Honduras: las elecciones que nunca existieron (entre la ficción y la realidad)

Por Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor

“La guerre du golfe n’ aura pas eu lieu” Jean Baudrillard

 

Hace ya un mes que tuvieron lugar en la República de Honduras, unas elecciones generales, las que al parecer tenían como propósito escoger al nuevo presidente de la república y a los integrantes de los poderes legislativo y municipal, al menos esa era la impresión dada por los pocos medios de comunicación locales que hicieron referencia a ese acontecimiento, el que pasó casi desapercibido para la gran mayoría de los costarricenses, por lo general inmersos en las dimensiones más apremiantes de su cotidianidad. Fue así como, el domingo 26 de noviembre recién pasado, millones de ciudadanos hondureños acudieron a emitir su voto, siempre con la expectativa de que en pocas horas, o al menos días, se pudieran conocer, con toda transparencia, y sin dilatorias de ninguna clase, los resultados de su decisión en las urnas.

Durante los primeros dos días, los resultados que fueron emitidos mostraron una nítida tendencia de que el candidato de Alianza Opositora contra la dictadura, el ingeniero Salvador Nasralla, estaba ganando las elecciones por más de cinco puntos porcentuales de diferencia, súbitamente el día martes 28 de noviembre el Tribunal Supremo Electoral manifestó que no emitiría más datos, porque sus integrantes aseguraban que el resto de la información no les había sido remitida (menos del 30% de los datos electorales). Parecía que el juego de las “posverdades” o enunciaciones ambiguas de hechos e intenciones que también lo son, del que se habla tanto en estos tiempos, había comenzado a evidenciarse, la ciudadanía mientras tanto pudo comprobar sus sospechas más inquietantes, acerca de que el fraude que aparecía ante sus ojos desde el primer momento, estaba a punto de materializarse, fue entonces cuando la heroica resistencia del pueblo de hondureño se expresó y adquirió visos de realidad en sí misma, haciéndose evidente en las calles de Tegucigalpa, San Pedro Sula, Cortés, La Ceiba, La Paz Intibucá y por todos los campos y áreas urbanas de ese país. Para el universo virtual de la dictadura mediática internacional, sin embargo, esos hechos no estaban ocurriendo, ni tuvieron lugar nunca, lo que para su capítulo costarricense y los ejecutores in situ del férreo cierre comunicacional se convirtió en un axioma, pues todo lo que no entra en esos mundos virtuales, sencillamente no existe. Es así como, no sólo nunca ocurrieron esas elecciones, a las que hicimos alusión supra, tendientes a escoger al presidente de la república y los integrantes de los otros poderes del estado hondureño, por la vía del voto directo de los hondureños, sino que tampoco adquirió dimensiones o rasgos de realidad el gigantesco fraude electoral que se preparó y ejecutó delante de los ojos de toda la llamada opinión pública internacional: lo único que aconteció, ante los ojos de la derecha totalitaria del continente fueron, al parecer, los actos formales tendientes a la ejecución del evento material que se realizó, contra viento y marea, para asegurar la continuidad de la dictadura de los cachurecos o nacionales(del Partido Nacional), encabezada por Juan Orlando Hernández(JOH), con todas sus falacias y alteración de los datos contenidos en las actas electorales. Con la complicidad, además del apoyo activo, de la Casa Blanca de Washington, la embajada estadounidense en Tegucigalpa y los militares estadounidenses de la Base de Palmerola, próxima a Comayagua, el acto del fraude y proclamación del dictador Juan Orlando Hernández, a quien desde Washington se le felicitó, a pesar de algunas “irregularidades” en el recuento, las que se asumieron como normales por las cabezas políticas del imperio, el montaje escénico tuvo lugar. De esa manera, el inmenso y descarado engaño se materializó, paso a paso, digamos que, de una manera lenta y sibilina para dar la impresión de que se seguían y se respetaban los procedimientos, dentro de los términos legales y en el marco de una presunta legitimidad, cada más inexistente por lo irreal, o surrealista de una escena política tan truculenta.

Durante un mes, la represión de las llamadas fuerzas del orden ha asesinado a más de 34 ciudadanos opositores, ha herido a un número mucho mayor de ellos y desaparecido o privado de su libertad a una cantidad indeterminada de opositores a la dictadura. Jugando a desgastar a la Alianza Opositora, y a sus dirigentes nacionales y regionales o locales, el régimen busca activamente imponer su versión de los hechos, con la eficaz ayuda del aparato de la dictadura mediática internacional, dueño de la mayor parte de los medios de comunicación del continente entero.

Con el paso del tiempo, y cuando ya ha transcurrido un mes de haberse efectuado unas votaciones, cuyo resultado verdadero al parecer nunca se sabrá, el ingeniero Salvador Nasralla verdadero ganador de esos comicios, que debió haber sido proclamado como presidente de Honduras, semanas atrás, anuncia su retiro de la Alianza opositora contra la dictadura, en tanto que Manuel Zelaya Rosales, expresidente de la república y líder del Partido Libre(Libertad y Refundación), el más importante de la coalición opositora, hace el importante anuncio de que, de acuerdo con lo que dispone la propia constitución hondureña, la oposición continuará luchando en las calles, y acudiendo a todas las vías legales, dentro y fuera del país, llevando a cabo una insurrección cívica de grandes proporciones, ante la violencia física y simbólica de un régimen político tan paradojal, que para imponerse ha terminado por erosionar las bases de su propia legitimidad.

Mientras el pueblo hondureño vive horas dramáticas de lucha y de duelo, donde ha habido que acudir al sacrificio supremo de la vida y de la libertad personal, en el resto de los países del istmo de la América Central se guarda un cauteloso y hasta cínico silencio, acerca de los pormenores de un drama que para el universo totalitario de los MEDIA, sencillamente no existe y no tuvo lugar jamás. Lo más terrible es que, al mismo tiempo que Honduras se desliza hacia una catástrofe humanitaria de grandes proporciones, en el resto de la región centroamericana se asume que estos graves hechos no tendrán consecuencias fuera de las fronteras de Honduras, cuando precisamente lo que puede sucedernos a todos los demás habitantes del istmo, es que el resultado del acto de volverle la espalda a la verdad, podría dar lugar en el mediano y largo plazo, a que esta violencia nos alcance en pleno rostro, y de la manera más sorpresiva, sin que tengamos tiempo y margen suficientes, para reaccionar siquiera.

 

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