí venía con él su inseparable perro Tabique. Ambos parecían felices.

El hombre vestía modesto, pero elegante, con un pantalón color kaki y una guayaba de color rosa tranquilo. Traía en sus arrugadas manos un folder plástico, de esos que se abren por arriba y se cierran con un cordoncito alrededor de una clase de botón. El plástico estaba desgastado, pero se notaba que adentro había hojas impresas. Hola, tocayo. Le traje algo para que vea.

Don Gabo colocó el folder plástico sobre la mesa, y comenzó a sacar un montón de recortes de periódico y titulares de página web impresos en hojas blancas. Una etiqueta en el borde superior externo del folder decía: alunasa. Comencé a tomar las delicadas piezas del periódico como si fueran reliquias valiosas de un museo.

Me habló del funcionamiento de la empresa, de qué hacían con los lingotes casi puros de aluminio enviados por Venezuela; pero también habló de la ‘polémica’, como le decía él. Me habló de Miguel Ángel Rodríguez, del referéndum TLC del 2007 y de Oscar Arias, me habló de ALBA y del presidente Hugo Chavez, quien falleció en el 2013 y fue sustituido por Nicolás Maduro.

Nos tomó por sorpresa la tercera hora de conversa, mientras nos tomábamos la segunda cerveza en un bar cercano a Casa Presidencial. Después del 2007, del TLC, trabajar en ALUNASA se convirtió en un estado de emergencia permanente, pues ante cualquier situación o dificultad se alegaba el cierre de la empresa.

No era una diatriba de por parte solamente de los dueños, los venezolanos, sino que también era una excusa utilizada por parte del Estado y gobiernos costarricenses. Siempre se consideró que ALUNASA estaba al borde de una crisis por alguna razón externa, pero al mismo tiempo la empresa daba excelente rendimientos y empleaba a bastante gente en una zona rural.

El tema era, claro, que ALUNASA no era solo una empresa, era LA empresa del Gobierno Bolivariano de Venezuela en Costa Rica. Era un agente político del experimento socialista venezolano en el exterior, ubicado en un país históricamente ligado a Estados Unidos. O al menos así lo hacía ver la prensa, según me mostraba don Gabo en los titulares web impresos.

Me mostró una fotografía del 2012, de un grupo de trabajadores de ALUNASA, él incluído, junto a trabajadores de la empresa estatal venezolana CVG FERROCASA en sus instalaciones de Venezuela. Esa empresa pública se encargaba de gestionar y construir proyectos de vivienda.

El viaje había sido costeado por ALUNASA, y viajaron personas cuya trayectoria en la empresa ameritaba un reconocimiento especial por parte de CVG. Don Gabo me habló de Venezuela, de lo bien armadas que estaban las empresas estatales, la tecnología que tenían y las dimensiones de lo que producían, incluso para ese momento, en el que el país suramericano enfrentaba problemas de fluído eléctrico a nivel nacional.

Me habló de la muerte de Hugo Chavez, en el 2013, de cómo ese día ALUNASA estaba de luto, a pesar de ser un presidente extranjero, a pesar de ser una figura icónica que no les pertenecía, ese día hubo un silencio mágico, inconsciente, en la planta y en la zona administrativa de ALUNASA, había muerto aquel hombre que se enorgullecía de la planta que tenía su pueblo en Esparza de Costa Rica, y sus trabajadores guardaban luto sin querer.

-La muerte de Chavez también hizo que la gente hablara, de que la iban a cerrar. Dijo mi tocayo después de la cuarta cerveza. Él también se notaba triste, llegado a ese punto de la historia.

En el mismo 2013, llegó Nicolás Maduro Moros al poder en Venezuela, sucesor de Chavez. Nada había cambiado para ALUNASA, solo se respiraban aires intranquilos por los pasillos entrecerrados.

Sin embargo, los rendimientos de ALUNSA seguían siendo sobresalientes, y para el 2014 se dijo que Nicolás Maduro le habló al presidente de Costa Rica en ese momento, Luis Guillermo Solís, para decirle que entre los planes que seguían para Venezuela era ampliar la inversión en la planta procesadora de aluminio de Esparza.

El año pasó, y los aires para ALUNASA auguraban una mala racha. En el 2015 hay un cambio de directiva de la empresa, y aquí la historia comenzó a tomar matices de película de Hollywood de alto presupuesto, con un telón de fondo lleno de trabajadores asustados en la incertidumbre.

Don Gabriel me mostró una imagen algo borrosa, era una impresión de la página web de Twitter, de la cuenta oficial alunasa. El mensaje decía: “Recuperamos cancha deportiva en la Escuela Arturo Torres Martínez gracias a la gestión del @Gral_Guasipati” — 2:15 p.m. 24 ago. 2015 desde Costa Rica. Debajo venían imágenes de una cancha de cemento recién pintada y señalizada.

Noel Rafael Martínez Rivero, más conocido como General Guasipati, fue nombrado en marzo del 2015 por el presidente Nicolás Maduro, supuestamente a consejo de Diosdado Cabello, para dirigir la empresa de la CVG ubicada en Costa Rica, ALUNASA.

El hombre fue coronel de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y ha estado vinculado históricamente al proceso revolucionario chavista, incluso desde el 92, en el golpe de estado donde apresaron a Hugo Chavez por la intentona.

En la prensa se le acusa no de pocos crímenes, pero siempre ha estado cubierto por ese velo de incógnita que proporciona el ser enviado por el Gobierno venezolano. En un par de artículos periodísticos, encontrados por Don Gabo en sitios internacionales, se señalan supuestos casos de corrupción por parte de Guasipati, en los cuales se utilizó la planilla de ALUNASA como cuenta de ingresos mensuales para él y numerosas personas de la familia, por varios miles de dólares. De nuevo, alegaciones de compleja comprobación.

Además, según esos mismos artículos, bajo la administración del General, varias embarcaciones de aluminio que salían desde Venezuela, de la compañía CVG VENALUM, y llegaban a Costa Rica con una menor carga que la reportada al salir. Esto al parecer se dio en múltiples ocasiones.

Fue ese mismo hombre, el patrón Guasipati, quien les pidió amablemente a los trabajadores de ALUNASA hacer algún aporte bonito para el Parque República de Venezuela, ubicado en Zapote, cerca de Casa Presidencial, en San José.

Don Gabo, se sumó de inmediato al proyecto remodelación ese mismo 2015. Pensaba ya en su pensión y consideró oportuno tener algún pasatiempo, como aquel de trabajar el metal. Hicieron las sillas con una mezcla de aluminio y hierro que les permitieron tomar de la materia prima de la empresa, y las forjaron toscamente.

Eran 3 mesas blancas, con 6 sillas cada una, y en todas forjada una A en su respaldo, en conmemoración de ALUNASA. Don Gabo me contó que él mismo viajó con el chofer del camión que alquilaron para llevar las sillas desde Esparza de Puntarenas hasta Zapote, en la capital. El trayecto fue pesado, cargado de tráfico congestionado y una lluvia incesante. Cuando llegaron al parque, se quedaron dormidos en el camión, acurrucados por la lluvia y el canto de los pájaros que anidaban los árboles del Parque República de Venezuela.

Junto a ellos, venía un carro con 5 trabajadores de la empresa, para colocar las sillas y asegurarlas en la tierra. En los siguientes días el señor Guasipati develaría en aquel parque una placa que deja constancia del aporte de CVG ALUNASA a Costa Rica.

Los años pasaron y don Gabriel no volvió a saber nada del parque ubicado en Zapote ni de las sillas que había construido. Su vida había entrado por un callejón sin salida de indecisiones, su esposa se había alejado consistentemente. Me confesó que el día que me dijo que un amigo de él se había divorciado, estaba hablando de él mismo, acongojado por no tener a nadie con quien hablar, y agradeciendo mi atención. Íbamos por la séptima cerveza.

Incluso cuando en la administración del General Guasipati también hubo rumores del cierre de la empresa, no fue sino hasta el 2018 cuando era evidente que habían problemas con el mantenimiento de las máquinas y una evidente disminución en el envío de materia prima desde Venezuela.

El 2 de abril del 2018, en una mañana aciaga, los gerentes de ALUNASA informaron verbalmente a sus trabajadores sobre serios problemas para traer materia prima a la empresa, por lo que 340 trabajadores de CVG ALUNASA iban a ser suspendidos de su trabajo. Básicamente los mandaron para la casa pero sin despedirlos, y sin salario.

El caso era evaluado por el Ministerio de Trabajo de Costa Rica, una suspensión de contratos laborales era un asunto delicado, por no decir complejo, lo primero que aseguraron era que la empresa debía seguir cancelando los salarios.

Los trabajadores intentaron ir a trabajar al día siguiente, pero ALUNASA estaba cerrada a llave y candado. Se quedaron a las afueras de la planta, querían respuestas de lo que estaba pasando. El General Guasipati salió a encarar a sus trabajadores, y según reportaron, el hombre gritó:

o verdaderamente nos unimos para buscar soluciones o esta vaina se acaba. Tengo el sublime derecho, señores, para que lo sepan, instrucciones del Presidente de la República: si esto no lo solucionamos, me llevo Alunasa de aquí pues ¿qué van a hacer?

Gabriel Mayorga, don Gabo, estaba dentro de la mayoría de trabajadores despedidos. Sus días de pensionado se acercaban, ya a sus 58 años de edad tenía las cuotas del seguro social, y un buen dinerillo guardado, que aseguraba su pensión y al menos una parte para su esposa, con quien nunca tuvo niños, y quien le había pedido a inicios de ese 2018 el divorcio.

Terminados sus dos amores, su trabajo en ALUNASA y su esposa, don Gabriel entró en una depresión sin saberlo. Mientras tanto, ALUNASA comenzaba a mostrar señales de debacle.

En junio del 2018 se comenzó a decir en prensa nacional e internacional que ALUNASA había sido utilizada para lavar dinero del narcotráfico mexicano, con el propósito de hacerlo llegar a Venezuela.

El Ministerio Público de Costa Rica anunció que la Unidad de Inteligencia Financiera, del Instituto Costarricense de Drogas, hizo llegar a la FIscalía Adjunta de Legitimación de Capitales un informe del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, en donde se señala que el histórico dirigente chavista Diosdado Cabello había utilizado ALUNASA en Costa Rica para lavar dinero por medio de la estación que tiene la empresa en el puerto de JAPDEVA, en Limón.

Como reacción inmediata al informe gringo, el Banco Nacional de Costa Rica congeló las cuentas de ALUNASA, y negó una solicitud de préstamo que había hecho la empresa para hacer frente a los gastos que comenzaban a ahogarla.

Sin embargo, como salió a la luz pocas horas después, el Gobierno de Costa Rica manifestó que no era cierto que ALUNASA tuviera una estación exclusiva en el Puerto de Limón. Y también el propio Ministerio Público emitió un comunicado en donde se confirmó que no tenían abierto ningún proceso de investigación relacionado a ALUNASA, pues el informe del Departamento del Tesoro de EEUU no era sustantivo.

Poco tiempo después, y en un giro de eventos que resultó ser una calle sin salida, un medio venezolano publicó una nota destapando la supuesta olla de corrupción en la que se había convertido ALUNASA, una empresa para ese momento ya arruinada por las deudas y la falta de mantenimiento de las plantas.

En esa investigación, de tintes también paranoicos, se denunció que a pesar de que ya para el 2018 el aluminio no llegaba, una última carga llegó en el 2019, cuando la planta llevaba ya tiempo detenida. Se repitió el cuento: ingresó una carga de aluminio por Puerto Limón valorada por la Aduana Venezolana por 8 millones de dólares, pero al pasar por la aduana tica se valoró solamente en 2 millones de dólares.

Algo olía feo, pero las investigaciones no pasaron más allá de la repetición de los mismos datos por los medios costarricenses perezosos de una aventura mediática como esta. Lo que sí se podía afirmar sin pruebas era que el cierre de ALUNASA era inminente.

Don Gabriel, por su parte, estaba decidido a dejar Esparza. El 2019 corría con apuro, y los papeles de divorcio no se hicieron esperar, la cosa era expedita. Después de firmar los documentos, despedirse de María Celeste y almorzar en una soda china de por el Parque Central de Esparza, le dio la corazonada de visitar el Parque República Venezuela, donde habían ido a dejar aquellas mesitas de metal.

Viajó en su automóvil a Zapote, en San José, hacia finales del 2019, cuando se rumoreaba por algunos medios de comunicación que un virus respiratorio estaba infectando a muchas personas en China, con una velocidad preocupante.

Llegó antes del mediodía, después de tomar la Ruta 27 en el vehículo 4×4 que había comprado al terminar contrato con ALUNASA, traía allí todas sus pertenencias.

El parque le daba una tranquilidad de clase media que no se respiraba en Esparza, sintió que a su edad era lo que necesitaba, una tranquilidad controlada de gente pipi. Se contactó con un amigo suyo para decirle que estaba pensionado y que quería venirse a vivir por acá, pero no tenía mucho dinero.

Su amigo era un profesor de la universidad, quien lo había recomendado para el trabajo en ALUNASA. Estaba bastante afectado por el parkinson. Lo recibió en su casa, le dio su amistad y se negó al cobro de ninguna renta, vivía solo en una gran casa de los Yoses, que seguramente estuvo llena de vida en familia, y ahora no eran más que recuerdos polvorientos.

La pandemia cayó encima del mundo a inicios del 2020 y el catedrático murió pocos meses después de llegar su estudiante, a quien le dejó un libro de poesía y ninguna explicación más. Un ejecutivo de bienes raíces, con mascarilla, llegó al día siguiente a decirle que tenía que abandonar la morada, pues la familia del profesor iba a venderla inmediatamente.

Don Gabo decidió entonces alquilar un cuarto cerca de la Plaza González Víquez, por la Clínica Carlos Durán Cartín, gracias al dinero que tenía producto de la venta de su vehículo. Los tiempos corrían sustraídos de toda sustancia social, el Gobierno decretó emergencia sanitaria y mandó a todo mundo a encerrarse en la casa.

Mientras la sociedad se encerraba, don Gabriel descubrió en aquella ciudad un laberinto abierto lleno de parques, calles hermosas, rotondas antiguas y pasajes entre bosques urbanos. Caminaba con frecuencia al Parque República Venezuela, le gustaba ver las mesas y las sillas, ojalá ver a la gente usarlas.

Así fue como descubrió una empresa que traía productos de Estados Unidos, ubicada justo a un costado del parque. Necesitaban un guarda de seguridad, y con nada que perder, se arriesgó a decir que podía hacer el trabajo, sin mencionar que era ingeniero de profesión.

Le dieron el puesto y una macana eléctrica, nada de armas de fuego, su trabajo consistía en vigilar que la empresa estuviera bien por las noches, recibían mucha mercadería valiosa. El trabajo era sencillo, por lo que aprovechaba las noches para leer las noticias y recortar pequeñas notas del periodico.

Así fue como nos conocimos, en un encuentro plagado de coincidencias y tiempos históricos ajustados. Terminé de leer Frankenstein una tarde acompañado de Tabique, el perro, convencido de que las montañas que rodeaban el Valle Central tenían, como las de los alpes europeos, un aire siniestro.

Al día siguiente en la mañana, y aprovechando que para final de año no tenía nada mejor que hacer, me fui a leer de nuevo al parque república de Venezuela, esta vez acompañado del libro Pedro Arnaez, una obra maestra del costarricense José Marín Cañas.

Me encontré con Don Gabriel hincado en el parque, llorando desconsoladamente. Habían vandalizado el parque, y arrancaron de raíz las mesas y casi todas las sillas metálicas donadas por ALUNASA. El Parque se veía irreconocible, con unas pocas sillas quebradas o dejadas por cualquier parte, había sido desmantelado.

El hombre se culpaba por aquel robo, se había quedado dormido en la casetilla por la madrugada, y al despertar vio cómo unos hombres montaban todo en un camión grande. No se había ido para la casa al terminar su turno, se quedó evaluando los daños.

Pocos días después del acto de vandalismo urbano, el 16 de noviembre del 2021, Don Gabriel fue a mi casa a mostrarme un recorte de periódico en donde el titular aseguraba el cierre de operaciones de ALUNASA.

Don Gabriel me preguntó si podía darme un abrazo. Fue uno largo, el hombre no aguantó algunas lágrimas. Lo invité a pasar y se quedó en la sala, en silencio, con una taza de café humeante. Me quedé con él, pensando en todo lo que había pasado ese hombre para llegar a estar ahí conmigo sentado, pensando en aquella empresa bolivariana que le dio sentido a su vida, y que fue transformada en un cascarón de esperanzas perdidas.

IV

Epílogo

Práctica de Campo No Asistida

1 de diciembre del 2021 — Juanilama, Esparza de Puntarenas, Costa Rica

El sueño americano parecía truncado. A pesar de ser un hombre joven, de 28 años, ya lo había dado todo, y aún así parecía que la vida estaba dispuesta a quitarle hasta el nombre.

Tras conocer el paradero de su madre, en Houston, Texas, el único objetivo de su alma se convirtió en viajar hasta Estados Unidos. Las cosas en Venezuela comenzaron a ir de mal en peor, sobre todo tras la muerte del presidente Chavez.

Aquel 5 de marzo del 2013 estaba trabajando como empacador de un supermercado en la Victoria de San Casimiro, cuando cayó la noticia de que el presidente había muerto. Al terminar su jornada se fue directamente al cuarto que alquilaba a llorar, por primera vez, la muerte de su abuela.

Se quedó en La Victoria de San Casimiro, trabajando en lo que encontraba. Conoció mujeres que lo hacían dudar de su sueño americano, pero más bien terminaba por invitarlas a irse, y ellas por asustarse.

Logró, eventualmente en el 2015, encontrar trabajo en la planta de aluminio ALVEN, ubicada en La Victoria de Aragua, nacionalizada por Chavez en el 2011, y ahí se quedó trabajando hasta llegados sus 24 años, cuando la empresa dejó de recibir aluminio para procesar.

La crisis en Venezuela era mayúscula, la industria estaba paralizada, los alimentos básicos costaban algo inimaginable de la noche a la mañana, y el dinero se volvió un concepto más abstracto en aquel país condenado a la aparente crisis perpetua.

La gente salía de Venezuela a cántaros, era insostenible vivir en un país en tales condiciones. El muchacho esperó y esperó, hasta que también se volvió insostenible seguir postergando su viaje a Estados Unidos.

Encontró a un hombre que podía llevarlo hasta la frontera de Venezuela con Colombia, para iniciar la ruta por Centroamérica hasta llegar al norte, a Estados Unidos, a buscar a su madre.

Nunca esperó aquel muchacho de Bejucal de Aragua que se iba a enfrentar el desnudo drama humano de la migración. Nunca esperó ese muchacho, ahora convertido en hombre, que la Selva del Darién de Panamá iba a provocarle pesadillas por el resto de su vida.

Nunca esperó ese niño que escuchaba al presidente Chavez por la radio que iba a llegar a la frontera de Panamá con Costa Rica vivo, de milagro, tras ser asaltado y golpeado por una pandilla que se aprovechaba de los viajeros. Se habían llevado todo el dinero que su madre le había enviado.

En la oficina de migración de Costa Rica entregó el pasaporte roto, y le dijeron que tenía que cambiarlo, pero aún así lo dejaron pasar. Por unos días se dedicó a pedir dinero en las calles de Paso Canoas, en la frontera costarricense. Conseguía lo suficiente para alimentarse, algunas personas se apiadaron de su desdichada historia.

En la iglesia de la localidad encontró abrigo y un par de horas de comida. Buscó pronto cómo viajar hasta la capital, e ir a una instancia internacional que según le dijeron en migración podía ayudarle. Logró conseguir dinero para un tiquete de bus.

En San José se encontró con una ciudad, y una sociedad hostil, que no lo quiere ahí. La capital le parecía una versión en miniatura de Caracas, pero la gente conduce más despacio en Costa Rica. Sin nada en el estómago caminó bajo el sol caliente hasta llegar a un campamento de migración que había instalado la Municipalidad en la zona roja de la capital. Su sorpresa fue que había allí mares de gente, más de la que había visto en su paso por el Darién.

Los organismos internacionales estaban atados de manos tras las disposiciones del gobierno de turno, cientos de miles de venezolanos se encontraban en Costa Rica, de paso para llegar a los Estados Unidos en un éxodo sin precedentes.

En San José encontró más formas de conseguir sustento, pero nada era muy estable. La policía lo requisaba cual delincuente, y la gente lo miraba de reojo, tenía pinta de venezolano. Tras un mes de vivir en la capital josefina, durmiendo en la calle o en cuarterías de mala muerte, reunió dinero suficiente para intentar una cosa más, cumplir un sueño descabellado, ahora que la meta de Estados Unidos parecía tan lejana.

Aquel joven perdido, sin retorno, en San José de Costa Rica, compró un tiquete de bus hacia Esparza, en Puntarenas. En el bus, escuchó con cariño la radio tica, llena de música y sin discursos presidenciales. Recordó ‘Aló Presidente’, recordó aquella empresa suya que se llamaba ALUNASA.

Se bajó en la estación de autobuses de Esparza y pidió un taxi, con prácticamente el último dinero que le quedaba, y le pidió ir a Juanilama, a la planta procesadora de aluminio.

Ahí se encontraba el muchacho, el niño de Bejucal, el joven perdido por la revolución bolivariana, extraviado, lejos de su tierra, lejos de su madre, a las afueras del fantasma de metal que era ALUNASA. Según le indicó el guarda de seguridad, la empresa había cerrado operaciones ese mismo año.

No había posibilidad de ni siquiera pedir un trabajo en aquella planta de sus sueños, aquella empresa que rimaba con la luna, propiedad suya y de su abuela, propiedad del comandante, propiedad del Pueblo de Venezuela.

El calor era insoportable, y no había desayunado. Buscó sombra cerca de la planta de aluminio en una parada de buses destartalada. Tuvo miedo del sol, de insolarse, tuvo miedo de que lo asaltaran de nuevo si se quedaba dormido. Tuvo miedo de morir lejos de casa.

Se sintió despojado de nada, pues no había nada más por quitarle.

Notas:

  1. Los textos que están a un margen más al interior de la página, en cursiva y entrecomillados, son transcripciones del repositorio todochavez.gob.ve, en donde se almacenan todas las comunicaciones públicas del presidente Hugo Chavez Frías. Se usan en el texto como referentes literales de lo que escuchaba el pueblo Venezolano por la radio o por televisión.
  2. El presidente Miguel Ángel Rodríguez fue mandatario de Costa Rica durante el período constitucional de 1998–2002. El 28 de diciembre del 2008, cuando es mencionado por Chavez en relación a ALUNASA en su programa Aló Presidente, ya Rodríguez no era presidente. Para ese momento el presidente de Costa Rica era Abel Pacheco, que asumió el 1ero de mayo del 2002, y terminó su mandato en el 2006.
  3. En esta ocasión, los textos transcritos a esta sección, o fecha en la historia, pertenecen a una noticia del medio Dominicano El Listín Diario, en su sección de internacionales el 17 de febrero del 2007: https://listindiario.com/las-mundiales/2007/02/17/3459/arias-espera-chavez-no-cierre-una-planta.html

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