Después hablamos

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

El politólogo ecuatoriano César Ulloa Tapia elabora una detallada radiografía sobre el perfil de los populismos en América Latina.

Señala, entre otros rasgos, la fabricación de una continua polarización en sus discursos y un permanente ataque a las instituciones y algunas libertades, como por ejemplo la de prensa. Según el científico social, se estructura sobre una buena base de apoyo y legitimidad popular, que le permite funcionar con un margen amplio, pese a que sus decisiones parecieran ilógicas y sin ningún sustento técnico, político o analítico.

Ulloa Tapia compartió algunas de estas apreciaciones en la conferencia inaugural del I Ciclo lectivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional hace algunas semanas.

En ellas profundizó en ciertos contextos de la región latinoamericana, pero fue inevitable no pensar en que algunas de estas características ya se encuentran instaladas en la sociedad costarricense.

Los peligros para la democracia son muchos, en tanto los populismos devienen en formas verticales del ejercicio del poder.

La creencia, muy difundida, de que a la ingobernabilidad se la combate con mano dura, un comandante en jefe, alguien que deje caer su puño sobre las irregularidades, tiene en Costa Rica un considerable caldo de cultivo.

Un reciente estudio de opinión presentado por el Instituto de Estudios Sociales en Población (IDESPO) de la Universidad Nacional respaldó con sus resultados esa percepción. Señala la persistencia hacia actitudes autoritarias por parte de la población costarricense consultada, ubicada porcentualmente arriba del 60%.

En Costa Rica, esta idea ha venido sedimentándose a lo largo del tiempo y señala la distancia entre la confianza al sistema democrático y su capacidad para responder a las demandas sociales, respuesta que entonces se traslada a la consolidación de una figura autoritaria en sus prácticas y sus discursos. Alguien que pueda corregir el rumbo de las cosas a mano dura.

La performance de una persona con estas características señala un comportamiento plenipotenciario, que no admite cuestionamientos y aparece como garante de una pasivo agresividad que no importa mostrar en público. De hecho, la amenaza solapada y la imposición aparecen como conductas normalizadas que no admiten contrarios o cuestionamientos.

Por razones de espacio en esta columna dejaré por aquí el análisis, que muy pronto estaré retomando, trazando un diálogo más extenso con el excelente análisis propuesto por Ulloa Tapia en su disertación.

Para usar cierto lenguaje coloquial, tan llevado y traído en los últimos días, dejaremos pendiente esta discusión para su ampliación en posteriores reflexiones.

Después hablamos”.