¿Qué aprendimos?

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Estas sociedades nuestras se desdicen a sí mismas. No conocen el amor como política, el acto de la solidaridad como ley.

Todavía en pleno período pos pandémico, seguimos confirmando que no aprendimos nada. Que la desolación nos ganó la partida. Y que continuamos inexorablemente hacia esa extinción que nos declarará como la última civilización con vida y alma sobre el planeta.

Sucedió en la fecha FIFA de finales de setiembre de este año. Corría el minuto 19 del primer tiempo en un partido amistoso cuando Richarlison, jugador brasileño, anotó el segundo gol de su equipo ante la selección de Túnez, partido que a la postre terminaría con una amplia victoria del equipo suramericano sobre el africano.

Todo normal en medio de una temporada de preparaciones y campamentos previos a la copa del mundo a realizarse en Qatar el próximo noviembre. Lo realmente malo vendría al momento.

Al anotar el tanto y celebrarlo, alguien lanzó a Richarlison una banana desde la tribuna. Esto es un acto absolutamente racista, deplorable y cuestionable. Lleno de odio, vergonzoso, cobarde. Póngale usted el calificativo que quiera porque a mi ya no me alcanzan las palabras.

Resulta paradójico, que minutos antes y utilizando el estrado del fútbol como instrumento de comunicación, los mismos seleccionados brasileños habían llamado la atención sobre el racismo en el deporte al portar una pancarta que decía: “sin nuestros jugadores negros, no llevaríamos estrellas en nuestras camisetas”.

Como acción reivindicativa, la camiseta de la selección brasileña no portó ese día las cuatro estrellas que señalan los cuatro títulos mundiales ganados hasta ahora.

Las escenas de racismo en los estadios siguen repitiéndose. Existen personas, cobardes, que amparadas en un colectivo amorfo y anónimo, se empoderan para proferir sus insultos creyendo que así disminuyen al otro por su color de piel, su nacionalidad.

Claro que lo insultan y lo denigran.

Pero más triste resulta su papel que lo ubicará siempre en un nivel inferior, evidenciado y expuesto en sus debilidades.

Eso es un racista: una persona débil, a la que siempre habrá que señalar y sancionar hasta que cambie su actitud.

Hasta que aprenda que en este planeta todos y todas formamos parte sin ningún tipo de discriminación. Este es el cambio fundamental que debe darse. Insistamos hasta lograrlo.