Reactivación económica y devaluación interna: una falsa solución

Luis Paulino Vargas Solís

Director CICDE-UNED

Presidente Movimiento Diversidad

El juguetito nuevo de las élites económicas, políticas y mediáticas –gremio de economistas incluido– se llama “reactivación económica”. El problema es muy viejo, pero esta gente acaba de descubrirlo, cayendo de paso en un irrefrenable “frenesí de creatividad”, que les hace ametrallarnos con sus propuestas. Examinaré aquí algunas de éstas.

En general, se elude entrar a discutir las causas más profundas, quizá porque no las entienden o, más bien, porque prefieren no entenderlas. Es que esa discusión podría llevar a cuestionar la viabilidad del proyecto neoliberal vigente. Las que plantean son, en su mayoría, ideas “ofertistas”, es decir, ideas inspiradas por el criterio de que “hay que poner las empresas a producir”. Algunas propuestas nítidamente apuntan hacia ahí: simplificar trámites, capacitar a las personas trabajadoras, aplicar flexibilidad laboral, teletrabajo y educación dual…y, en lo posible, no hacer tributar a las empresas, reduciendo de paso las demandas de financiamiento del sector público, mediante el deterioro de las condiciones del empleo público e imponiendo camisas de fuerza por medio de la draconiana regla fiscal. Las ideas atinentes a crédito y tasas de interés, también tienen una derivación ofertista, aunque más matizada.

Todo esto redunda esencialmente alrededor de un objetivo básico: reducir los costos de producción de las empresas. Es a eso a lo que usualmente se alude, cuando se habla de competitividad. Y, ciertamente, el concepto no carece de sentido: en el capitalismo las empresas deben efectivamente competir. Pero eso no agota la cuestión: su real capacidad para competir al cabo se visibiliza en su rentabilidad. Y, a su vez, la evolución de la rentabilidad influye decisivamente sobre las decisiones empresariales: si la rentabilidad es satisfactoria, invertirán, ampliarán la producción y contratarán más gente. Pero son decisiones siempre complejas que combinan los resultados pasados con las previsiones sobre el futuro. Y esas previsiones (o expectativas) tienden a deteriorarse cuando en el pasado reciente las cosas no han ido bien. Y lo cierto es que la rentabilidad ha andado resentida lo que, al perpetuarse en el tiempo, lastima las expectativas empresariales. Y cuando éstas se marchitan, las decisiones de inversión y contratación también lo hacen, y en la medida en que ese comportamiento tiende a generalizarse, toda la economía se debilita y se frena, hasta eventualmente entrar en recesión, o sea, hasta eventualmente entrar en números negativos, cuando no simplemente el crecimiento es lento, sino más bien hay decrecimiento.

No entraré a discutir las causas, a fin de no alargar en exceso este escrito, pero el caso es que, en efecto, hay problemas de competitividad serios en una parte considerable de la planta empresarial (sobre todo empresas pequeñas y medianas), lo que a su vez propicia un ambiente sombrío y pesimista. En consecuencia, se frenan la inversión productiva y la generación de empleos y la economía en su conjunto tiende a ralentizarse.

Se ha venido intentando recuperar la rentabilidad empresarial, imponiendo restricciones sobre los salarios. Y, de hecho, el poder adquisitivo real de los salarios en sectores muy amplios de la economía se ha mantenido estancado –cuando no más bien ha retrocedido– a lo largo de un extenso período. Justo por ello, las familias y personas consumidoras recurren al crédito: para suplir la insuficiencia de sus ingresos y sostener su consumo. Pero ello ha llevado la deuda a niveles que ya resultan insoportables. El aterrizaje forzado implica “socarse la faja”, con lo cual se frenan las ventas y la economía, y la rentabilidad empresarial sale lastimada. Se dañan entonces las expectativas sobre el futuro, lo que eventualmente trae contención en los planes de inversión y contratación y, entonces, agravamiento del estancamiento económico.

Así pues, el intento empresarial por recortar costos recortando salarios, termina siendo un bumerang. Logran hacerlo gracias a los extendidísimos problemas del empleo y la ausencia total de organizaciones sindicales independientes. La población trabajadora –en especial las mujeres– enfrentan así una situación de extrema vulnerabilidad, lo que facilita el ataque a sus salarios. Pero, al cabo, es un juego perder-perder: una falsa solución, incluso para el empresariado.

Varias de las propuestas “ofertistas” que mencioné en el segundo párrafo, van exactamente en la misma línea: sobre todo lo atinente a desregulación laboral, teletrabajo, educación dual, recorte a pensiones. Lo que se busca es comprimir los costos salariales, intentando recuperar así los índices de rentabilidad. Y es por completo innecesario apelar a intentonas conspirativas para comprender que la fuertísima presión para recortar remuneraciones y condiciones de empleo en el sector público, responde a la misma lógica de fondo. No solo para intentar recortar el déficit fiscal y así desactivar la amenaza de mayores impuestos (si bien estos, de aprobarse, seguramente enfatizarían un alza del IVA y no mayor tributación empresarial). También hay que considerar que mejores remuneraciones en el sector público, también podrían cundir como un “mal ejemplo” que las personas trabajadoras del sector privado podrían, en algún momento, querer replicar para sí mismas.

Pero todo esto –lo mismo la presión hacia abajo sobre salarios y condiciones labores como el énfasis restrictivo sobre los presupuestos públicos– implica comprimir el mercado interno y recortar las ventas de las empresas que se alimentan de éste. El bumerang reaparece, y con éste las amenazas para la rentabilidad y las expectativas empresariales.

Esto tiene un nombre: devaluación interna. Y tiene sentido si recordamos dos hechos interconectados y muy significativos: la persistente sobrevalorización del colón frente al dólar, y la total imposibilidad de devaluar. Esto último queda fuera de consideración porque tendría consecuencias catastróficas: hay un elevado endeudamiento en dólares, que pondría en grave riesgo los presupuestos de muchas familias y empresas y la sostenibilidad de muchos bancos privados.

Se opta entonces por devaluar desde adentro: mediante políticas de austeridad fiscal y deterioro de los salarios y las condiciones de trabajo. El derrumbe del mercado interno sería desastroso para las empresas cuyo destino principal es ese. Beneficiaría, quizá, la competitividad de las exportaciones, aunque es discutible que a éstas les convenga el desmantelamiento institucional y el agudizado conflicto social que ello traería. Eso sí, nada de eso modificaría ni un ápice la realidad de un mercado mundial tormentoso y poco dinámico.

Creo que el empresariado costarricense ha optado por serruchar la rama en la que está sentado.

 

Tomado del blog: https://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com

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