Roberto Ayala
Sobre un artículo de Otton Solís[1].
El diputado O. Solís ha publicado en ‘la nación’, marzo 3 de 2017, un artículo titulado “Tomás Guardia y el destino nacional”. Nada menos que el ‘destino nacional’. Es el nivel en que se sitúa reflexivamente el diputado Solís. Uno de los políticos profesionales más respetados y de mejor nivel intelectual del país, y un economista técnicamente sólido, inclinado a una variante de neokeynesianismo (hasta su más reciente giro a posiciones más convencionalmente liberales), lo cual lo hizo sonar algo más sensato, desde el punto de vista de la gestión burguesa del capitalismo periférico costarricense, que sus colegas neoliberales o libertarios, ampliamente sobrerepresentados en el mencionado medio corporativo.
Lo especial de este artículo es que, más allá de tema y contenido, resulta particularmente revelador, creo, de la personalidad política, de los supuestos ideológicos, rara vez explicitados, desde los que opera un político de real peso en la vida política nacional.
Siguen unas cuantas notas a título de análisis crítico del mencionado artículo.
Resulta bienvenido el aporte que realiza el sr. Solís a la comprensión histórica de la figura de Tomás Guardia. Sobre la validez y aciertos de su aproximación se pronunciarán los historiadores y especialistas.
En un plano diferente, el texto en cuestión posee un interés adicional, pone sobre el tapete un tema más general y altamente controvertido, de teoría e historia política: el liberalismo político ha construido e instalado con notorio éxito una polaridad conceptual-valorativa que contrapone rígidamente democracia (liberal) x dictadura (sin más). Se trata de una ideología maniquea diseñada para justificar la democracia formal burguesa. Así puestos, no pasan de abstracciones fuera de todo contexto histórico-social y político-cultural.
Una burda polaridad democracia x dictadura solo sirve para tratar de encubrir el carácter oligárquico, excluyente, de los regímenes electorales y de los sistemas políticos en a. latina y más allá, en considerable medida vaciados de contenido democrático real por las enormes brechas de desigualdad y pobreza, que reducen al mínimo las posibilidades de participación política, así como el acceso a los bienes culturales imprescindibles para tal participación.
Y, sobre todo, busca borrar el hecho de que la historia tiene más aristas que el simplón e interesado esquema binario de marras. A lo largo de la historia, desde el mundo griego, las dictaduras revolucionarias o populares han sido un instrumento necesario, por tanto racional, para quebrar la resistencia de los privilegiados y sus enormes recursos, económicos y culturales (incluyendo la religión institucionalizada).
Por supuesto, las dictaduras populares que no se esfuerzan por evolucionar hacia alguna forma de democracia social y política, tienden a degenerar en regímenes de dominancia autoritaria, expresión de intereses de pequeños grupos y sectores de las clases dominantes, tornándose invariablemente en altamente represoras de los trabajadores y los sectores populares, en lo económico como en lo político.
Este no es el tema principal del presente comentario, pero no se puede dejar pasar la del todo inusual oportunidad que ofrece un importante representante del liberalismo social de exhibir uno de los artefactos ideológicos más hondamente instalados en el inconsciente político colectivo.
Conscientemente o no, el diputado Solís ha llamado la atención sobre un fenómeno político, y costarricense, que funciona como una ilustración de la refutación del tosco ideologema binario apuntado.
El tema central de este comentario es lo que el desarrollo del argumento del diputado puede revelar acerca de su personalidad político-ideológica.
El artículo es motivado por la necesidad sentida por el diputado de explicar la razón de que exhiba en su despacho un retrato de Tomás Guardia. El diputado asume que para algunos, o muchos, tal suerte de reconocimiento resultaría desconcertante. Después de todo, Tomás Guardia fue un ‘dictador’.
En breve, el artículo emprende la tarea de explicar y justificar tal decisión. Realiza una exposición de aquellos aspectos del gobierno de Guardia que el diputado considera de manera positiva, dejando deslizar, como es acostumbrado en él, la sensación de que da por descontada la cuasi universalidad de su criterio…
La línea argumental se presenta resumida ya en el segundo párrafo: “Tomás Guardia… ejerció el poder en dictadura, pero plantó los cimientos de nuestra democracia por medio de la Constitución que, con reformas, sigue organizando nuestra vida institucional”. Nada menos. Acto seguido, se enumeran los diversos y numerosos aportes de aquel gobierno. “Sustrajo del poder a la oligarquía cafetalera”, convirtió a Costa Rica en una república liberal, eliminó la pena de muerte, fundó instituciones claves, etc. Y ‘fue más honesto q la mayoría de los presidentes elegidos democráticamente’. No valoro la valoración del diputado, pero no cabe dudas del sitial relevante en la historia del país de la figura de T. Guardia, más allá de toda controversia.
Dice Solís que Guardia fue ‘dictador’, pero uno ‘diferente’. Es decir, nuestro articulista decide romper, al menos por esta vez, con la abstracción del esquemita binario. Habla, arriesgo, el costado desarrollista del espíritu del diputado.
Cualquiera sea el valor histórico-político de la contribución del sr. Solís, esta, como no podía dejar de ser, siendo quién es, tiene como objetivo central la realidad presente del país.
En aras de la brevedad: estima el diputado que el país no está en crisis, pero “se acumulan problemas sociales y económicos y podríamos perder nuestros avances si no hacemos algunos cambios”. El diagnóstico es contundente: cambios o crisis (y luego igual cambios, pero de manera mucho más dolorosa).
Y aquí vuelve la experiencia con Tomás Guardia para hablarnos del presente y el futuro: “T. G. necesitó del poder dictatorial para hacer avanzar el país. Nuestro desafío es tener un gobierno con una elevada eficiencia en la toma y ejecución de decisiones, pero sin atropellar los principios de la democracia. Necesitamos un gobierno con la visión del estadista que fue T. G. y con la eficiencia en la toma y ejecución de decisiones consentida por la naturaleza de su régimen, pero en el marco de la democracia”. Antes había afirmado: “las dictaduras tienden a ser eficientes en la toma y ejecución de decisiones”, lo cual es bastante más que discutible, como generalización. Pero presenta mucho valor a título de síntoma del estado de ánimo que subyace al proceso intelectual del diputado…
Cambios audaces pero en democracia, es lo que requiere urgentemente el país, dado el ‘retroceso relativo ante el avance de otros países’…
El texto toma color cuando el diputado advierte, honesto y transparente, que tales cambios y decisiones serán ‘duras e impopulares’, si queremos encontrarnos con ‘el destino nacional’, en los términos en que él lo vislumbra.
El diputado nos convoca a ser eficientes y eficaces para tomar decisiones audaces, pero también impopulares (lo repite un par de veces), y todo esto en ‘democracia’…
Uno comienza a preguntarse a que se refiere con decisiones impopulares. El principal problema que enfrenta el país, desde un punto de vista no universal sino de izquierda, y sobre todo desde los intereses de la gran mayoría de la sociedad, porque padece sus efectos, es la evasión-fraude fiscal, que según fuentes oficiales, desde el gobierno Chinchilla, oscila entre 6 y 8% del pib, alrededor de $3 y 4mil millones (cada año!!!). Si el delito fiscal se redujera, digamos a la mitad, el problema del déficit, de la creciente deuda, y de la infraestructura, de la inversión extranjera, de la tasa de interés, del apreciamiento del colón, y todos los derivados (incluyendo las ‘malditas presas’), desaparecerían en el acto o se darían las condiciones para su considerable mitigación, hasta una situación de normalidad.
Pero O. Solís no lo menciona. No suele hacerlo. Y en todo caso, combatir el delito fiscal, no sería ‘impopular’…
Pero todos tenemos una idea aproximada de a que se refiere con lo de medidas ‘audazmente impopulares’… es un ataque frontal a los salarios y condiciones de vida de los trabajadores y sectores populares.
Lo que nos lleva al punto medular de este comentario: ‘cambios audaces pero en democracia, porque no somos T. Guardia’. ¿Pero qué entiende O. Solís por ‘democracia’?
Dice: un “acuerdo entre los diversos partidos y líderes políticos, de tal manera que la impopularidad se reparta…”. Después agrega que ‘tal acuerdo debe ser acompañado por jerarcas políticos íntegros y transparentes’, pero en realidad lleva un tiempo convocando a los partidos y dirigentes políticos ‘realmente existentes’. Ni íntegros ni transparentes…
Elitismo ilustrado. Giovanni Sartori decía en un opúsculo de hace 25 años, que la democracia lejos de ser el gobierno del, para y por el pueblo, debía ser el gobierno de los mejores, de los ‘aristos’. ‘Los mejores’ serían aquellos que entienden que no hay alternativa a la sociedad mercantil y los regímenes políticos liberales gobernados por élites.
Tal vez el diputado Solís se imagine como un nuevo T. Guardia, alguien con la estatura y la visión capaces de conducir al país a su ‘destino especial’, como lo llama. Pero el problema es que no parece confiar demasiado en la capacidad o el derecho de los trabajadores y los ciudadanos a decidir cómo debiera ser ese destino.
Y entonces convoca a un concilio (o conciliábulo) de justamente los mismos que han conducido a este país a la situación llena de nubarrones que describe en su artículo.
Para llegar conjuntamente a acuerdos sobre el contenido de ese destino, y así poder enfrentar mejor y ‘distribuir entre todos’ la impopularidad anticipada….
Y a esto llama Otton Solís una vía no dictatorial. Su visión de la ‘democracia’.
El reciente artículo exhibe al diputado Solís en su personalidad política profunda.
Septiembre 9 de 2020.
[1] Este artículo fue redactado en marzo de 2017.