De la Resiliencia a la Acción: la Encrucijada Costarricense

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

La noción de resiliencia emergió en los años 70 como un concepto clave en la ecología y la física, describiendo la capacidad de los sistemas naturales para resistir y recuperarse de perturbaciones naturales o provocadas por la industrialización. Proviene del latín resilio, que significa volver atrás. Con el tiempo, esta idea trascendió su origen científico para infiltrarse en el ámbito de la psicología, donde fue abordada como la capacidad de las personas para superar y reponerse ante las adversidades de la vida.

La transformación económica e ideológica que ha caracterizado al mundo posterior a la Guerra Fría se ha centrado en la búsqueda constante de rendimiento y eficiencia. En este contexto, las personas tienden a someterse a una autoexplotación en busca de una supuesta realización personal. Cuando enfrentan dificultades o fracasos, la culpa suele recaer exclusivamente sobre ellas mismas, desvinculando cualquier responsabilidad estructural de su entorno, ya sean factores políticos, sociales o económicos, y minimizando así la influencia de sus circunstancias. Este enfoque ideológico ha facilitado la integración de la resiliencia en la psicología contemporánea, volviéndola un concepto-tendencia global que se ha aplicado también en diversos campos del conocimiento, convirtiéndose en un concepto omnipresente y, en ocasiones, trivializado.

La expresión de moda ha evolucionado de «usted debe» a «usted puede», todo en un tono positivo. Se dice que somos capaces de adaptarnos y superar obstáculos una y otra vez. Y aunque esto es cierto en muchos aspectos, existe una trampa importante. Adaptarse y recuperarse de los desafíos de la vida es una cosa, pero persistir en una lucha constante y autoexplotadora para alimentar un modelo que no solo agota los recursos naturales, sino también a las personas y sus emociones, es algo completamente distinto.

Este estilo de vida ha desencadenado un preocupante aumento de enfermedades mentales como la depresión y el síndrome del burnout, especialmente entre la juventud, la clase media y los trabajadores, lo que ha legitimado aún más el uso de la resiliencia por parte de terapeutas y expertos en coaching. Esto parece crear un ciclo vicioso. En este contexto, la percepción constante de fracaso personal se erige como un obstáculo a vencer, mientras que algunos lo interpretan como una faceta positiva del camino hacia la realización individual. Esto traslada las contradicciones sociales y económicas objetivas a un nuevo terreno de batalla: la psique de cada persona, ejerciendo así un impacto negativo en la salud mental y el bienestar de la población.

Es por esto por lo que el filósofo surcoreano Byung Chul Han sostiene que en la actualidad resulta imposible la revolución, ya que las personas no saben contra qué o quién rebelarse; en lugar de resistencia, lo que se observa en todas partes es cansancio y depresión. Han argumenta que hoy en día se prefiere descansar en lugar de luchar. Es crucial reconocer en este punto que la resiliencia, despojada de su concepción original, ha pasado a convertirse en una herramienta poderosa para amortiguar de cierta manera la dinámica irracional de vida que impera en nuestra sociedad, desviando la atención del problema hacia la persona y enseñándole a adaptarse constantemente y superar los desafíos, en lugar de cuestionar la estructura misma de vida y consumo que genera esas adversidades y crisis existenciales recurrentes.

Sin embargo, su evolución no se detuvo allí. La resiliencia, transformada en un instrumento ideológico del neoliberalismo y aceptada acríticamente como un concepto apolítico por amplios sectores tanto de izquierda como de derecha, ha sido fácilmente utilizada para justificar la inmutabilidad del statu quo, presentando a quienes realmente desafían este sistema como amenazas al orden, la democracia o los derechos humanos, lo cual ha alimentado fenómenos como la dictadura de lo políticamente correcto por un lado, y al surgimiento de su opuesto: el hartazgo, la polarización y el populismo por otro, creando una especie de espada de Damocles sobre la sociedad contemporánea.

No es sorprendente observar el grave aumento en el consumo de sustancias ilegales, cuyo principal propósito es permitir a las personas escapar de la realidad. Los datos revelan claramente que este estilo de vida conduce inevitablemente a sociedades más violentas, intolerantes y divididas. Todo esto resulta de una saturación de positividad artificial. Bajo esta perspectiva, se ha promovido la ilusión de que cualquier sistema, ya sea natural o humano, posee una capacidad infinita de adaptación, ocultando así las consecuencias destructivas de un modelo económico insostenible como el actual. Incluso se ha ido un paso más allá al considerar la resiliencia como un indicador de progreso civilizatorio, cuando en realidad es más bien una forma extrema de supervivencia frente al inminente colapso del planeta, causado por la interferencia y explotación desmedida del ser humano en los ecosistemas y sus recursos.

Costa Rica, como ejemplo paradigmático, ha experimentado en carne propia los límites de esta supuesta resiliencia. Aunque su modelo ha demostrado una notable capacidad para resistir y adaptarse a diversos desafíos, se enfrenta ahora a una encrucijada donde la continuidad del statu quo ya no es una opción viable para el bienvivir de toda la nación.

El último informe del Estado de la Nación, publicado en 2023, arroja una luz cruda sobre el desgaste del desarrollo humano en el país. Amplios sectores de la sociedad se encuentran ahora con menos acceso a oportunidades laborales de calidad, al bienestar social y a un entorno seguro en comparación con una década atrás. Aunque los indicadores económicos promedio señalan un leve aumento en el dinamismo de la economía y el empleo, debido al fin de la pandemia y no tanto por las acciones del gobierno, estos avances son insuficientes para reparar los daños causados por ésta, que ha golpeado con mayor fuerza a los sectores más vulnerables.

Además, el informe resalta los desafíos inherentes a un sistema político marcado por la debilidad de los actores políticos, el antagonismo y el entrabamiento, lo que dificulta la construcción de acuerdos y la consecución de mejores resultados para el desarrollo humano. La crisis educativa y la falta de una dirección estratégica por parte del gobierno para transformar la realidad profundizan aún más esta situación y debilitan la cohesión social.

Ante este panorama desafiante, surge la necesidad imperativa de romper con la inercia y la inacción. El camino hacia el cambio implica la creación de un movimiento político robusto, verdaderamente popular y participativo. Este movimiento debe surgir de la mano del pueblo y abarcar a todos sus sectores, desde sindicatos y cooperativas, hasta emprendedores y empresarios. Todos tendrán algo que aportar y que ceder, pero no se podrá echar por la borda a nadie más, de igual manera, habrá quienes vayan por el camino contrario naturalmente. Es momento de refundar la política costarricense, dejando atrás lo viejo y decadente, y construyendo un movimiento de nuevo tipo: amplio, democrático y soberano.

Entonces, ¿cómo podemos trascender este ya viejo paradigma? Es hora de recurrir a las herramientas democráticas con las que contamos y a la verdadera formación política para la acción, en aras de abordar los desafíos que enfrentamos y transformar la esfera pública. Es momento de replantear nuestro enfoque hacia un desarrollo sostenible y equitativo, donde la resiliencia no sea una excusa para la inacción y la perpetuación del status quo so pretexto que no se puede hacer nada al respecto más que adaptarse. No se pueden seguir aceptando cambios cosméticos para que todo siga igual o peor. Es tiempo de pensar en algo diferente y actuar en consecuencia.

El pueblo es el motor del cambio, y todos merecemos vivir bien y disfrutar de los resultados del trabajo conjunto. Es hora de revitalizar la política, enraizándola en las necesidades y aspiraciones de la gente, y así abrir paso a una Costa Rica próspera y solidaria, que sabe vivir en armonía con el ambiente.